Confío en mi Liberador

lunes, 13 de septiembre de 2021
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13/09/2021 – El próximo jueves comenzaremos un ciclo dedicado a la Santísima Trinidad. Antes de eso, nos vamos a preparar hoy y mañana meditando sobre la confianza, esa tierna confianza que abre camino a la acción de la Trinidad. Aunque a veces nos sentimos seguros y poderosos, la vida siempre nos golpea y al final siempre reconocemos nuestra necesidad de ser sostenidos, auxiliados, fortalecidos. Pero en el fondo reconocemos que sólo el Señor puede sostenernos de verdad, porque todas las personas y las cosas de este mundo también terminan mostrando su debilidad y sus límites. En definitiva, sólo el Señor es nuestra Roca firme.

No hace falta que expliquemos mucho lo bueno que es apoyarnos en el Señor, dejemos que los Salmos nos ayuden a expresarlo: “Yo te cantaré fuerza mía, porque tú eres mi defensa” (Sal 59, 18). “Tú eres mi escudo protector y mi gloria, tú mantienes erguida mi cabeza. El Señor me sostiene. No temo” (Sal 3, 4.6-7). “Tú eres mi Roca y mi defensa. Yo pongo mi vida en tus manos” (Sal 31, 4.6). “Mi refugio y mi fortaleza, mi Dios, en quien confío” (Sal 91, 2). Pero no cabe imaginarlo como una gran montaña, sino como Alguien, que se relaciona con nosotros con amor. Es el Buen Pastor que nos fortalece con su presencia para que podamos seguir caminando: “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal” (Sal 23, 1-3.4). Los Salmos hablan de una seguridad que nos viene de sabernos amados por él: “Porque tú Señor eres mi esperanza y mi seguridad desde mi juventud. En ti me apoyé desde las entrañas de mi madre. Yo seguiré esperando y te alabaré cada vez más” (Sal 71, 5-6.14). “Yo soy pobre y miserable, pero el Señor piensa en mí; Tú eres mi ayuda y mi libertador” (Sal 40, 18).

Pero para decir estas palabras con sinceridad hace falta un corazón humilde que no está concentrado en cuidar su apariencia, que no está encerrado en su vanidad. Porque quien quiere liberarse de un mal por orgullo, porque se siente más importante que los demás, en realidad no está confiando en el Señor. Por eso nos recomienda la Biblia: “Humíllense delante del Señor, y él los exaltará” (St 4, 10). Así han hecho los pobres del Señor, los santos con un corazón libre de toda vanidad, como san Francisco de Asís, Santa Teresa de Lisieux o el beato Carlos de Foucauld. Dejaron de poner su seguridad en su apariencia, en su yo, en su imagen social, en su propia grandeza, y así encontraron la plenitud de la unión con Cristo, liberados del miedo, capaces de quedarse en los brazos del Padre “con una infinita confianza”. Así sus vidas se convirtieron en una pura alabanza.