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Cómo vivir el conflicto sin conflictuarse
jueves, 18 de octubre de 2007
Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: “te seguiré a donde vayas”. Jesús le respondió: “los zorros tienen sus cuevas, y las aves del cielo sus nidos, pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
Y dijo a otro: “Sígueme”. Él respondió: “permíteme que va ya primero a enterrar a mi padre”. Pero Jesús le dijo: “deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios”.
Otro le dijo: “te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos”. Jesús le dijo: “el que ha puesto la mano en el arado, y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”.
Lucas 9, 51 – 62
La negación de lo que nos pasa cuando nos pasa lo que nos pasa, puede ser muy difícil de tragar. En este proceso de búsqueda de una actitud, de una mentalidad nueva, para afrontar los conflictos, las crisis, las dificultades, y hacer de éstas una gran oportunidad de maduración, de crecimiento, la Palabra de Dios, hoy viene a nuestro encuentro, y nos dice con qué actitud debemos emprender el camino detrás de aquel que hizo de la cruz, el gran motivo a través del cuál madurar, crecer, extender el Reino.
La cruz, que es crisis. Peso y dificultad. Se tradujo en la vida de Jesús, en el camino a través del cuál, Dios el Padre, nos regaló en el Hijo, por Amor, dándonos para poder hacerlo también nosotros, la Gracia del Espíritu Santo, todo un programa, todo un proyecto. De allí que hemos querido detenernos, particularmente entre ayer y hoy, para abordar una vez más, lo que le da sentido a la vida del cristiano.
Jesús, cuando invita al camino nos dice; carguen con su cruz. Como diciendo, el que quiera encontrar la plenitud, va a descubrir en el árbol de la vida de la cruz, lo que está buscando para ser, lo que está llamado a ser.
Para madurar en plenitud. De allí que los conflictos, las dificultades, las crisis, para nosotros, son bendiciones, con las que agradecemos a Dios el poder asumir la vida como un gran desafío.
Cuando la cruz es mirada desde esta perspectiva, uno sabe encontrar herramientas a la mano con las cuales poder vivir de la mejor manera lo que parece insoportable, por un momento, cuando no afloja la dificultad.
¿Y cómo se hace?
¿Qué pasos hay que dar para poder vivir en plenitud el signo de la vida que es la cruz? En la propia existencia según ésta aparece en nuestro camino, identificándose con nuestras fragilidades, con nuestras debilidades, nuestros desencuentros. Los contextos en que vivimos, que no siempre son los más favorables.
El primer paso
que hay que dar
es el de la aceptación
. No resolvemos el problema si en primer lugar no nos detenemos a ver el problema. No solamente a ver y a contemplarlo, sino a decir “éste es el problema”. Y aceptarlo.
Este mirar la cosa de frente, no querer dibujarla, no querer como dulcificarla.
Esta aceptación no es mágica, puede llevar su tiempo. Se hace a veces con lentitud y dificultad. Según sea el conflicto de que se trata. Y ante la misma aceptación, pueden aparecer como diversas etapas. Que yo quisiera primero, antes de abordarlas, enumerarlas:
la negación
el enojo
la negociación con el conflicto
el abatimiento
y hasta llegar a la reconciliación con los que nos pasa
¿Te parece que caminemos juntos por estos lugares del estado interior, en el que vamos haciendo un proceso de poder asumir lo que nos pasa? Y a partir de allí resolver los conflictos positivamente. No como una caída, no como un tropiezo. Sino como una gran oportunidad para madurar y crecer.
Te invito a que hagamos juntos este camino.
La negación
de lo que nos pasa, cuando nos pasa lo que nos pasa, que es como que no lo terminamos de tragar, tiene como dos caras básicamente. La huída del conflicto, o la imposibilidad anímica de asumirlo.
