Adultos mayores: pasando del “tabú” social a la aceptación personal

lunes, 19 de septiembre de 2011
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1.      Desvalorización social

           

            Hoy socialmente hablamos de “adultos mayores” porque nuestra sensibilidad ha llenado de cierta carga emocional algo despectiva y negativa términos como “tercera edad”, “vejez”, “senectud”, “ancianidad”. Sin embargo, esas palabras, de suyo, no implican ninguna minusvaloración. Nadie debe tener complejo de inferioridad por adjudicarlas o usarlas para sí o para otros. Lo importante de las palabras es no conlleven una emocionalidad negativa.

 

            Precisamente el mal uso de estas palabras nos está revelando culturalmente otra cosa. Hay palabras que no quieren decirse porque hay realidades que no desean verse o, directamente, pretenden negarse.

 

            La “tercera edad”, la “vejez”, la “senectud” o la “ancianidad” son realidades humanas y sociales casi “tabú”. Sin embargo, para quienes unimos espiritualidad con cada una de las etapas del proceso humano, la vejez también entra -como cualquiera otra etapa con sus características propias- en el dinamismo de la vida interior. Ya que espiritualidad es la misma vida humana con sus respectivos ciclos abiertos a la posibilidad de integrarse a la gracia de Dios.

 

            En nuestros tiempos, la cultura ha desvalorizado casi completamente la etapa del adulto mayor. En la época de la eficiencia y la actividad, en la cultura de las cirugías plásticas que hacen artificial la juventud de los años y de la estética atlética de los gimnasios y los deportes; en la era del avance de las ciencias y la técnica prolongando la vida, ciertamente la ancianidad no se concibe como una etapa de coronamiento de la madurez humana sino, al contrario, es vista como un período a superar ya que no contiene ningún estímulo, ni atractivo social, no motiva ningún horizonte.

 

            Ciertamente ésta es una de las mayores hipocresías de nuestro mundo, la que fomenta una de las más peligrosas marginaciones haciendo acepción de personas por el sólo hecho de tener la edad que tienen. Después de todo, nadie tiene la culpa de vivir los años que le tocan, ya bastante penitencia es tener menos fuerzas y asumir, cada vez, el peso de más años.

 

            Para apreciar cultural­mente la ancianidad se tiene que valorizar primero lo humano integralmente y luego lo espiritual, como esto se encuentra, de alguna manera opacado en nuestra sociedad, consecuentemente tampoco se puede estimar la etapa del adulto mayor, una de las más privilegiada del proceso de la madurez humana para la experiencia espiritual.

 

            Nuestro mundo ha dimensionado exageradamente la apariencia juvenil y su valoración de lo físico: la belleza, la perfección corporal, los deportes; la salud, las dietas, el gimnasio y la moda, etc. Todas estas realidades de suyo, no están mal si con eso se consigue una mejor calidad de vida. El peligro está en vivir para esas realidades, absolutizándolas en el parámetro de la vida personal. Si eso ocurre se va atrofiando el sentido de lo espiritual, privándose con ello captar, entre otras cosas, la armonía de esta rica etapa del crecimiento humano.

            El aumento del número de adultos mayores es muy rápido en los países en desarrollo. El envejecimiento global tiene hondas repercusiones en la relación entre productividad económica y gasto social y afectará no sólo al grupo de las personas de edad, sino también a las generaciones más jóvenes y al equilibrio social en su conjunto;

            Además los fenómenos de la urbanización, la industrialización y la transición del predominio de la familia grande multigeneracional a la familia nuclear bigeneracional hace que los adultos mayores se encuentran menos protegidos e integrados familiarmente que en épocas pasadas.

 

            Aunque los adultos mayores se vean desvalorizados socialmente, por otro lado, generalmente el sector privado considera al grupo de los adultos mayores un colectivo social interesante de considerar como negocio: las prestaciones de servicios médicos y de enfermería, las residencias para mayores; los viajes de turismo; los servicios de seguridad; los servicios de gestiones de trámites; los servicios de cuidados personalizados; los lugares de entretenimientos para adultos mayores, etc. están viendo a los adultos mayores y a sus familias como clientes interesantes para sus prestaciones. Mientras el estado muchas veces no los cuida como merecen, el sector privado los va teniendo -cada vez más- en cuenta, aunque sea por motivos económicos.

            Los adultos mayores socialmente conforman un grupo poblacional relevante desde el punto de vista del número en relación con otros grupos (adultos, adolescentes y niños). Algunos países y continentes son poblacional y demográficamente hablando el sector más representativo. Es lo que se llama el fenómeno de “envejecimiento demográfico”. Por muchos motivos, personales y sociales el envejecimiento resulta resistido.

