Contemplar a Jesús sufriente y resucitado

miércoles, 15 de agosto de 2007
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En ese momento se abrió el cielo y el santuario de Dios. Dentro del santuario se pudo ver el arca de la alianza y se produjeron relámpagos, truenos, rumores, terremotos y fuertes granizadas. Apareció en el cielo una señal, una mujer vestida de sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas, está embarazada y grita de dolor porque llegó su tiempo de dar a luz.

Apocalipsis 11; 19

En este día de gracia para todos nosotros al celebrar a María asunta al cielo en cuerpo y alma la Palabra nos ofrece ésta mirada del cielo que se abre y el arca de la alianza que aparece y detrás de ésta escena tan bien descripta por el autor del último libro de la Biblia, la figura de la mujer que representa la presencia de María.

Es María que surge vestida de sol con la luna bajo sus pies con una corona de doce estrellas, está embarazada, está por dar a luz.

Esta que está por dar a luz sufre los dolores del parto y así como engendró hace dos mil años a Jesús, hoy en éste día de gracia viene a engendrar en nosotros a Cristo, va a dar a luz a Jesús en cada uno de nosotros y por eso nos invita a que contemplemos el rostro de aquel que es el hombre nuevo y que viene a hacer al hombre y a la mujer nueva de éste tiempo.

Engendrados en María por obra del Espíritu Santo damos a luz en nosotros la gracia que nos asemeja a Dios. Y ésta obra la hace con su hijo que nos ofrece su rostro, que nos invita a contemplarlo para que sea justamente desde El donde nos animemos a caminar un tiempo nuevo para nuestra vida.

Estamos llamados a caminar un tiempo nuevo en la historia en la gracia que nos regaló Juan Pablo II cuando abriendo las puertas del tercer milenio nos invitó a meternos en el con decisión y con determinación, con la que le corresponde a los hijos de Dios que llevan dentro suyo el anuncio de una nueva humanidad, la construcción de un mundo nuevo. Es en la persona de Jesús donde esto se hace posible.

El Cristo que hoy María que aparece en el cielo asunta nos viene a regalar desde su vientre donde nosotros también en cierto modo estamos presentes para que sea justamente el de ella donde renazca éste Jesús estamos llamados a ser cada uno de nosotros para que podamos verdaderamente a llegar a serlo hoy la catequesis nos invita con Juan Pablo II en Novo Millennio Ineunte a contemplar el rostro de Jesús.

Ayer veía un programa de televisión en el canal Encuentro y se hablaba del arte en Córdoba y como muchos artistas plásticos y músicos se hicieron del paisaje de nuestra bellísima provincia para poder plasmar después sobre sus lienzos, sobre las partituras la obra que en cierto modo lo que contemplaban, lo que observaban les inspiraba para hacerlo. Córdoba, planteaba el programa del canal Encuentro, como una cuna de arte.

Yo te invito a que siguiendo éste sentido de arte podamos nosotros hoy abrirnos a la contemplación ya no del paisaje sino del creador del universo, de Jesús, y que viéndolo a El nos dejemos inspirar para trabajar con El en nuestro propio barro la imagen de hombre, de mujer que estamos llamados a ser. Es verdaderamente El el alfarero pero no quiere hacer la obra sin nuestra participación. Nos creó sin nuestro consentimiento pero no nos quiere recrear sin nuestro consentimiento. En éste espíritu nos unimos para compartir el camino que el Señor nos llama a recorrer juntos, a ser la presencia de Jesús en el mundo.

Lo primero que nos invita a contemplar María de Jesús su hijo es esa condición suya de ser hijo, hijo del Padre. Esa misma experiencia la hizo María. Ella fue aprendiendo a descubrir poco a poco y sorpresivamente que el que había nacido de sus entrañas por obra del Espíritu Santo era el hijo eterno del Padre. Porqué me buscaban, no sabían que yo debo estar dedicado a la casa de mi Padre y a las cosas de El.

Esta presencia de Jesús en el seno de la humanidad como hijo la testifica El mismo. El Padre está en mí y yo estoy en el Padre. Este es el don más grande que Jesús ha venido a regalarnos. El de llegar a ser hijos en el hijo, el de llegar a tener en nuestro corazón la presencia del Padre y nosotros como hijos de El.

Jesús crecía dice la Palabra en sabiduría, en estatura y en gracia y El mismo va tomando progresivamente dice Juan Pablo II conciencia de su misterio hasta la plena expresión de su humanidad glorificada.

