“Bienaventurados los que lloran”

martes, 25 de junio de 2013
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Bienaventurados los que lloran

“Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados” (Mt.5, 4).

“Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares” (Sal 125,5).

Las bienaventuranzas no son un código muerto que la Iglesia debe recibir y trasmitir lo más fielmente posible, sino que son una fuente de inspiración para siempre, porque Aquél que las ha proclamado ha resucitado y está vivo. Jesús no nos ha dado palabras muertas que debemos encerrar en pequeñas cajas y conservar en aceite rancio; nos ha dado palabras vivas para nutrir, palabras de vida que no se pueden conservar más que vivas. Estamos llamados a nutrir con la palabra de Dios, a nosotros nos pertenece y de nosotros depende hacerla entender por los siglos de los siglos, hacerla resonar. ¿Cómo y de qué manera? Haciéndonos uno con Jesús y descubriendo que la fuerza de su mensaje viene a tomar la vida en cada una de sus instancias, en los mínimos momentos y en las máximas exigencias. Si nos dejamos tomar por esta Palabra “Felices los que lloran porque reirán” en el momento del llanto, en el dolor sereno por alguna circunstancia dura, podremos abrir con las lágrimas un camino de esperanza. El que siembra llorando, cosecha cantando.

¡Cuántas veces en tu vida las cosas fueron de una profunda pena, dolor, sacrificio, entrega hasta las lágrimas cuando tuviste que enfrentar situaciones difíciles! Pero caminaste en la esperanza de encontrar una ruta y, de pronto, ese caminar penoso y triste fue regando la tierra en que habría de fecundar lo mismo que en ese momento te hacía padecer. Hay muchas experiencias en ese sentido. Yo comparto la que nos regala el Señor en este lugar que compartimos, y lo sé de tantos a los que nos ha costado mucho poner en marcha, sostener y acompañar. Y hoy nos sigue costando este proyecto que Dios nos ha regalado, donde el primero que lo sembró con su sangre y sus lágrimas fue Jesús y -en comunión con Él- su Madre. Nosotros entendimos que valía la pena apostar a esta obra; y lo que costó tanto sacrificio y esfuerzo, hoy es un jardín florecido en toda la RepúblicaArgentina, donde con el aroma de María tantos reconocen la gracia que se esconde detrás de esta obra suya. Vos también, quizás, serás testigo en tu camino, en tu búsqueda, en tu proceso de madurez, de que para sacarle fruto a la tierra hace falta que caiga el sudor de la frente.

Por el camino de la penitencia

“Felices los que lloran y están afligidos…”. Los exégetas excluyen, casi unánimemente, que se trate de los afligidos en un sentido solamente objetivo, sociológico. El elemento subjetivo, el motivo del llanto, es determinante: desde dónde la persona se ubica frente al dolor, cuál es el motivo. Los Padres y los autores espirituales antiguos insistían sobre el motivo penitencial: las lágrimas del arrepentimiento por los pecados. Los autores modernos proponen un motivo existencial: el llanto de aquellos que se sienten extranjeros sobre la tierra, lejos de la patria, de aquellos que se afligen por el sufrimiento desmedido que hay en el mundo. Un llanto como el del Padre Pío, que en la Eucaristía entraba en tan profunda comunión con Jesús sufriente en la vida de los hermanos, que se quebraba ante la sangre derramada incruentamente sobre el altar de la Eucaristía, y cruentamente en tantas angustias de dolor y de búsqueda, de pena y sufrimiento de los que después se arrodillaban penitencialmente en su confesionario.

El cosmos llora el parto del mundo nuevo

Un “llanto cósmico” podríamos denominar en referencia a lo que San Pablo dice en la Carta a los Romanos (8, 18-23): “Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo.” La creación y los hombres están en pena, a la espera de la manifestación plena de la redención. Es el llanto de quien aguarda el tiempo nuevo que vendrá: pena y sufre porque aún no llegó. Como aquella expresión tan elocuente de Santa Teresa de Ávila:

Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.

