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Corazones dilatados
viernes, 11 de abril de 2008
"El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra.
El que vino del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio certifica que Dios es veraz. El que Dios envió dice las palabras de Dios, porque Dios le da el Espíritu sin medida.
El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos. El que cree en el Hijo tiene Vida eterna. El que se niega a creer en el Hijo no verá la Vida, sino que la ira de
Dios pesa sobre él".
Juan 3, 31 – 36
Quererlo todo, sin renunciar a nada, es como el máximo infantilismo”.
¿Se da cuenta por qué es tan malo darle todo servido a la gente?
¿Por qué tenemos tanto que volver a pensar en nuestros padres, en los que vinieron peregrinando de otros países, disparando de las guerras?.
Como nos enseñaron el amor al trabajo. El amor a la fe.
Me acuerdo en las sierras de Córdoba, en las altas cumbres, en Villa Liqueno, había una misa temprano, como a las nueve, y digo temprano porque en las sierras, a esa hora está queriendo, recién queriendo asomar el sol, o sea, que es un poco oscuro todavía, y muy frío, muy frío.
Y desde las cuatro de la mañana, un muchachito de 15 años, hacía dos horas de mula, y cuando nosotros nos levantábamos, e íbamos a la capilla con el sacerdote ya fallecido ahora, el padre Jiménez, un franciscano, este muchachito esperando para confesarse, todos los domingos, después de dos horas de mula en las montañas, en las sierras, con esos fríos, con esos riesgos en la oscuridad, llegaba y rezaba el rosario en la puerta de la Iglesia cerrada.
Me acuerdo en las misiones, cuando uno va por ahí al campo, la gente, y va la señora, con sus chiquitos, y tal vez caminan una legua (5 o 7 kilómetros), se van caminando, a la escuelita. Porque allí están los misioneros, y hay una misa.
Y se van caminando, y son la una o dos de la tarde, y uno se pregunta, ¿Dónde come esta gente?. Y no, no importa, venían para misa. Comer, comeremos después, cuando lleguemos. Cinco o seis de la tarde.
Como Dios, con la semilla de la fe, da esa vivacidad, esa virtud, esa mirada. Y esto hace que las personas sean como novedosas. Sean tan diferentes, ¿no?.
¿Cómo soy yo diferente en mi vida? ¿Cómo arriesgo, qué sacrifico? ¿Qué estoy dispuesto a sacrificar para vivir mi fe?
El realismo, entonces, es hacerse cargo de la realidad. Y no olvidar, que quererlo todo, sin renunciar a nada, es ser un infantil. Es desconocer la vida. ¡Cuánto valorar y agradecer nuestros antepasados que nos enseñaron, que lo “que cuesta, vale”!
El Señor nos regaló el don de la transpiración, eh. Si, es uno de los dones más lindos. Y nos enseña el sentido auténtico de la vida. Porque; “ganarás el pan con el sudor de tu frente”.
Y en este sentido, el que arriesga sólo lo controlable, no arriesga nada.
Porque está dentro de los dominios propios. El crecimiento, la madurez, el encontrar el sentido de la vida, se descubre cuando uno hace un acto de confianza. No es el riesgo, no es ir más allá de sí mismo, por ir más allá de sí mismo. La fe no es tirarse al vacío, porque sí. Sí hay un vacío, sí, porque lo humano está llamado a ir más allá de sí mismo. ¿Qué es la fe? Confiar. Creer. Mi Padre me espera. Mi Padre se hace cargo. No tengan miedo, Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo. En el mundo tendrán muchas pruebas, pero no tengan miedo, yo he vencido al mundo.
Hace falta hacerse cargo de la vida, entonces, y cargar con la cruz de cada día. En lo concreto. Y nos preocupamos mucho hay veces, porque duele. Y por eso no nos gusta. No es feliz uno. Me parece un concepto un poco triste, un poco mezquino de la felicidad. Yo creo que la felicidad, viene como un regalo, y el llamado es asumir la vida. El camino de la felicidad pasa por lo concreto de cargar. Acepto y cargo.
