Contemplación para alcanzar amor

miércoles, 20 de abril de 2011
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Como no lo puede la razón, ni tampoco el corazón lo puede contener, es en el Espíritu Santo, Señor, donde queremos entregar nuestro deseo profundo de reconocimiento a tu gran obra de amor en nuestra vida, en la creación, en los seres animados e inanimados, en los vínculos, en la historia, tu amor grande en esta mañana queremos reconocer y ver consumar la elección de vida que en vos hemos hecho en estos ejercicios, en el amor queremos confirmarlo, queremos sellarlo en un pacto de alianza y amor que celebramos en esta mañana por la vida del Espíritu en nuestras vidas.

A María, que reina en la paz de los corazones y a José, su esposo, le confiamos nuestro compartir de esta mañana, muy sencillamente pidiéndoles a ellos junto a Ignacio de Loyola que intercedan para que la gracia de esta meditación – contemplación obra maravillas en el corazón de todos y de cada uno de los oyentes.

1.- Lectura del texto

 Hechos 2, 1 – ss

“Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en un mismo lugar. De pronto vino del cielo un ruido semejante a una fuerte ráfaga de viento que sonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido se congregaron, la multitud se llenó de asombro porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: ¿acaso estos hombres que hablan no son todos Galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los habitantes en la Mesopotamia y en la misma Judea, Capadocia, el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfidia, en Egipto, en la Libia cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.”

 

2.- El amor ha de ponerse más en obras que en palabras

Una primera consideración que Ignacio de Loyola plantea al final de los ejercicios en esta contemplación para alcanzar amor tiene esta referencia, la primera es la de que “El amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras”. No es que no se de también en las palabras y en las otras manifestaciones más afectivas, pero se da más en las obras, dice Ignacio, y en las obras hay que prestar sobre todo atención tanto cuanto se quiere juzgar del amor de Dios que nos tiene y que le tenemos. Al principio, en los evangelios se nos dice respecto de esto en Mateo 7, 27 “No todo el que me diga Señor, Señor,  sino el que haga la voluntad del Padre”. En 1 Juan 3, 18 se nos advierte que no amemos de palabra sino de obras y de verdad. Santiago 1, 22-25 dice: Pongan por obra la Palabra y no se contenten con oírla engañándose a ustedes mismos. El amor se ha de poner más en obras dice Ignacio en la consideración de los ejercicios en el número 230. De ahí la importancia que tiene el amor y el orden a demostrar nuestro amor a Dios, lo que él durante estos ejercicios nos ha pedido y me ha pedido, lo que Dios ha puesto como elección en mi corazón y hacia donde orienta mi respuesta. Es decir, el trabajo de los ejercicios consiste en descubrir el querer de Dios para mi vida. Ese querer es un querer amoroso y la respuesta ha de ser en el amor al querer de Dios, de ahí que el ordenamiento nuevo de vida en elección no es una carga de obligación que nos ponemos sobre lo que ya hemos recibido como mandato divino sino que es un descubrir que en lo que Dios me pide el amor de él se juega todo por mí y es en amor como debo responder. Pequeños gestos con gran amor ha dicho Teresita del Niño Jesús. Es más, dice ella, se descubre en el amor en las pequeñas cosas la capacidad nuestra de respuesta a la iniciativa divina que con tanta profusión de gracia viene a nuestro encuentro. En esta meditación para alcanzar amor pidamos esta gracia de poner por obras el amor con que Dios ha revelado su presencia en nuestra vida, en estos ejercicios.