Jesús progresivamente desde su infancia y niñez va teniendo conciencia de su identidad de hijo de Dios. Este es el motivo por el cual lo van a condenar. Buscaban matarlo dice la Palabra por que no solo quebrantaba el sábado sino que llamaba a Dios su propio Padre. Haciéndose, dice Juan 5, 18, a si mismo igual a Dios. Es en el Getsemaní y en el Gólgota donde la conciencia humana de Jesús se va a ver sometida a la prueba más dura, a la situación más dramática.

Allí es como si se desdibujara la presencia del Padre en su propia vida sin embargo puede más ese víinculo de comunión que brota del Espíritu trinitario donde Jesús dice que se haga tu voluntad y no la mía y donde expresa en el Gólgota que se haga tu voluntad y no la mía y donde expresa en el Gólgota en tus manos encomiendo mi Espíritu.

Ni el drama de la pasión y la muerte va conseguir afectar su seguridad de ser hijo del Padre del cielo. Este es el regalo más grande que nos ha regalado, que nos ha hecho el Padre. Darnos a su hijo y en El llegar nosotros a ser también hijos de Dios.

 Para meternos mar adentro, para ir a lo profundo, para ingresar a éste tiempo nuevo de gracia adonde el Señor nos tiene preparados muchos dones para regalarnos María nos lleva de la mano y además de enseñarnos a contemplar el rostro del hijo y a descubrir en esa condición suya, nuestra condición de hijos de Dios nos presenta el rostro doliente de Jesús. La contemplación del rostro de Cristo nos lleva a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio.

Es el que aparece en la hora extrema, la hora de la cruz. Misterio en el misterio ante el cual cada uno de nosotros cuando lo descubre en toda su realidad y profundidad está llamado a postrarse en actitud de adoración.

Pasa delante de nuestra mirada la intensidad de la escena de la agonía de Jesús en el huerto de los olivos. Jesús está abrumado por la previsión de la prueba que le espera solo ante el Padre. Lo invoca con su modo habitual y con su tierna expresión llena de confianza, abba: papá, papito.

Le pide que aleje de El si es posible lo que supone beber la copa del sufrimiento, pero el Padre parece que no quiere escuchar la voz del hijo y para devolverle al hombre el rostro del Padre, Jesús no solo asumió el rostro del hombre sino que cargo incluso el rostro del pecado.

Quien no conoció pecado se hizo pecado por nosotros, dice Pablo para que viniésemos a ser justicia de Dios en El. Este hacerse pecado por nosotros de que habla el apóstol Pablo es lo que está particularmente afectando la vida de Jesús en el Getsemaní. El pecado es ausencia, carencia de Dios, el pecado es justamente lejanía de Dios, es lo contrario a Dios.

Jesús en el Gólgota termina por vencerlo enfrentándolo y en esa lucha y enfrentamiento siente la absoluta ausencia de Dios que tiene y trae de suyo como consecuencia el pecado. Eso lo ha empezado a experimentar en Getsemaní toda la esperanza, la que emerge del grito del dolor aparentemente desesperado en la cruz es la que se nos pega en el corazón ante su Eloí, Eloí, lema sabactaní: Dios mío, Dios mío porque me has abandonado.

No es posible imaginar un sufrimiento mayor. Es mucho más que el dolor físico el que está padeciendo Jesús, es el dolor moral. Es el dolor que genera la ausencia del Padre fruto del pecado que Jesús está cargando sobre sí .

El grito de Jesús en la cruz nos delata la angustia de un desesperado sino esta presencia del pecado es la que lo genera. Mientras se identifica con nuestro pecado abandonado por el Padre, El se abandona en las manos del Padre. Jesús fija sus ojos en el Padre.

Y justamente por la experiencia dice Juan Pablo II que solo el tiene de Dios incluso en éste momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Solo el que ve al Padre y lo goza plenamente valora profundamente que significa resistir con el pecado su amor. Jesús está haciendo ésta experiencia. Algunos santos han experimentado en algo éste misterio.

Es lo que Juan Pablo llama la teología vívida de los santos. Ellos nos ofrecen como indicaciones preciosas que permiten recibir más fácilmente la intuición de la fe y eso gracias a las luces particulares que alguno de ellos han recibido del Espíritu Santo o incluso a través de la experiencia que ellos mismo han hecho de los terribles estados de prueba que la tradición mística describe como la noche oscura. Muchas veces los santos han vivido algo semejante a la experiencia de Jesús en la cruz, en la paradójica confluencia de estar en Dios sufriendo ,permanecer en Dios padeciendo.

