27/04/2016 – Cuando regresó Jesús, le recibió la muchedumbre, pues todos le estaban esperando. Y he aquí que llegó un hombre, llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y cayendo a los pies de Jesús, le suplicaba entrara en su casa, porque tenía una sola hija, de unos doce años, que estaba muriéndose. Mientras iba, las gentes le ahogaban.
Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado?» Como todos negasen, dijo Pedro: «Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen.» Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí.» Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. El le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz.»
Estaba todavía hablando, cuando uno de casa del jefe de la sinagoga llega diciendo: «Tu hija está muerta. No molestes ya al Maestro.» Jesús, que lo oyó, le dijo: «No temas; solamente ten fe y se salvará.» Al llegar a la casa, no permitió entrar con él más que a Pedro, Juan y Santiago, al padre y a la madre de la niña. Todos la lloraban y se lamentaban, pero él dijo: «No lloréis, no ha muerto; está dormida.» Y se burlaban de él, pues sabían que estaba muerta. El, tomándola de la mano, dijo en voz alta: «Niña, levántate.» Retornó el espíritu a ella, y al punto se levantó; y él mandó que le dieran a ella de comer. Sus padres quedaron estupefactos, y él les ordenó que a nadie dijeran lo que había pasado.
Lc 8, 40-56
Hay personas y presencias que con solo estar nos hacen bien. Quizás no hacen falta palabras, simplemente una mirada y un estar. En este sentido creo que la mujer que busca a Jesús siente esto, por eso dice: “con sólo tocar su manto quedaré sanada”.
“Los males de amor se curan con presencia y figura” dice San Juan de la Cruz. Cuando uno está herido, se siente triste y angustiado, y percibe la soledad honda, sólo el encuentro con alguien que nos resulta querido nos hace sentirnos como aliviados.
A Moisés le pasaba algo similar, y el libro del Éxodo nos dice que cuando volvía de encontrarse con Dios su rostro se llenaba de luminosidad al punto que se tenía que poner un velo para no dañar al resto. Hay personas que son íntegras, capaces de superar las dificultades con grandezas de alma, y nos hacen muy bien. Y eso no es solamente a quienes les va bien, sino a quienes incluso en el dolor, crucificados están de pie. El misterio de la pascua se prolonga en la vida de muchos y uno puede ver la experiencia de las bienaventuranzas palpablemente.
También nosotros mismos somos presencias sanantes y significativas para otros. La mujer del evangelio de hoy dice “si yo toco su manto quedaré curada” porque Jesús tiene una fuerza sanante. Jesús está siendo apretujado en medio de la multitud, pero Él sabe que alguien lo tocó de un modo particular que liberó de Él una fuerza especial. Hay una presencia del Señor que es saludable y un alguien que identifica este tesoro del Señor. Muchos lo habían tocado, pero estar cerca no implica necesariamente estar en contacto. Esta mujer desde su fragilidad, y en la apertura de la vida desde su enfermedad, registra esto que tanto desea que es la salud.
Es en la medida del deseo como acontece. Muchas veces a nosotros el deseo se nos aplaca y encierra, y perdemos el registro de nosotros mismos. Esta mujer tiene mucha conciencia de que quiere ser sanada, y de que Jesús puede hacerlo. Por eso las presencias que nos hacen bien, también aparecen conforme a cómo estamos para darle la bienvenida.
Nos hace bien la presencia de un Dios que nos comunica en presencias cercanas su amor. Sólo que a veces no nos damos cuenta y sentimos que ya no está como antes. Dios no es fijo, está vivo, y donde antes se nos reveló quizás ahora ya no más pero aparece en otro lado. Como a Elías que lo buscaba en el terremoto y en el rayo, pero lo encontró en la brisa suave. Cuantas veces decimos “Dios me abandonó”.
Una noche tuve un sueño… soñé que estaba caminando por la playa con el Señor y, a través del cielo, pasaban escenas de mi vida. Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor. Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena. Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: “Señor, Tu me dijiste, cuando resolví seguirte, que andarías conmigo, a lo largo del camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo porque Tu me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba”. Entonces, El, clavando en mi su mirada infinita me contestó: “Mi querido hijo. Yo te he amado y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas fue justamente allí donde te cargué en mis brazos”.
Una noche tuve un sueño… soñé que estaba caminando por la playa con el Señor y, a través del cielo, pasaban escenas de mi vida.
Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor.
Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena.
Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: “Señor, Tu me dijiste, cuando resolví seguirte, que andarías conmigo, a lo largo del camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo porque Tu me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba”.
Entonces, El, clavando en mi su mirada infinita me contestó: “Mi querido hijo. Yo te he amado y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas fue justamente allí donde te cargué en mis brazos”.
El amor de Dios puede más que la enfermedad de esta mujer que padece hemorragias por más de 12 años, más que la enfermedad dela niña, más que los parientes que no creen. Es el amor el que realmente todo lo puede. En lo cotidiano también experimentamos que es el amor el que nos saca de las oscuridades.
El amor expresado en gestos simples convoca, libera y sana. El amor en éstas presencias nos dicen que se puede, y que es más que la bronca y que la envidia. El amor es una presencia encarnada en rostros y gestos de hermanos que nos muestran que se puede algo distinto.
