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Cuando Jesús llegó a mi vida, todo comenzó a cambiar
viernes, 14 de noviembre de 2008
Decía también a sus discípulos: “Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda. Un día le llamó y le dijo: “¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no seguirás en el cargo.” Entonces se dijo para sí el administrador: “¿Qué haré ahora que mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea destituido del cargo me reciban en sus casas.” Llamó entonces a uno por uno a los deudores de su señor. Dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?” Respondió: “Cien medidas de aceite.” Él le dijo: “Toma tu recibo, siéntate enseguida y escribe cincuenta.” Después preguntó a otro: “Tú, ¿cuánto debes?” Contestó: “Cien cargas de trigo.” Dícele: “Toma tu recibo y escribe ochenta.”
El señor alabó al administrador injusto, porque había obrado con sagacidad. ¡Y es que los hijos de este mundo son más sagaces con los de su clase que los hijos de la luz!
Lucas 16, 1 – 8
No nos alcanza la queja para poder sobrevivir al hecho de ser luz y sal en el mundo, y cumplir así con la misión a la que Dios nos ha invitado a interactuar en la sociedad, buscando darle mayor sabor y ponerle mejor color a todo lo que acontece. No basta con decir: así las cosas no van, y el país en el que vivimos no resulta ser el que deseamos y el que queremos, así nos van las cosas en la corrupción en la que estamos. Aunque esto sea una primera constatación -y es bueno decirlo y decírnoslo- no es suficiente. Es necesario interactuar inteligentemente con la realidad que nos toca vivir, para cambiarla y transformarla. Y para esto, la Palabra nos advierte acerca de qué actitud debemos tener a la hora de avanzar en la lucha de la transformación de la realidad, adquiriendo una perspectiva de mayor inteligencia para leer con astucia los acontecimientos y así poder meternos allí donde debemos estar para cambiar, para poner luz y sabor distinto a lo que acontece.
En este sentido, la parábola que acabamos de leer no es un alegato a la delincuencia ni es tampoco un alabar a quien es deshonesto o inmoral. La parábola no tiene el sentido, en la boca de Jesús, de justificar lo que está mal. Muy por el contrario, intenta como en toda parábola resaltar un aspecto que se quiere destacar como lugar de enseñanza. Con lo cual Jesús nos está diciendo que también de lo malo se puede aprender. ¿Qué se puede aprender de este administrador deshonesto? La perspicacia, la inteligencia, la lucidez para salir adelante. Y así, en los momentos críticos en que estamos y que se vienen, seremos invitados básicamente a calmar el corazón y a llevar paz, y al mismo tiempo obrar con inteligencia sobre los duros acontecimientos que nos tocan vivir, con la certeza de que el Señor viene con nosotros y es en los momentos más duros cuando con mayor poder se manifiesta Él en medio de nuestra debilidad.
Saber leer los acontecimientos con inteligencia, saber mirar con agudeza para poder interactuar y encontrarle la veta por donde cambiar la realidad. Esto es perspicacia, inteligencia, lucidez que el Señor nos pide junto a la bondad con la que Él nos enseña a afrontar e
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