Ascender a Dios, descender a la propia realidad

jueves, 30 de abril de 2009
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El que viene de lo alto está por encima de todos.  El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra.  El que vino del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído pero nadie recibe su testimonio.  El que recibe su testimonio certifica que Dios es veraz.  El que Dios envió dice las palabras de Dios, porque Dios le da el Espíritu sin medida.  El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos.  El que cree en el Hijo tiene vida eterna.  El que se niega a creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.

Juan 3, 31 – 36

¿Qué significa venir de lo alto, Cristo?

¿Qué significa, en el caso tuyo Jesús, venir de lo alto? El que viene de lo alto es el que se hizo uno con nosotros, en el seno de María. Es el que perteneció a una nación, de una rica historia de intervención de Dios, del Dios vivo en su devenir.

Es el que junto a los de su pueblo estaban instalados en un territorio, ocupado por la denominación del imperio romano. Éste que vino del cielo habla una lengua, el arameo, y participa de un modo de ser cultural claramente definido, el de Israel en el territorio de la Palestina.

A la luz de todo esto la expresión del Evangelio de hoy, “el que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra”, “el que vino del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie recibe su testimonio”, debe ser bien entendida.

Porque el que vino del cielo pertenece a la tierra. Jesús que da testimonio de lo que ha visto y oído se ha encarnado en las coordenadas del tiempo y del espacio, para hablar con un lenguaje humano, y acercarnos el gran secreto de su revelación: “el Padre ama al Hijo, y ha puesto todo en sus manos. El que cree en el Hijo tiene vida eterna”.

Ese mismo Jesús es el que ha prometido su presencia, entre nosotros, hasta el fin de los tiempos, y ha elegido este pedazo de la historia. Ahí donde se desarrolla la vida de cada uno de nosotros, para continuar anunciando lo que comenzó a proclamar hace 2000 años: que Dios nos ama y nos salva amando. Es decir, dando la vida. Invitándonos a amar, hasta dar, no algo sino darlo todo.

Este lenguaje de amor es propio de Dios. Es el lenguaje del cielo encarnado en la tierra, en el misterio más íntimo de su ser trinitario. Dios conversa, habla, se vincula, se relaciona así. Es el amor el que fluye entre el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo.

Y ha venido a nosotros a instalarse como el gran tesoro escondido, para que el que lo encuentra lo venda todo, para quedarse con él. El Amor, con mayúsculas, el que hace que la vida no tenga otro límite, que la frontera que ofrece el hermano que a uno lo necesita. Sabiendo que encuentra la vida dándola. Y que la plenitud está en la ofrenda. Saber dejarse querer también.

Es el amor de Dios, el que viene de lo alto. Y es éste el lenguaje nuevo, con el que Dios nos enseña a comunicarnos. Es el lenguaje del amor, donde todo se comprende. Donde la vida se hace sabia. Donde la ciencia y la comprensión de lo que acontece se nos ofrece a mano abierta.

Dios nos acompañe en este encuentro, te dé vida con su amor. Vida eterna.

Para entender el lenguaje de lo alto, una espiritualidad desde abajo:

En la historia de la espiritualidad se distinguen dos corrientes clasificatorias. Hay una espiritualidad desde arriba, que nace de los primeros principios, que desciende a las realidades de abajo. Y hay otra espiritualidad desde abajo, que parte de las realidades de abajo, la sencilla, la simple, la cotidiana para elevarse a Dios.

La espiritualidad de abajo afirma que Dios habla en la Biblia, y por la Iglesia, pero también nos habla por nosotros mismos, a través de nuestros pensamientos, nuestros sueños, hasta por nuestras heridas, y también por nuestras presuntas flaquezas.

Los monjes antiguos comenzaron a estudiar la posibilidad de llegar al conocimiento de Dios y Su voluntad, partiendo del análisis de las propias pasiones y de lo que llamamos el “autoconocimiento”. Decía Ebragio Póntico “si deseas conocer a Dios aprende a conocerte a ti mismo”.