¿Qué es la huída del conflicto? Es una forma de escapar y pasarse el día, como viendo para otro lado. Que puede ser de hecho, viendo televisión. Puede ser beber más de la cuenta, puede ser probar la droga. Puede ser sumergirse en el trabajo, puede ser embotarse en el mismo problema, o ahogarnos en un vaso de agua.
Es la forma también de no mirarlo de frente tal cual es. Ni agrandarlo ni achicarlo.
También puede darse que no haya una capacidad anímica para asumir la situación. Hay una imposibilidad anímica y entonces encontramos reacciones distintas frente al conflicto. Ya no sólo como huída. Es como “no es posible que esto me esté sucediendo a mí”.
Es como que no hay ánimos, no hay capacidad de ánimo, no hay respuesta anímica frente a lo que ocurre. Y yo me digo a mí mismo que “esto a mí no me puede pasar”. Como no poder aceptar que lo que ocurre, está ocurriendo.
A veces, esa incapacidad anímica, la resolvemos poniéndonos duros, rígidos. Y entonces no se nos mueve un pelo, no se nos mueve un sentimiento, frente a lo duro que nos pasa. Chocamos con todo lo que viene de frente, hasta que en algún momento nos desplomamos.
Y después de una de esas jornadas duras, difíciles, de lucha, donde te enfrentaste con un montón de dificultades y donde aparecieron conflictos a resolver, te encontrás al final, como caído, deprimido/deprimida, o estallás en un llanto, que dice que en realidad aquello en lo que te mostrabas tan firme, tan rígido, tan claro, no lo era tanto.
Es incapacidad anímica.
Un modo de reaccionar también en el proceso de aceptación, de lo difícil, es el
enojo
. El enojo que se traduce en un grito, y que se hace fuerte y que dice un
¿Por qué?
En una rebeldía, que expresa el descontento, y que empieza como a buscar el chivo expiatorio.
Que es como darle paso el otro momento del proceso de aceptación, que tiene que ver con el regateo. Ante una dificultad suelen buscarse como, chivos expiatorios. Trasladar la culpa sobre otro, y buscar negociar sobre otro el conflicto, hasta con Dios mismo; “si me veo beneficiado para superar esta dificultad con la que me encuentro, me voy caminando vaya saber hasta donde”.
Entonces empezamos como a querer negociar con al dificultad.
Y a ponerle condiciones si no es a Dios a otro. Como identificando el problema con un
exis, y decirle;
mirá, si hacés tal o cuál cosa, yo estaría dispuesto a tal o cual otra. Siempre y cuando se modifiquen las condiciones en las cuales está establecido el problema.
Como si el problema fuera otro. O el otro. Sin terminar de descubrir que en lo vincular, siempre hay un porcentaje que hemos aportado unos y otros. Cuando ha podido más que todo la tristeza, la vergüenza; nos sentimos como abatidos ante la dificultad. Y como dicen, no queremos más Lola. Y nuestra expresión frente a la dificultad es de brazos caídos. Es decir, abandonamos la lucha. Suele pasarle a los padres con los hijos. En el tiempo de la adolescencia, cuando dejaron de ser niños, y los problemas comienzan a tomar como otro carís. Otras características. Otros matices.
Chico chico, problema chico.
Chico mediano problema mediano.
Chico grande, problema grande.
Cuando empiezan a tomar como otros matices las dificultades en el proceso de educación, y a uno le parece que ni empezó, o en todo caso tiene que volver a comenzar a intentar ser padre. Ante toda la dificultad y la conflictividad que plantea la educación de los hijos adolescentes hoy, por cuanto en el contexto en el que se da la educación, muchos padres bajan los brazos.
Es una educación de brazos caídos. Bueno, pongamos los límites que hay que poner, no nos hagamos demasiado problema, y que Dios lo/la ayude, nos ayude.
Como si pudiera uno desprenderse del hecho de seguir gestando la vida en la educación de los que Dios les confía.
