Con el Espíritu Santo como guía

jueves, 2 de junio de 2011
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“Del cielo descendían unas lenguas como de fuego, que por separado fueron sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”. (Hechos 2, 4)

 

 

 

“Descendieron sobre ellos lenguas de fuego, quemaron su corazón. Y pudieron experimentar ellos mismos lo que Moisés en el desierto experimentó cuando contempló la zarza que ardía y no se consumía”. (Éxodo 3,1)

 

Ellos también empiezan a arder en su interior, y lejos de consumirse, sus fuerzas se acrecientan y su deseo de comunicar la Buena Noticia, rápidamente los pone en situación nueva, diversa a aquella del temor, del encierro, después de la muerte del Señor

 

Ahora el Espíritu congrega a la comunidad de los discípulos junto a María y con Pedro a la cabeza quien por la gracia de la efusión del Espíritu Santo toma la palabra y comienza a hablarles a los que han llegado desde todos los lugares a encontrarse con aquella fiesta de la memoria de la Alianza, para vivir una Nueva Alianza en el Espíritu.

 

Ha venido gente de todos los lugares conocidos en el mundo de aquel tiempo y a todos estos la universalidad del Espíritu, en la voz de Pedro, los alcanza con el llamado a la conversión. El Pedro cobarde que negó a Jesús ahora lo afirma de una manera tan particularmente significativa, que convierte a más de 3000 personas con su anuncio en el Espíritu del Kerigma de Jesucristo; muerto y resucitado por amor para darnos Vida.

 

En nosotros hay anhelos de esta vida que esperamos, esa sed y hambre profundo que hay en cada uno de nosotros la calma el Espíritu que Jesús prometió vendría de lo Alto. Queremos llenarnos de ese fuego. Queremos quedar llenos del Espíritu Santo.

 

El Espíritu es el alma de la vida cristiana, de la Iglesia, por eso cada uno de nosotros estamos invitados a recibirlo, dejarnos tomar por Él. La necesidad más grande que tenemos es de la presencia de esta persona, la del Espíritu Santo que nos ayude a ser discípulos e instrumentos de la conversión para otros. En aquel Pentecostés primero, el Espíritu cambio el corazón de los once junto a Pedro y Él en la voz del pescador de Galilea movió a la conversión a 3000 hermanos.

 

Necesitamos encontrar este ánimo, que nos da este entusiasmo de VIDA NUEVA QUE TRAE EL ESPÍRITU. No como un hecho aislado sino con la conciencia de que la tercera persona de la trinidad es Él protagonista principal en el camino del seguimiento de Jesús y en la misión evangelizadora.

 

 

 

Estamos llamados a entusiasmarnos con la gracia de Pentecostés:

 

 

 

¿Qué significa entusiasmo? No es un pasajero gozo o una pasajera alegría, por el contrario, el término deriva del griego “entuauso”, que quiere decir ser inspirado, contener un espíritu. Otros dicen que se compone de las palabras griegas “en”, quiere decir dentro de, y “theos”, Dios.

 

Podríamos decir entonces que estar entusiasmados es estar en Dios. Por ahí después, como todo uso del lenguaje, va derivando y degenerando en otro modo de significación, pero su raíz, su origen es este: estar en Dios, permanecer en Dios, vivir en Él, estar llenos de Dios.

 

¿Por qué los discípulos salen lanzados a proclamar la Palabra? Porque no la pueden callar, les quema por dentro. Yo, dice Jeremías, me propuse a mí mismo no hablar más en tu Nombre, pero tu Palabra me quemaba por dentro. El profeta Isaías recibe una brasa en su boca, que le purifica y le enciende un fuego en el anuncio, ese fuego quiere abrazar tu ser hoy, tu mas íntima personalidad, tu más honda razón de ser, y quiere renovarte y transformarte para hacerte testigo, como aquellos frente a la multitud, o los que comparten la vida con vos, para que hables sin poder callar el mensaje novedoso de Jesucristo.

