Caminar en santidad

lunes, 4 de julio de 2011
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A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca". Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores.   Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".  Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. 

Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.  Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. –

 Mateo 4. 17 al 22.

PALABRA DEL SEÑOR.

 

Los testigos que marcan el camino de nuestro peregrinar de este tiempo, son los Santos. 

Ellos nos ayudan a encontrar costados y perfiles de la vida de Jesús en sus propias vidas, que nos alientan también a nosotros a caminar en Santidad.

Jesús aparece eligiendo a los primeros discípulos,  hoy queremos poner nuestros ojos sobre la vocación sobre Fraile Franciscano que Pío ha recibido como gracia,  a los 5 años cuando Jesús lo bendice,  y después,  esto después se reafirma en el encuentro con el hermano Camilo y aquella decisión suya, de ser sencillamente un discípulo suyo, quiero: Ser un Sacerdote. Bellísima imagen.

 Noviciado del Padre Pío

Todo tiempo de su formación en Cristo para quién a los 16 años, ha decidido dejar su casa e irse detrás de Jesús, siguiendo la vocación de Francisco de Asís.

Recordábamos ayer, cuando Pío recibe la Confirmación entre los 12 y 13 años,  su trabajo en el campo y su decisión de servir a Cristo desde esos lugares, donde Dios lo pusiera.

 Sus padres se dan cuenta de todas las posibilidades que su hijo tiene intelectualmente y deciden crear una formación informal, no podían mandarlo al colegio, la geografía no lo permitía, vivían en una zona de aldeas y de campos, pero habìa,  como y de que manera  pagando en particular, lo pudiera ayudar a orientarse en la educación y muy muy importante ha sido esa etapa que vá, desde los 12 a los 16 años cuando en un 6 de Enero de 1903,  Francisco Forgione junto con Nicolás Carusso, un joven sacerdote en representación del Párroco, el maestro Ángel Jacobo y dos amigos Vicente Mazonee y Antonio Donadita, se llegan hacia el lugar de formación de los Franciscanos.

Este paso que dá Pío es clave.

Sobre la puerta abierta aparecía la figura de un religioso, ¿sabes quién era?. Fray Camilo, aquél que cuando niño se encontró con Pío en el campo. Y Pío, le dá a entender que Jesús y la Virgen con quién jugaba Él, como un chico jugaba con autos u otras cosas lo visitaban siempre. Y ante la llamativa sorpresa de Fray Camilo, bueno deciles que a mí también me visiten.  – Bueno, yo le voy a decir a la Virgen que vaya a verte.- decía Pío,  con esa connaturalizad que veía lo sobrenatural. Allí estaba Fray Camilo de San Elías Piaccini. Quién había suscitado en Francisco Forgione, el deseo de ser un monje, le gustaba la barba que tenía, cuenta Pío. Y esto hizo que después,  él también tuviera barba, como un niño atraído por lo simple y lo sencillo, dentro de lo sobre natural  trascendente.

Aquel dìa después de la cena, el Padre maestro,  en ese  6 de enero, acompañó a los 3 postulantes,  a las celdas que les habían asignado.  A Francisco le tocó,  la número 28 sobre la puerta habìa está frase: “Ustedes  han de estar muertos y su vida esta escondida con  Cristo en Dios”.

Realmente,  como los principios son determinantes, como la vida de mortificación,  de identificación profunda con el misterio Pascual de Jesús, que Pío va a vivir durante toda su vida consagrada, particularmente asignada por los estigmas.

En aquella bienvenida estaba ya dicho sobre la puerta, que iba a ser su celda,  en el noviciado.

Cuando se apagaron todas las luces el resplandor de la luna iluminó, la expresión dolorosa del gran crucifijo, que colgaba en la pared que estaba en su pieza.

En aquel momento Francisco, fue invadido por la nostalgia, de su pueblo,  de su familia, sus padres, sus hermanos, sus campos y de sus tierras….y lloró…  amargamente lloró. Y se durmió. En el dormirse en esa ágil noche, ante la luna que penetraba en su pieza, como iluminando cual si fuera el sol. Francisco se despierta a las 4 de la mañana, para comenzar la oración matinal, en un ambiente muy exigente, en una zona muy fría, en la que vivía un invierno realmente muy crudo.

La madre tal vez y por esto lloraba Francisco, a dicho,  como le ocurrió a Teresa de Jesús, y nos pasó a muchos de nosotros cuando partimos, en el camino de la formación, sintió que su corazón se partía.

