20/04/2015 – Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos.
Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?»
Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello.» Ellos le preguntaron: « ¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado.
Jn 6, 22-29
El Dios en el que nosotros creemos es el Dios de la historia, que interviene y se hace presente en la historia. Así se muestra de cercano y amigo el Dios judeocristiano, orientando, con señales y signos que hablan de su presencia. Cuando Moisés asumió la responsabilidad de guiar al pueblo hasta la tierra prometida, Dios, fue marcando el rumbo. El Dios de la historia, el Señor, se nos hace presente con señales concretas al punto tal de hacerse carne para revelar todo el secreto de Dios en Jesús de Nazareth encarnado en el seno de María. A partir de allí, de una manera particular, los signos hablan del lenguaje con las que Dios se nos quiere comunicar. Hay que saber leer esos signos para poder interpretar lo que Dios dice.
José, el hijo de Jacob, que llegó al trono del rey de una manera increíble tenía el don de la sabiduría que le permitía leer las señales en el tiempo y descubrir lo que Dios muestra. Es un pararse frente a un escrito de un idioma no conocido y de golpe, tener la gracia de poder comprender lo que allí se dice. Claro que esta posibilidad se va desarrollando por gracia de Dios en la medida en que uno se abre a esta posibilidad de Dios de comunicarse con nosotros. Él nos invita a leer sus señales para aprender sus mensajes. Hoy queremos invitarte a la escuela de Jesús de Nazareth, para abriendo los ojos y el corazón, poder entender qué me está diciendo Dios y por qué caminos me los dice.
En el evangelio de hoy vemos que no hay capacidad para descubrir los signos de Dios. Jesús exhorta a reaccionar a quienes lo buscan. Hay como un “analfabetismo divino”, como una incapacidad para abrirse a lo que Dios está queriendo decir, en este caso el signo de la multiplicación de los panes. Más que comida y pan, Él está queriendo decir que Él es el pan de vida, que se entrega y que permanece para siempre.
¿Cómo descubrir a la luz de los acontecimientos de la vida cotidiana que Dios nos habla? Es para que abramos el oído, despertemos el interés, y estemos atentos.
Dios, que se comunica por medio de signos, nos invita a aprender a leerlos para entender su mensaje. En el Evangelio de hoy, justamente lo que ocurre es que no hay capacidad de lectura de los signos con los que Dios en Cristo ha obrado. Hay como un cierto “analfabetismo divino”, como una incapacidad de acceso a la lectura de lo que Dios está comunicando en Cristo, a través -en este caso- del signo de la multiplicación de los panes. La gente va a comer como si se hubiera abierto la posibilidad de acceder al alimento de una forma más simple, sin el sudor de la frente, cuando en realidad lo que se está ofreciendo como signo, que trasciende el hecho de la multiplicación de los panes, es que Jesús es verdaderamente el Pan de la Vida. Y la vida que Él entrega no es una vida que pasa, sino que es una vida para siempre.
Este momento es para que reconozcamos los signos con los cuales Dios nos está hablando en este tiempo. Es para que abramos el oído, despertemos el interés, redescubramos el sentido de lo que va ocurriendo en nuestra vida a partir de acontecimientos que se pueden describir como signos de Dios porque nos llaman la atención, porque se repiten, porque lo que sentimos interiormente vamos a ver después que se lee y ocurre en el exterior. Entre las mociones interiores y las confirmaciones, se va aprendiendo a hacer una lectura simbólica de lo que Dios nos va comunicando en lo concreto. Este Dios que habla de muchas maneras y que en nuestra vida concreta habla a través de signos.
Un signo de Dios, que comienza por el corazón, termina por expresarse en algo concreto por fuera. A la moción interior le corresponde una moción exterior. Dios habla en lo concreto. Dios en sus “ocurrencias” nos hace saber lo que quiere para nosotros; y es bueno aprender a leerlo, en los signos concretos. En lo que sentimos interiormente y en lo que acontece más allá de lo que en la moción interior Dios nos pone en el corazón, es como se van confirmando en los caminos lo que Dios nos muestra de su voluntad.
Sin dudas la oración es el lugar donde el corazón se abre a las señales del Señor. Dios habla de muchas maneras pero habla habitualmente cuando nos disponemos a orar. Hay que velar, estar atentos y vivir en estado de oración para poder descubrir las señales a través de las cuales Dios nos habla.
El lugar donde Dios habla es, sin dudas, el corazón, y hay que aprender a descubrirse, a sentir el paso de Dios por el corazón por el impulso de una determinada llamada que Él nos hace, un determinado sentir que pone en nuestro interior que deja paz, alegría, gozo, luz. Todo se abre para que podamos asumir eso que Él nos propone, o que Él nos hace sentir, ese compromiso al que nos puede estar llamando. Inesperado, o si esperado, sentido dentro del corazón con ese signo propio del paso de Dios bajo la vestidura de la paz, la alegría, el gozo, la luminosidad y la apertura de caminos que delante de nosotros abren un montón de posibilidades sobre las que Dios nos invita a transitar.
Esto que nos viene desde afuera lo llamamos confirmación; y a lo primero lo llamamos moción. Una moción interior es un impulso interior del corazón, con la suavidad propia con la que el Espíritu se mueve dentro de nosotros, que sacude y conmueve nuestras estructuras, pero que las envuelve bajo el signo de la paz, la alegría, el gozo, la luminosidad propias con las que Dios se comunica y abre caminos.
Nos pasa, por ejemplo, cuando sentimos un fuerte impulso interior, suave y al mismo tiempo inconfundible y conmovedor a servir a los hermanos más débiles, pobres y enfermos. Cuando hemos sentido el llamado a ser catequistas o ministros de la Eucaristía, o a comprometernos con Cáritas o con la Pastoral Social de la comunidad, o a dar un paso de crecimiento en la reflexión y en el estudio de la Palabra de Dios, seguro que en la comunidad hay alguien que, sin haberle contado nada, me indicó eso mismo. El signo con el que Dios se comunica con nosotros para leer claramente lo que está diciendo corresponde a una doble lectura: entre lo interior y lo exterior; entre la llamada que Dios hace en lo profundo del corazón y la confirmación exterior que corresponde a esa llamada.
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