Bienaventurados los pobres y sencillos

miércoles, 9 de septiembre de 2015
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Eucaristía (7)

 

09/09/2015 – Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!

¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre! ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!

Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas! ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

Lc 6,20-26

Estamos en el contexto del anuncio de las bienaventuranzas, el decálogo con el que Jesús establece el nuevo orden del reino, así como Moisés en el monte de Sinaí. En este escenario, también en la montaña, Jesús proclama a viva voz las bienaventuranzas con las que los portadores de la buena noticia en Cristo son capaces de proclamar la felicidad en medio de los dolidos.

Las mejores de las bienaventuranzas en torno a los pobres es la biografía del mismo Señor. “Nuestro Señor Jesucristo que siendo rico, por nosotros se hizo pobre, a fin de enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Aquí se muestra claramente la pobreza de Jesús en término material y también en sentido, porque Cristo estando en plenitud se hizo pobre, se despojó de sí mismo para revestirnos con su gracia, Él soportó y asumió la pobreza material para regalarnos la riqueza interior de su pobreza material. Nos vino a hacer interiormente ricos a nosotros y a regalarnos el don de la felicidad y de la alegría. Se igualó a nosotros para elevarnos a Él. Por eso toda realidad de pobreza, de sufrimiento, de dolor bajo los signos de persecución y desprecio, existencialmente crucificante, está revestido de la gracia del Señor resucitado.

Hay lugares de la vida que claman por éstas realidades de bienaventuranzas, en medio de los dolores y sufrimientos, donde Dios se muestra providente y te hace feliz y te permite sonreír a pesar de todo. Proclamarla en medio de las circunstancias duras y difíciles es testimonio que el mundo recibe de éstos bienaventurados de los cuales el Señor se vale para seguir proclamando la buena noticia.

La beata Angela Folino escribió una página de gran profundidad sobre ésta pobreza del Salvador. Decía la mística italiana: la pobreza tiene 3 modos de ser.

El primer grado de la perfecta pobreza de Cristo fue que el quiso vivir pobre de todos los bienes temporales de éste mundo. No quiso para si una casa ni un terreno ni salario. Fue pobre, tuvo hambre, sed, padeció el calor y el frío y la fatiga, todo tipo de privación y necesidad. No dispuso de valor ni refinamiento.

La segunda pobreza fue que El quiso ser pobre de parientes y amigos.

La tercera pobreza fue que quiso despojarse de si mismo, quiso hacerse pobre de su misma fuerza divina, de su sabiduría, de su gloria, de su poder. Abandonó en cierto modo algunas cualidades divinas por así decirlo y en ese revestimiento real como nosotros nos animó a descubrir que en la humildad y en la sencillez está la fuerza del que quiere lo nuevo para si mismo.

En Cristo la pobreza brilla porque la grandeza del Dios viviente se muestra en sus milagros y Palabras, en su decir y en su obra. La pobreza como elección nuestra de profunda comunión con el misterio de Jesús no es sencillamente para hundirnos debajo de la tierra, ni el sentimiento de ninguneo en nuestra elección, sino para que allí se manifieste el poder y la grandeza de Dios. Mientras hacemos opción por vivir de manera sencilla, austera, pobre esperamos a que se manifieste la grandeza de Dios. Vivimos la certeza de que Dios ha de mostrar su grandeza en medio de tanta pobreza y fragilidad. Elegimos ese camino porque esperamos que se manifieste el poder de Dios.

Elegimos el camino de la sencillez, la pobreza, la austeridad porque sabemos que Dios valiéndose de ese estilo, allí mismo Dios ha de manifestar la grandeza de su amor que es manifestación de su gloria, la que nos hace realmente felices. 

El testimonio de María la mujer pobre, alegre y sencillo, de la que Jesús aprendió junto con la de José, ellos cantan en medio de su opción de vida sencilla, aprovechando todas las circunstancias en la que Dios los puso para que se manifestara su gloria. Dios elige a los humildes y pone su mirada en los pobres. Desde allí no sólo aceptamos que sea de ese modo, sino que alentados por el testimonio de María y del justo José nos animamos a cantar las maravillas de Dios. Nuestro ser pobre es un lugar gozoso y alegre y no un lugar de pena ni de auto conmiseración, ni de espíritu victimista… Elegimos el camino de la pobreza, de la sencillez, de la austeridad, del abajamiento y de la humildad porque creemos que allí se manifiesta con poder la Gloria de Dios, y eso nos pone contentos mientras esperamos la manifestación y cuando ya llegan sus promesas. Mientras aguardamos y mientras se concreta, en medio de la opción por la sencillez, vivimos alegres con la conciencia de que el Señor hace su obra grandiosa en nosotros. 

