Compromiso desde la fe

jueves, 26 de mayo de 2011
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Compromiso desde la fe
“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo”.
                                                                                                                  Mateo 13,44
Ni compromiso sin fe, ni fe sin compromiso. De eso se trata, de encontrar en el camino de la fe, lo que Dios nos invita a encontrar, que es esto de dejarnos cambiar por Él y a partir de ahí darlo todo, porque hemos hallado el tesoro. El secreto de la vida está en que Dios puede con todo si lo dejamos como artífice principal del proceso de transformación personal y colectivo.

 

La esfera del Reino y el compromiso serio con las tareas de este mundo

 

Camino de ir por delante en la transformación de lo propio y lo que Dios nos confía.

El futuro no llega por sí solo; llega de la mano de un compromiso, de la entrega, el esfuerzo y la lucha. En el evangelio queda claro esto, vendió todo lo que tenía y se quedó con aquel tesoro. No cae sobre nosotros como una suerte de decisión exterior y arbitraria, sino, que el cambio, la transformación, el compromiso es lo que brota desde la interioridad como opción. Todo futuro trae, sin duda, consigo algo nuevo; pero eso nuevo llega preparado por nuestro pasado y presente y en una cierta vinculación y continuidad con todos los procesos que históricamente venimos haciendo. Lo dicho vale para todo futuro; vale también para el futuro último (escatológico), para el final de los tiempos. La esperanza en Dios y en su Reino venidero no elimina el interés del creyente por el mundo presente y por los proyectos del hombre dentro de este mundo y por su realización, porque reconocemos que el Reino de los Cielos, el que vendrá definitivamente ya está presente en medio nuestro. Por tanto la presencia de Dios que nos habita en lo más profundo de nuestro ser es una realidad en el presente. Nosotros podemos vivir en la espera de lo que vendrá, pero siempre con la certeza de que ya está viniendo, y por lo tanto la mano a la obra es ahora. No puede ser evasivo el vínculo nuestro creyente, la fe no puede ser alienante, tiene que ser una fe concreta, de transformación personal, y en la medida en que nuestra fe en Cristo que todo lo puede en nosotros se vaya desplegando en el quehacer nuestro de todos los días, donde Dios nos invita a comprometernos con nuestra tarea de transformación del mundo, en esa misma medida, aquello que tocamos y aquello con lo que nos vinculamos, también comienza a ser distinto a partir de la instrumentalidad que Dios elige en nuestra persona. Por eso el cambio, la transformación, es una transformación no sólo de la materia a la que hay que trabajar para que se cambie, sino del sentido espiritual que ello que tocamos, que transformamos, adquiere a partir de la perspectiva que Dios da a la historia y a todo lo que hace a nuestro quehacer cotidiano. Es el plus que el trabajo humano tiene cuando en Cristo he vivido. Es el valor subjetivo, que decía Juan Pablo II, tiene toda acción humana, que supera la materialidad de nuestro quehacer. En este sentido te invito al compromiso. Por eso los sumame, que se incorporan y viene a nuestro camino en esta catequesis de campaña por valores, tiene que venir acompañado por un compromiso. Sumame es la palabra que identifica el vínculo entre el valor que nosotros hemos elegido para el compromiso y el compromiso nuestro de hacer realidad cada vez más nuestra Radio María en Argentina, también con nuestro aporte económico.

 

Ni compromiso sin fe, ni fe sin compromiso

 

Ni la fe sin compromiso, ni compromiso sin fe. Una opción cristiana, la nuestra, que  evita la separación de estos extremos. Así lo enseña el Concilio Vaticano II: "Se equivocan los cristianos que, bajo pretexto de que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, de todas las realidades humanas que Dios nos confía. Pero no, es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo de la vida en la fe, pensando que ésta se reduce a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. Dicho en otros términos, la invitación es, a Dios rogando con el mazo dando. A vivir contemplativos en la acción, a orar y a trabajar, reza y trabaja, trabaja y reza. En esta conjunción del valor creyente que toma toda la vida, que nos invita a cambiar la realidad desde ese lugar que sólo se puede cambiar en plena comunión con la transformación que Dios opera en nosotros. Uno se anima a dar una mano para que la historia tome un rumbo distinto. Cualquier historia que se cruza por el camino, cuando la propia historia ha sufrido de una transformación desde aquel lugar donde todo se puede cambiar que es en la presencia de Dios que nos puede. Entonces, uno que ha hecho un proceso de cambio, de transformación, se anima a acompañar a otros que quieren hacerlo también. Entonces desde allí, sí se puede asumir el compromiso. Que bueno que es este poder descubrir que fe y vida no pueden estar divorciados, sino que tienen que estar necesariamente integradas, no desde cualquier lugar, sino desde el lugar donde Dios nos invita a integrarlo todo, que es en la plena comunión con el misterio pascual de Jesús.

