La paz después del muro: libertad y esperanza en Cristo

viernes, 7 de noviembre de 2025

7/11/2025 – En su espacio semanal “Reflexiones para el finde”, el Padre Humberto González nos invita a detenernos ante una palabra que escuchamos con frecuencia, pero que a menudo entendemos solo en parte: la libertad.
Al acercarse el Día Mundial de la Libertad, que recuerda la caída del Muro de Berlín, el Padre nos propone mirar más allá de los muros de la historia y descubrir los muros interiores que muchas veces levantamos sin darnos cuenta.

“La libertad no es solo derribar muros externos —dice—, sino también abrir los muros del corazón. Porque el muro más difícil de vencer suele estar dentro de nosotros.”

A lo largo de su reflexión, el sacerdote nos invita a reconocer que todos cargamos con miedos, resentimientos o heridas que se convierten en muros invisibles.
Son esas estructuras del alma las que nos impiden perdonar, confiar, creer o entregarnos plenamente al amor. Y es precisamente ahí donde el Evangelio nos propone una libertad más profunda: la que nace del Espíritu Santo y transforma desde dentro.

El muro más alto: el del corazón cerrado

El Padre Humberto recuerda que, así como en la historia de los pueblos hubo muros que dividieron y oprimieron, en la vida de cada persona hay muros que nos separan de los demás y de Dios.
A veces los levantamos para protegernos del dolor; otras, por orgullo o desconfianza.
Pero el resultado es siempre el mismo: el aislamiento del alma.

“Un corazón cerrado —advierte— es como una ciudad amurallada: parece segura, pero en su interior falta aire, falta luz, falta encuentro.”

Por eso, la verdadera libertad no consiste solo en tener opciones o derechos, sino en abrir las puertas del corazón a la gracia.
Cuando dejamos que el amor de Dios entre, las murallas del miedo comienzan a resquebrajarse, y el alma encuentra una paz que no depende de las circunstancias.

La libertad que construye puentes

La reflexión del Padre Humberto también nos invita a mirar la libertad como un compromiso: derribar muros para construir puentes.
Ser libres no es vivir sin límites, sino vivir en comunión; no es hacer lo que uno quiere, sino aprender a querer el bien.
En tiempos de tanta polarización, el Evangelio nos llama a ser artesanos de encuentro, personas capaces de tender la mano incluso cuando no pensamos igual.

“Cada vez que elegimos el perdón sobre el rencor, la verdad sobre la mentira, la solidaridad sobre el egoísmo, estamos dejando que Cristo ensanche nuestro corazón.”

Una libertad que brota de Dios

La libertad que propone el Evangelio no nace de la autosuficiencia, sino de la confianza.
El Espíritu Santo nos libera del miedo y nos enseña a amar.
Por eso, en palabras del Padre Humberto, ser libres es dejar que Dios nos quite los candados del alma.
Cuando eso sucede, la vida se vuelve más ligera, más luminosa y más fraterna.

Y así, al recordar la caída de los grandes muros de la historia, el Padre nos anima a mirar dentro de nosotros mismos:
¿qué muros necesitan caer hoy en mi vida?
Quizás el muro del orgullo, del silencio, de la falta de perdón.
Quizás el muro de una fe dormida o de una esperanza herida.
Dios quiere derribarlos no para quitarnos algo, sino para devolvernos la alegría de amar y de ser amados.