14/06/2017 – A través de la liturgia celebramos el misterio de Dios y de encuentro con el hombre. ¿Cómo nos acercamos a vivir la liturgia? ¿Qué celebramos allí? ¿Por qué nos sentamos, nos ponemos de pie y nos arrodillamos? ¿Cómo la música puede acompañar en la vivencia del misterio y de la oración?
“En él vivimos, nos movemos y existimos”. Hechos 17,28
Es el mismo Cristo, el Señor, quien celebra en todas las liturgias terrenas la liturgia celestial, que abarca a ángeles y hombres, a vivos y difuntos, pasado, presente y futuro, cielo y tierra. Los presbíteros y los fieles participan en la celebración litúrgica de Cristo de diferente manera. [11361139]
En las celebraciones litúrgicas debemos prepararnos interiormente para la grandeza de lo que allí sucede. Aquí y ahora está presente Cristo, y con él todo el cielo. Allí están todos llenos de una alegría indecible y al mismo tiempo de amorosa preocupación por nosotros. El último libro de la Sagrada Escritura, el Apocalipsis, nos describe en imágenes misteriosas esta Liturgia celestial, a la que unimos nuestra voz aquí en la tierra. 0170
El culto o servicio divino es ante todo el servicio que Dios nos hace a nosotros, y sólo en segundo lugar nuestro servicio a Dios. Dios se nos da bajo signos sagrados, para que nosotros hagamos lo mismo: entregarnos sin reserva a él. [11451192]
Jesús está ahí, en la Palabra y el sacramento: Dios está presente. Esto es lo primero y lo más importante en toda celebración litúrgica. En segundo lugar estamos nosotros. Jesús entrega su vida por nosotros, para que nosotros le ofrezcamos el sacrificio espiritual de nuestras vidas. En la Eucaristía Cristo se nos da, para que nos demos a él. Por así decir, extendemos a Cristo un cheque en blanco sobre nuestra vida. De este modo participamos en el sacrificio salvador y transformador de Cristo. Nuestra pequeña vida es elevada al reino de Dios. Dios puede vivir su vida en nuestra vida.
Dios sabe que los hombres no sólo somos seres espirituales, sino también corporales; necesitamos signos y símbolos para reconocer y designar las realidades espirituales o interiores. [11451152]
Da igual que sean rosas rojas, anillo nupcial, vestidos negros, grafitis o el lazo de la lucha contra el sida, siempre expresamos las realidades interiores mediante signos y también nos entendemos así de modo inmediato. El Dios hecho hombre nos da signos humanos, bajo los cuales él vive y actúa entre nosotros: pan y vino, el agua del Bautismo, la unción con el Espíritu Santo. Nuestra respuesta a los signos sagrados de Dios, instituidos por Cristo, consiste en muestras de reverencia: doblar la rodilla, ponerse en pie para escuchar el Evangelio, inclinarse, juntar las manos. Y como hacemos para una boda, adornamos el lugar de la presencia divina con lo más hermoso que tenemos: con flores, velas y música. No obstante, los signos necesitan en ocasiones palabras que los interpreten.
Celebrar la liturgia supone encontrarse con Dios: dejar que él actúe, escucharle, responderle. Estos diálogos se expresan siempre en gestos y palabras. [11531155,1190]
Jesús habló a los hombres mediante signos y palabras. Así sucede también en la Iglesia, cuando el sacerdote presenta los dones y dice: “Esto es mi cuerpo, … ésta es mi sangre”. Sólo esta palabra interpretativa de Jesús hace que los signos se conviertan en sacramentos: signos que realizan lo que significan.
Donde las palabras no son suficientes para alabar a Dios, la música acude en nuestra ayuda. [1156-1158,1191]
Cuando nos dirigimos a Dios siempre hay algo inefable y algo que no expresamos. Ahí puede ayudarnos la música. En el júbilo, el lenguaje se convierte en canto, por eso los ángeles cantan. La música, en las celebraciones litúrgicas, debe hacer más hermosa e íntima la oración, debe tocar con hondura el corazón de todos los presentes, elevar hacia Dios y preparar una fiesta de tonalidades para Dios.
En la celebración litúrgica el tiempo se convierte en tiempo para Dios. A menudo no sabemos qué hacer con nuestro tiempo y nos buscamos un pasatiempo. En la Liturgia el tiempo se vuelve muy denso, porque cada segundo está lleno de sentido. Cuando celebramos el culto, experimentamos que Dios ha santificado el tiempo y que ha hecho de cada segundo un acceso a la eternidad.