El de Pío posiblemente también,  por eso el llanto, el dolor, entre lágrimas ante aquella luna que lo miraba en la noche fría de su convento, le daban bienvenida a lo que iba a ser toda una vida marcada, en la entrega, sacrificio, la capacidad de morir a sí mismo,  para que sea Cristo quién viva en él.  Y a partir de allí, la frase que le daba la bienvenida en la puerta de su cuarto y que fue como ley motil, para toda su consagración.  Ustedes están  muertos y su vida está escondida con Cristo en Dios-.

A que me llama morir Jesús, para vivir en Él. Podríamos  en esta espiritualidad de mortificación, que no es, de masoquismo, sino,  de saber entregar la vida en Jesús para que Cristo viva más plenamente en nosotros.

Podríamos encontrar una veta por donde, la vida del resucitado gana en nuestro corazón. Te ánimas a pensar,  a que te llama Jesús a morir,  en este tiempo,  en el vos mismo, vos misma, para que sea Cristo quién  viva en vos, seguramente tiene que ver con aquello , con lo que Teresita,  la Santa que dejamos detrás en el camino, pero que nos dio la posta,  para caminar junto a Pío, decía , que era lo mas duro de todas las muertas, nuestra propia soberbia y egoísmo, hay costado, aristas , de nuestra vida egoísta y soberbia que piden ser pulidas.  Aprender a morir allí, ponerle nombre, a como y de que manera, se manifiesta y aparece esta realidad en nosotros y en Cristo con Pío, en camino de sencilla y habitual mortificación, sin estridencia, sino,  con la simpleza de asumir  lo de todos los días, lo que tiene de desafiante, saber morir, para en Cristo también vivir una vida nueva.

A pesar de aquel inicio doloroso, marcado por una cierta nostalgia en su corazón, abrazado a la cruz en aquella noche, como un presagio de lo que sería toda su vida, crucificada con Cristo,  para en Cristo dar mucho vida en el servicio pastoral, Pío no le costó el adaptarse a la vida Franciscana y rapidamente fue adquiriendo los hábitos propios de su nuevo modo de vivir.

Lo que a otros le costó mucho,  a él casi como naturalmente y por el gozo de haber estado, en el lugar donde siempre fue esperado, donde siempre fue soñado por Dios, estaba ya a punto entonces de tomar los hábitos de prueba,  que, no era  probar si el habito le quedaba bien, sino dar un paso hacia aquella decisión y determinación de Dios y de él.  De seguir este camino en total consagración al Señor.

Ese dìa del 22 de enero de 1903. Pío casi como si ya si tuviera toda la vida Franciscana entre sus manos comienza a ejercitarse en los hábitos propios de la vida de noviciado. Y recibe junto a otros novicios el talar que lo pone como aspirante a la vida religiosa, recibe los hábitos de prueba y las palabras que allí se dicen,  le quedan grabadas para toda la vida. Y él mismo cuenta, le fue dicho como modo,  de comienzo de una vida nueva.-  Te despoja el Señor del hombre viejo con sus acciones y te revista del hombre nuevo, según Dios ha sido creado en la justicia y en santidad de la verdad.

Francisco ayudado por los acólitos se despoja de su vestimenta y luego de besar,  se pone el hábito;  era rústico,  dice él  y áspero.  El maestro del novicio mientras le impone la capucha, agrega.  Pon fin Señor,  la capucha de la salvación sobre su cabeza, para combatir las insidias del demonio.  Y esto va a ser también,  algo de lo que va hablar toda la vida de Pío de Pietrelcina.   Como él, va a enfrentar de muchas maneras, y casi permanentemente las insidias del mal,  que buscan quitar la vida de Jesús en su corazón. 

Luego atándole alrededor de la  cintura un cordón blanco, se rezó. Reseña  al Señor con el signo de la pureza y apague en tí la fuerza de la devine de modo que permanezcas en tì,  en la virtud de la continencia y de la castidad.

 Después una vela encendida en su mano. Acepta luz de Cristo como signo de tu inmortalidad, de modo que muerto al mundo vivas en Dios surgido de entre los muertos, te ilumine Cristo. Concluyó el Padre Tomás del Monte Santa Ángelo,  cuando se entonó el canto del Beni Crearos Espíritus.  Francisco no pudo contener sus lágrimas,  estaba profundamente conmovido,  dicen: él y los que hacían de testigo en aquel momento. En ese instante, no se llamó mas Francisco Forgione sino Fray Pío de Pietrelcina.

Pío en el novicio.

El primer año del noviciado esta marcado particularmente por el silencio, un silencio que a muchos de sus compañeros  le costó  mucho vivir, uno de ellos estuvo a punto de volverse,  los que llegaron con él al noviciado.

Un silencio que no se interrumpía con nada, un silencio que solo se rompía algunas horas a la semana.