El ascenso a Dios pasa por el descenso a la propia realidad, hasta lo más profundo del inconsciente. Allí donde la vida está latiendo, con toda su riqueza, con toda su conflictividad, con toda su posibilidad, con todas sus heridas, con sus sueños, y también con sus fracasos.

El camino hacia Dios pasa generalmente por muchas cruces: errores, curvas, contra curvas, rodeos, por fracasos, desengaños. No son precisamente las virtudes las que más me abren a Dios, sino mi debilidad, mi flaqueza, mi incapacidad, incluso mi pecado. Esto es con lo que el Señor busca vincularse entre publicanos y pecadores, para allí mismo donde la vida se hace fértil, en medio de la pobreza poder sembrar la Palabra que pueda producir el 30, el 60, el ciento por uno.

La espiritualidad desde abajo se diferencia de la espiritualidad desde arriba porque ésta parte de la necesidad humana de ser mejor, de superarse, de acercarse cada vez más a Dios. La psicología moderna se encuentra muy aséptica frente a esta forma de espiritualidad por considerarla como un peligro de desintegración del sujeto, en cuanto marcado sólo por un mandato de deber ser, se olvida de sí mismo, no se permite ser lo que puede ir siendo por estar siempre tensionado a lo que está llamado a ser.

O mejor dicho, clausurado en una imagen ideal ante la cual no se puede uno casi ni mover. Cuando alguien se identifica fuertemente con un ideal se ve en peligro de prescindir su propia realidad, si esto no se acopla a aquello. Es así.

En la espiritualidad desde abajo se trata sobre todo de conseguir abrirse a las relaciones personales con Dios, en el punto preciso en que se agotan y cierran todas las posibilidades humanas. La auténtica oración, el auténtico vínculo con Dios brota desde nuestras más profundas miserias y de las cumbres de nuestras virtudes a la espera de ellas. No viene de allí.

Ya en María Lafrance??? define la auténtica oración y la verdadera espiritualidad como “la que brota desde lo profundo de nuestras miserias. Sólo que para llegar a la misma necesito largos años de experiencia de fracaso. Nos parecemos a Prometeo que intenta robar el fuego del cielo.

Tiene suma importancia, dice Lafrance que nosotros no nos pongamos en querer ganarle al cielo lo que el cielo siempre estuvo dispuesto a darnos, sino dejar que el cielo se nos acerque, y que sea él en el gesto de amor y de entrega, el que nos eleve la humanidad herida, nuestra condición humana, frágil, miserable, pobre.”

Entrar a la presencia de Dios como entraba el publicano en el templo, y no como el fariseo. El publicano en el templo dice “Señor soy un pecador”. No se anima ni a levantar la cabeza, “ten piedad de mí”. El fariseo dice “ayuno dos veces por día, cumplo con el diezmo, hago mis oraciones todas las jornadas”. Presenta su carta de credencial y lo único que se lleva es la desaprobación. No porque Dios no haya recibido lo bien que hizo, sino porque estaba demasiado lleno de sí mismo.

Sólo el que se sabe vacío de sí mismo y pobre a la presencia de Dios se sabe bien amado, y bien estimado en su pobreza y en su imposibilidad. Y desde allí con un estima alta en Dios. Es el camino de la humildad que nos lleva la espiritualidad desde abajo. Por eso al lenguaje de lo alto solamente lo entienden los que caminan por bajo. Los que hacen la espiritualidad desde abajo.

Te invito a reconciliarte con vos mismo, con tu historia, con tu pecado, con tu fracaso, con tu sinsentido, con tu no saber, con tu no comprender, con tus dolores, con tus penas, con tus kilos, o con tus flaquezas, con tus sueños…también con los que no llegaron, con los que se fueron sin que nos fuéramos tan bien. Reconciliate con tu historia. A partir de abrirte a Dios, así como sos a Su presencia, para que sea Él realmente el protagonista.