 

El compromiso, expresión necesaria de la fe

 

El compromiso es una expresión necesaria del creyente. El verdadero creyente que tiene concentrada su vida en el misterio pascual de Jesús, no se hace insensible a las realidades humanas que golpean su vida, las que transcurren alrededor suyo, porque vive en esa sintonía de salir de sí mismo y estar en comunión con los otros y a partir de éste vínculo de amor y de fraternidad es capaz de cargar con los demás y también dejarse llevar por los otros. La fe compromete la vida entera del hombre. Todo lo pone en venta quien descubre el Reino de Dios (Cfr. Mt 13, 44ss). Es decir, se olvida uno de sí mismo. Pero el compromiso se traduce en obras concretas. Las obras del creyente son la consecuencia, la expresión y la ratificación necesarias de la fe que tenemos. Santiago lo subraya (St 2, 14-26), “Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe”. Como también Pablo (Cfr. Ef 2, 10). Hay obras de la fe que son fruto del Espíritu (Ga 5, 22-23). La fe que Cristo anuncia es la que actúa por la caridad (Ga 5, 6). La fe, se actualiza, se hace presente en la caridad. En efecto, transforma la vida entera, como dice San Pablo a los creyentes de Tesalónica: "Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor" (1 Ts 1, 3). Por lo demás, Jesús enseñó que mientras se aguarda su venida en majestad hay que tener la lámpara encendida (Mt 25, 1-13), hacer que fructifiquen los talentos (25, 14-30), amar a los hermanos (25, 31-46). Particularmente a los más pequeños. Una fe se hace actuante cuando el creyente descubre que la acción de Dios que llega por el creerle al que todo puede, obra de tal manera en su propia vida que todo es por Dios en su iniciativa transformado, a ese Dios que toma iniciativa se le responde con generosidad y desde ese vínculo de personal relación transformante, explota la gracia de también buscar transformar todo lo que integra la vida de la persona. Porque la individuación nuestra no nos hace aislados de otros, ni de la realidad que nos circunda. Por el contrario, uno mismo, cuanto más vínculo tiene con todo lo que le rodea, uno más es uno mismo cuando el cosmos todo está integrado en su ser. Y ese es el cosmos que está esperando la manifestación gloriosa de nosotros los hijos de Dios. Y es a partir justamente, de ese encuentro con Jesús, donde lo que está por manifestarse comienza a manifestarse y todo lo que tocamos, y todo con lo que nos vinculamos, si en Cristo lo hacemos, adquiere también valor transformante. Que Dios nos regale esta gracia en esta catequesis.

¿En dónde y  cómo te sientes invitado a dar un paso de compromiso desde la fe para transformar la realidad que te rodea? ¿Será en tu trabajo, en tu familia, tu comunidad, con los más necesitados? ¿Dónde se produce ese compromiso tuyo por el cambio?

 

Fe y compromiso en la construcción de un mundo más justo y humano

 