¿Cuándo termina por dar un paso importante en la aceptación, como primer paso del conflicto? Cuando después de haber pasado por todos estos lugares, cuando después de haber pasado por la negación, el enojo, la negociación, el brazo caído (el problema nos puede más), nosotros nos animamos a reconciliarnos con el conflicto.
Es decir; podemos dialogar con él. Y entrar a entresacar, que hay de un lado, que hay del otro. A esto lo podemos asumir cuando nos damos cuenta que el problema para resolverlo, hay que discernirlo.
Y para eso hay que darse tiempo
. Para sumar y restar. Para multiplicar y dividir. Para poner en la balanza, de un lado y de otro. Para mirarle el costado claro y el oscuro. Para hacer un trabajo de discernimiento y descubrir, frente a tal situación. Dónde están las fortalezas, dónde las debilidades? ¿Qué oportunidades se me ofrecen?
Esto que en la empresa hoy se llama foda, a la hora del análisis, y de los diagnósticos, hay que hacerlo también en la propia vida, cuando se nos presentan dificultades, que merecen que nos detengamos frente a ellas, no de cualquier modo. No gritando, no enojándonos, no negándola, no queriendo negociar con la cosa a ver si la podemos sacar lo más barata posible, ni tampoco decir,”bah, qué se yo! Que se arregle cada uno como pueda”, sino realmente afrontándolo. Tomando el toro por las astas, como decíamos ayer.
En esto hay que trabajar muy atentamente, con qué códigos psicológicos nosotros hemos sido marcados. Que nos vienen de la historia parental, y que a veces tiene como generaciones por detrás que la han ido construyendo. Que son miradas sobre la vida.
Porque una dificultad, un paisaje, una realidad, un otro, vos lo podés ver poniéndote los lentes negros, o queriendo pintar el mundo de color rosa. Y son dos modos diversos, ninguno de los dos es saludable. Ni las cosas son tan malas ni son tan buenas. Hay que salir de la tragedia y de la ingenuidad.
Lo que debemos buscar es el realismo.
Y el realismo nos hace llamar a las cosas por el nombre que tienen. Pero, hasta que le ponemos nombre hay una gestación interior dentro de nosotros, de relación con el conflicto, que hace que tengamos que salir de algunos lugares. Donde sin darnos cuenta, hemos ido como codificando a la hora de mirar las cosas todos los días, con un lente que no siempre, es el que nos da la mejor imagen de lo que nos está pasando.
Y esto tiene que ver en cómo nos hemos enfrentado a la vida, según nos educaron. Hay frases que son típicas en la vida de la familia, “un hijo mío nunca puede fracasar”, y cuando fracase qué va a hacer. Porque el fracaso forma parte de la vida. “Esta vida es una tragedia”, como suele escucharse cuando la dificultad gana la vida de una familia.
Hay gente que positivamente ha sido educada para afrontar las cosas. “Nos va mal, sigamos adelante, en algún momento va a aclarar”, “siempre que llovió paró”. Son frases sonsas, simples, sencillas, pero… que disponen interiormente a un modo a estar parado frente a la vida. Por eso a la hora de encontrarnos con una dificultad “x”, hay que también
estar atentos a los registros interiores con los que nosotros hemos ido codificando nuestra actitud frente al conflicto,
y saber desarmar lo que no nos ayuda y armarlos en aquellos lugares donde positivamente nos podemos para afrontarlos con realismo.
Seguimos juntos intentando encontrar herramienta, con las que poder hacernos cargo de lo que Dios nos pide que nos hagamos cargo.
El primer paso, decíamos es la aceptación, como primer momento de la resolución del conflicto.
El segundo paso,
para tener una actitud y mentalidad nuevas frente a lo conflictivo,
es el ofrecimiento
.
Una vez que nosotros le hemos podido poner nombre a lo que nos pasa, y podemos entresacar de lo bueno y de lo malo la mejor actitud para afrontarlo y buscar allí el modo de crecer y madurar en un proceso (que lleva la resolución de lo que nos ocurre); esto hay que entregarlo, hay que ofrecerlo.
