Confiar en Dios con un corazon Humilde

miércoles, 1 de junio de 2011
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“Le presentaron a Jesús pequeños niños para que el los tocara. Los discípulos lo vieron y se enojaron con aquella situación, pero Jesús llamó a los niños diciendo: Dejen que los niños vengan a mí, no se lo impidan, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios, les aseguro que el que no recibe el recibe el Reino de Dios como un niño no entrará en el.”

 

Lo cuenta Martín Descalzo: Para poder entrar en la Basílica de la Natividad en Belén es necesario agacharse ya que la puerta es muy pequeña. Los adultos entran allí solamente encogiéndose. Los niños no, los niños entran de pie. Lo mismo dice Jesús del Reino de los Cielos. “Para entrar en el Reino de los Cielos hay que imitar al Hijo de Dios que se agacha, se abaja y se encuentra con el hombre desde su misma humanidad, frágil y débil, indefensa. Identificado en todo con nosotros menos en el pecado se hizo él uno de los nuestros, dice Pablo. Para quedarse con nosotros y aquí poner su morada dice San Juan. El primero que se agacha en la historia para entrar en ella y transformarla desde dentro es el mismo Dios que se hizo niño, pequeño, hombre, servidor de todos. No hay modo de transformar la realidad si no es agachándose, es decir, dando desde adentro de nosotros mismos lo mejor que tenemos para ofrecer. Sin abajarse, sin hacerse uno con lo frágil, lo débil, lo vulnerable, lo pobre, no hay posibilidad de que las cosas cambien. En la fragilidad se manifiesta el poder y la grandeza de Dios. Cuando nosotros somos realmente capaces de encontrarnos con este costado nuestro más pobre, nos reconciliamos con él. Dios hace maravillas desde ahí. Esto es hacerse como niño. Si uno quiere ingresar en la Basílica de Belén sin agacharse se hace un chichón en la cabeza, como con la vida cuando vamos con la frente demasiado alta y medio encumbrados en lugares en donde no nos toca, si no nos ubicamos no nos va bien. Este agacharse, adaptarse a la realidad desde donde ella pide que nosotros nos arrimemos para interpretarla mejor y para trabajar desde allí su transformación es lo que deja como invitación el Señor hoy en el evangelio llamándonos a ser como niños. Nuestra confianza en que Dios puede más allá de lo que nosotros por nuestra propia fuerza podemos, nace desde este lugar de sencillez, fragilidad, vulnerabilidad, pequeñez. Siendo pequeños Dios nos robustece el corazón, el alma, y nos permite en consistencia, desde el, ser capaces de construir un mundo nuevo y nuestro compromiso en un valor concreto para que sea casa para todos los argentinos viene desde este lugar de sabernos frágiles, pequeños, débiles, vulnerables. Desde ahí aportamos confianza. El, siendo pequeño, frágil, recién nacido, acostado en un pesebre, envuelto en pañales, se constituye en la piedra firme, angular, donde el edificio toma toda su fuerza y consistencia.

Se trata de dar lo mejor de nosotros mismos en el reconocimiento de nuestra fragilidad. No lo hacemos con triunfalismos, lo hacemos con alegría, con gozo, cantando y bailando, pero lo hacemos por sobre todas las cosas con ese lugar al que queremos pertenecer, la pequeñez y la sencillez de los hijos de Dios. El eligió ese lugar, Jesús, el que se movió entre los pobres, frágiles, débiles, los que de una u otra manera física o moralmente requerían de su presencia, los publicanos, los pecadores, los leprosos, los enfermos, los paralíticos, todos ellos forman parte del escenario en donde Jesús se abaja, se agacha y desde ese lugar presta servicio para mostrar que el Reino de Dios es una cuestión de ofrenda, entrega de amor, de confianza. Cuando nosotros nos damos lo mejor de nosotros mismos, desde ese lugar frágil, lo hacemos confianza, con la certeza de que lo poco puesto en las manos de Jesús es capaz de constituirse en su mismo cuerpo y sangre. ¿O no hacemos esto cuando presentamos y ofrendamos el pan y el vino? Cada ofrenda que hacemos en la vida en este sentido, en la más pequeña, en el minuto ofrecido a alguien que nos necesita o el tiempo dado a nuestros hijos cuando están enfermos, o el trabajo de todos los días presentado como ofrenda, siempre es poco al lado de tanta grandeza del amor de Dios, sin embargo, lo poco que nosotros entregamos y ofrendamos en ese grandeza se constituyen en algo inmenso, muy grande. La grandeza no la establece la dimensión de la ofrenda ni quienes se ofrendan, sino por Quien toma la ofrenda. Dios hace grande nuestras cosas. Dios nos engrandece y conforta el alma. La ofrenda y entrega de amor de un niño no tiene miramiento ni cálculo, no especula, no mide cuánto le será correspondido. Es así, se entrega. Sólo esto comienza a ocurrir, el medir la entrega, cuando el amor ha sido herido y entonces comienza a trabajar interiormente aquello que nos hace ser más prudentes a la hora de entregarnos y ahí es cuando la cosa cambia, cuando hemos sido heridos, golpeados por la vida, tendemos a replegarnos. Hay que volver a desplegarnos, del repliegue al despliegue, tenemos que hacer ese camino por el camino de la confianza, recuperando el niño que tenemos dentro, recuperando la frescura y la alegría, recuperando le don de sí mismo para con los demás, sencillamente porque lo queremos compartir. Eso se espera de quién está llamado a participar del Reino y de hacer del mundo en el que vivimos un lugar habitado por Dios. María es el lugar habitado por Dios y nosotros, cuando hacemos algo para Dios lo hacemos siempre con ella.