Es decir, sufro y padezco por el hecho de no estar definitivamente con Dios. Y en este sentido, quien ha tenido una experiencia mística de profundo encuentro con el Señor y ha tocado -de alguna manera- el cielo con las manos, vive lo terrenal y cotidiano como en un valle de lágrimas.

Es condición del ser humano -en términos existenciales y de cara a Dios- el sufrir y padecer. Si subjetivamente asumimos esta condición, la bienaventuranza forma parte de todo ser humano: desde el momento mismo de salir del seno materno, el recién nacido pega un grito y derrama una lágrima. Luego, todo supone esfuerzo, entrega, dedicación, método, constancia. En un mundo de espiritualidad teñida de lo mágico y lo fácil, esta perspectiva no es siempre bienvenida; pero es la única que Jesús ha planteado como modo de alcanzar la plenitud.

Quien quiera seguirme, que sepa que debe cargar su cruz. Una vida en plenitud es fruto del esfuerzo y del sudor, que es otro modo de lágrimas con que nos encontramos todos los días. Entonces, felices los que trabajan, felices los padres que tiene la difícil tarea de poner los límites a sus hijos para mostrarles el camino, feliz el trabajador, feliz el estudiante, feliz el operador de radio, feliz quien coordina la programación… Todos estamos llamados a vivir en plenitud y en felicidad, mientras en la vida sentimos que con pena conquistamos lo que nos hace falta para ser plenos y felices.

 

Bienaventuranzas de la juventud*

Bienaventurados los muchachos y las chicas que hacen de la vida una ofrenda, un deber y una obligación.

Bienaventurados los muchachos y las chicas que deciden su futuro orando, consultando y reflexionando.

Bienaventurados los muchachos y las chicas que postergan su noviazgo hasta consolidar su voluntad, disciplinar su afectividad y madurar su inteligencia.

Bienaventurados los muchachos y las chicas que optan por una carrera o un oficio para servir mejor a la comunidad.

Bienaventurada la juventud que se enamora de Cristo y quiere proclamar ese amor.

Bienaventurada la juventud que sufre cuando la Iglesia y el país padecen, y se alegra cuando la Iglesia y la patria triunfan.

Bienaventurada la juventud que trabaja por la paz y la que tiene sed y hambre de justicia.

Bienaventurada la juventud que busca primero el Reino de Dios y lo demás lo considera añadidura.

Bienaventurada la juventud orante, penitente y eucarística.

Bienaventurada la juventud que prefiere perder el ojo, el brazo, el pie, si ese ojo, pie o brazo es ocasión de pecado.

Bienaventurada la juventud que es fría o caliente, porque la tibia será vomitada por el Señor.

Bienaventurada la juventud que, como María, se hace esclava de la Palabra del Señor.

Bienaventurada la Iglesia que cuenta con semejante juventud, porque el Señor hará grandes cosas con esa muchachada.

Bienaventurada la Patria que cuenta con una juventud recreada, porque renovará su cultura, sus valores, sus instituciones, sus cuadros sociales, sus líneas de pensamiento, sus fuentes inspiradoras, y sus modelos de vida y recuperará así su identidad nacional y cristiana.

Felices ustedes, los jóvenes con alma de pobres, porque de ustedes es el Reino de los cielos.

Felices ustedes los jóvenes que ahora sufren, porque serán consolados.

Felices ustedes los jóvenes que ahora son incomprendidos, insultados y hasta odiados por la causa del Hijo del hombre, porque les espera una gran recompensa en el cielo.

Felices ustedes los jóvenes que proclaman la grandeza del señor.

Felices ustedes que se alegran en Dios, el Salvador, porque a ustedes los miró y amó Aquél que es poderoso.

Felices ustedes, porque ha obrado con los jóvenes cosas estupendas Aquél cuyo nombre es santo y cuya misericordia se extiende de generación en generación.

A ustedes los colocó Dios en la vanguardia de su nuevo Israel, la Iglesia, para realizar sus designios misericordiosos, como lo había prometido a nuestros padres y a sus hijos por siempre jamás.

*Mensaje de Mons. Vicente Zaspe pronunciado durante la celebración del Congreso Mariano Nacional – Mendoza, 1980

 

P. Javier Soteras