 

Y para que llevados sólo por Él, más que por alguna conciencia refleja de control nuestra, podamos ir hasta donde Dios nos quiera conducir, necesitamos que esta Gracia verdaderamente entusiasmante nos llene de Dios.

 

La Salvación viene a través de una persona, sabemos que es Jesús que nos comunica a la persona del Espíritu Santo que viene sobre nosotros que somos personas, no sobre edificios, ni sobre casas, ni sobre objetos, ni sobre proyectos, sino sobre hombres y mujeres de carne y hueso, como vos y como yo, por tanto tenemos la necesidad de una nueva efusión del Espíritu en este nuevo Pentecostés eclesial. Una efusión del Espíritu personal que transforme nuestra vida en el amor de Dios, que nos meta en Dios.

 

La llegada del Espíritu supuso, en la comunidad de los Apóstoles, una actitud orante de expectación, porque había una promesa que Jesús les había hecho: “ustedes serán bautizados por el Espíritu Santo dentro de unos pocos días”.

 

 

 Bautizados en el Espíritu Santo para entusiasmarnos en Dios:

 

 

 

Este bautismo quiere decir que sin experiencia personal del Espíritu es imposible ser verdaderamente testigos de Dios. Es una nueva donación del Espíritu Santo, pero sin ser un sacramento nuevo. Es una nueva presencia del Espíritu en nuestra vida como lo fue en la vida de Jesús.

 

Jesús y María no recibieron una vez el Espíritu. Miremos la vida de Jesús: En el momento de la concepción, en el bautismo, conduciéndolo al desierto, en el comienzo de la vida profética en Nazaret.

 

Muchas veces Jesús aparece vinculado al Espíritu explícitamente. Todo el tiempo, en realidad, es guiado por el Espíritu, pero hay efusiones del Espíritu en momentos muy particulares de la vida de Jesús, hasta Él lo da también; sopló sobre ellos, dice Juan al final de su evangelio, comunicándoles el Espíritu.

 

Es una donación que se hace y que se recibe, ésta, la de efusión del Espíritu, que en fe lo pedimos, lo hacemos con otros, pedimos una nueva efusión del Espíritu con otros.

 

Con el Espíritu Santo como guía

“Del cielo descendían unas lenguas como de fuego, que por separado fueron sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”. (Hechos 2, 4)

 

 

 

“Descendieron sobre ellos lenguas de fuego, quemaron su corazón. Y pudieron experimentar ellos mismos lo que Moisés en el desierto experimentó cuando contempló la zarza que ardía y no se consumía”. (Éxodo 3,1)

 

Ellos también empiezan a arder en su interior, y lejos de consumirse, sus fuerzas se acrecientan y su deseo de comunicar la Buena Noticia, rápidamente los pone en situación nueva, diversa a aquella del temor, del encierro, después de la muerte del Señor

 

Ahora el Espíritu congrega a la comunidad de los discípulos junto a María y con Pedro a la cabeza quien por la gracia de la efusión del Espíritu Santo toma la palabra y comienza a hablarles a los que han llegado desde todos los lugares a encontrarse con aquella fiesta de la memoria de la Alianza, para vivir una Nueva Alianza en el Espíritu.

 

Ha venido gente de todos los lugares conocidos en el mundo de aquel tiempo y a todos estos la universalidad del Espíritu, en la voz de Pedro, los alcanza con el llamado a la conversión. El Pedro cobarde que negó a Jesús ahora lo afirma de una manera tan particularmente significativa, que convierte a más de 3000 personas con su anuncio en el Espíritu del Kerigma de Jesucristo; muerto y resucitado por amor para darnos Vida.

 

En nosotros hay anhelos de esta vida que esperamos, esa sed y hambre profundo que hay en cada uno de nosotros la calma el Espíritu que Jesús prometió vendría de lo Alto. Queremos llenarnos de ese fuego. Queremos quedar llenos del Espíritu Santo.