            La sociedad posmoderna, que sustenta valores orientados a la fuerza, la agilidad para el éxito, la belleza focalizada en el modelo existencial de la juventud, la conquista de bienes materiales o logros profesionales, la ocupación laboral preferentemente para personas no mayores de 30 años nos presenta; los conflictos familiares entre generaciones en donde los adultos mayores son invisibilizados, los muestran cada vez mas como una suerte de marginados sociales.

 

            En otras tradiciones y culturas, incluso entre nosotros mismos, a los adultos mayores se los veneraba, cuidaba y respetaba. Se los asociaba a la experiencia y la sabiduría, además desde la madurez de la edad se conseguían virtudes como la templanza, el desapego a las cosas materiales y el control de las agitadas pasiones.

 

            En muchos casos, en la antigüedad, ser anciano era símbolo de autoridad, respeto, tradición, acerbo cultural, custodio de los valores generacionales. Aún esto lo sigue siendo en pueblos originarios de diferentes partes del mundo. Sin embargo en la sociedad occidental, capitalista y liberal del siglo XXI ser adulto mayor no es una situación de vida que se elogie. La publicidad en los medios de comunicación es una señal clara al respecto.

 

            Una sociedad que margina una etapa del crecimiento humano- cualquiera sea ella- está condenada a ser incompleta, rompiendo el proceso de maduración social que, colectivamente, todos debemos tener. Hay que aceptar sabiamente la realidad tal como es y como nos viene dada. El ser humano no puede “manejarlo” y controlarlo todo. Hay realidades que se nos escapan, como el transcurso del tiempo y de la vida. Esos dones tienen que ser humildemente reconocidos y aceptados.

 

            Los adultos mayores nos ponen frente al espejo de nosotros mismos y de nuestro inevitable futuro, mostrándonos lo que –muchas veces- no queremos ver. Nos ubica ante un porvenir ineludible y seguro que nos llegará inexorablemente a todos con el paso del tiempo. Esta etapa ciertamente nos muestra muchas de nuestras vulnerabilidades, límites y miedos, vuelven a resucitar preguntas, temores e inseguridades. No obstante, el cierre de todos los ciclos de la vida no tiene por qué se necesariamente un abrupto declive y muchos menos una decadencia que se desbarata. Esta puede ser la promesa de una consumación plena la vida llena de esperanza, reconciliación, paz y disfrute donde todas las heridas se conviertan definitivamente en cicatrices y todas las oscuridades se vayan convirtiendo en una irradiante luz.

 

            Si se han vivido maduramente todas las etapas de la vida, en la tercera edad se entra silenciosa y serenamente hacia una síntesis integradora de la propia existencia y –desde la fe- nos acercamos hacia una apertura del camino. Hablamos de apertura del camino porque generalmente se piensa que el proceso humano termina. Sin embargo, la ancianidad, a pesar de todas las cenizas de la vida, puede ser también un renovado y calmo amanecer espiritual. Las cenizas también pueden comenzar a arder de una nueva manera. Toda etapa humana tiene, en su singularidad, el secreto de una belleza por ser vivida.

 

 

2. Derechos del adulto mayor

           

            Todos tenemos una deuda social creciente en nuestras sociedades para con este período de la vida. La negación de esta etapa humana nos revela un despojo radical de valor simbólico y social mucho más profundo que debemos cuestionarnos. Nos estamos mutilando y amputando como sociedad si no tenemos en cuenta a los adultos mayores. Lo mismo sucedería con cualquier otro ciclo humano negado o postergado.

 

            Los adultos mayores son fuertemente discriminados, ya que se comete el error de considerarnos como inoperantes, incapaces, enfermos o simplemente viejos.

 

            Esto, en verdad, es un prejuicio social y una inexactitud ya que, en la mayoría de los casos, se encuentra bastante alejada de la realidad. Los adultos mayores, en la mayoría de los casos son personas socialmente activas y llenas de vitalidad que siguen disfrutamos de sus proyectos de vida.

           

            En muchos casos, en nuestras sociedades, a menudo son los jóvenes los que sufren los síntomas de una sociedad maltratada: el sin sentido de la vida, la falta de proyectos y opciones, la soledad, la depresión,  la inconformidad, el aturdimiento, el vacío espiritual, etc.

 

            Los adultos mayores, en una sociedad ciertamente carente en muchos aspectos, pueden mostrarnos el rostro de una esperanza posible, el apasionamiento y el enamoramiento de la vida, el gozo y el disfrute por vivir, la calidez afectiva de los vínculos, la paz, la realización y plenitud vital; la superación de los fracasos, el sentido del humor y la alegría; la perspectiva positiva y reconciliadora de la existencia y los vínculos; etc.

