Bienaventurados los mansos de corazón

miércoles, 19 de junio de 2013
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Una Bienaventuranza que nos viene bárbaro a los que somos marcados por la “tonada italiana”, que somos fogosos, entusiastas, que vamos para adelante, que no siempre controlamos nuestros impulsos como conviene, que nos hace bien recibir de Jesús esta llamada, a este temperamento y a este carácter, a trabajar sobre ello en mansedumbre. Calma, despacio, tranquilo. Es bueno el fuego, el entusiasmo, la determinación, la decisión, que la vida tenga pimienta, también es bueno que todo lo vivamos en serenidad y en calma.

Felices los mansos de corazón, dice Jesús.

 

Qué quiere decir manso

 

Para descubrir quienes son los mansos que Jesús proclama Bienaventurados, es útil hacer una breve reseña de los distintos términos con los que se traduce la palabra manso.

 

El italiano tiene dos términos, bondadoso: mite y manso: “mansuel”, este último también es el término usado en las traducciones españolas, los mansos. En francés la palabra es traducida como “doux”, literalmente los dulces, aquellos que poseen la virtud de la dulzura interior. En alemán se alternan distintas traducciones, Lutero traducía el término como bondadosos dulces. En la Biblia de la unidad, la traducción alemana ecuménica de la palabra aparecen los mansos que son aquellos que no hacen violencia alguna, los no violentos.

 

Siempre en esta línea algunos acentúan la dimensión objetiva y sociológica y traducen el término griego como inermes, sin poder. El inglés le da a la Bienaventuranza un matiz de gentileza y de cortesía, como gentil hombre.

 

Cómo varía el modo de expresarlo mismo según la cultura. Pero el fondo de la expresión nos ofrece tal vez imágenes que superan el modo de entenderlo en el comportamiento humano y que viene dado por la naturaleza. Si uno se quiere ubicar en término a qué se refiere Jesús, se refiere a ese estado de serenidad que nos ofrece por ejemplo un mar planchado o un lago transparente en sus aguas y al mismo tiempo como espejo que refleja todo el paisaje en él o una brisa suave que en un día cálido da sobre nosotros y nos invita a la reflexión, a la serenidad, tranquilidad y a la profundidad que calma nuestras ansias.

No sé si esto termina por reflejar lo que estamos queriendo decir, lo que sí sé es que en este vivir en serenidad y en calma, en este vivir en paciencia y en dominio de sí mismo, en este estar en buenas relaciones gentiles con el conjunto de la realidad con la que vivimos, en este vivir en cordialidad con la realidad compleja en la que todo los día se desarrolla nuestra vida, se juega esta verdad con la que Jesús hoy nos invita, en todo caso, a encontrar en Él   La palabra nos dice en Cristo, “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Y desde esta perspectiva, el único modo de terminar de comprender a qué se refiere Jesús cuando habla de mansedumbre, hay que preguntarle, referirlo a Él, renovar nuestro vínculo con el Señor y en ese trato de amistad dejarnos contagiar por su mansedumbre.

 

En Jesús el modelo de mansedumbre

 

Jesús proclama, “bienaventurados los mansos” y en otro pasaje del mismo evangelio de Mateo, exclama, “aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón”. Deducimos que la bienaventuranza no es solamente un hermoso programa ético que traza Jesús, sino una identificación con su persona. Es este regalo que el Señor nos hace cuando nos invita a ir hacia Él, no solamente para vivir como Él lo manda,  para compartir el modo de vivir que Él tiene y al mismo tiempo Él nos lo regala como gracia. Él es el verdadero pobre, manso, el puro de corazón, el perseguido por la justicia. Hemos encontrado, dice San Agustín, al verdadero pobre, Él es aquel que será encontrado miembro de este pobre. Tomás de Aquino, que trata sobre las Bienaventuranzas en la sección moral de la suma, en el contexto de las virtudes y los dones, nos invita a abrirnos a la gracia de ser contagiados por la persona de Cristo para vivir en esta clave. Y es así, no hay otra forma de poder establecer en el corazón mismo de nuestra identidad cristiana la mansedumbre, la sencillez y la humildad, si no es de mano de una presencia de gracia que después se hace tarea, servicio, se hace compromiso, pero primero es don de Dios.

 

Dueños de sí mismo para donarse a los demás

 

El Señor es capaz de revertir nuestro corazón y hacernos dar el paso más allá de lo que nosotros creemos que podemos dar cuando somos invitado en serenidad y mansedumbre a ser dueños de la  realidad, de esa compleja realidad que somos nosotros mismos. Los mansos de corazón poseen la tierra, dice la Bienaventuranza, en realidad de la tierra de la que se habla es el concierto de nuestra más compleja realidad. Quien es dueño de sí mismo, es dueño de toda la realidad, quien sabe ser dueño de sus propios actos es capaz de ser señor de todo lo que rodea y hace a su vida.