Ejemplo de esto nos deja Santa Catalina de Siena que expresa que el alma está feliz y doliente, doliente por los pecados del prójimo, feliz por la unión y por el afecto de la caridad que ha recibido en si misma. Ellos, dice Juan Pablo, imitan al cordero inmaculado, al hijo unigénito el cual estando en la cruz estaba feliz y doliente, feliz y sufriente.

Teresita del Niño Jesús vive su agonía en comunión con la de Jesús verificando en ella misma la paradoja de Jesús feliz y angustiado. Nuestro Señor, dice ella, en el Huerto de los olivos gozaba de todas las alegrías de la Trinidad sin embargo su agonía no era menos cruel. Es un misterio pero les aseguro de lo que pruebo yo misma comprendo algo. Hermosa expresión.

La narración del Evangelio nos permite descubrir ésta percepción de la conciencia de Cristo cuando recuerda que aún en lo profundo del dolor El muere implorando el perdón por el pecado de los verdugos. Tanto el porqué me has abandonado como el Padre perdónalos porque no saben lo que hacen expresan lo mismo, éste dolor por la ausencia de Dios que es consecuencia y el fruto del pecado y ésta profunda unión de Jesús con el misterio del Padre.

El que sufre colgado en la cruz padece la ausencia que el pecado genera, la ausencia de Dios que genera el pecado y al mismo tiempo nos invita a confiar con el en el Padre es así entre la alegría por la presencia de Dios y el dolor que nos genera el pecado y sus consecuencias donde nosotros vamos igualmente configurando el rostro doliente de Jesús que será rostro resucitado.

Así como un pintor de un paisaje necesita del paisaje para poder plasmarlo sobre su lienzo con su paleta de pinturas y su pincel. Así también para nosotros poder gestar en nosotros el hombre nuevo, la mujer nueva que estamos llamados a ser necesitamos contemplar al hombre nuevo a Jesús. Es justamente desde ésta contemplación de Jesús donde podemos ir nosotros por obra del Espíritu y por las manos del artífice de la novedad en nosotros, Jesús, el alfarero, generando nuestra nueva identidad.

Veníamos hablando en éstos días de una casa nueva para un tiempo nuevo, para hombres y mujeres nuevas, para la novedad en nosotros. Esta novedad surge de ver a Jesús, contemplarlo al Señor. Recién nos adentramos en la contemplación del rostro sufriente de Cristo, ahora nos queremos detener en la contemp0lación del rostro resucitado de Jesús.

Como en el viernes santo y sábado santo la iglesia permanece en la contemplación de éste rostro ensangrentado en el que se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación. Ahora queremos llegar a ver a Jesús, el resucitado. Si no pudiéramos contemplar ésta dimensión de resurrección, Pablo dice en Primera Carta de Corintios 15, 14 vana sería nuestra fe. La resurrección es la respuesta del Padre a la obediencia de Jesús.

La Carta a los Hebreos lo dice claramente: Jesús habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruego y suplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte fue escuchado por su actitud reverente y aun siendo hijo con mayúscula con lo que padeció experimentó la obediencia y llegado a la perfección se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que obedecen. En la Carta a los Hebreos capítulo 5 del verso 7 al 9 la Palabra nos invita a meternos en esa clave de obediencia al estilo de Jesús la que culmina en Jesús con su rostro resucitado y en nosotros igualmente con el rostro igualmente resucitado. Miremos a Jesús resucitado y sigamos los pasos de Pedro que lloró por haberlo negado, retomó su camino confesando con comprensible temor su amor a Cristo: tu sabes Señor que te quiero.

Lo hacemos unidos a Pablo también que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por El hasta llegar a decir para mi la vida es Cristo y la muerte es una ganancia. Nos queremos acercar a contemplar todos juntos el rostro de Jesús como si estuviera sucediendo hoy la gracia de la resurrección. En el rostro de Cristo nosotros contemplamos el tesoro de su profunda alegría y de nuestra gran alegría.

Que dulce es el recuerdo de Jesús fuente de la verdadera alegría. En comunidad animados por ésta experiencia caminamos para anunciar al mundo a Cristo, iniciando un tiempo nuevo se abre delante de nosotros como familia.

Esta novedad de radio que se sintoniza en distintos lugares del país y está llamada a cubrir toda la República Argentina es una gracia del tercer milenio para poder entrar en ésta gran gracia que Dios nos regala somos invitados a contemplar al hijo doliente y resucitado en el día de la Asunción de María a los cielos en quien se ve definitivamente realizada la obra del Padre participando ella de los méritos de Jesús de manera anticipada queremos nosotros con ella meternos en el corazón de Jesús y aprender a trabajar nuestra propia vida viendo, contemplando, esa obra de arte maravillosa, la del hijo de Dios hecho hombre.