19/04/2022 – En “Pensar la fe en el cambio de época”, el padre Gerardo Ramos, de los Padres del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram, habló de la tecnocracia que vive el mundo y cómo en la ecología y el arte hay formas de avanzar en una lectura teológica. “La resurrección del Señor nos invita a ver la vida icónicamente, viendo una teología desde el símbolo y la racionalidad simbólica. Ayudar a tomar conciencia de la importancia del arte y la belleza como mediación para la comunicación de la fe. Siendo el economicismo tecnocrático naturalmente expoliador y destructivo de la creación y la vida, porque se centra en la conquista, la experiencia de la belleza de la creación, la persona humana y la vida como dones de gracia, mediada también por el arte, da que pensar. Un ejemplo es mi libro “Mística poética latinoamericana” de la hermana Liliana Franco Echeverri (colombiana) y quien les habla. El arte y la belleza reconstruyen lo humano y permiten captar el sentido de trascendencia. La matriz científico-tecnológica de nuestro tiempo moderno-posmoderno, como así también la significativa incidencia de la vida económica y el mercado en nuestros estilos de vida, invitan a la teología a conectarse con la experiencia concreta de las personas valiéndose de la mediación de expresiones artístico-culturales”, sostuvo el consagrado.
“Dado que la teología no puede desvincularse de la especulación racional, apoyarse en la racionalidad simbólica parecería ser hoy el camino estratégico más acertado. De la mano va la misma experiencia y vivencia sacramental-icónica del teólogo. Efectivamente, para abordar teológicamente una determinada realidad desde una perspectiva simbólico-racional, previamente habrá que descubrirla ‘por experiencia’, y en primera persona, sentirse afectado por la transparencia mistagógica de personas, realidades naturales y acontecimientos. Pero también a la inversa: es la actitud de asombro fenomenológico, inicialmente a-crítica, sapiencial y no científica, la que nos dispone y permite percibir la realidad como símbolo y avizorar su carácter profundo. Es decir, la realidad como don y adviento, como símbolo teologal que remite a la presencia del misterio insondable de Dios, siempre más alto, profundo e íntimo de lo que podemos imaginar. Y esto, a través de los misterios de la Encarnación, Pascua y Pentecostés revelados en el cristianismo, pero intuidos también en otras tradiciones religiosas. La percepción simbólico-sacramental-icónica de lo real permite descubrir que la realidad no queda reducida a mero ídolo anémico ‘en blanco y negro’, propiciador del desencanto; sino más bien abierta a lo inefable y lo aún por decir. Este último modo, no sólo abre los procesos y realidades históricas a la esperanza, sino que además evita el conflicto propio de la racionalidad conceptual, crítica y belicosa, en el contexto de una sociedad plural de diferentes. En este sentido, la racionalidad simbólica resulta decididamente dialógica”, indicó Ramos.
“Las expresiones artístico-culturales son mediaciones privilegiadas en este intento abierto a la esperanza de lo inédito. En la medida en que, por una parte, se respete su índole propia y se busque comprenderlas desde su lógica intrínseca que prioriza la percepción estética, y en la medida en que, por otra parte, se procure discernirlas como expresión del misterio que busca manifestarse, por vía de afirmación o negación. En ese sentido, la obra de arte evocará el eminente misterio cristológico-trinitario del Dios de Jesucristo, y posibilitará en quienes lo hagan y contemplen un acercamiento a ese misterio, o incluso una toma de conciencia más plena y lúcida de la propia situación existencial, que resultará al menos implícitamente teologal”, especificó.
“Para este ejercicio de diálogo, desde una perspectiva teológico-espiritual-pastoral sería importante considerar al menos dos exigencias. Una, que la obra de arte sea verdaderamente reconocida por su calidad; y otra, que sea culturalmente significativa y vigente, ya que de este modo expresará y manifestará el ethos cultural de un grupo humano, sector social o incluso de todo un pueblo. En el fondo, de lo que se trata es de asegurar la relevancia y elocuencia de las expresiones artístico-culturales. Así, el recurso a ellas para establecer un fecundo diálogo en instancias plurales de la sociedad, se convertirá en un medio privilegiado para la inculturación del discurso y vida creyentes. El mismo ejercicio de diálogo permitirá ir acuñando el modo de decir más conveniente para un determinado tiempo, región y destinatarios, inmersos en contextos siempre irrepetibles. Cabe aclarar que, a causa de la circularidad hermenéutica entre experiencia y conocimiento, a la inculturación objetiva del discurso teológico tendrá que preceder la inculturación subjetiva del teólogo”, citó el padre Gerardo.
“Por otro lado, para capitalizar este tipo de teología inculturada, será preciso tener una mínima sensibilidad y formación estética, espiritual y pastoral. Hay también otras competencias que posibilitan optimizar este recurso y opción, las afines a las ciencias humanas: entre otras, filosofía, psicología, antropología social y cultural, ciencias sagradas y de la comunicación, sociología e historia. Este tipo de ingredientes pueden dotar al ejercicio de diálogo con una vehemente elocuencia extra, que verdaderamente resultará necesaria para tornar relevante el anuncio evangelizador en nuestras sociedades culturalmente complejas”, dijo.
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