Esto se hace en un diálogo, con Dios, diciéndole todo lo que está pasando y tratando de escuchar a este Dios, (que como compartíamos ayer) tiene un plan grande para nosotros. Y seguramente sobre este momento de la historia, y este lugar de cruz, Él tiene también una palabra de Vida, de Resurrección, de triunfo.
En este diálogo se va dando el ofrecimiento, la entrega de la vida, asociándonos a Jesús y su Pascua, para que con Él podamos dar vida y en abundancia. Permaneciendo unidos a Él, como dice el evangelio de Juan, en el cap 15 “ustedes darán fruto y mucho fruto”.
Un tercer paso
, es como ya hemos dicho de alguna manera, a la hora de buscar la forma de reconciliarnos con el conflicto,
es el análisis de la situación.
Ver la realidad, relativizar el problema, cuidar de no ser perfeccionistas en los juicios que hacemos, y también saber pedir ayuda.
Ver la realidad es como decíamos, tratar de que la cosa entre dentro de los parámetros, donde la cosa misma, difícil merece ser atendida. Y poner foco, atención allí sobre ese problema.
Hay situaciones que como no la sabemos afrontar, porque no podemos, porque no nos sale, porque nos rebelamos, porque la negamos, porque el ánimo no nos da, porque nos sorprenden y nos dejan mirando para otro lado… Cuando vivimos en las cosas de todos los días, es
como si la sombra de lo no resuelto se proyectara sobre cada una de las cosas que nos toca vivir.
Y entonces se va tiñendo todo del color propio del conflicto no resuelto.
Esto hace que, nosotros no podamos vivir en paz. Porque si el problema es “x”, hay que ubicarlo allí y no en otro lugar. A ver, si te duele la muela, andá al dentista. Si es un problema del espíritu, buscá un buen acompañante del espíritu. Si tu dificultad es psíquica, una ayuda terapéutica. Si es el corazón, andá al cardiólogo. Si es sobrepeso, andá al dietista.
Es decir, que cada cosa sea ubicada en el lugar donde tiene que estar. Tu vida no es esa dificultad. Y además esa dificultad tiene un modo de solucionarse, de encontrar respuesta.
Esto es relativizarlo al problema
. Es decir, hacerlo relativo a lo que el problema mismo encierra.
Y para esto hay que buscar la forma de no ser perfeccionista, a la hora de abordarlo. Porque con nuestros perfeccionismos solemos, como, resistir a la resolución del conflicto. Y nos incapacitamos para analizarlo como es.
De hecho, si vos pensabas que tu mujer era la mujer maravilla, andá tratando de darle otra figura, que se parezca más a lo que es. Tampoco es la bruja, no. Es quien es. Es esta persona, que tiene este nombre, este apellido y esta historia, estos sueños, este modo de sentir, este modo de reaccionar frente a las dificultades, este modo de vivir la vida con alegría, este modo de sufrir… Es esta persona, no es otra.
Si vos pensabas que tu muchacho, era el súper héroe. Bueno, no es el súper héroe, es éste. Te enamoraste de éste. Y con el que estás viviendo, es éste, no es otro. Tal vez, por allí, te juega una mala pasada la imagen fantasiosa de un hombre como debería ser. Como lo presentan algunos medios. Resulta ser que a vos te toca convivir con este hombre que es como es.
El realismo, el realismo es el que nos permite, como liberándonos de juicios perfeccionistas, encontrarnos con la realidad de las cosas como son.
Cuando uno se encuentra ante determinadas circunstancias, donde no le da la vida, tiene que decir “no puedo, ¿alguien me puede ayudar?, no entiendo, no sé, no me sale”. Que es otro modo de saber pararnos frente a la realidad para analizarla.
