03/04/2023 – Marisol Álvarez misiona junto a su esposo, Andreas Wenzel, de origen alemán en distintos lugares del mundo. Pero el preferido es Mozambique. Antes de llegar a Lusaka, la capital de Zambia, estuvieron un año y medio en una ciudad aldea cerca de la República Democrática del Congo. Al dejarnos su testimonio de vida, esto compartió Marisol: “Nací en la diócesis de San Martín Pcia de Buenos Aires y tengo 55 años. Soy hija de inmigrantes españoles, mis dos hermanos viven en Buenos Aires. Tengo 8 sobrinos y una sobrina nieta. Si tengo que identificar el momento en el cual se despertó en mí algo de la dimensión misionera debo decir que fue en tercer año del secundario. Tenia un profesor de teología que nos mostraba videos de la obra de Madre Teresa de Calcuta. Lo que más me impactaba era que ella decía muchas veces que en su tarea no hablaba de Dios, no hacía falta porque la gente al ver lo que Teresa y sus hermanas hacían, se interesaban por lo que las movía a hacer lo que hacían. Eso generó en mí una gran inquietud, conocer que en otras partes del mundo había personas que no tenían nada, que morían en la soledad más profunda, que eran los intocables y sólo la Iglesia los asistía. Muchas décadas después, por trabajo, fui a India y conocí la realidad de esos intocables”.
“Por esas épocas casualmente me invitaron a formar parte del grupo de jóvenes del colegio al cual yo iba. Entre ese grupo había formación sobre valores, espiritualidad y una vez por mes íbamos a un orfanato a pasar el día con los chicos. Ése fue mi primer encuentro con el dolor humano cara a cara, el abandono de chicos que apenas tenían un par de años menos que yo. Niños que no habían tenido mi suerte, ser amada, protegida, tener familia. Ahí creo que empezó una búsqueda más inquieta de mi parte. Yo quería prepararme para ser útil, me interrogaba mucho el tema de “la suerte de haber nacido con beneficios. Recordé que en algún libro sobre Teresa de Calculta había leído: “Señor dáme ojos para ver lo que otros no ven, oídos para oír lo que otros no oyen, un corazón amoroso para hacer el bien”. Esa oración la hice mía y Dios me fue cruzando con personas que me propusieron entrar al único grupo misionero que había en mi diócesis en aquel momento, en 1985, que iba cada enero a la Prelatura de Humahuaca, en Jujuy. Entré al grupo e inmediatamente me identifiqué con lo que iba escuchando de los que ya tenían más experiencia. La formación durante el año contemplaba la espiritualidad de frontera, algo así como lo que ahora el papa Francisco llama las periferias existenciales”, relató Álvarez.
“Cuando fui a Humahuaca me encontré por primera vez con la pobreza real, el anonimato de Gentes que vivían completamente olvidados por todos, menos por la Iglesia. Era tanta, tanta Gente en pobreza y soledad profunda! Claramente para mí fue un antes y un después. Fui algunos años cada enero y siempre le decía al Obispo del lugar, Monseñor Olmedo: “Yo me quiero quedar”. Él sabiamente cada año me decía: “Volvete a Buenos Aires, terminá de estudiar y después vemos”. Yo había empezado a estudiar medicina, carrera en la que duré casi tres años. En el contacto con los enfermos me fui dando cuenta que las enfermedades corporales tenían una dimensión no física. El desamparo que había en el sistema de salud en general hacia el paciente, también me rebelaba. Acabaría dándome cuenta que yo quería no sólo ocuparme de lo físico. Cambié de carrera y me recibí de psicóloga en 1992. Esta ciencia me dio la posibilidad de estudiar el por qué de muchas cosas y veía que iba más en sintonía con lo que yo quería hacer, el sufrimiento humano del día a día que acaba enfermando el cuerpo. Y esa profesión me permitía acercarme a todos sin dejar afuera a nadie, fueran o no creyentes”, dijo.
“Entonces en la década de mis 20 años trabajaba como psicóloga en un instituto de menores privadas de libertad, los fines de semana en barrios vulnerables del conurbano bonaerense y estaba en formación con los misioneros de la Consolata y con los Jesuitas. Ese combo me fue preparando para hacerle una pregunta a Dios: ¿En qué te puedo ser útil, más allá de lo que hago? Miles de veces cantando Alma misionera, yo sentía que quería hacerla realidad en mi vida. Ir más allá, ir hacia la gente. Empecé a buscar cómo ir allá donde faltaban misioneros y las congregaciones religiosas me proponían ir por periodos de meses y sólo a trabajar desde mi profesión. En la búsqueda me encuentro con un artículo periodístico que hablaba de un grupo de laicas que estaban trabajando en Mozambique. Moví cielo y tierra para saber más y encontré el Cefam, centro de formación y animación misionera de Neuquén. Empecé mi discernimiento ahí y la propuesta era muy justita a lo que yo estaba buscando. Misión más allá de las fronteras para laicos enviados por sus diócesis. En el período de formación hice una experiencia de misión prolongada en la Villa 21/24 de Barracas, En la Capital Federal. Allí viví poco más de un año en una capillita recién inaugurada. Esa fue otra experiencia fundante y confirmante”, sostuvo Marisol.
