Amor neumático II

viernes, 23 de octubre de 2009
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En base a una experiencia de haber agarrado un bache en la calle, y ver cómo el neumático amortiguó el golpe, la agresión, se me ocurrió trasladar esa imagen a la del amor: amor neumático: ese amor que tiene una “resiliencia”, es decir, una capacidad de soportar grandes presiones sin perder su forma –y si la pierden la vuelven a recuperar-.
    Es imagen también este texto del evangelio “cuando te abofetean una mejilla, pon la otra”.
    Sería entonces la capacidad de convivir con personas difíciles, que agraden, o generan carencias, y no perder el amor, y no perder el vínculo, o tratar al menos de mantener nuestro rumbo amoroso para nuestro bien y también el bien del otro.
    Lamentablemente hay muchas caricaturas del poner una mejilla y después la otra. Debemos explorar un poquito esta capacidad de absorber el mal y devolver el bien.
    Una de las caricaturas es que cuando uno hace eso es tonto, que comulga con la injusticia, que se hace cómplice de la violencia, que no pone límites, que no tiene carácter, que no tiene firmeza, que es dependiente, y muchas cosas más.
    O al revés: la caricatura de la venganza, de la revancha, caricaturas que nos llevan a sostener la ‘ley del talión’ como ley de vida: vos me la hiciste, yo te la devuelvo, y así terminamos como dice el refrán: todos ciegos y sin dientes.
    Hay otra opción: no es fácil,  muchas veces es una puerta estrecha. Pero hay opciones para trabajar en amor con personas difíciles, siempre y cuando sepamos darnos cuenta de que estamos frente a una persona con dificultades, que plantea problemas, y también siempre y cuando sepamos tomar una posición al respecto.
    Uno de los mayores problemas que se presentan en los vínculos con personas difíciles, es que tal vez nosotros somos personas que reflexionamos lo que está pasando, escuchamos, sabemos confrontar con el otro y tratamos de ir cambiando y produciendo cambios en las cosas. Tal vez cuando se nos pide o demanda algo, o cuando recibimos una crítica, escuchamos e incorporamos lo que se nos está diciendo, y buscamos mejorar como personas y mejorar las relaciones. Tal vez también nos preocupamos por el otro.
    Pero hay personas que tienen reglas distintas, y lleva mucho tiempo darse cuenta de eso. Hay personas difíciles que no saben lo que es hacer un examen de conciencia. Hay personas a quienes los sentimientos heridos de otras personas no les importan o no les afectan como para cambiar. Hay personas que frente a una demanda, un pedido, una expresión del otro como “lo que estás haciendo me duele”, frente a una necesidad de que cambie, racionaliza todo. Ha creado un mundo de justificaciones en su cabeza, y apenas escucha que alguien está en desacuerdo con su actitud, o con sus palabras, o con su conducta, se mete en su mundo y se desconecta: no escucha más. Hay personas muy carentes de empatía: no son capaces de registrar los sentimientos que tiene el otro o los sentimientos que ellos generan en el otro. Hay personas con mecanismos defensivos muy altos: niegan la realidad por más que nos esforcemos en ver lo que está haciendo hay un muro de negación para no ver. Hay personas que cuando uno les plantea el poder verse como en un espejo, apelan a cualquier argumento con tal de no ver la imagen de necedad que ellos tienen. Hay personas que minimizan las dificultades que provocan sus actitudes. Y hay personas que primero hieren, lastiman, ya sea con el silencio, la indiferencia, la agresión verbal o física, y encima, culpan al otro. Es propio de las personas iracundas: reaccionan, gritan, les agarran unas rabi