 

El Espíritu es el alma de la vida cristiana, de la Iglesia, por eso cada uno de nosotros estamos invitados a recibirlo, dejarnos tomar por Él. La necesidad más grande que tenemos es de la presencia de esta persona, la del Espíritu Santo que nos ayude a ser discípulos e instrumentos de la conversión para otros. En aquel Pentecostés primero, el Espíritu cambio el corazón de los once junto a Pedro y Él en la voz del pescador de Galilea movió a la conversión a 3000 hermanos.

 

Necesitamos encontrar este ánimo, que nos da este entusiasmo de VIDA NUEVA QUE TRAE EL ESPÍRITU. No como un hecho aislado sino con la conciencia de que la tercera persona de la trinidad es Él protagonista principal en el camino del seguimiento de Jesús y en la misión evangelizadora.

 

 

 

 

Bautizados en el Espíritu Santo para entusiasmarnos en Dios:

 

 

 

Este bautismo quiere decir que sin experiencia personal del Espíritu es imposible ser verdaderamente testigos de Dios. Es una nueva donación del Espíritu Santo, pero sin ser un sacramento nuevo. Es una nueva presencia del Espíritu en nuestra vida como lo fue en la vida de Jesús.

 

Jesús y María no recibieron una vez el Espíritu. Miremos la vida de Jesús: En el momento de la concepción, en el bautismo, conduciéndolo al desierto, en el comienzo de la vida profética en Nazaret.

 

Muchas veces Jesús aparece vinculado al Espíritu explícitamente. Todo el tiempo, en realidad, es guiado por el Espíritu, pero hay efusiones del Espíritu en momentos muy particulares de la vida de Jesús, hasta Él lo da también; sopló sobre ellos, dice Juan al final de su evangelio, comunicándoles el Espíritu.

 

Es una donación que se hace y que se recibe, ésta, la de efusión del Espíritu, que en fe lo pedimos, lo hacemos con otros, pedimos una nueva efusión del Espíritu con otros.

 

 

 

Podemos decir entonces:

 

 

 

Padre, en nombre de Jesús, te pedimos una nueva efusión del Espíritu.

 

Ven Espíritu Santo, derrámate de una manera nueva, derrámate con el fuego de tu amor, que pone luz, que trae calor, que trae paz, que despierta la alegría, que disipa las sombras.

 

Espíritu de la Sanidad, derrámate sanando.

 

Espíritu de la Intercesión, derrámate despertando la gracia de oración de intercesión, por el amor que le tenemos a los hermanos.

 

Espíritu de Amor, Espíritu Santo de la claridad, de la fortaleza, que nos hace fuertes en el combate, Espíritu del consuelo en medio de la lucha.

 

Espíritu Santo derrámate.

 

Derrámate abundantemente sobre cada uno de nosotros.

 

Derrámate Espíritu de Dios con tu presencia que nos revela la vida de Jesús en el alma y que nos pone en comunión con Él.

 

Espíritu de la paz y de la serenidad, que disipa las sombras y la tormenta; úngenos interiormente con la gracia del compromiso del Amor para con los más pobres, con los más débiles y los más olvidados.

 

Sé nuestro sostén en Él, Espíritu de Dios.

 

Espíritu de la alianza, Espíritu Santo ven y derrámate con una nueva efusión en nuestras vidas.

 

Espíritu Santo, Espíritu de Dios, Espíritu del Amor y de la Paz, Espíritu del consuelo y de la fortaleza, Espíritu del entendimiento y de la prudencia, Espíritu de la Sabiduría, Espíritu Santo, ven con una nueva efusión. Amén.

 

 

 

La gracia de un nuevo bautismo en el Espíritu:

 

 

 

En mayo de 1990, un grupo de teólogos americanos, a pedido de la conferencia episcopal estadounidense, constituyó una comisión teológica junto a expertos en pastoral que se llamó “The Heart of the Cheers” (El corazón de la Iglesia). Se reunió para estudiar más profundamente el tema de este bautismo en el Espíritu, de esta efusión del Espíritu Santo.

