Cómo afrontar la tentación

jueves, 13 de junio de 2013
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La lucha contra el tentador

El libro Mente abierta y corazón creyente del Cardenal Bergoglio nos invita a reflexionar, entre otras cosas, acerca de la vida cristiana como lucha contra el tentador. La expresión “lucha” o “combate” es típicamente ignaciana, jesuítica, y la Iglesia la utiliza mucho -sin connotaciones bélicas ni de violencia-. Por ejemplo, San Pablo en la Carta a Timoteo dice: “He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado lo que depositaron en mis manos. Solo me queda recibir la corona de toda vida santa con la que me premiará aquel día el Señor”. Hoy estamos luchando contra aquél que no quiere que se haga presente el Reino del amor. Por eso dice Pablo: “lleven con ustedes todas las armas de Dios para que puedan resistir las maniobras del diablo.”

Bergoglio nos advierte que la adhesión al llamado de Cristo será tentada: a veces con un susurro apenas audible, otras veces como un desafío; pero en el fondo, la frase siempre será la misma: ha salvado a otros ¿y no puede salvarse a sí mismo? Que baje ahora dela cruz y creeremos en Él. La ceguera de esta tentación es tanto más fuerte cuanto nuestro corazón pecador se aferra a otras vías de salvación, distintas a las que quiere el Señor. ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo, y a nosotros. A veces incluso tenemos compañeros de camino que también nos invitan a decirle al Señor bájanos de la cruz y entonces te seguiremos y creeremos.

Nosotros necesitamos reafirmar el camino de salvación del Señor: “el que quiera ser mi discípulo, que tome la cruz y me siga”. Pero el demonio, que es inteligente, sabe donde tentar. San Ignacio de Loyola lo describe como un caudillo inteligente que quiere vencer y robar lo que desea, que anda rondando por todas partes, sobre nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, para ver por dónde estamos más flacos y más necesitados para nuestra vida eterna, y entonces por ahí avanza y ataca. Su modo de tentar tiene distintas estrategias: a veces se hace fuerte, otras veces se hace seductor. Pero él ataca, porque reconoce el peligro de que ese cristiano permanezca en Dios. Por eso, la tradición cristiana suele decir que el lugar de la tentación es también lugar de gracia: es un transe difícil y de prueba pero, como tal, pertenece también al designio del Padre y es esencialmente tiempo de gracia y de salvación. La tentación tiene un nombre: el tentador, el demonio, que es inteligente y estratega.

Dimensión comunitaria

La lucha contra el tentador no es solamente algo personal, sino que también alcanza dimensiones comunitarias, pues son los momentos de turbación y de prueba que también amenazan nuestra comunión fraterna. Por eso, debemos estar atentos, debemos discernir comunitariamente. Si las enfrentamos en el Señor, serán lugares de gracia. A la tentación hay que desenmascararla, hay que ponerle nombre, hay que ayudar entre todos a descubrirla. Por eso los Ejercicios Ignacianos invitan de un modo especial, cuando el que se ejercita va descubriendo las mociones espirituales en su alma -consolación o desolación- a discernir y despejar lo que aconteceen su interior. Hacer los Ejercicios, dice el Cardenal Bergoglio, supone el coraje de decidirse a ver la verdad sobre aquello que más duele: el pecado yla tentación. La tentación tiene siempre rostro y gestos concretos y hasta lo que hacemos cuando somos tentados es concreto. La tentación tiene su estilo propio en la Iglesia: crece, se contagia y se justifica. Crece dentro de uno, subiendo de tono; contagia la enfermedad a la comunidad y tiene siempre una palabra a mano para justificar su postura. El tentador pretende transformarnos en enemigos de la cruz de Cristo.

La vida, entonces, se plantea como un combate. La lucha que debemos emprender es fundamentalmente pedirle al Señor que podamos trabajar, defender y construir en valores. Estamos llamados a hacer presente al Cristo vivo en la sociedad de hoy.

Bergoglio nos invita a tener presente que los padres de la fe también conocieron la tentación. Abraham fue tentado en su fe (cfr Gén 22,1), cuando el Señor le pide sacrificar a su hijo. Pero Abraham dio a Dios todo lo que tenía, porque la fe se vuelve obediencia. El pueblo judío fue tentado durante cuarenta años en el desierto. La tentación del desierto es grande, no solo porque devela el interior pecador de sus corazones, sino porque también allí se nos revela la fidelidad de Dios. Dice el apóstol Pablo que “la santidad del justo consiste en esperar contra toda esperanza, es atreverse acreer en las promesas, aún sin poseerlas.

La tentación también va a estar presente en nuestro camino, en la Iglesia; pero no tengamos miedo, porque Dios es fiel y hará misteriosamente de la tentación una prueba evidente de su presencia, de su amor y de su fidelidad.

La tentación, dice el Card.Bergoglio, es una prueba de la condición humana. No se la debe asimilar siempre al castigo. Fuimos acrisolados por el polvo y la ceniza (cfr. Job, cap 42);cuando hemos experimentado la cruz, ahí nos hemos unido de un modo muy particular al Señor Jesús, que también experimentó la prueba en su vida: al comienzo, en el desierto, ya es tentado; y seguirá, porque el demonio se alejó de Él hasta el momento oportuno -nos señala Lucas-; Jesús sufre la prueba hasta la agonía. En Getsemaní dirá: mi alma ahora está turbada, ¿y qué diré: Padre, líbrame de esta hora? Si para eso he llegado a esta hora. Jesús experimenta la prueba de sus parientes, en Pedro, a quien no duda en llamar Satanás. Por eso, la Iglesia ha de seguir el mismo camino de Cristo. La Iglesia en Pedro será zarandeada en su perseverancia; pero luego, Pedro convertido podrá confirmar a sus hermanos. También el cristiano debe andar en ese camino: será sometido a la prueba, pero consciente de que no ha sufrido tentación superior a la medida humana. Sabemos que es preciso que seamos afligidos con diversas pruebas para que, como dice la Carta a los Hebreos, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero, purificado por el fuego,y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo.

Fidelidad o infidelidad

El meollo de la tentación está en la fidelidad o infidelidad. Dios nuestro Señor quiere una fidelidad que se renueve con cada prueba; pero allí entra el demonio, el seductor. Satán busca la infidelidad, busca llevar al pueblo al adulterio. Pero Satán es vencido porel Señor.

Y María, nuestra Madre, también estaba presente en esa gran guerra. María estaba de pie en la cruz, en la prueba de su Hijo. La Madre, que no dejó a su Hijo, no nos dejará a nosotros, también hijos de Ella. Y sabe como aconsejarnos en la tentación. Por eso te invito a poner nuestra mirada en la Madre, en la Virgen, la que pisó la cabeza del tentador -esa serpiente que no nos puede hacer daño- porque hemos sido curados en las llagas de nuestro Salvador.

Padre Javier Soteras