 

            Como sociedad estamos en deuda con los adultos mayores. Cuando hablamos de los adultos mayores tenemos que hablar en primera persona porque, si Dios quiere, algún día lo seremos o al menos tenemos o hemos tenido padres, abuelos e integrantes familiares que lo han sido.

 

            Necesitamos que cada adulto mayor pueda gozar de los derechos personales, familiares y sociales que le competen.

 

            Cada uno puede decir, en primera persona, asumiendo el destino del adulto mayor:

 

“Tengo derecho a ser considerado y respetado como persona, con mi dignidad ante Dios, ante los demás y ante mí mismo con el paso de los años.

 

            Tengo derecho a que mi existencia tenga sentido y que pueda seguir realizando mi proyecto de vida, con la esperanza de continuar el camino,  alimentando mis propios sueños y el de los demás.

 

            Tengo derecho a que me amen tal cual soy, con toda mi historia.

 

            Tengo derecho a disfrutar de lo esencial: techo, alimentación, medicamentos, vestimenta, afecto, relaciones.

 

            Tengo derecho al trabajo, al descanso, a la jubilación, a los afectos, a la recreación, a la salud y a la calidad de vida.

 

            Tengo derecho a experimentar profundamente mis amores, los de ayer y los de hoy, los que están y los que me siguen acompañando.

 

            Tengo derecho a vivir en paz,  a ser considerado y protegido,  ayudado y estimulado.

 

            Tengo derecho a trabajar por el futuro, el personal y el de los otros.

 

            Tengo derecho a seguir creciendo y formándome, expandiendo mis conocimientos, experiencias, capacidades y talentos, posibilidades y energías.

 

            Tengo derecho a mis amigos y al vínculo de integración social.

 

            Tengo derecho a seguir ofreciendo a los otros, todo lo que soy, lo que tengo y lo que puedo.

 

            Tengo derecho a que los otros puedan seguir esperando de mí.

 

            Tengo derecho a seguir haciendo cosas por los otros.

 

            Tengo derecho a acompañar a otros, en distintas etapas humanas, con mi cariño, mi palabra, y mi silencio.

 

            Tengo derecho a que los demás me escuchen, me contengan y me alienten con cariño.

 

Tengo derecho a vivir con los que elijo, sin que los otros decidan por mí o al menos que podamos dialogarlo y  decidirlo juntos.

 

            Tengo derecho a un entorno digno, saludable y sereno.

 

             Tengo derecho al placer de las variadas cosas de la vida y al bienestar físico, mental y emocional.

 

            Tengo derecho a estar bien, a sentirme bien y a verme bien.

 

            Tengo derecho a seguir sirviendo a los demás.

 

            Tengo derecho a aportar a otros lo que soy capaz de dar.

 

            Tengo derecho a reírme y a llorar.

 

            Tengo derecho a reconocer mis límites y a ser aceptado con paciencia y tolerancia.

 

            Tengo derecho de mi tiempo y su administración.

 

            Tengo derecho a recibir un trato digno, independientemente de la edad, sexo, raza o procedencia étnica, religión, capacidades o discapacidades u otras condiciones.

 

            Tengo derecho a seguir descubriendo oportunidades.

 

            Tengo derecho a ver belleza del mundo y los seres humanos.

 

            Tengo derecho al amor y a la compasión, a la comprensión y a la paciencia, a la solidaridad y a la esperanza, a la paz y al gozo.

 

            Tengo derecho a sanar mis heridas y a que mi sufrimiento sea fecundo para mí y para otros.

 

            Tengo derecho a disfrutar lo grande y lo pequeño de la vida que se nos ha regalado.

 

            Tengo derecho a que me asistan en mis temores, inseguridades, cavilaciones, soledades y enfermedades.

 

            Tengo derecho a que los demás me recuerden con amor.

 

            Tengo derecho a dejar huellas en otras vidas.

 

            Tengo derecho a que mi vejez sea un mensaje de esperanza para muchos.

 

            Tengo derecho a testimoniar un mundo distinto.

 

            Tengo derecho a alimentarme y compartir todo lo bueno, lo bello y lo noble que recogí en mi camino.

 

            Tengo derecho a creer en Dios y en los demás.

           

            Tengo derecho a ser fiel a lo que soy.

           

            Tengo derecho a ser siempre mejor: más humano, más cálido, más entrañable, más querido, más sabio.            

           

            Tengo derecho a ser feliz con la medida de mi felicidad posible”.