Hannah Arendt: el debate público y la acción política en su pensamiento

jueves, 11 de diciembre de 2025

11/12/2025 – La filosofía, con sus conceptos a veces percibidos como «difíciles», se presenta como una herramienta esencial para comprender nuestro tiempo. Diego Fonti, en conversación con Radio María Argentina, destacó la vigencia del pensamiento de la filósofa judío-alemana Hannah Arendt, en especial su llamado a retomar conceptos que si se dejan de lado, «podemos caer nuevamente en errores que en el pasado hicieron mucho daño».

Arendt, marcada por su contexto y la tragedia del nazismo, mostró una profunda preocupación por la historia, viéndola no como una mera «sucesión de hechos», sino como una «forma de aprendizaje». Fonti subraya la influencia de Walter Benjamin en Arendt, quien le transmitió la idea de que existen «fragmentos en la historia, pedacitos, cosas pequeñas que nos permiten reconstruir ideas fuertes». Esto se enlaza con la propia experiencia de la vida cotidiana, ya que, aunque la filosofía parezca compleja, el acto de «pensar» es algo que «hacemos todos y todas, todos los días», por ejemplo, a través del ejercicio del juicio y la toma de decisiones.

La trayectoria de Arendt, iniciada con una tesis doctoral sobre San Agustín, revela una preocupación inicial por el desprecio al mundo. De esta indagación en la noción agustiniana del amor, Arendt extrae conceptos clave relacionados con la temporalidad de la comunidad democrática. Según Fonti, las dos palabras que articulan esta relación son «perdón y promesa»: «Perdón respecto del pasado, promesa respecto del futuro». El otro tema fundamental es el de la «natalidad», o lo nuevo, que ella ve realizado en las revoluciones como el «único espacio donde se da algo realmente la capacidad de algo nuevo que no estaba antes presente».

Al caracterizar el legado de Arendt, Fonti enfatiza una palabra central para toda su obra: «pluralidad». En un sistema político, «no hay comunicación si no somos muchos. Y cuando somos muchos somos distintos», lo que exige «encontrarle la vuelta». Arendt defiende que la política debe ser un espacio de debate, y que la idea de una identidad única como requisito político está equivocada. Sin embargo, también reconoce la necesidad de «construir comunidad» a través del debate público, una comunidad que no requiere una adhesión previa a motivaciones religiosas o valorativas, ya que en la sociedad «convivimos gente plural, muy distinta».

El análisis de Arendt distingue entre el labor (la reproducción de la vida, el ámbito pre-político de las necesidades), el trabajo (la creación de objetos durables) y la acción (el ámbito puramente político). Para Arendt, «Solo la acción es política», refiriéndose a cuando uno «en el espacio público aparezco, hablo y genero espacios de libertad y de intercambio libre con los demás». Esta concepción lleva a su crítica frontal al totalitarismo, que no es solo una dictadura, sino «la eliminación primero del espacio público, o sea, del debate y segundo la eliminación de la multiplicidad como tal», buscando uniformar y desconocer la experiencia vital de las personas.

La cobertura del juicio a Adolf Eichmann la llevó a desarrollar la polémica idea de la «banalidad del mal». Contrario a lo esperado, Eichmann no era un monstruo, sino un «bufón», lo que activó en Arendt la pregunta sobre la delgada línea moral y la responsabilidad individual dentro de un sistema. Fonti concluye señalando el desafío actual de la multiplicidad: si bien parece que hoy hay más libertad para la expresión individual, cabe preguntarse si esta es una «verdadera multiplicidad o es una forma escondida de homogeneidad». Arendt, una pensadora de la pluralidad y de la construcción comunitaria mediante el debate, nos invita a reflexionar sobre cómo convivimos sin caer en la violencia y el lenguaje corrosivo.

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