En contraposición de un mundo poderoso que busca asegurar detrás del dios dinero, de la imposición de criterios humanos, nosotros entendemos una lógica distinta. El hombre nuevo que Cristo viene a manifestar aparece en los pobres y sencillos de espíritu. Hoy le digamos a Jesús “creo Señor que en este presente de cierta oscuridad que me toca transitar tu gloria se va a manifestar, por eso hoy canto tu grandeza, la que vendrá y la que va apareciendo. Que en el abajamiento, mientras canto con alegría, me muestres tu poder”.

Jesús, el Bienaventurado

Hasta donde nosotros sabemos, y lo manifiesta muy bien José Luis Martín Descalzo en “Vida y misterio de Jesús de Nazareth”, Jesús no pertenece por condición social al proletariado de su tiempo, es decir a la clase baja de la sociedad. Era un artesano. Se ganaba la vida junto a su Padre con su propio trabajo. Podríamos decir que tenía una empresa de servicios lo cual implica una condición mejor que el trabajador en relación de dependencia. También durante la vida pública el prestigio del que gozaba, las invitaciones de personas acaudaladas, las amistades como la de Lázaro, el vínculo que tiene con Nicodemo, su relación con Zaqueo, la ayuda que recibe de algunas mujeres que se disponían de servirlo con su fortuna, muestran su pertenencia a una clase obrera independiente que busca hacerse en lo de todos los días una “changa” con un trabajo digno.

La misma expresión las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos pero el hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza se explica más bien pensando en su condición de itinerante, sin morada fija. Esa es la historia de su familia. María con el niño en vientre yendo a visitar a su prima Isabel, junto a José a Belén, luego ambos en el exilio en Egipto, después volviendo a Nazareth. La condición peregrina de Jesús está en el Adn de su familia, por eso este Peregrino es un andador incansable y no tiene guarida. Sólo la casa del Padre es su lugar donde descansar, en donde Él va para preparar una morada a sus seguidores. Exhala en la cruz y encuentra reposo en las manos de su Padre. Nosotros lo mismo. Mientras tanto es un itinerante predicador, en donde encuentra descanso en el vínculo de amistad con Lázaro, María y Marta, y todos aquellos que lo reciben con cariño.

Nosotros, llamados a vivir en ese mismo espíritu como una Iglesia en salida, peregrina, con la misión de llevar la buena noticia a todos, encontramos en el estilo de Jesús de Nazareth el modo de encarnar el llamado que hemos recibido. Peregrinos incansables, anunciadores de la buena noticia somos llamados a vivir ese estilo peregrino en profunda comunión y amor con el misterio de Cristo Jesús, pobre, humilde y sufriente encarnando la bienaventuranza. 

Jesús encarna las bienaventuranzas. Él es el feliz por haber tenido hambre y haberla saciado en la voluntad del Padre; Él ha llorado por Jerusalén y por la muerte de su amigo Lázaro y se ha visto gozosamente feliz viéndolo resucitar y en la cruz como redentor de Jerusalén; Él es feliz en medio de los desprecios de los maestros de ese tiempo que negaban la fuerza de su poder como hijo de Dios, Él es el que se alegró y se llenó de gozo cada vez que el Padre obraba en su persona liberando a enfermos, ciegos, cojos, mudos.. Él se gozó viendo anticipadamente el reino de Dios en la multiplicación de los panes.

Todo el relato de las Bienaventuranzas habla de Jesús y de nosotros, si nos animamos a creer que en todas las circunstancias desfavorables el poder de Dios se manifiesta. El modo de mantenernos gozosos en medio del dolor depende de cuánto tengamos puesta la mirada en la Gloria de Dios. Como es el caso de Esteban que mientras le lanzaban piedras para matarlo, su rostro resplandecía porque contemplaba el cielo que se habría y el rostro de Dios. Al bienaventurado pobre, lo que nos alienta es contemplar el rostro de Dios. “muéstranos tu rostro Señor”. Eso le pedimos a Jesús mientras tenemos la ardua tarea de proclamar la buena noticia en medio de nuestro mundo. Nosotros anunciamos esta Buena Noticia rompiendo los códigos de alianza de idolatría y sabemos que ese territorio es doloroso y de lucha. Contemplar su rostro y vivir de su gloria, alabándolo y bendiciéndolo es lo que nos permite salir para arriba y en lo muy cotidiano de cada día sostenernos en la lucha de cada jornada.

Padre Javier Soteras