Dios es realista

domingo, 12 de febrero de
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En la vida lo más importante no es tanto lo que nosotros podemos hacer como dar cabida a la acción de Dios. El gran secreto de toda fecundidad y crecimiento espiritual es aprender a dejar hacer a Dios: «Sin mí no podéis hacer nada” dice Jesús. Y es que el amor divino es infinitamente más poderoso que cualquier cosa que hagamos nosotros ayudados de nuestro buen juicio o nuestras propias fuerzas. Así pues, una de las condiciones más necesarias para permitir que la gracia de Dios obre en nuestra vida es decir «sí» a lo que somos y a nuestras circunstancias.

 

Dios, en efecto, es «realista». Su gracia no actúa sobre lo imaginario, lo ideal o lo soñado, sino sobre lo real y lo concreto de nuestra existencia. Aunque la trama de mi vida cotidiana no me parezca demasiado gloriosa, no existe ningún otro lugar en el que podré dejarme tocar por la gracia de Dios. La persona a la que Dios ama con el cariño de un Padre que quiere salir a su encuentro y transformar por amor, no es la que a mí «me gustaría ser» o la que «debería ser»; es, sencillamente, la que soy. Dios no ama personas «ideales» o seres «virtuales»; el amor sólo se da hacia seres reales y concretos. En la vida espiritual a veces perdemos tontamente el tiempo quejándonos de no ser de tal o cual manera, lamentándonos por tener este defecto o aquella limitación, imaginando todo el bien que podríamos hacer si, en lugar de ser como somos, estuviéramos un poco menos lisiados o más dotados de una u otra cualidad o virtud; y así interminablemente. Todo eso no es más que tiempo y energía perdidos y sólo consigue retrasar la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones.

 

Muy a menudo, lo que impide la acción de la gracia divina en nuestra vida no son tanto nuestros pecados o errores como esa falta de aceptación de nuestra debilidad, todos esos rechazos más o menos conscientes de lo que somos o de nuestra situación concreta. Para «liberar» la gracia en nuestra vida y permitir esas transformaciones profundas y espectaculares, bastaría a veces con decir «sí» (un sí inspirado por la confianza en Dios) a aquellos aspectos de nuestra vida hacia los cuales mantenemos una postura de rechazo interior. Si no admito que tengo tal falta o debilidad, si no admito que estoy marcado por ese acontecimiento pasado o por haber caído en este o aquel pecado, sin darme cuenta hago estéril la acción del Espíritu Santo. Éste sólo influye en mi realidad en la medida en que yo lo acepte: el Espíritu Santo nunca obra sin la colaboración de mi libertad. Y, si no me acepto como soy, impido que el Espíritu Santo me haga mejor.

 

De forma análoga, si no acepto a los otros tal y como son (y, por ejemplo, me paso la vida exigiéndoles que correspondan a mis esperanzas), tampoco permito al Espíritu Santo que actúe de modo positivo en mi relación con ellos o que convierta esta relación en una oportunidad para el cambio

 

Las actitudes descritas son estériles porque se encentran marcadas por un «rechazo de lo real» que hunde sus raíces en la falta de fe y esperanza en Dios, que a su vez engendra una falta de amor. Todo ello nos cierra a la gracia y paraliza la acción divina.

 

Fuente: La libertad interior

Autor: Jacques Philippe

 

 

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