 

2.-El amor mutuo consiste en la comunicación de dos partes

Una segunda advertencia tiene que ver con lo que Ignacio dice: El amor mutuo consiste en la comunicación de dos partes. Y en este sentido es bueno meditar sobre en qué modo, en lo creacional y en la recreación de la vida, la gracia de creación y la gracia de redención, Dios me ha bendecido. Y entonces hacer un recorrido de la historia y andar por los lugares diversos que hacen a los vínculos en las etapas distintas de la vida y cómo y de qué manera el amor de Dios se ha manifestado en su misericordia y cómo aún cuando en las condiciones en las que mi vida se fue desarrollando no fueron las mejores y Dios intervino con su infinita misericordia para obrar más allá de lo que la connaturalidad de los acontecimientos de la historia que me tocó vivir, me fue ofreciendo. Y entonces descubrir que Dios crea y al mismo tiempo recrea. Ahí podemos hacer el ejercicio de tomar la infancia, adolescencia, vida adulta, vida anciana, y descubrir cómo Dios a lo largo de todo el proceso histórico personal ha estado presente. En la familia que te eligió en lo que hace a los vínculos sanguíneos o en la familia que te dio en lo que hace a los vínculos en el espíritu. En la posibilidad que Dios te regaló de ser educado, en el ámbito de la escuela, y si no pudiste estudiar, cuántas otras cosas la vida te enseñó más allá de los estudios que pudiste tener y cómo en muchos pedazos de la historia de nuestra propia vida ha dejado tantas enseñanzas en Dios en nuestro corazón haciéndonos una persona de sabiduría por la experiencia vivida y como poder capitalizar esto sin echarte de menos y cómo Dios te bendijo en trabajos distintos, en crear y recrear tu familia, y cómo en los momentos más dolorosos de tu vida Dios no dejó de estar, cuando faltaron los seres queridos como la gracia de consuelo te habitó, cómo el don de la fortaleza te permitió superar dificultades de enfermedad, de salud, como el don de recreación de la alegría en momentos críticos personales o sociales Dios te lo regaló para reinventar la historia. Tantas cosas para agradecer, que digámoslo así, sería como el tercer movimiento de esta comunicación de vida, terminar en una acción de gracias importante.

 

3.- Terminar en una acción de gracias

Terminar en una acción de gracias significativa sería el tercer movimiento, donde seamos capaces de descubrir esta comunicación de vida entre la presencia de Dios y nuestra respuesta a esa presencia a lo largo de la historia expresada en un decir sencillamente “Gracias Señor”.

La ingratitud es, para San Ignacio, el peor de los vicios. Como lo dice en una carta a Rodríguez: “Considero salvo juicio mejor en su divinidad y bondad, la ingratitud ser cosa de las más dignas de ser abominadas delante de nuestro creador y Señor, decía Ignacio, y delante de las criaturas capaces de su divina y eterna gloria, entre todos los males y pecados imaginables, por ser ella desconocimiento de los bienes, gracias y dones recibidos causa principio y origen de todos los males y pecados. Por el contrario el conocimiento y gratitud a los dones y bienes recibidos, cuanto sea amado y estimado así en el cielo como en la tierra. En esta gracia que estamos buscando de contemplación para alcanzar amor, después que hemos hecho un recorrido por nuestra propia historia, por nuestra vida, hay que detenerse sobre las cosas creadas por Dios alrededor nuestro y descubrir que en todas ellas Dios habita como habita en nosotros y en ese habitarnos históricamente en distintos momentos y en este acompañarnos diverso con el que Dios nos ha bendecido a lo largo de nuestro ser persona en el tiempo, descubrir y reconocer agradecidamente su bondad. Los dones son dones materiales, dones espirituales, son gracias de la naturaleza, naturales y gracias sobrenaturales. En todos y cada uno de ellos ha dejado una huella y es en este análisis de reconocimiento sencillo y puntual donde somos invitados a prestar particular atención para que no sea en un parecer genérico, no le doy así gracias a Dios por la vida sino por esta vida, por esta familia, por este matrimonio, por estos amigos, es en la puntualidad, es en la precisión, es en el recuerdo exhaustivo que la gracia de Dios obra en nuestros corazones donde recibimos el impulso de ser verdaderamente agradecidos a partir del desborde de amor con el que Dios supera inconmensurablemente toda esta expectativa o posibilidad de registro racional de lo que el ha obrado en nosotros. Hay sin duda una desmesura divina en el trato con el que Dios nos atiende y bendice. Y solamente cuando se entra en esta dinámica de desmesura divina es cuando podemos dejar que el corazón vaya recorriendo ida y vuelta y corriendo por cada uno de los tramos de la historia por donde nuestra vida se ha movido para bendecir, levantar las manos, alabar y dar gracias a Dios. Este es el camino de este ejercicio en agradecimiento al Señor. Cuando no es así nosotros corremos el riesgo de caer en el pero de los males dice Ignacio. Todos los males nacen de esta falta de reconocimiento de la presencia de Dios obrando en nuestra historia. Justamente, en este tiempo de Pascua, si hay algo que se caracteriza para poder entrar en la dimensión de lo que Dios nos regala, es en eso, en la desmesura de la gracia. Ayer, en el evangelio que contemplábamos en el día aparecía María rompiendo un frasco de nardo de perfume muy caro. La especulación de uno de los discípulos es la de decir cómo no lo vendimos y pudimos sacar plata y dárselo a los que sufren pobreza. Jesús se mueve en otra lógica que no es la del fruto o disfrute particular de un bien que se puede comerciar sino que en la expresión de María hay una lógica de profunda comunión con su lógica, hay una desmesurada entrega. Cuando entramos en esta lógica entendemos que Jesús pueda decir: “Yo he venido a dar la vida por todos ustedes”, es desmesurado ¿no?, cuando mucho, dice la Palabra que un hombre puede dar la vida por sus amigos, pero darla también por sus enemigos es como mucho. Cuando decimos desmesura es esto que sentimos que es como mucho. Decimos esto cuando a todo lo ponemos dentro de nuestras categorías de razonabilidad. Nunca Dios va a entrar en nuestro mundo cuando solamente nos vinculemos a el desde lo que podemos entender racionalmente. Hay un código de comunicación distinto con el que Dios viene a nuestro encuentro que sin dejar al margen la razón la supera y la entrega en otra dimensión, es la gracia de su amor obrando en concreto de nuestra vida.