 

De este encuentro del que participaron dos asesores de la Renovación Carismática, por pedido de la conferencia Episcopal de Obispos de los Estados Unidos, surgió un documento muy importante que se llama, “Re-inflamando la llama”.

 

Este documento muestra muy bien la relación que existe entre los sacramentos de la iniciación cristiana y el bautismo en el Espíritu Santo. En este análisis profundo se descubrió que hasta el octavo siglo los cristianos se preparaban para recibir esta nueva efusión del Espíritu Santo que servía para reavivar el gozo de ser y sentirse de Jesús. Es lo mismo que hacemos cuando en la celebración de la Pascua, renovamos las promesas bautismales, agarramos el fuego del corazón, sacamos las cenizas y que arda la llama interior del Espíritu que nos habita por dentro.

 

Después de recibir los sacramentos de iniciación cristiana, esto es, bautismo, confirmación y eucaristía, en la vigilia de Pascua, los neófitos, durante una semana, participaban de una catequesis post-bautismal, esta que hemos hecho en esta semana nosotros, en la cual conocían el contenido teológico y espiritual de lo que habían celebrado: el Espíritu. Estas catequesis se denominaban mistagógicas, ¿por qué?, porque introducían a los bautizados en el misterio de Jesús y de la Iglesia. Durante este período de tiempo los cristianos tenían la experiencia de la efusión.

 

Después del siglo VIII no se encuentra ni siquiera un indicio de esta tradición litúrgico-catequística de la Iglesia. Alguno podría objetar desde el momento en que tales prácticas desaparecieron de la tradición de la Iglesia, ¿para qué sirve este bautismo en el Espíritu?, podríamos decir nosotros que es la fuerza necesaria para ser testigos de Jesús.

 

“Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, descenderá sobre ustedes y serán mis testigos, en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la Tierra”, dice la Palabra en Hechos 1, 8.

 

Esto ocurrió en un día en Jerusalén y más allá de Jerusalén, porque todo el mundo conoció desde entonces esa reunión y desde entonces los discípulos reciben el Espíritu y lo comunican en la voz de Pedro.

 

El fuego que ha encendido en la asamblea orante de los discípulos con María, ha sido tan fuerte que ha salido del ámbito del Cenáculo, ha entrado por la predicación de Pedro en el corazón de todos y de cada uno de los apóstoles que hablaban en lenguas y que por amor eran comprendidas por todos.

 

Esta efusión del Espíritu nuevo es lo que la Iglesia está viviendo en este tiempo, y lo que el Señor te pide y me pide, es que nos animemos a vivir, que metamos nuestra vida en esta corriente de Gracia, de Renovación y de transformación.

 

Dice aquel documento de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos.: “Aceptar el bautismo en el Espíritu, no significa pertenecer a un movimiento”. ¿Por qué dice esto el documento?, porque, a veces se identifica esta efusión del Espíritu con la Renovación Carismática, donde de hecho se lo celebra, y donde particularmente se ha recuperado esta gracia que vivió la Iglesia hasta el siglo VIII.

 

Es más bien abrazar la plenitud de la iniciación cristiana, la que pertenece a toda la Iglesia, esta es la efusión del Espíritu, no es la Gracia de la Renovación Carismática.

 

Gracias a Dios la Renovación Carismática ha entendido esta Gracia, pero esta Gracia, que pertenece al patrimonio de la Iglesia, es para toda la Iglesia y es para renovarnos en la riqueza que supone ser de Jesús, estar en comunión con Él, y ser confirmados en la fe.

 

La espera de los apóstoles en esa presencia del Espíritu y la venida de esta efusión es doble: para tener fuerzas y para ser testigos, no se puede tener fuerza sin esta experiencia.