Aceptar no quiere decir, tengo ganas, me siento bien. En el sí puedo estar sintiéndome mal. Pero cuando acepto con una mirada de fe, esto es un hecho, no lo voy a cambiar, lo acepto. Señor acepto esto. Aquí estoy. Va a ver que cambia adentro algo. Cambia mucho adentro. Se serena el corazón.
Y hasta los sentimientos, como un bagual salvaje, con un buen freno, que es la aceptación de la vida, y el asumirla, es el freno de este bagual, esa fuerza se transforma, en algo que se puede orientar. Y lo que era contrario, y me hacía infeliz, ahora me ayuda y me acompaña, para que yo pueda, vivir un proyecto de vida, aceptando, cargando, no disparando.
Ustedes saben que, huir hacia delante, es lo mismo que huir hacia atrás. Dice este monje trapense. Me encanta.
Hay veces que hay gente que se esconde en el pasado. Y otros que niegan la realidad, y sueñan con un futuro. Y viven en las nubes. En una burbuja; inventando la vida; para no sufrir. ¡Qué tontos! Si la alegría más grande, es poder sufrir, poder transpirar. Poder entregar la vida por algo que vale la pena, y tiene que doler. ¡Claro que duele! ¿Pero donde está el placer? Sino después de cansados, haber subido la montaña, poder reposar y mirar la enormidad del mundo que nos rodea.
Jesús, en diálogo con Nicodemo, y conmigo nos dice:
“El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra.
El que vino del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio certifica que Dios es veraz. El que Dios envió dice las palabras de Dios, porque Dios le da el Espíritu sin medida.
El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos. El que cree en el Hijo tiene Vida eterna. El que se niega a creer en el Hijo no verá la Vida, sino que la ira de
Dios pesa sobre él”.
Juan 3, 31 – 36
Bien dicen que de la abundancia del corazón, habla la boca. Y particularmente nuestra experiencia de vida, muchas veces nos damos cuenta de qué hay en el interior de la persona, cuando hay momentos difíciles. Y también hay un viejo refrán entre la gente, que nos puede servir mucho. “En las canchas se ven los pingos”. ¡Cuánta verdad tiene este refrán, y por algo alguien lo canonizó. Lo instituyó.
Cuántas cosas salen de nuestro interior. El bien y el mal. Adentro, adentro de nosotros está la vida. Y también la muerte.
El que viene de lo alto está sobre todos. Nos dice el Señor. Es él el que viene de lo alto. Nadie puede estar sobre él. Nadie puede conocer la verdad, tener la perfección. Nadie puede tener la paz. Nadie tiene la repuesta a cerca del camino de la felicidad. Sino el que viene de lo alto porque está sobre todos.
Y a mi me gusta siempre decir que Dios tiene todo resuelto. Quien no tiene resuelta las cosas, soy yo. El hombre, la persona humana. Por eso que lindo que Dios en su bondad y misericordia, viene de lo alto. ¿Cómo viene de lo alto? ¿De qué manera? ¿Con qué presencia tan sencilla? Tan a la manera mía. Tan cercano el que viene de lo alto, se hace accesible, y puede entrar en mi corazón.
¿Cómo no exploto yo cuando entra Dios en mi corazón? ¿Cómo no se revienta mi mundo interior y mi vida? ¿De qué manera el que viene de lo alto estará en mi, que todavía no revienta mi vida?
Porque como muy bien dice la palabra, a vino nuevo, odres nuevos. Ese vino nuevo que es el que viene de lo alto. Con un Espíritu brioso, inquieto, infinito. Que ama, que arde. Que quiere consumir.