 El verdadero creyente no puede limitarse a servir y amar al prójimo con quien en cada caso se encuentra. El corazón del creyente es católico, quiere decir es universal. En una u otra forma, la fe exige, hablando en general, el compromiso en la construcción de un mundo más justo, más humano/y, por lo mismo, más de Dios y más en Dios. Hay un mapa que nos muestra los lugares donde hace falta como dibujar de una manera nueva los límites, establecer la cartografía más definida de lo que nos ofrece ese mapa un tanto desdibujado de nuestra nación. Es el mapa de la pobreza, de la educación, es el mapa de la familia, de los jóvenes, es el mapa en donde aparecen los obreros, los trabajadores, la vida política, es el mapa que nos pinta el color de la fe católica en nuestra tierra, es el mapa de la justicia, de los derechos humanos, es el mapa que ofrece una revisión por parte de nosotros y un color más definido en el mundo del trabajo, la distribución de la riqueza. Hay realidades que nos muestra el mapa de la República Argentina que necesita ser pintado de una manera nueva, repintado, redibujado. Sobre algunos de estos lugares del mapa, Dios te está invitando a un compromiso distinto. Que tiene que pasar si, sin duda, por el camino de la oración, de la súplica, del clamor, porque si no es por ese camino, difícilmente algo pueda comenzar a ser nuevo. Porque en el camino de la oración y de la súplica, brota la presencia de Dios que puede desde donde no nos alcanza con nuestras fuerzas ni con nuestras buenas intensiones, pero que nosotros oremos, no quiere decir que nos escondamos detrás de la oración a lo que la realidad nos dicta como para ser revisada y con la que nos tenemos que comprometer. Que nosotros oremos quiere decir en todo caso, que aquello en lo cual vemos que hace falta meter mano, se va más claro por la oración. Y la voluntad de ir sobre ese lugar es más firme. No podemos orar como encerrados en una cápsula que se mantiene distante de lo que acontece en la Argentina, oramos para ver con mayor claridad y así asumir con mayor definición y determinación nuestro compromiso, sobre algunos de los costados del mapa de la Argentina, donde hoy se te invita a comprometerte.

Por la fe, Moisés emprende la gran aventura de la liberación de un pueblo (Ex 3, 11-12). Por la fe, las tribus nómadas salidas de Egipto se convierten en un pueblo que tiene su razón de ser de pueblo de Dios en el ejercicio de la justicia (Dt 5, 1-22). Por la fe, los profetas comprometen su vida en la proclamación de las exigencias de justicia de la Alianza y en la denuncia de la injusticia (Jr 20, 7-11).

 

El compromiso de la evangelización

 

El verdadero creyente coopera en la gran obra de Cristo, prevista desde toda la eternidad: edificación de su Cuerpo que es la Iglesia, mediante la evangelización de todos los pueblos, según el mandato del Señor: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20). De este modo, la fe compromete al creyente en la realización del designio eterno de Dios Padre: reconciliar en Cristo toda la humanidad con Dios y en sí misma, pues la Iglesia, Cuerpo de Cristo, es prenda, señal, testimonio, principio y germen de esa reconciliación.

 

Compromiso con el esfuerzo y trabajo humanos

 

La fe exige a los cristianos el serio compromiso de compartir con los demás hombres el esfuerzo y trabajo común en la construcción del mundo presente, para cumplir "el plan de Dios manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos, de someter la tierra (Gen 1, 28) y perfeccionar la creación" (GS 57).

 

Algunos cristianos de la comunidad de Tesalónica interpretan de tal modo la inminencia del Día del Señor, que ya ni siquiera trabajan. Todo esfuerzo les parece inútil. San Pablo no intenta apagar su esperanza ante el futuro. Quiere que preparen esta venida del Señor con un trabajo sosegado, dedicados al servicio de los demás y sin cansarse de hacer el bien: "Por lo que respecta a la venida de Nuestro Señor Jesucristo, dice Pablo, y a nuestra reunión con El, les rogamos, hermanos, que no se dejen alterar tan fácilmente en su ánimo.. que les haga suponer que está inminente el día del Señor… Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desconcertados, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A esos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan. Vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien" (2 Ts 2, 1-2; 3, 11-13). De un verdadero cristiano se espere que sea el mejor estudiante, que sea el mejor político, el mejor padre de familia. Cuando hablo de mejor no hablo de competencia con los demás, como quien le gana la batalla para triunfalistamente decir soy cristiano, soy el mejor, sino poner lo mejor de sí mismo, dar lo mejor de sí mismo. Es en calidad integral e integradora que se espera que el cristiano viva su compromiso con la realidad, abrazándolo todo en la profesión, en el estudio, en la diversión, en el juego, en el trabajo, con esa capacidad de sumar que Dios tiene desde un corazón totalmente nuevo. Entonces se puede sumar desde lo más profundo del vínculo con el Señor, en el trabajo la alegría y también el espíritu orante. La capacidad de acompañar a los otros y la entrega en sacrificio por la tarea que hacemos, la constancia en el servicio y al mismo tiempo el compromiso por encontrar el sentido que tiene la tarea, más allá de lo mandado, dándole a lo que hacemos y con lo que nos comprometemos, el carácter subjetivo que el esfuerzo, la entrega y el trabajo tienen. En ese en donde el sudor de la frente se expresa ya no como un agobio que aplasta, sino como un compartir, como dijo Juan Pablo II, compartir la suerte de la pasión de Jesús, el trabajo con sentido redentor.

