28/09/2016 – Al Cura Brochero se lo conocía como el gran evangelizador entre su gente. No fue un doctrinero (por más que en la época se enseñaba doctrina más que generar un proceso de evangelización), sino un evangelizador, un hombre enamorado de Jesús y de su Palabra que puso su vida al servicio de la causa del evangelio y de la promoción de los hombres.
Jesús le respondió: «Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican». Lucas 11,28
En cuanto miembro de la Iglesia y en cuanto sacerdote, Brochero estaba llamado a un íntimo encuentro con la Palabra de Dios. La Palabra que lo alimenta y la Palabra que debe comunicar; la Palabra que le expresa su vocación y la Palabra que lo lleva en su misión. Diversas fuentes de testimonios sobre Brochero nos hablan de este contacto suyo, un contacto “rumiante” con la Palabra de Dios.
“Los testimonios son convergentes. Era muy versado en las ciencias sagradas y las meditaba profundamente. Le oí predicar muchas veces y era muy gráfico en sus explicaciones y se basaba en comparaciones de la vida común. Era un hombre conocedor de las Sagradas Escrituras, leía con frecuencia el Santo Evangelio”
Esto que parece tan común en su época no lo era tal. No se acostumbraba, incluso entre los sacerdotes, acceder permanentemente a la Palabra de Dios más que en la liturgia. Además había muy pocos ejemplares traducidos al español, y Brochero tenía uno.
Notable resulta el testimonio de Monseñor Raimundo G. Castellano quién dice: En cuanto a que si era versado sobre las Sagradas Escrituras el testigo manifiesta que difícilmente otro sacerdote conociera tan bien el Santo Evangelio, como el Siervo de Dios. En casa del Dr. Galíndez, los dos únicos libros que tenía sobre su mesa eran el Santo Evangelio y la Imitación de Cristo. Y un Padre Misionero decía que el Siervo de Dios conocía de memoria los Evangelios y algunas cartas de San Pablo.
Sólo cuando se tiene al Evangelio muy adentro se lo puede vivir con claridad y con vocación de servicio en el compromiso por la promoción de las personas; esto verdaderamente identifica la figura de nuestro Cura Gaucho, José Gabriel del Rosario Brochero.
Otro testimonio que habla acerca de los dones y la caridad pastoral de Brochero sostiene: Oraba con frecuencia y meditaba los sagrados Evangelios. Brochero se anticipó al Concilio notablemente. Este conocimiento proveniente de la escucha, la oración y la meditación de la Palabra, se traducen en una predicación evangélica de calidad. En realidad, su predicación era ´siempre basada en el Evangelio. Es al estilo de Jesús, “un profeta grande en obras y en palabras”.
Citaba de memoria la Palabra de Dios. Su modo, su estilo, su manera de decir las cosas grandes en forma simple lo ponía en profunda sintonía con el Maestro de Galilea, con Jesús. Sin duda, Brochero encontró no solamente un modo de conceptualizar con claridad las verdades que el Evangelio revela a la razón, sino que las hacía pasar por el corazón, dejándose tomar en los sentimientos y en los afectos.
Quién marcó su vida en el espíritu fue San Ignacio de Loyola con sus composiciones de lugar en los Ejercicios espirituales y con su manera tan gráfica de acercar el Evangelio al corazón. El saber usar y saber trabajar con la imaginación es algo en lo que Brochero fue un gran maestro. Y en este sentido nos ha dejado más de un testimonio, este contacto vivo con la Palabra se manifiesta en hábitos concretos y simples. El único libro que llevaba cuando viajó con su mula a la provincia de San Luis, según recuerda un viejito que lo acompañó en esa travesía, fue sólo el Evangelio. Brochero leía la Palabra, luego se callaba, meditaba y después recién predicaba.
Si yo busco decir cuál es la síntesis de la biblioteca de Brochero, enunciaría esto: la Palabra de Dios, los Ejercicios de San Ignacio, la meditación de Cristo, el Misal y algo que no es un libro pero si es la cosa más linda y más importante: el Santo Rosario. Es por este camino de oración mariana donde el Cura Brochero fue haciendo suyas las verdades del Evangelio. Esto mismo es lo que Juan Pablo II nos ha dicho bellamente: el Rosario es el modo simple de penetrar hasta llegar al corazón del Evangelio; esta oración, si se hace constante, es como una gota que va perforando el corazón. Así Brochero lo fue descubriendo, Rosario en mano de la Purísima, y éste le trajo el contacto con la Palabra de Dios. Desgranando rosarios va José Gabriel del Rosario Brochero, va sumando cuentas tras cuentas, en la búsqueda de aquellas verdades que están escondidas como semillas en el corazón de un pueblo, que al encontrarse con el testimonio viviente en él, no hizo otra cosa que dejar sembrar el Evangelio, la Palabra, la vida nueva de Jesús en su propio corazón y dejarlo germinar en su propia alma.