¿Qué habrá de duro en mi que todavía Dios no puede reventar mi odre? ¿Será que ya soy un hombre nuevo? ¿Será que ya siento al modo del hombre nuevo? ¿Será que ya soy libre? ¿Será que ya no necesito depender del pecado ni reconocer mi pecado? ¿Y por eso es que hay una honda sintonía entre Dios y yo? ¿Qué pasa que no tiembla mi vida? ¿Qué no se transforma mi existencia? ¿Qué pasa que no surge suficientemente ese amor de caridad de Jesús que perdona, al enemigo, que se sacrifica para que yo sea su amigo? ¿Siendo ahora su enemigo?
¿Qué pasa en mi vida que todavía no puede Dios lograr esa paz interior, esa reconciliación, esa aceptación de la realidad?
¿Será que yo dejé que el que viene de lo alto entre en sintonía conmigo? ¿Le habré permitido a Dios?
¿Cómo vivir mi experiencia de fe, si no he dejado que el Señor invada mi mundo interior? Porque puedo estar creyendo que vivo de lo alto. Pero quizá vivo en una burbuja, imaginariamente. Huyendo de la vida. El Señor viene de lo alto. Pero viene para establecer un contacto que me permite una relación que es posible. Dios es posible para todos. Porque el viene.
Vendrá de lo alto. Pero viene, y viene para un encuentro. Para un abrazo. Viene para una misión personal. El Señor tiene una misión maravillosa dentro de cada uno. Hacer nacer una vida nueva, una persona nueva. ¿Cuál será mi acogida? ¿Cuál será mi conversión, para ese Dios que viene de lo alto?.
Cuando estamos con las personas con las que convivimos; ¿De qué hablamos?.
De negocios, de problemas de otros. Realmente de otros. Uno de los temas más atrayentes entre las personas, es hablar de otros. De las situaciones de otros, de los escándalos de otros. De los logros de otros. Y hablamos hay veces de otros y no nos damos cuenta de que estamos mostrando de lo que tenemos adentro.
¿Y Cuántas veces hablamos de Dios entre nosotros? ¿Cuántas veces hablamos entre nosotros, de nosotros? ¿Cuántas veces?.
¿Muchas o pocas? Quizás ahí tenemos un buen termómetro para comprender que hay adentro nuestro. Y sentir nuevamente un llamado a dar lugar a ese Dios que viene de lo alto.
El que viene de lo alto, hizo un largo camino. Pero lo hizo cercano, posible. Él se hizo nuestro camino. El Señor.
El que acepta su testimonio reconoce que Dios dice la verdad. Porque cuando habla aquel a quien Dios envió, es Dios mismo quien habla. Porque Dios le ha comunicado plenamente su Espíritu.
Porque no lo conozco lo suficientemente, puede decir con san Agustín, Señor que me conozca, Señor que te conozca.
Encontrarnos con la verdad, es encontrarnos con Jesús. No se puede vivir sin la verdad. Si uno vive en la mentira, en la superficialidad, en la mediocridad, entonces sí, corremos el riesgo de que se encoja el corazón. El corazón está hecho para dilatarse. Siempre duele la dilatación del corazón. Pero la única manera de que crezca es con dolor. Y por eso es una sorpresa. Crecer. Ampliar el territorio interior, en el encuentro con Dios implica, arriesgarse a no conocerse. Entro en un mundo desconocido nuevamente. Hay una transformación. Tengo que crecer en ese conocimiento. Nunca voy a dejar de decir Señor, que me conozca, Señor que te conozca.
Sólo en la confianza y en el abandono en él, se produce esta obra interior, que va dilatando. No tener miedo de que Dios nos dilate, nos haga conocer la verdad completa. Y esta será la obra del Espíritu. Porque el Señor obra en nosotros a través de su Espíritu. El Espíritu Santo nos va pulsando. Yo me imagino alguien dentro de nosotros que va haciendo fuerzas, y nos va como calentando para que se ablanden esas paredes del corazón. Y las va ¡Empujando para todos lados! Para que se vayan dilatando y seamos capaces de Dios.
Padre Mario Taborda.
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