Escuchar al Señor y ser transfigurados en Él

miércoles, 6 de agosto de 2014
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06/08/2014 – En el evangelio de hoy contemplamos la Tranfiguración de Jesús. Allí se escucha la voz del Padre que dice  «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo». Desde la zona de La Concepción en las sierras de Córdoba, donde un grupo de Radiomarianos están de misión itinerante, el Padre Javier Soteras hizo una renovada invitación a la oración y a buscar los espacios y tiempos en lo de todos los días para encontrarnos con la Palabra.

La concepción

“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo».

Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos, y tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo». Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos»”.

Mt 17,1-9

La montaña lugar de la manifestación de Dios

El Evangelio nos presenta el evento de la Transfiguración. Jesús «tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado». Jesús para con ellos tienen otros gestos que los pone en sintonía de predilección.

La montaña, en la Biblia, representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él, donde el Señor habla al corazón, el lugar de la oración, donde estar ante la presencia del Señor. Allí se abren los sentidos para ver y escuchar las maravillas del Señor. Allá arriba, en la montaña, Jesús se presenta a los tres discípulos transfigurado, luminoso, bellísimo; y luego aparecen Moisés y Elías, que conversan con Él.

Allí el Señor se transfigura: Su rostro es tan resplandeciente y sus vestiduras tan blancas. Junto a Jesús aparecen las dos grandes figuras del Antiguo Testamento; Moisés y Elías. Jesús hace la síntesis, todo lo que toca lo transfigura. La montaña es un lugar privilegiado para esto, para el encuentro, para dejarnos revelar lo que Dios quiere decirnos.

La revelación gira en torno a un encuentro. Jesús cambia de aspecto, sus vestiduras cambian de color, y los 3 discípulos, ya habituados a ese lugar y paisaje, se sienten distintos… no pueden comprender lo que viven que tanto bien les hace. Pedro queda deslumbrado, hasta querer quedarse allí, casi como para detener ese momento. Enseguida resuena desde lo alto la voz del Padre que proclama a Jesús como su Hijo predilecto, diciendo: «Escúchenlo».

Esta palabra es importante, el Padre que dijo a estos apóstoles, y dice también a nosotros, escuchen a Jesús, porque es mi hijo predilecto. Tengamos esta palabra, en la cabeza y en el corazón. Escuchen a Jesús. Esto es lo que nos Dios Padre, a todos, a mí, a ustedes, a todos.

Es muy importante esta invitación del Padre. Nosotros, discípulos de Jesús, estamos llamados a ser personas que escuchan su voz y se toman en serio sus palabras. Para escuchar a Jesús, es necesario estar cerca de Él, seguirlo, como hacían las multitudes del Evangelio, que lo reconocían por las calles de Palestina.

Jesús no tenía una cátedra o un púlpito fijo, sino que era un maestro itinerante, que proponía sus enseñanzas, que eran las enseñanzas que le había dado el Padre, a lo largo de las calles, recorriendo distancias no siempre previsibles y, a veces algo incómodas. Seguir a Jesús para escucharlo.

Si Dios a podido con tantos, por qué yo no?. Dios lo puede todo pero soy yo el que quiero seguir haciendo las cosas como a mí me parecen, no me pongo disponible ni con humildad pedirle que haga de Dios, dejar que Él actúa como mejor sabe, de Dios.

¿Qué es escuchar al Señor? Escucharlo y obedecerle. Él sabe por dónde nos conduce, cómo no seguir la ruta que nos indica. ¿Cómo nos habla? En la naturaleza, como dice el evangelio de hoy en la montaña, acaso no nos habla en los hermanos, en el corazón, acaso no nos habla cuando leemos la Palabra y nos encontramos con su mensaje… Pero por sobretodas las cosas, Dios nos habla cuando nos diponemos a orar, cuando nos ponemos a conversar con Dios como con un amigo. Como aquel amigo con quién compartís tu intimidad, de las más lindas y más profundas… Hablar con Dios es eso, abrir el corazón y contarle… e intentar escuchar qué es lo que dice en el corazón mientras voy hablando. Es darse tiempo para conversar, para matear con Dios y escuchar su presencia. Cuando Él nos habla, nos sentimos mejor alimentados que los pájaros y mejor vestidos que las flores. Y allí todo lo que tocamos por la obra de Dios comienza a ser distinto. Poné tu mano en Dios y fijate desde Él como todo comienza a transfigurarse y a transformarse.

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Escuchar a Jesús en su Palabra

En Jesús la Palabra se hace luminosa, fortaleciendo nuestra fe y dándonos un nuevo modo de ver. El primer deber del cristiano es escuchar a Dios y su Palabra. ¿Qué me querrá decir hoy? Su decir es incansable. ¿Qué será lo que tenga preparado para decirme? Nunca esperes un garrotaso, sino una palabra de cariño y aliento: “estoy con tigo”, “no tengas miedo”, “si te caés, levantate”, “¿te pesa lo de todos los días? Dámelo a mí”. Su Palabra es alimento para el alma “no sólo de pan vive el hombre”. Su palabra viene de las escrituras, del encuentro fraterno… El Papa Francisco nos invita a llevar siempre un pequeño evangelio en el bolso, de modo que la Palabra de Dios sea algo cotidiano. Mientras vamos de camino, abrir la Palabra y ver qué me dice el Señor y encontrar ahí un alimento para el alma.

Santa Teresita del niño Jesús vivía esto así y tenía tanta locura por la Palabra de Dios que había escrito parte de la biblia y la llevaba colgada al cuello. La Palabra es lo que da rumbo y sentido a la vida, y cuando ella nos acompaña no hay soledad ni ausencia, sino que Dios nos inunda de su misterio y en las más crudas de las realidades Dios se muestra compañero.

Hagamos algo distinto a lo que hacemos habitualmente para abrir todos nuestros sentidos y nuestros ojos a lo que Dios quiere decirnos.

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Leer la Palabra y dejar que hable

Retomando la figura del Cura Brochero, compañero de camino de tantas personas en éstos parajes, seguidor del gran San Ignacio, él invitaba a imaginar a Jesús. Entonces cuando uno lee la Palabra, como el texto de hoy de Jesús en la montaña intentar imaginarse… ¿cómo habrá sido el paisaje? ¿dónde están Pedro y Santiago, qué hacen, quizás toman unos mates?. Y de repente reflexiono, me acerco a ese lugar y veo que yo también formo parte del paisaje… y veo la luz. ¿Qué me dice esa luz? Eso es parte de la reflexión. Y ahí reflectir para sacar provecho… Esa luz viene a traer claridad en medio de mis sombras, yo que necesito de mayor claridad en medio de mi “mundaneidad”. Y allí me quedo, gustando de ese momento, confrontando entre su luz y las sombras que yo traigo en el corazón.

Sentirme ahí como un humilde servidor en el diálogo. Eso es dialogar con el Señor y a partir de allí descubrir cuánta fuerza me viene de adentro hasta decir que “con Él todo lo puedo” como dice San Pablo. En medio de las tribulaciones, del cansancio, de la persecución “todo lo puedo en Cristo que me reconforta”.

Padre Javier Soteras