No tengas miedo de entregar lo mejor de vos mismo. Aunque a vos no te parezca ser visto, Dios te ve. Y en este tipo de experiencia verdaderamente de arrojo, de entrega, de ofrenda, de lanzarse, que estamos buscando desde lo más profundo de nuestro ser, dar sin temor, recuperando el despliegue de la vida, saliendo de nuestros repliegues, hay experiencias que realmente conmueven, experiencias de confianza, de entrega, de arrojo, los niños, como dice Jesús en el evangelio, tienen este mundo desde nos enseñan a vivir ofrendados y entregados. Una historia de las muchas que se pueden recoger y que supone la confianza por parte de los niños, que realmente conmueve, tiene que ver con el hijo de un matrimonio que ve dolorosamente encerrado a su niño de ocho años en el piso alto de la casa mientras esta se prende fuego. La primera reacción de la mamá desesperada es subir entre las llamas para traer a su hijo aunque se quemen. De repente aparece el padre, que llega recién al lugar del siniestro. El hijo desde la ventana le grita al padre que lo ayude, que no puede salir. El padre se ve profundamente asistido por el don de la paternidad, ese regalo grande que Dios hace a los padres, que nos hace a los padres y a las mamás en los momentos duros y difíciles. El padre comienza a alcanzarle la calma, esa que se había perdido en ese ambiente de tanta desesperación. Comienza a silenciar a los otros y particularmente a su hijo. El papá se había dado cuenta que no había posibilidad de llegar al rescate pero había una salida, y era que el niño se tirara. El padre, apoyado en la realidad y en su autoridad de padre le dije al niño que se tire, que el estaría abajo aguardándolo. Lo dice con una voz firme, serena, segura, dentro sí de un temblor interior que el tiene dentro de su corazón, pero dice el padre que había dentro suyo una fuerza más grande que la de los que ponían en el lugar aquellos que estaban más desesperados. En el balcón estaba el hijo parado, envuelto en humo que decía “pero yo no te veo papá”. El padre, con la misma sabiduría que tuvo unos momentos antes, asistido sin duda por una gracia de paternidad le dijo: “Yo si te veo, tirate”. En más de una oportunidad nosotros decimos: Arranco o no, voy o no voy, qué hago. Esa indecisión a veces tiene que ver con un lugar en donde la confianza ha sido dañada. Donde la confianza ha sido vulnerada, donde hemos perdido la frescura, donde la vida nos metió algún bollo que nos dejó sin capacidad de reacción de ir hacia delante, nos tiró para atrás. Si hay algo que tiene la confianza en su lógica es que nos lleva hacia delante. El temor, el miedo, nos repliega. La confianza nos despliega. ¿Qué hace Dios con nosotros? Hace lo que hizo este papá con este niño. Yo no te veo, no veo más adelante, no sé que hay, y Dios desde adentro te dice vamos, no tengas miedo, adelante.

