Cruzar el umbral de la fe – Carta del Cardenal Bergoglio

viernes, 23 de noviembre de 2012
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“Pablo y Bernabé se embarcaron para Antioquía, donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para realizar la misión que acababa de cumplir. A su llegada, convocaron a los miembros de la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los paganos. Después permanecieron largo tiempo con los discípulos.” Hch. 14, 26-28

 

En torno a esta puerta de la fe que abrió Dios por medio de Pablo y Bernabé, es que Benedicto XVI nos ha invitado a celebrar un Año de la Fe (11 de octubre de 2012 al 24 de noviembre de 2013), como una nueva oportunidad de la gracia, para profundizar nuestro vínculo con Jesús o para encontrarnos con Él.

Y en esta catequesis comentaremos la Carta[1] (del 01/10/2012) que el Cardenal Primado de la Argentina, Jorge Bergoglio S.J., invitando y disponiendo a todos los fieles de la Arquidiócesis de Bs. As. a celebrar este Año de la Fe.

En la primera parte, el Cardenal nos anuncia la necesidad de atravesar algunas puertas personales, interiores, para llegar al umbral de la fe. Hay muchas puertas de casas y de vidas que permanecen cerradas. Y a partir de esta cultura del miedo, se nos va generando un estilo de vida en torno a la desconfianza frente al otro desconocido, perdiendo mucho de la riqueza de la vida compartida. También hay falsas puertas abiertas, que nos invitan a una felicidad que tiene fecha de vencimiento, vacía, invitándonos al consumo, a la adquisición de diversos bienes, pero al final quedamos solos, angustiados y encerrados en nosotros mismos.

Jesús es la puerta y llama a nuestra puerta para que lo dejemos entrar a nuestra vida. Y si Jesús entra en nuestra vida, todo queda impregnado de su presencia y eso nos impulsa a un testimonio y a un compromiso público. Y supone dejarnos moldear y conducir por el Señor.

La puerta de la fe siempre se abre para nosotros. El desafío es cruzar algunos umbrales. Somos nosotros los que tenemos que cruzar esa puerta y así avanzar a una vida nueva.

Dice el Cardenal Bergoglio: “Mirando nuestra realidad, como discípulos misioneros, nos preguntamos: ¿a qué nos desafía cruzar el umbral de la fe?”

“Cruzar el umbral de la fe nos desafía a descubrir que si bien hoy parece que reina la muerte en sus variadas formas y que la historia se rige por la ley del más fuerte o astuto, y si el odio y la ambición funcionan como motores de tantas luchas humanas, también estamos absolutamente convencidos de que esa triste realidad puede cambiar y debe cambiar, decididamente, porque “si Dios está con nosotros ¿quién podrá contra nosotros? (Rom. 8:31,37).”

No debemos claudicar, debemos luchar por cambiar la realidad, es nuestro deber, somos transformadores de la realidad. Eso implica el compromiso público al que nos invita la fe: hacer una propuesta de contracorriente, cambiar el paradigma. No porque tengamos la fuerza en nosotros mismos, sino que “si Dios está con nosotros ¿quién podrá contra nosotros? (Rom. 8:31,37).

“Cruzar el umbral de la fe suponeno sentir vergüenza de tener un corazón de niño que, porque todavía cree en los imposibles, puede vivir en la esperanza: lo único capaz de dar sentido y transformar la historia. Es pedir sin cesar, orar sin desfallecer y adorar para que se nos transfigure la mirada.”

Justamente si tenemos esperanza, esta vida de Dios en nosotros es lo único capaz de dar sentido y transformar la historia. Muchas veces, por un malentendido realismo, consideramos que la realidad no va a cambiar y yo me tengo que adaptar, cuando en verdad lo que hago es quedar encadenado, atrapado en muchos mandatos culturales, sociales, que me quitan la dignidad. Por eso viene la esperanza a auxiliarnos, como fuerza de transformación, como tensión de búsqueda del Reino de Dios entre nosotros. Esta esperanza es lo único capaz de dar sentido y de transformar la historia. Le pedimos a Jesús que renueve esta virtud, esta gracia en nosotros: la esperanza que me pone en movimiento, en una sana tensión por la búsqueda del Reino, que me mueve a transformar la historia.

“Cruzar el umbral de la fe nos lleva a implorar para cada uno “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp. 2, 5, experimentando así una manera nueva de pensar, de comunicarnos, de mirarnos, de respetarnos, de estar en familia, de plantearnos el futuro, de vivir el amor, y la vocación.”

Sin esos sentimientos de Jesús que transforman nuestra vida es difícil vivir la fe, porque nuestra vida es una vida en la gracia, en la presencia de Dios; no es solamente fuerza de voluntad, sino que es gracia de Dios.

“Cruzar el umbral de la fe es actuar, confiar en la fuerza del Espíritu Santo presente en la Iglesia y que también se manifiesta en los signos de los tiempos, es acompañar el constante movimiento de la vida y de la historia sin caer en el derrotismo paralizante de que todo tiempo pasado fue mejor; es urgencia por pensar de nuevo, aportar de nuevo, crear de nuevo, amasando la vida con “la nueva levadura de la justicia y la santidad”. (1 Cor 5:8).

Pedir esta fuerza, porque el Espíritu Santo está presente y así ubicarme en toda la vida, no solamente dentro de mi familia, sino en la vida que está en la calle, en el subte, en el colectivo, en el tren; con esperanza de que lo mejor está por venir y yo tengo que aportar, puedo crear, tengo que ir amasando la vida en sus complejidades con “la nueva levadura de la justicia y la santidad” que me vienen de Dios.

“Cruzar el umbral de la fe exige luchar por la libertad y la convivencia aunque el entorno claudique, en la certeza de que el Señor nos pide practicar el derecho, amar la bondad, y caminar humildemente con nuestro Dios. ( Miqueas 6:8).”

Luchar por una convivencia posible, donde sin dudas va a haber diversas miradas, oposiciones a nivel personal y social; pero justamente allí está nuestro desafío como cristianos: convivir con aquello que es distinto y diferente, con lo que no entiendo y no me parece que sea así. Entonces puedo proponer lo mío, puedo respetar lo distinto y así puedo intentar una sana convivencia.

“Cruzar el umbral de la fe entraña la permanente conversión de nuestras actitudes, los modos y los tonos con los que vivimos; reformular y no emparchar o barnizar, dar la nueva forma que imprime Jesucristo a aquello que es tocado por su mano y su evangelio de vida, animarnos a hacer algo inédito por la sociedad y por la Iglesia; porque “El que está en Cristo es una nueva criatura” (2 Cor 5,17-21).”

La conversión permanente, si es verdadera, toma toda nuestra vida: nuestras actitudes, nuestros modos, nuestros tonos. Pidámosle al Señor la gracia y la virtud de la conversión de estos tonos y estos modos nuestros, que cada uno conoce de sí mismo, que son nuestros pero que estamos cansados de repetirlos una y otra vez y que no nos sirven para vivir en comunión con los demás.

La conversión profunda y verdadera es un cambio de raíz, no es “emparchar ni barnizar”. Reformular, o sea, formular de nuevo en nuestra vida lo que no está bien formulado. Animarnos a algo inédito, ¿cuántas cosas repetimos?. A veces no nos sale, o no nos animamos a dar el paso. Pidámosle al Señor esta gracia de la conversión profunda.

Padre Melchor López



[1] Texto completo en internet: http://www.arzbaires.org.ar/inicio/homilias.html