Ejemplos de la Biblia de una espiritualidad desde abajo

Para que entendamos de qué estamos hablando. Porque hoy la invitación es a recibir a Aquel que habla desde lo alto. Resulta que el que habla desde lo alto, habla desde abajo. El mensaje llega de lo alto, pero se encarna bien desde abajo. Algunos ejemplos:

                    Abrahán: Abrahán en Egipto niega que Sara sea su esposa y la hace pasar por su hermana para librarse de conflictos. Entonces el faraón la mete en su harén. Tiene que intervenir Dios para librar al padre de la fe de las consecuencias de su mentira. El padre de la fe es un mentiroso. Y no tiene problemas de negociar a su propia esposa, con tal de zafar.

                    Moisés: llamado a ser el liberador del pueblo de Dios, es en realidad un asesino fugitivo de la justicia. Está en el desierto, ha matado a un egipcio en un arrebato de cólera y desde ese lugar de evasión Dios lo llama a su servicio desde la zarza ardiendo, “Moisés, Moisés he escuchado el clamor de mi pueblo”.

                    David: carga sobre su conciencia el haberse acostado con la mujer de Urías y haber mandado al frente de la guerra al hitita para que muera en la batalla.

Las grandes figuras del Antiguo Testamento han pasado por la humillación del encuentro con su propia miseria para clamar a Dios desde su nada. Y solamente desde ese lugar Dios puede hacerse cargo de su lugar: de ser Dios. Y hacerse cargo de nosotros siendo Él Dios.

En el Nuevo Testamento ocurre otro tanto con los pilares de la Iglesia: Pedro, Pablo. Los elegidos por Jesús para la misión son personas frágiles, con defectos, con pecados. Con sus faltas son sin dudas testigos apropiados y argumentos concluyentes de la misericordia de Dios y del poder de Dios en la debilidad.

Pablo lo dice claramente a esto en 2 Corintios 12, 7 “para que no me engría por mis revelaciones me ha metido en mi carne una espina un emisario de Satanás que me abofetea”. Y en el versículo 9 del mismo capítulo, el Señor le sorprende a Pablo, respondiéndole “te basta mi Gracia”. Ella demuestra mejor su fuerza en la debilidad.

Cuanto mayor sea nuestra conciencia de fragilidad mayor se muestra la fuerza de la Gracia. “Cuando soy débil, dice Pablo, soy fuerte”. Cuando es conciente de la vulnerabilidad que hay en él, es un claro instrumento en las manos de Dios.

Si uno quiere, de verdad, ser instrumento en las manos de Dios, tiene que animarse a recorrer el camino oscuro de la conciencia de la propia fragilidad ante la inmensa maravilla del amor de Dios. No desde otro lugar. No se puede recorrer la conciencia frágil de la propia debilidad y la oscuridad que de esto deviene si no se lo hace de la mano de Dios.

En la manera de hablar y de proceder de Jesús vemos clarísimamente una espiritualidad desde abajo. Jesús se dirige intencionadamente a públicos de pecadores, porque los considera abiertos al amor de Dios. Jesús es tierno con ellos, es misericordioso con los débiles y duro con los que se creen importantes. Estos encarnan escribas, fariseos, letrados la espiritualidad desde arriba. En la búsqueda del cumplimiento de los preceptos. Los fariseos aparecen buscándose a sí mismos, y auto justificándose en la “ley”.  

La espiritualidad desde arriba tiene un fuerte carácter voluntarista. Uno cree desde cuando se para de ese lugar poder hacerlo todo, casi sin Dios, y en todo caso, cuando Dios participa es para darnos una manito de lo mucho que tenemos por hacer nosotros.

En la parábola del fariseo y el publicano tenemos un texto que muestra los dos costados. Una espiritualidad desde arriba y una espiritualidad desde abajo. En realidad, para poder entender al que habla con un lenguaje de lo alto, el que viene de lo alto y está por encima de todos, el que habla del cielo hay que animarse a recorrer como Él… El territorio de los habitantes de este mundo, lleno de contradicciones, lleno de pobrezas. Con esa se quiso emparentar Jesús. Para poder hablar de lo alto entre nosotros, eligió lo simple, lo humilde, lo contradictorio, lo sencillo, lo duro, lo cotidiano.

Padre Javier Soteras