Cuando decimos que Dios puede más, decimos que puede más con estos gestos de cercanía de los hermanos. Es el amor el que puede aún más que esta enfermedad de más de 12 años. La presencia sanante de Jesús y el camino de sanidad que Dios está proponiendo de este lugar bíblico afecta a las personas a las que llega y también al pueblo. Doce significa pueblo, por eso las doce tribus de Israel y los 12 discípulos.
Yo creo que todo lo que es límite en la vida es una provocación al amor que siempre va más allá. El límite puede ser superado a partir de un amor que nos trasciende. El límite no es para achicarte sino para recordarte que sos de carne y hueso pero no puede decir que no puedas ir mas allá.
Por ejemplo, leyendo la vida del Padre Pío en estos días me encuentro con un hombre realmente limitado: una salud muy frágil, oscuridades personas, los límites de la Iglesia, ¿Qué es lo que lo hace ir más allá? Un amor que lo movilizó. El límite es parte de lo humano, pero el amor que transciende el límite también.
Jesús sintió que alguien traspasó el límite establecido y Él también lo transgredió. La mujer toca a un maestro de la ley, que estaba prohibido, y Jesús hace lo mismo. Ahí hay un limitante de la cultura, pero ese límite no hace que Jesús se quede inmóvil. ¿Qué lo lleva más allá? El amor que realmente puede, que lo hace salir de todos los parámetros.
Hay una serie de circunstancias que rodean la vida social, con limitantes laborales, culturales, de los procesos sociales deteriorados a partir de la corrupción en donde uno dice “estamos muy complicados y esto no tiene salida”. Hoy la Palabra nos dice que en medio de todos los limitantes, hay presencias que nos dicen que se puede. Jesús es de esas presencias. El texto paralelo dice que la mujer había gastado todo su dinero en médicos y cada vez estaba peor, pero Jesús, su sola presencia le dijo “se puede, ponete de pie, quedas sanada”.
Pablo VI dice “no necesita hoy la tarea de evangelización tantos maestros como testigos”. Son estos testimonios de amor y de presencia los que necesitan los hombres y las mujeres de hoy. Y el Papa Francisco en la encíclica sobre la familia dice algo como que en la relación esponsal se comunica muchas veces en el ámbito del silencio donde no solamente las palabras están de más sino que con el solo mirar todo se dice. Las miradas, los gestos o las presencias que a veces son más que las palabras.
El amor cuando se hace gesto concreto es transgresor. Ahí es donde decimos que el límite no nos clausura sino que nos provoca a un amor que nos lleva más lejos. De ahí por ejemplo el Papa Francisco en medio de amenazas y de su vida en riesgo, es capaz de ir más allá de lo establecido y se acerca a los más sufrientes, incluso llevando a su casa a 12 refugiados rescatados en una Isla griega.
Un modo de expresar la impotencia frente a las situaciones es decir “¿Qué querés que haga si estoy atado de pies y manos?”. No hay lugar donde Dios estuvo más atado que en la cruz. Y ahí por la fe sabemos que Dios lo hizo todo. Por eso en los momentos más oscuros, aún muy limitados, sabemos que sí se puede. Es el camino de las bienaventuranzas. El evangelio llama feliz al que llora, al perseguido, al pobre, al que es calumniado. Y se toma esa imagen de Jesús crucificado. No hay lugar de mayor plenitud de vida, para el Señor de la vida, que el misterio de la cruz. Ahí está la fuerza de nuestra transformación. Donde parece que todo se terminó, ahí comienza lo nuevo.
San Juan de la Cruz decía que a una noche oscura le venía una peor. Pero al tiempo, como nos pasa a nosotros, podía ver que tras eso venía una luminosidad más clara.
En el misterio de la cruz, vence el amor que supera el dolor, que transforma la herida y que es capaz de superar la decepción. Ahí Dios viene a decir “Puedo” donde creíamos que no se podía. Ahí lo oscuro y vacío de sentido, comienza a tomar valor y significado. Aún la sensación de vacío, tan propio de nuestro tiempo… vacío de paternidad. Incluso en la cruz el crucificado siente ese abandono: “¿Por qué me has abandonado?”. El momento del descenso a los infiernos está expresado en este lugar bíblico, porque en realidad el infierno es la ausencia de Dios. Ahí Jesús experimenta la ausencia de la paternidad de Dios. Es una sensación propia de nuestro tiempo, de ausencia de referencias y de presencias significativas.
Y aunque me enoje, aunque patalee, también entregarnos como lo hizo Jesús: “En tus manos encomiendo mi espíritu”. La confianza y la fe tiene siempre un amor que trasciende. Nadie cree por una doctrina o ética, sino por el encuentro con una persona que me enamora y me atrae. Lo que hace saludable la vida, aún en los lugares de mayor dolor, es un amor que te pone de pie. Como en el caso de la hemorroísa, en donde el amor fue más allá del límite que lo separaba. Esta mujer fue plenamente audaz en le amor “con sólo tocar el fleco de su manto…”. Como dice Santa Teresita “para mí la oración es un impulso del corazón; una sencilla mirada lanzada hacia el cielo; un grito de reconocimiento y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría”.
Con esta Catequesis queremos provocarte a que salgas para adelante. No es un slogan político. Se puede por la fuerza de un amor que nos lleva más allá de la mano de la confianza que nos da la presencia de un Dios que hace nuevas todas las cosas y nos transforma.
Padre Javier Soteras y Padre Martín Rebollo Paz
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