 

4.- Dios obra en nosotros

Solamente cuando llegamos a esta dimensión entendemos de qué se trata esto de contemplar para alcanzar amor.

El Dios que ha venido a nuestro encuentro para darnos vida y recrearnos, al que estamos infinitamente agradecidos en el recorrido de nuestra historia en lo material, vincular, espiritual, relacional, es el Dios que además no por fuera trabaja sino por dentro, es el Dios que obra en nosotros y hasta que no llegamos a esta dimensión de que Dios actúa en nosotros y obra a través de nosotros, no hemos terminado de entender qué significa su presencia en nuestra propia historia y entonces vamos siendo llevado por este ejercicio a aquél punto donde la Palabra de Dios nos dice con claridad que nada podemos sin él. Y es en el reconocimiento casi siempre de nuestra debilidad o en el punto de encuentro con nuestro límite donde nos abrimos a esta verdad inmensa que viene como dato de la fe, que en realidad todo el quehacer humano depende del quehacer divino, de la intervención de aquél que vino a poner su morada entre nosotros, de lo bueno que hay de nuestro quehacer. En todo lo dañino, lo perverso, lo torcido, lo deshumanizante, en todo lo que termina por hacer indigna la vida humana, nada Dios tiene que ver. En cambio, en todo lo que el hombre es capaz de bondad, belleza, rectitud, camino de construcción a favor de sí mismo, de los demás y para gloria de Dios, es Dios quien interviene, y allí entonces es cuando vemos cuantas bondades con las que Dios nos ha bendecido en la propia historia, no podemos sino reconocer la mano de Dios habitándonos por dentro. ES lo que la palabra refiere cuando nos invita a pensar en esa realidad de injerto entre la Vid que es Dios y nosotros como sarmientos: “Sin mí no pueden hacer nada” Sólo el sarmiento que permanece en la vid da mucho fruto, el que no, no da nada. Es esta sabia de vid divina que corre en nuestras propias venas y todo nuestro ser la que nos permite poder hacer las grandes obras con las que Dios quiere dar gloria en nosotros a favor de su presencia en la historia. Te invito a que la final de los ejercicios puedas expresar esta inmensa obra de Dios en tu propia historia y en el camino que ha recorrido el Señor junto a vos en reforma de vida en los Ejercicios de San Ignacio.

 

 

 

Padre Javier Luís Soteras