17/06/2025 – ¿Cómo podemos revivir la esperanza en lo cotidiano, especialmente cuando el sendero se vuelve difícil? En el ciclo «Peregrinos de esperanza», la Hermana Marta Irigoy , consagrada y gran «peregrina de la vida», nos guía en una reflexión profunda sobre nuestra existencia como un constante peregrinar. Inspirada en el Papa Francisco y figuras como San Ignacio de Loyola y Mamá Antula, la Hermana Marta nos invita a tomar conciencia de que somos camino, a reconciliarnos con nuestra historia ya encontrar en Jesús al compañero que nos ilumina el sendero.
La Hermana Marta nos saluda con la alegría de quien comparte un espacio vital, invitándonos a ahondar en la fe desde lo sencillo, lo cotidiano. Ella nos recuerda que el Papa Francisco nos dejó una herencia invaluable: mantener encendida la llama de la esperanza y mirar el futuro con mente abierta y corazón confiado. Como ejemplo de esa esperanza, cita a un hombre de 92 años que, al ser llevado a ver a Boca, soltó una frase maravillosa: «La esperanza siempre te presta un sueño». Esa sabiduría sencilla, nos dice la hermana Marta, es el sentir de la gente que camina con fe.
Para la Hermana Marta, nuestra vida es un peregrinar, y como tal, necesita un destino y un camino. Por eso, encomienda esta reflexión a San Ignacio de Loyola , el peregrino, ya su hija espiritual, Mamá Antula , una misionera incansable que caminaba «para hacer el bien aunque no la llamaran». Así, la vida se nos presenta como un camino a estrenar, único e intransferible, que lleva nuestro propio nombre. Citando al Padre Casas, la Hermana Marta nos explica que este camino puede ser recto o sinuoso, tranquilo o accidentado, pero lo importante es transitarlo, aceptarlo y reconciliarnos con lo que nos tocó vivir, con lo que hicimos y lo que nos hicieron.
Este camino de la vida, aunque a veces duro y doliente, se entrecruza con otros caminos: compañeros transitorios o permanentes como nuestra familia y amigos. Sin embargo, la Hermana Marta subraya que, aunque vayamos acompañados, este camino lo recorreremos solos, desde nuestras opciones y libertad. Y lo más hermoso: somos el camino que recorremos. Todo lo que somos, lo somos por el camino transitado. En este sentido, la Hermana Marta nos recuerda la promesa de Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» , o, como traduce el Padre Diego Fares, «Yo soy el verdadero camino de tu vida».
La Hermana Marta nos invita a reflexionar sobre los «tropiezos de los peregrinos» , recordando a los discípulos de Emaús. Ellos, frustrados y con «expectativas rotas», caminaban hacia la nada, masticando bronca. Hasta que Jesús, el Peregrino desconocido, se les une y les pregunta: «¿De qué vienen hablando por el camino?». Esa pregunta los detiene y les permite hacer una catarsis. A veces, nos dice la Hermana, nos desesperamos por la inmediata, pero los discípulos de Emaús necesitaron tres días para procesar la resurrección. Figuras como San Ignacio y Mamá Antula, que vivieron situaciones difíciles, nos muestran cómo una dificultad puede transformarse en una oportunidad para un nuevo camino .
Finalmente, la Hermana Marta nos propone un ejercicio espiritual para la semana: hacer memoria de nuestro propio caminar, imaginarnos como testigos en el camino de Emaús y preguntarnos: ¿De qué hablo en mi vida cotidiana? ¿Mis palabras dan aliento o hunden en la desesperanza? ¿Las dificultades son oportunidades? Y, ¿qué nombre le pondríamos al camino de nuestra vida? Concluye con una emotiva oración al Sagrado Corazón, invitándonos a fundir nuestra historia, nuestros ojos, oídos y boca en el Corazón de Jesús, para que nuestro miedo se disuelva en un simple «déjate amar» . Una invitación a vivir nuestro camino con mayor esperanza y fidelidad, confiando en el Sagrado Corazón de Jesús.
Oración al Corazón de Jesús:
Déjame fundir mi historia en tu corazón con toda su carga de debilidad y entregar a tu misericordia lo que tu amor dejó atrás. Déjame fundir mis ojos en tu corazón hasta mirar reconciliado mi propia realidad déjame fundir mis oídos en tu corazón hasta escuchar lo que más lo que jamás se imaginaron y que podías y querías pronunciar yo te perdono quédate en paz. Déjame fundir mi boca en tu corazón hasta poder aprender en el en el silencio a decir «Papá. Déjame fundir mi rostro en tu corazón hasta encontrar hecho niño el asombro con que un día me acercaba hasta tu altar. Y si ves que a las puertas de fundirme i miedo me detiene y me dice «Basta ya», que tu mano en mi cabeza me responda tan solo «déjate amar.»