Cuando ya Brochero enfermó de lepra, la Hermana Lucía Soto, durante los últimos años lo atendía en su habitación donde le leía los Santos Evangelios que, según el Siervo de Dios, era el ´pasto` que le servía para rumiar durante todo ese día. Ella misma lo refiere:
Brochero ´preparaba asiduamente la predicación de cada domingo, incluso cuando estaba ciego se hacía leer el S. Evangelio con alguna hermana, muchas veces yo misma le leía. Cuando terminaba la lectura, me agradecía diciéndome: ´Muchas gracias, hermana Lucía, ya tengo pasto para rumiar todo el día.
Esto es, en definitiva, lo que nos enseña el camino de la Lectio Divina. Tal vez Brochero no tuvo contacto con este método orante de la Palabra de Dios, pero sin dudas ha visto como la vaca a la hora de haber procesado bien el alimento lo va degustando, lo va rumiando. Indudablemente lo elaborado, lo que la vaca va haciendo de los pastos que va comiendo, Brochero lo vio, lo sabía, y le habrá enseñando el Señor que, como la vaca para que el alimento sea bien procesado y bien trabajado para que produzca buenos frutos, no solamente hay que saber tragar, sino también hay que saber masticar, hay que saber gustar el alimento, procesarlo internamente. Tal vez sea también la indicación de Ignacio de Loyola cuando dice que para saber hacer un buen ejercicio en el espíritu hay que gustar interiormente las cosas de Dios, gustarlas por dentro, saber gustarlas y saber detenernos en ellas. Esto es rumiar la Palabra, saber gustar interiormente lo que Dios nos va dejando en el corazón.
También queda claro que Brochero se quedó impactado cuando conoció la belleza del Valle de Traslasierra. Y así lo dice en uno de sus escritos:
“El amor eterno de Dios hacia el hombre está escrito en todas las maravillas de la creación: él brilla en todas las obras de su omnipotente. Los prodigiosos fenómenos de la naturaleza, que a cada paso nos asombran, publican por todas partes ese amor: lo mismo hacen esos luminosos astros, que embellecen el firmamento: igual cosa publican las refulgentes estrellas, que tachonan, y esmaltan la bóveda celeste. El cambio periódico de las estaciones, la riqueza del mundo vegetal y animal, y todo lo grande, y sublime que presenciamos en el universo, predican, que Dios amó al hombre desde la eternidad, y que en él puso los ojos de su amor, y de su predilección: porque crió a este vasto universo para el hombre, para engrandecerlo y para ensalzarlo: el corazón y por eso lo hizo Rey de todo lo creado”.
Esta expresión brocheriana nos pone en sintonía con el paisaje que él tenía frente a sus ojos mientras desarrollaba su acción evangelizadora. Brochero fue un hombre rudo, fuerte, luchador, fue como las cabras que andan por las Sierras de Córdoba. Este hombre estaba seguro del amor de Dios porque pudo ver tanta belleza en esos paisajes. Este Cura Gaucho amaba su tierra, amaba su pago, sintió la presencia del amor grande de Dios que lo invitaba a confiar en Él como el Tata que vela por todos. Sin dudas que ese amor que le brotaba en lo profundo del corazón estaba hecho a la imagen del Tata Dios.
Otro de los testigos contemporáneos a Brochero decía de él: Su persona y actitud infundían fe a los que lo trataban. En cierta oportunidad oyó decir que un niño se ahogaba en el Río Primero de Santa Rosa y entonces de rodillas se puso a orar y un señor que estaba cerca logró rescatar al niño. Muchos consideraban que este caso de salvataje se obró, gracias del Siervo de Dios, que a la sazón era niño también. Hay que hacer notar que el hombre que intervino en esas circunstancias se había alejado un tanto del Río, donde los niños se estaban bañando, regresando imprevistamente, y se encuentra con que el río estaba creciendo y se llevaría la correntada al niño que logró rescatar, según el parecer de todos, por los ruegos del Siervo de Dios. Brochero sigue obrando y sobretodo entre los niños. Los dos milagros que lo llevan a los altares tienen a niños como protagonistas, es el caso de Nico Flores y de Camila Brusoti.
Así era este hombre de gran fe. Brochero tenía la confianza puesta en Dios y vivió su sacerdocio siempre alegre, siempre gozoso y generoso. Sin duda lo que marcó todo su sacerdocio fue la fe en Cristo, el Maestro, el que le mostraba al Tata Dios y su caridad pastoral.
Precisamente esa caridad pastoral ha sido el lugar desde donde Brochero bebió y mamó su ser sacerdote, era desde donde el cura estaba entre la gente. Así, entre las cabras y los paisanos, entre burros y sierras, en mula y andando en los arroyos, buscando la forma de traer agua a su gente, queriendo abrir caminos y abriéndolos, soñando con un tren que comunique a todos, armando los ejercicios espirituales, llegando a convocar a mas de 900 paisanos de la zona que, bajo el signo de San Ignacio, se encontraban con Jesús. Brochero tuvo un lugar desde donde todo podía concentrarse, todo podía armonizarse, todo podía hacerse. La variedad y riqueza de su amplio ministerio sacerdotal encontró un lugar en la caridad del pastor.
Padre Javier Soteras
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