“Después de cuatro años de formación partí a la Diócesis de Xai-Xai, Mozambique en 2001. Me integré a un equipo de misioneras y dos sacerdotes y asumí varias tareas según el pedido que iba haciéndonos el obispo del lugar. Fueron años de muchísimo aprendizaje y de seguir madurando la vocación misionera. La misión ad gentes en la cual desde lo más simple hasta lo más desafiante estás expuesto a vivir la fraternidad en el sentido profundísimo de la palabra. Estar disponible para lo que sea que la pastoral del lugar de destino necesite de uno. Llevábamos adelante varios proyectos que habían surgido de las necesidades de las comunidades: apadrinamiento de huérfanos, acogimiento de ancianos vulnerables, rehabilitación de desnutridos. El acompañamiento a las comunidades cristianas y primer anuncio en otras. Y la realidad siempre superaba la idea, la intención. De hecho la gran sorpresa para mí fue cuando el Obispo de Xai-Xai me pide que acompañe a las vocaciones sacerdotales locales, y yo gruñí al Cielo porque jamás me imaginé cruzar el océano para la misión ad gentes y terminar en seminarios y conventos. No tardé mucho en darme cuenta de la intención de Dios”, manifestó Álvarez.
“En muchas ocasiones trabajábamos con algunas otras organizaciones presentes en la diócesis, entre ellas, Caritas Alemana, donde por unos años trabajó Andreas quien muchos años después de convertiría en mi esposo. Sí, nuestra historia empezó en Mozambique trabajando por la gente y con la gente y de allí nació una linda amistad. En 2005 regreso a Buenos Aires y debí quedarme por algunos problemas de salud. Reintegrarse al ritmo de Argentina fue un gran desafío. Providencialmente me ofrecen dos trabajos en barrios vulnerables. En 2009 se presenta la oportunidad de ir a hacer una formación a la sede de UNICEF en Ginebra por unas semanas. Ciudad que quedaba a pocas horas de viaje de la ciudad donde vivía Andreas, Freiburg al sur de Alemania. Estar en Freiburg me dio la oportunidad de conocer a la Cáritas Alemana que tantas veces había financiado los proyectos sociales que habíamos llevado adelante en Mozambique y también a Andreas en su día a día. Era un hombre que coincidía en mucho con mi proyecto de vida. Ambos soñábamos con regresar un día a Mozambique. Después de un tiempo decidimos casarnos. Y comenzamos un camino de a dos que nos llevó a trabajar en India en educación inclusiva y tráfico de personas. En Alemania con los refugiados sirios en 2014 y en 2015. Y en todos esos años Dios nos fue llevando a madurar la opción de trabajar por los más vulnerables, fuimos eligiendo trabajar para organizaciones que estuvieran en sintonía con nuestros valores. Queríamos ser útiles en la Obra de Dios, nos consideramos misioneros por el bautismo. Y eso intentamos vivir cada día”, destacó la misionera.
“En 2018 se presenta la tan ansiada posibilidad de regresar a Mozambique trabajando con la Cruz Roja Alemana. Fue un sueño cumplido. Nos encontramos con lo que habíamos dejado hacía tantos años, pero muy diferente. Los desafíos eran mayores. Pero lo más importante… nos reencontramos con Quienes habíamos compartido vida y camino. El tiempo pasaba y fuimos dándonos cuenta que definitivamente Mozambique es nuestro lugar en el mundo. Quizás entendimos que para apoyar a este Pueblo querido hay que quedarse. Creamos una pequeña ONG llamada “Estamos Juntos” (https://www.facebook.com/estamosjuntos.mz), para acompañar a personas de Mozambique a lograr sus sueños creando puentes. En 2019 y hasta el 2021 trabajamos en la diócesis de Beira después de una catástrofe humanitaria, el ciclón Idai. Tuvimos a cargo el acompañamiento de un centro de refugiados. Fuimos financiados por Cáritas de Austria. Por falta de trabajo rentado para subsistir, migramos en 2022 a Zambia que es donde estamos ahora, trabajando para la Cooperación Alemana. Actualmente, estamos esperando volver en junio a Mozambique”, sostuvo finalmente Marisol.