Convertirse y creer

lunes, 9 de enero de 2023

09/01/2023 – “Nadie se salva solo y nadie se convierte solo”, de eso trata el evangelio de hoy dijo el Padre Sebastián García, sacerdote del Sagrado Corazón de Betharrám, en resumen: convertirse y creer.

Iniciamos el tiempo ordinario, que contrario a lo que se cree, es el tiempo privilegiado para que se afiance en nosotros la condición de discípulos misioneros. Para poder seguir conociendo a Jesús, para más amar y en todo seguir. Es el tiempo más largo, es más largo que adviento y navidad, es más largo que cuaresma y pascua.

Le pedimos el Espíritu que venga a nuestra vida, que venga a nuestro entendimiento y pase por nuestro corazón, que pase por nuestra memoria y voluntad para que, nosotros como oyentes de la Palabra, podamos hacerla nuestra:

 

Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”. Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.

Marcos 1, 14-20

 

Convertirse y creer implica un cambio de óptica

El primer anuncio de Jesús comienza con la fuerza del Espíritu Santo, pero aclara que fue después que Jesús fue arrestado. Allí surge la predicación de Jesús, que proclama la venida inminente del Reino de Dios y el anuncio gozoso de la Buena Noticia.

Jesús comienza su vida pública predicando el Reino y exigiendo la conversión, porque al Reino no se entra de cualquier manera. Es necesario adaptar nuestra mentalidad a Dios.

Convertirnos es no querer seguir pasando a Dios por los caprichos de nuestro corazón, sino adaptar nuestra inteligencia, nuestra memoria, voluntad, nuestro ser y parecer, lo que somos y lo que poseemos, a la voluntad de Dios.

No se trata de un Dios que quiere adeptos que lo siguen, no se trata de renunciar permanentemente a todo lo que me gusta y hace bien “porque Dios así lo quiere”.

Se trata, sí, y es mucho más importante y duro, de pedir la gracia de cambiar nuestro corazón, cambiar nuestra mirada, cambiar nuestros deseos para que sean verdaderamente conforme a la voluntad de Dios. Una voluntad de Dios que no destroza nuestra condición humana sino que al contrario, le da un verdadero sentido.

Convertirse y creer implica un cambio de óptica, es la apertura del corazón a un nuevo orden: el del Reino de los cielos.

El Reino es el mismo Jesús, que viene a instaurar con su encarnación y fundamentalmente con su Pascua, un nuevo orden de relaciones humanas y humanizantes, donde lo único que esté permitido sea el amor.

Y no es cualquier amor, no es un sentimiento: “si lo sentís hacélo” o “si me cabe lo hago”, sino el amor como determinación de vida. El amor no tiene que ver sólo con el deseo o las pulsiones, o con lo que está de moda.

El amor es la convicción honda, firme y profunda que Dios nos regala para que nuestra vida tenga motivos ciertos. El amor como única clave para entender el conjunto de relaciones humanas y sociales; es la convicción de que “le voy a dar más importancia de lo que le pasa al otro que a mis propios mambos, angustias y dolores”, expresó el Padre Sebastián.

 

Jesús nos salva en comunidad y en comunión

En esto de convertirnos tenemos que entender que estamos íntimamente ligados,por eso nadie se salva solo. Dios pone originalidad en mis talentos y dones, que solo yo puedo sacar de mi corazón, para que otro se beneficie.

La búsqueda del propio bien, la búsqueda de la salvación individual, sin ayudar, sin mirar, sin abrazar a las víctimas, no tiene cabida en el Reino de Dios.

El Reino es para los que creen, viven y aman de otra manera. Por eso es necesaria la conversión. Es necesario pensar la vida en sentido comunitario y en vínculo de sincera comunión, para sabernos y sentirnos humanos, proclamando con voz firme y actos contundentes que o nos salvamos juntos o no se salva nadie.

Queremos anunciar a Jesús y dejarnos salvar por su ternura y misericordia. Es necesario cambiar la mente y el corazón para creer de un modo renovado que deje afuera todo lo que no nos lleva a Dios: ritualismos y prácticas vacías que no le dicen nada a nadie.

Hacer el esfuerzo una y otra vez para no acostumbrarnos ni a Dios ni a Jesús ni a la acción salvífica del Espíritu Santo, para que la Palabra cale hondo en nuestro corazón y podamos tener los sentimientos de Jesús y podamos participar también de su Pascua.

Par ilustrar nuestra actitudes el Padre Sebastián dijo que muchas veces nos gana el “somos así y no podemos cambiar”, y nos volvemos cascarrabias de la fe “si Dios que quiere que me quiera así”. “Sí, Dios te acepta como sos”, continuó explicando , sin embargo nos ama tanto que “no tolera que sigamos en nuestro propio metro cuadrado”. Nos tiene una paciencia muy grande, y nos acepta en la verdad de lo que somos, pero el amor que Dios nos tiene capacita, potencia, redime y nos da nuevas perspectivas.

Y por más que vayamos por la vida diciendo ‘soy así y nadie me va a cambiar’ alguien ya empezó a cambiarnos. Porque antes no conocíamos a Jesús, no se había dado ese encuentro; ahora nos hemos dado cara a cara con el acontecimiento de nuestra vida: Jesús. Y elegimos seguirlo.