Mientras vamos dando pasos de confianza queremos estar ahí, lanzados en él, vamos sencillamente desplegando lo mejor de nosotros mismos y poniéndolo en él. Todo lo que en el entregamos se multiplica. Vengan a mí los que están afligidos y agobiados que yo los aliviaré. Pongamos las angustias y las tristezas, pongamos los desazones, pongamos las desconfianzas, con confianza, en él, y todo será distinto. Aunque vos no lo veas, él te ve, tirate. Para eso hay que darle lugar al niño que llevamos dentro. Claro, uno dice: si yo vuelvo a ser como niño pierdo lo que conseguí como adulto, algo en nosotros puede que esté resistiendo a la posibilidad de volver sobre aquellos lugares donde nos ha ganado la prudencia. Tenemos que volver sobre aquél lugar ciertamente nos tiene que ganar la inconciencia. Tal vez porque descubrimos la sabiduría verdadera en Dios nos hemos animado a dar pasos más allá de lo que nos da el pantalón, no porque sintamos que somos grandes de repente sino porque tal vez Dios nos haya tomado entre sus brazos y lejos de hacernos dar un paso más allá de lo que podemos con nuestro pobre tranco, el nos hizo dar grandes trancos junto a vos, confiados en su brazos, llevados en las manos de Dios. Tenemos que recuperar esa condición de niños que nos sentimos tomados por los brazos de Dios. Viene con actos profundos de humildad donde Dios nos regala esa posibilidad y esta gracia de humildad no depende de cuántos actos de humillaciones nosotros hacemos sino cuánto de la presencia grande de Dios gana nuestro corazón. La humildad, lo hemos dicho en otras oportunidades, bellamente definido por Anselm Grum, es fruto de la grandeza de Dios, no de que el hombre se haga pequeño. Cuando Dios es grande, el hombre queda en su lugar, no hay forma de que ocupe otro lugar. Por eso ¿a qué le apuntamos?, le apuntamos a la grandeza de Dios. ¿A dónde entregamos lo mejor de nosotros mismos? Al que es el más grande entre los grandes.

La lógica de la economía en el mundo es la confianza. La sociedad entra en crisis cuando pierde la confianza, cuando el mundo adulto cree haber encontrado a través de la ciencia y la técnica la respuesta a los grandes desafíos de la humanidad, mentira, no es verdad, cuando esto es así, cuando el hombre se pone en grande empieza a perder el sentido y empezamos a sufrir de más sin sentido. La lógica de la economía es la circulación de la riqueza, cuando se acumula en las manos de algunos es porque perdieron la confianza y creen que aferrándose a algo se salvaron, no es verdad, es mentira, es en la confianza donde está la respuesta a lo que el mundo necesita hoy para construir algo distinto hasta lo que aquí hemos vivido.

Maria es el modelo de la pequeñez y de la confianza. El lugar en donde Dios vino a poner su morada y habitar en medio de nosotros fue un lugar simple, humilde, sencillo, pobre pero confiado. Es maría la primera evangelizada y evangelizadora de la confianza. “No temas María, el Señor está contigo” La invita el ángel a salir del temor antes de que este quiera ganar su corazón. La inmaculada, la sin pecado, no tiene lugar para el miedo, para la confianza, el ángel en esta expresión confirma lo que Dios ya ha obrado en ella, ese don de ofrende y de entrega, María dice amén desde el lugar en donde Dios preservó en esta criatura tan particular y única el don con el que quiere bendecirnos a todos, con actos profundos de fe y de confianza. Desde ese lugar María canta la grandeza del Señor porque Dios ha mirado su corazón humilde, sencillo, pequeño, como servidora se presenta: “Que se haga en mí lo que has dicho”. Esto de ser niño, al modo de María y como nos lo pide el evangelio, va de la mano de ser uno mismo, y esto de ser uno mismo es andar en verdad como dice Teresa de Jesús. Esa es la humildad: Andar en verdad. Es lo que nos hace parecernos más a nosotros mismos. Ser como niños no es ser eternos infantiles, como Fulgencio, que no tuvo infancia y entonces vuelve a buscar por algún lado de la vida recuperar lo que perdió, lo que nunca tuvo. Ser como niños, dice Pablo en el sentido de ser en el corazón como niños, pero adultos en sus criterios. Niños, frágiles, confiados, interiormente viviendo en frescura y al mismo tiempo entregados a Dios que nos da consistencia porque estamos en las manos del más grande. María, la humilde servidora, la pequeña esclava del Señor, es la que canta desde ese lugar de la grandeza de Dios, que para él todo es posible. Humildad, sencillez, son los valores que se proponen desde el evangelio para encontrar desde allí mismo, siendo uno mismo, la paz que Dios quiere que tengamos en el corazón. María es el lugar donde el Padre, Dios, ha querido que su hijo venga a poner su morada.

 

 

 

Padre Javier Soteras

 

 

 

 

 

 

Padre Javier Soteras