 

El Señor nos invita a ser dueños de nosotros mismos en el don que nos regala de la mansedumbre. Claro que por momentos ese adueñarse de los actos supone esfuerzos por ir más allá de lo que nos dice las ganas que tenemos de levantarnos esta mañana para trabajar y entonces es adueñarse desde la voluntad, supone límites que nos ponemos a nosotros mismos para no reaccionar como nos surge en el primer impulso ante situaciones que nos invitan a responder en una primera instancia de una manera que no ayuda a la convivencia, supone a veces también el esfuerzo de decir perdón de podemos colaborar y dar una mano y nos saca de la comodidad este ser dueños de nosotros mismos. Tiene tantos perfiles y tantas posibilidades desde donde Dios hoy te invita a la mansedumbre, desde donde hoy el Señor te invita a ser dueño de vos mismo, poseedor de tu propia tierra, donde Dios quiera habitar como su propia casa.

 

Cuando uno es dueño de sí mismo no está disperso en su acción, sino que es como que en el ser dueño de sí mismo como don y gracia de Dios, las fuerzas interiores se concentran y canalizan, aún cuando sean muchas las actividades, en un eje que les da sentido, coordinación, que permite justamente allí mismo encontrar su lugar desde donde hacer lo que hacemos, que es lo que nos pasa tantas veces en medio de una agenda compleja con la que nos manejamos. Uno puede revisar la vida de una familia, entre el trabajo, las exigencias propia de la convivencia matrimonial, la educación de los hijos, los compromisos sociales que uno tiene de servicio en la vida apostólica, la realidad de la vida de los amigos, la familia grande a la que pertenece, más allá de la propia familia, hermanos, cuñados, padres, consuegros, un mundo realmente de mucha complejidad en la que nos movemos y en donde todas y cada una de esas realidades supone atención, dedicación. Cuando vemos este mundo complejo, para poder llegar a todos con lo que se espera de nosotros en la donación de nuestro propio ser en caridad, necesitamos este don de tener una buena agenda que no consiste solamente en darles un espacio a cada uno de una manera equitativa, sino a cada uno lo que le corresponde, esto es la verdadera justicia y el momento justo y eso supone discernimiento. Por eso junto al don de la mansedumbre, tenemos que pedir este don de discernimiento, de saber elegir el momento y el modo oportuno de cómo estar donde tenemos que estar, siendo todo nosotros los que estamos allí presentes. Porque lo que nos pasa a veces es que cuando la realidad se muestra tan compleja, en ningún lugar terminamos estando todo nosotros, sino es como si fuera una parte de nosotros al lugar donde estamos, cuando en realidad se requiere a nosotros todo nuestro ser. Ahí donde nos toca estar concentrando todo nuestro ser, aún cuando sea muchas más las demanda que tengamos respecto de nuestra presencia en servicio en esta agenda compleja, cuando es así, cuando somos capaces de estar todo nosotros en cada una de las partes donde se requiere de nuestro estar, estamos cerca de este lugar donde Dios nos quiere siendo capaces de donarnos a nosotros mismos y esto es fruto del ser dueño de sí mismo. Cuando yo soy dueño de mí mismo tengo la capacidad de donarme a mí mismo.

Que Dios nos regale este don de su gracia.

 

Jesús, el manso, el dueño de sí mismo.

 

Si las bienaventuranzas son el autorretrato de Cristo, al comentar cada una de ellas, primeramente se debe considerar cómo ha sido vivida por Él. Sus evangelios son de comienzo a fin la demostración de la mansedumbre de Cristo. En su doble aspecto de humildad y de paciencia. Él mismo, hemos recordado, se propone como modelo de mansedumbre. A Él Mateo aplica la palabra dicha sobre el siervo de Yahvé en Isaías, no discutía, ni gritaba, “la caña cascada, no la quebrará ni apagará la mecha humeante”.

En su entrada a Jerusalén, montado en un asno, se lo ve como un ejemplo de rey manso, que huye de toda idea de violencia y de guerra. La prueba máxima de la mansedumbre de Cristo se tiene sin embargo en su pasión. Ningún arranque de ira, ninguna amenaza, este trato de la persona de Cristo se había grabado de tal modo en la memoria de sus discípulos que San Pablo queriendo animar a los corintios a través de algo querido y sagrado, les escribe: “Los exhorto por la mansedumbre y la bondad de Cristo”. Es como decir, desde el corazón mismo del evangelio los invito, es como si Pablo entendiera que hablar de Jesús, es hablar de su mansedumbre y de su bondad. Es verdaderamente el rostro más transparente en el cual encontramos en estos rasgos la identidad profunda del Maestro. Pero Jesús ha hecho mucho más que darnos un ejemplo de mansedumbre y de paciencia heroica, ha hecho de la mansedumbre y de la no violencia la marca de su verdadera grandeza que ya no va a consistir mas en elevarse solitario sobre los otros, sobre la masa en su liderazgo, sino en rebajarse para servir y elevar a los otros sobre la cruz. Dice Agustín, él revela que la verdadera victoria no consiste en crear víctimas sino en hacerse víctimas.

Jesús, el servidor. Jesús, el entregado y el ofrecido. El que carga sobre sí nuestras culpas y nuestros pecados. El que no discute ni grita. El que no se quebranta ni se apaga en su fuego en medio del dolor, nos invita a nosotros a mirar la realidad en toda su complejidad desde nosotros mismos con calma y serenidad, diciéndonos que Él nos ha dado todo para que seamos felices y que no hay más que vivir en fidelidad a lo de cada día para alcanzar esa promesa que está en lo más hondo de nuestro ser.

 

 

 

                                                                                     Padre Javier Soteras