Adviento: tiempo de espera

lunes, 2 de diciembre de 2019
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Camino de consagración a María (Día 17)

 

02/12/2019 – Lunes de la primer semana de Adviento

“Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole» «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente». Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo». Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: «Ve», él va, y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «Tienes que hacer esto», él lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos”

Mateo 8,5-11

Comenzamos el tiempo de Adviento, que supone una alegre espera porque el que viene, Jesús, ya está llegando.

Adviento quiere decir llegada, esperamos la venida del Señor. Viene a nosotros en el nacimiento de Jesús, memoria creyente del acontecimiento salvífico del Señor, que se actualiza. Y también va llegando mientras crece la expectativa de la segunda venida del Señor. La primera en el seno de María, la segunda entre nubes tras situaciones de mucho sacudón cosmológico. Por eso es necesario levantar la mirada.

El Adviento debería ser un tiempo de silencio. Posiblemente no sea tan sencillo ni sea tan connatural a nuestro tiempo de fin de año, repleto de actividad y de cansancio acumulado. Sin embargo el Adviento viene con gracia de silencio y nos hace, de alguna manera, vivir el final del año con una actitud de renovación interior que cambia y da un horizonte nuevo a lo que es nuestro ajetreo del año. Viene con gracia de silencio y por lo tanto es una invitación a la interioridad, a recuperar un espacio de reflexión, a tener un tiempo para meditar. Decía San Anselmo:

“¡Huye un poco de tus ocupaciones! Entra un instante en ti mismo, apartándote del tumulto de tus pensamientos. Arroja lejos de ti las preocupaciones que te agobian y aparta de ti las inquietudes que te oprimen. Búscate tiempo para Dios y descansa. Habla con Dios y dile con todas tus fuerzas: “Quiero, oh Señor, buscar tu rostro” (salmo 27,8). Señor mío y Dios mío, enseña a mi corazón dónde y cómo tengo que buscarte, dónde y cómo puedo encontrarte””

Es un tiempo para desde el corazón abrirnos a la búsqueda y a la expectación del Señor. Sería un buen ejercicio durante el tiempo del Adviento, que nos sentemos un rato intencionadamente, sin hacer nada, y preguntarnos qué es lo que propiamente espero, qué es lo que podría llenar mi vida, qué me falta.

Sería bueno si también alguna noche podemos levantarnos en la noche a propósito para velar, para como el salmista poder rezar:” mi alma espera en el Señor más que el centinela la mañana”. Que la interioridad abierta en búsqueda sincera de encuentro con el Señor, aliente la conciencia de que el Señor, en verdad, está viniendo.

El hermoso diálogo del capítulo 25 entre el Zorro y el Principito: La relación de amistad, dice el zorro, es domesticarse. Es aprender uno de otro en la relación de amistad. Y eso se da, cuando nuestra cita es a la misma hora: si vienes a las 4 de la tarde, yo desde las 3 empezaré a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón.”.

Esto nos ayuda a disponer el corazón en el tiempo del Adviento. ¿Cómo trabajar la espera del Señor? Mientras aguardamos el momento ansiado ya nos imaginamos cómo será el encuentro, y se va agitando el corazón a la expectación del nacimiento. A menudo, nuestras expectativas no suelen quedar satisfechas y a veces, tras esperar mucho tiempo, lo que llega no era como esperábamos y terminamos, de alguna manera, defraudados porque ese encuentro se desarrolla de forma que nos deja insatisfechos. Y no está mal que sea así. Cuando nuestra expectación están alineados a cosas pasajeras, a cierto placer o gusto que nos queremos dar, el encuentro con un alguien en particular, o la concreción de un momento final de una etapa del camino…. lo esperamos, y cuando pasó pasó, y no es que se nos colmó el alma. Salvo que todas esas expectativas con las que vamos esperando en la vida, todo esté puesto en relación al único que es capaz de colmar nuestro interior que es Dios para quien fuimos creados. A no ser que la vida esté en todas sus expectativas en cumplimiento de lo que pensamos para ser feliz esté orientada al único capaz de hacernos plenos y felices.

Aprender a esperar y a ordenar nuestras esperas y expectativas, domesticarnos. Hay que hacer un ritual de la espera, como dice el Principito. Como pueden ser el ritual de la corona del Adviento o el pesebre, que pueden ayudar, o también otros ritos como una oración más prolongada, de modo que pueda disponer el alma para el encuentro.

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