Estamos buscando los modos y las formas de entrar en este valor nuevo que asumimos en la catequesis de campaña por el aporte, es el del compromiso y el esfuerzo por el propio cambio y lo que Dios pone bajo nuestra mirada, bajo nuestro cuidado en el mundo de hoy.

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El creyente afronta el sufrimiento

 

El creyente no rehuye el sufrimiento. Tampoco lo soporta con sola resignación pasiva. Sale, por lo contrario, al encuentro de los sufrimientos que le traen consigo, por un lado, la vida misma en este mundo —que el creyente recibe de Dios como un regalo y, a la vez, trata de mejorar—y, por otro lado, sus compromisos de fe y amor: "Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal" (2 Co 4, 8ss).

 

El cristiano se gloría, incluso, en las tribulaciones, "sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 3-5). El gozo en la tribulación (2 Co 1, 3-10) es fruto del Espíritu (1 Ts 1, 6; Hch 13, 52; cfr. Ga 5, 22) y, al mismo tiempo, signo de la presencia del Reino de Dios en este mundo.

 

El creyente afronta con esperanza la persecución por la causa de Jesús

 

El creyente afronta con esperanza la persecución; por ello la afronta fiel, perseverante y gozosamente (2 Ts 1, 4; Rm 12, 12). La alegría es el fruto de la persecución así soportada: "Dichosos ustedes cuando los insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos" (Mt 5, 11-12). En particular, la denuncia profética, compromiso de la comunidad creyente, provoca en todo tiempo y también hoy la persecución: "También nosotros debemos llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia" (GS 38). El Apocalipsis, espejo de la vida de la Iglesia, escrito durante una terrible prueba, alimenta una esperanza en el corazón de los perseguidos. A cada uno de ellos, como a toda la Iglesia, no cesa el Señor resucitado de dirigir este mensaje: "No temas por lo que vas a sufrir: el diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días (un breve espacio de tiempo). Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida" (Ap 2, 10). El Apocalipsis es siempre un mensaje de esperanza en medio de las dificultades del tiempo presente.

 

Ni dualismo ni materialismo

 

El cristiano cree que el mundo, el hombre y su actividad no están destinados a la destrucción, sino a una última y definitiva consumación. Frente a la ideología del progreso indefinido, el cristiano afirma que esa consumación rebasará las virtualidades inmanentes de toda la realidad, pues es don de Dios. Pero esta reserva escatológica no empaña la sinceridad ni disminuye la eficacia del compromiso temporal del creyente.

 

El cristiano sabe que el inmenso esfuerzo por transformar el mundo y ordenar la sociedad humana de modo justo y fraterno, lejos de caer en una especie de fondo perdido, dispone elementos que en cierta forma y medida integrarán la nueva creación, sin que ésta se identifique con las metas alcanzadas por el esfuerzo del hombre. También sabe que "los bienes que proceden de la dignidad humana, de la comunión fraterna y de la libertad, bienes que son un producto de nuestra naturaleza y de nuestro trabajo, una vez que el Espíritu del Señor, y según su mandato, los hayamos propagado en la tierra, los volveremos a encontrar, pero limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados…" (GS 39) en la plenitud del Reino de Dios. Sabe, en fin, que el hombre no podrá contar con otro tiempo y con otro mundo después del presente, para poder colaborar en la preparación del Reino.

 

Continuidad entre el mundo presente y el venidero. Trascendencia del Reino de Dios

 

Al mismo tiempo, el cristiano radicaliza y relativiza la construcción de la "ciudad terrestre". En realidad, "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Hb 13, 14). Por ello, aunque no establezca una separación entre fe y compromiso, puede el cristiano, según la vocación de cada uno, ordenar de diversa forma su vida al mundo venidero: "Los dones del Espíritu son diversos: mientras llama a unos a dar con su deseo vehemente un testimonio explícito de la morada celeste y a conservarla viva en medio de la familia humana, otorga a otros la vocación de dedicarse al servicio temporal de los hombres preparando con este ministerio suyo la materia del reino celestial" (GS 38).

                                                                                                         Padre Javier Soteras