 

Lo extraño es que a nosotros, aun habiendo recibido el Espíritu Santo, nos faltan fuerzas, somos como los apóstoles después de la Resurrección de Jesús, tenían el Espíritu pero no tenían la fuerza del testimonio, vivieron durante cincuenta días llenos de miedo, a pesar de la presencia de Jesús y a pesar de que Jesús les dio el Espíritu, no habían recibido una verdadera efusión del Espíritu, en Juan aparece claro esto.

 

Quizá para nosotros ya no son cincuenta días, sino cincuenta años, veinte, treinta, ochenta años hace que estamos esperando el Espíritu Santo, y viene a darse efusivamente.

 

Yo imagino aquel Pedro hablando ante la multitud, tomando la voz en nombre de los apóstoles y lo comparo con el Pedro que he visto hace un rato, metido en el cenáculo, que es el mismo que me llega como imagen, del “yo no lo conozco”, y que llora por la tremenda negación del Maestro.

 

Descubro en Pentecostés un Pedro con vigor, con fuerza, un Pedro que voltea con su palabra, con su testimonio y con su decir los duros corazones que están parados delante de ellos y decir sin miedo: “ustedes lo mataron, ustedes han crucificado al Señor de la vida, ese que ustedes mataron ha resucitado, y por su amor viene ahora a darles el Espíritu, para que vivan en Él”.

 

¿Qué debemos hacer para convertirnos?, le preguntan. Bautícense, dice Pedro, y los bautiza en este Espíritu que ha recibido.

 

Ven Espíritu Santo y derrámate de una forma nueva en nuestros corazones. Ven. Ven, que nos hace falta tu presencia.

 

El Espíritu Santo es fuego de amor que hace nuevas todas las cosas, con el Espíritu Santo la historia es una historia, sin el Espíritu Santo la historia no es historia. ¡Y qué feo es no tener una historia, un recuerdo, un presente y un futuro!

 

Ven Espíritu, ven a renovar nuestra historia. Ven Espíritu Santo.

 

 

 

Jesús está lejos, Él quedó en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es una simple organización, la misión una propaganda, el actuar cristiano una moral de esclavos. Esperemos que el Espíritu nos saque de este lugar donde a veces con tristeza, nosotros, apartados del alma, de la vida y de la fe, nos hacemos obstáculos para que el buen Jesús y su muy buena noticia lleguen a donde tienen que llegar. Que descienda el Espíritu Santo con una nueva efusión.

 

La oración para hacer surgir al Espíritu Santo, que algunos llaman oración del “despertar del Espíritu en nosotros” lleva a un Pentecostés personal, esta efusión o Pentecostés personal produce el efecto de una fuerza arrolladora capaz de transformar totalmente la vida de la persona en todos los aspectos, comenzando por donde se tiene que empezar, por dentro, y mucha gente, miles y miles, han recibido la oración de efusión y afirman, “desde aquel día mi vida ha cambiado plena y totalmente”.

 

Esto no es un sacramento, es una oración hecha con fe y en fe, de parte de una comunidad, una oración durante la cual se imponen las manos para evidenciar el sentido comunitario de nuestra fe, es un signo de fraternidad cristiana. Yo te quiero porque eres cristiano como yo, y por eso te impongo las manos como signo de comunión, como ocurría en un principio en la comunidad cristiana cuando se oraba.

 

La oración de los hermanos juega un papel muy importante de mediación y de intercesión que hace experimentar la vivencia comunitaria de la fe, es una expresión de solidaridad fraterna y de ejercicio del sacerdocio común de los que formamos parte de la comunidad eclesial.

 

Oremos, para que la Iglesia reciba un nuevo Pentecostés, según Pablo VI, la gran necesidad de la Iglesia de hoy es el Espíritu Santo. La Iglesia necesita un perenne Pentecostés, y Juan Pablo II ha expresado, hace poco tiempo, el mismo deseo y el mismo anhelo: la necesidad de un nuevo Pentecostés para el mundo, ahora, en el comienzo de este nuevo siglo.

 

 

                                                                                                       Padre Javier Soteras