18/08/2025 – ¿Te imaginaste alguna vez que el mundo artificial que prometen las grandes empresas tecnológicas tiene un «patio trasero» que amenaza con dejarnos sin recursos tan vitales como el agua y la energía? En un nuevo encuentro del ciclo «Un mundo artificial ¿una sociedad más humana?», el especialista en tecnología y divulgador de IA, Ezequiel Romano, nos sacude con una investigación que nos invita a despertar y a ser menos ingenuos sobre el consumo de la infraestructura que hace posible la inteligencia artificial (IA). A través de la conmovedora historia de Hortensia, una señora que vive en una comunidad rural en México y ve cómo un gigantesco centro de datos consume el agua de su zona, Ezequiel nos pone de cara a una realidad urgente y a la que no podemos ser indiferentes.
El experto nos explicó que la «nube» no es etérea: son edificios de miles de metros cuadrados repletos de computadoras que necesitan consumir tres recursos clave: tierra, energía y, sobre todo, agua. Para que te des una idea, un solo centro de datos puede consumir en un año el doble de la energía que toda la ciudad de Córdoba y millones de litros de agua al día, el equivalente al consumo de una localidad de entre 10.000 y 50.000 personas. El agua es vital para refrigerar los servidores que se calientan al procesar la enorme cantidad de datos que demanda la IA. Esta necesidad, que no fue prevista en un principio, está afectando a comunidades enteras en distintas partes del mundo.
Frente a este escenario, Ezequiel nos planteó un gran interrogante: ¿podemos salir de esta encerrona? Él nos mostró que sí, que hay esperanza, y que esta pasa por la organización de la comunidad. Nos compartió el ejemplo de Chile, donde la comunidad se unió para exigir a Google y a Amazon que detuvieran la construcción de sus centros de datos hasta que se comprometieran a mitigar el impacto ambiental. Este es el primer paso para una «conversión» en la que no debemos permitir que nuestra dignidad se deshidrate. También mencionó la importancia de exigir regulaciones y transparencia a los gobiernos, ya que, en un contexto de aceleración tecnológica sin precedentes, muchas veces las normas van por detrás.
En definitiva, la tecnología debe servir para mejorar la condición humana y no para empeorarla. Como nos dijo Ezequiel, no podemos dejar sola a Hortensia: debemos informarnos, exigir y sumarnos a comunidades que busquen un punto de equilibrio entre el avance tecnológico y el cuidado de los recursos que sostienen la vida de todos.