Un silencio que suponía un trabajo que lo acompañaba, rezar y trabajar fueron como las dos grandes guías que llevaban por delante,  en el camino a recorrer, llevaban la delantera, era por donde habìa que moverse.

En ese peregrinar suyo,  paciente, entregado y sacrificado,  en medio de un invierno cruel,  como calentarse,  salvo, algún hogarcito de leña en torno al cual se reunían los hermanos para compartir algunos momentos.

Pío en ese contexto llevaba la delantera por su testimonio de compromiso y de vida, por su entusiasmo,  alegría,  por su gozo de estar allí, en el camino de Francisco de Asís.

La única lectura que hacían por aquel año, eran de unas 15 páginas donde estaban las reglas de la comunidad. No habìa otro libro, no habìa otro modo en torno al cual, vincularse a la oración,  sino en lo que en el corazón suscitaban,  todas y cada una de las palabras que el místico Francisco de Asís habìa dejado como huella, para todos los que se animaran a seguir ese camino, de pobreza y entrega absoluta a la providencia de Dios.

Pío fiel a esto, recorrió un camino de silencio, duro, exigente pero,  bello al mismo tiempo,   desde el encuentro a lo sencillo,  en aquel paisaje particularmente reconfortante en la vida de campo, donde estaba instalado el convento. Donde el Señor lo invitaba a ir detrás de él, como y desde donde.  Desde la espiritualidad de Francisco con las reglas que marcaban el rumbo, y con esa decisión a la luz de  la Palabra de morir en Cristo para él vivir.

Él se sintió comprado por Jesús, desde la cruz y ya en el noviciado,  cuenta al respecto, como testimonio San Marcos Lewis, su vida concentrada en la meditación de la cruz de Cristo, y esto lo conmovía al punto tal, que derramaba muchísimas lágrimas al Padre Pío,  mientras oraba en el refectorio, en aquel lugar se congregaban en la capilla, en un piso de madera.

Después de un tiempo, decidió poner allí un pañuelo, porque uno de los hermanos se le reía y  burlaba mucho de como el lugar donde él rezaba,  quedaba todo mojado por sus lágrimas y asì con un pañuelito debajo de sus rodillas, logró como superar esta dificultad. 

Pero esto fue como el lugar central, desde donde Pío de Pietrelcina, se formó realmente, configurado desde muy temprano en la Cruz de Cristo Jesús.  El Señor lo hizo suyo en la Cruz poniendo en su corazón el deseo ardiente de meditar en torno a su pasión, lo cual,  lo conmovía y sacudía hasta las lágrimas.

Rápidamente el discípulo se constituyó también, en  maestro, en buen testimonio, en ejemplo la vida toda,  de Pío tomada por Jesús, a favor de su vida lo constituyó en eso.  A mediados de Noviembre de 1903 en el mismo año que habìa entrado al noviciado, superiores le confiaron a Fray Pío la tarea de instruir  a un joven novicio Fray Angélico de Sarno, éste quedó muy impresionado por las dotes humanas y religiosas, de este hermano y escribió sobre él.

Pocos días después de mi distinción del hábito capuchino en el noviciado de Marcone. Se me asignó como instructor, a un novicio entrado algunos meses antes que yo, Fray Pío de Pietrelcina.

 Él me dio las primeras lecciones de vida religiosas, las que conforman el nuevo ámbito en  que el aspirante a sacerdocio debe desarrollar su vocacion y formarse en la espiritualidad capuchina.

Durante tres meses, todos los días lo recuerdo como si fuese hoy,  el buen Fray Pío venía a mi celda para enseñarme las oraciones obligatorias, explicarme los artículos, de las reglas, las constituciones, para decirme una buena y persuasiva palabra en especial cuando con fina  intuición,  se daba cuenta de que mi vocación,  por motivos que ni siquiera yo podìa entender,  sufría algún titubeo de nostalgia y libertad. Pruebas que por otra parte,  son muy fáciles que agiten el alma de un joven, en plena adolescencia.

 Él era entonces un quinceañero, gobernado por los pensamientos mas diversos que la fantasía pudiese sugerir, esperaba con ansias la hora establecida por el Padre Maestro para la visita cotidiana de Fray Pío que me traía el buen consejo de hermano , que reforzaba mi vocación con un rayo luminoso de consuelo,  de ánimo,  de aliento, para aquel ministerio sacerdotal y apostolado al que cada uno de nosotros,  ya sea por caminos diversos, estaba llamado por el Señor para dar a madre provincia en camino de afianzamiento y de re organización.

Conservo en mi corazón la dulzura, afabilidad de Fray Pío, que me parecía desde entonces sumergido en una piedad inconfundible, sentida, profunda, conquistadora de otros corazones. Resaltaba entre todos los novicios por la diversidad de su comportamiento impecable.