Cuando lo que tenemos entre las manos es difícil, no es fácil, tiene muchas aristas, uno le vio todos los costados, lo analizó de arriba abajo, miró para atrás, miró para adelante, sopesó el presente. Sobre todo cuando tiene que ver con lo vincular,
en un momento determinado hay que tomar una decisión.
Y a la hora de tomar la decisión, hay que hacerla con responsabilidad.
Este es el cuarto paso
.
Una decisión es madura, justamente cuando es responsable. Es decir, cuando la persona es capaz de dar respuesta de lo que ha tomado como decisiones. Es decir, hay razones que la asisten para hacer de la decisión que tomó, una decisión consolidada, fundamentada en el análisis que se hizo a la hora de poder abordarla como decisión.
Esto se da cuenta uno, que es así, cuando puede asumir las consecuencias que se siguen de lo decidido.
El otro costado es la inmadurez. Es aquel que no está dispuesto, dispuesta a asumir las consecuencias de la decisión.
Casarse con una persona que tiene un modo de pensar y de actuar, radicalmente distinto al mío, puede tener como consecuencia un divorcio, o un sufrimiento permanente. O puede tener como consecuencia, un encontrar un modo distinto de pensar que no sea el mío, y él o ella tenga la posibilidad de encontrar un modo distinto de pensar que no sea solamente el suyo. Es decir, pueden llegar a ser uno, dos muy diversos.
Una decisión es madura cuando, es una decisión consensuada, dialogada. Cuando, por ejemplo, vos decidiste cambiar a tu hijo de colegio porque no te da más para pagar la cuota. No es que de golpe se tiene que enterar que a partir de mañana, ya el transporte es otro, y tus compañeros son otros. Hay que explicarle que no da más. Que en realidad, el cambio, es fruto de una situación económica, que no permite sino tomar una decisión, para que se tenga educación y es lo mejor que le podemos dar, de acuerdo a nuestras posibilidades reales.
No se puede caminar con el pantalón, dando un tranco más allá de lo que el pantalón le da a uno. Porque se rompe el pantalón.
¿Por qué esforzar más la cosa de lo que se puede?
El quinto paso y el último es el de realizar lo decidido.
Uno puede tener muy claro lo que hay que hacer, pero hay que hacerlo. Hay que laburar, hay que trabajar. No basta la confianza, no basta la oración.
Tal vez esta historia pueda ayudarte para darte cuenta que es necesario trabajar las cosas decididas.
Había un capuchino que vivía muy santamente. Tuvo mucha importancia en la orden, y acertaba muy bien en cuestiones pastorales.
Un día lo va a ver un joven, y se lamenta por sus problemas. Como muchas veces sucede, no? Al final de la conversación, el sacerdote le dice, después de escucharlo, de aconsejarlo, “además voy a rezar por vos”.
El joven después de un tiempo volvió, y le dijo, con esa frescura que tienen los jóvenes, “dígame padre, ¿usted se acordó de rezar por mí? No lo sentí, en realidad, no pasó nada, todo sigue igual”.
El cura no respondió, a lo que con desparpajo y frescura, el joven lo invitó a que lo ayudara a cargar con una bolsa llena de papas, tomando cada uno de una oreja de la bolsa para llevarla a otro lado.
El camino no era tan largo, pero el peso era mucho, y en un momento determinado, el cura soltó la oreja que le tocaba llevar. Entonces el joven, con esa misma frescura, y con esa capacidad de reacción, dijo, “no padre! No puedo llevar yo solo la bolsa, tiene que ayudarme”.
“Ves”, le dijo el capuchino, “así es. Esto es lo que yo quiero enseñarte y decirte, no basta con que yo rece, vos tenés que tomar la bolsa en una punta para llevarla a casa. O sea, tenés que hacer un esfuerzo para que las cosas salgan bien”.
No se trata sólo de mirar, sólo de analizar, no se trata sólo de confiar, de orar, hay que trabajar. Y eso tiene su costo.
Padre Javier Soteras
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