Al igual que celebramos anualmente el cumpleaños o el aniversario de boda, así también la 0 LITURGIA celebra en el ritmo del año los principales acontecimientos cristianos de la salvación. No obstante, con una diferencia decisiva: todo el tiempo es tiempo de Dios. Los “recuerdos” del mensaje y de la vida de Jesús son al mismo tiempo encuentros con el Dios vivo. [1163 – 1165, 1194-1195]
El filósofo danés Soren Kierkegaard dijo en una ocasión: “O somos contemporáneos de Jesús o podemos dejarlo estar”. El acompañamiento creyente del año litúrgico nos convierte verdaderamente en contemporáneos de Jesús. No porque nosotros nos imaginemos estar o podamos vivir exactamente en su tiempo y en su vida, sino porque él, si le hacemos espacio de este modo, entra en mi tiempo y en mi vida, con su presencia que sana y perdona, con la potencia de su Resurrección.
El año litúrgico o año cristiano es la superposición del transcurso normal del año con los misterios de la vida de Cristo: desde la Encarnación hasta su retorno en gloria. El año litúrgico comienza con el Adviento, el tiempo de la espera del Señor; tiene su primer punto culminante en el ciclo festivo de la Navidad y el segundo, aún mayor, en la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en la Pascua. El tiempo pascual termina con la fiesta de Pentecostés, el descenso del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Las fiestas de la Virgen María y de los santos jalonan el año litúrgico; en ellas la Iglesia alaba la gracia de Dios, que ha conducido a los hombres a la salvación. [1168-1173,11941195]
El domingo es el centro del tiempo cristiano, porque en el domingo celebramos la Resurrección de Jesucristo y cada domingo es una fiesta de Pascua en pequeño. [1163-1167,1193] Si el domingo es menospreciado o eliminado sólo quedan días laborables en la semana. El hombre, que ha sido creado para la alegría, acaba como animal de trabajo y consumista idiotizado. En la tierra debemos aprender a celebrar como es debido, de lo contrario no sabremos qué hacer con el cielo. En el cielo se da el domingo sin fin. 104-107.
La Liturgia de las Horas es la oración general y pública de la Iglesia. Textos bíblicos introducen al orante cada vez más profundamente en el misterio de la vida de Jesucristo. De este modo, en todo el mundo, en cada hora del día, se da al Dios trino espacio para transformar paso a paso al orante y al mundo. No sólo los presbíteros y los monjes rezan la Liturgia de las Horas. Muchos cristianos para quienes la fe es importante unen su voz a la invocación de miles y miles, que se eleva a Dios desde todos los lugares del mundo. [11741178,1196]
Las siete horas litúrgicas son como un vocabulario de oración de la Iglesia, que nos suelta la lengua también cuando la alegría, la preocupación o el miedo nos dejan sin palabras. Una y otra vez nos asombramos al rezar la Liturgia de las Horas: una frase, un texto entero concuerdan “casualmente” de forma exacta con mi situación. Dios escucha cuando le llamamos. Nos responde en estos textos, a veces de un modo tan concreto que causa estupor. No obstante muchas veces nos exige largos periodos de silencio y de sequedad, en espera de nuestra fidelidad. 473,492
Con su victoria, Cristo ha penetrado todos los espacios del mundo. Él mismo es el verdadero templo, y la adoración a Dios “en espíritu y verdad” (Jn 4,24) no está sujeta ya a ningún lugar especial. Sin embargo, el mundo cristiano está lleno de iglesias y signos sagrados porque las personas necesitan lugares concretos para encontrarse y signos para recordar la nueva realidad. Cada iglesia es un símbolo de la casa celestial del Padre hacia la cual estamos en camino. [11791181,11971198]
Ciertamente se puede rezar en cualquier lugar: en el bosque, en la playa, en la cama. Pero dado que los hombres no somos únicamente espirituales, sino que tenemos un cuerpo, tenemos que vernos, oírnos y sentirnos. Necesitamos tener un lugar concreto cuando queremos encontrarnos para ser “Cuerpo de Cristo”; necesitamos arrodillarnos, cuando queremos adorar a Dios; necesitamos comer el pan eucarístico allí donde es ofrecido; debemos ponernos físicamente en movimiento cuando Él nos llama. Un crucero en el camino nos recuerda a quién pertenece el mundo y hacia dónde se dirigen nuestros pasos.
Una casa de Dios cristiana es tanto un símbolo de la comunidad eclesial de las personas de un lugar concreto, como un símbolo de las moradas celestes que Dios nos tiene preparadas a todos nosotros. Nos reunimos en la casa de Dios para orar en comunidad o a solas y para celebrar los sacramentos, especialmente la Eucaristía. [11791186,11971199]
“Aquí huele a cielo”; “Aquí uno está en silencio y reverentemente”. Algunas iglesias nos envuelven literalmente en una atmósfera densa de oración. Sentimos que Dios está presente en ellas. La hermosura de las iglesias nos remite a la hermosura, la grandeza y el amor de Dios. Las iglesias no son sólo mensajeros en piedra de la fe, sino residencias de Dios, que en el Sacramento del altar está ahí real, verdadera y sustancialmente presente.
Padre Javier Soteras
Material elaborado en base al Catecismo de la Iglesia Católica
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