Cuaresma, camino de misericordia

martes, 18 de marzo de 2014
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17/03/2014 – En la Catequesis de hoy, seguimos reflexionando en el contínuo mensaje del evangelio en tiempos de Cuaresma a la misericordia y a la conversión. El perdón, el no juzgar y la generosidad, a la que nos invita el texto de la liturgia, nos ayuda a recuperar la semejanza con Dios y ser más nosotros mismos. El Padre Javier Soteras aclaró que "el territorio de la misericordia no es sólo empatía, sino la invitación a un gesto concreto con los hermanos que más sufren".

 

Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados, perdonen y serán perdonados. Den y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usarán para ustedes.

Lucas 6, 36 – 38

 

El perdón nos asemeja a Dios

El pecado hace que no reflejemos el rostro de Dios en nuestra vida. El pecado que es ruptura de alianza con Dios, nos aparta del misterio de comunión y no permite que se muestre nuestro parecido a Él, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Es decir en la ruptura del vínculo con Dios por el pecado, desaparece la capacidad del nosotros que está en el yo más profundo de cada uno en particular. En aislamiento y apartados de todo y de todos vamos como quedando sumidos en la solitariedad. La misericordia de Dios nos devuelve la posibilidad de reparar la imagen de Dios en nosotros. La misericordia nos permite recuperar los vínculos fraternos, dañados. Aunque parezca contradictorio, somos más nosotros mismos cuando estamos con otros. Somos con otros como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un misterio de comunión. La misericordia nos libera de éstos vínculos dañados que nos quitan identidad. En el perdonar, en el no juzgar, en el dar con generosidad se juega la recuperación de lo más hondo de nuestro ser.

Cuando pecamos sea cual sea el pecado, el vínculo con los demás se ve disminuido, empezamos como a desentendernos se pierde la capacidad de cordialidad en el trato. Cordialidad es tener un corazón común con los otros, es más que ser educados y tener buen trato, sino sentir con el otro: “llorar con los que lloran, reír con los que ríen”. Cuando nosotros por fuerza del pecado, nos dejamos llevar más por la desconfianza que por la entrega, Dios nos invita a salir y a encontrarnos con una nueva capacidad de permanecer con Él estando al lado del que sufre, llora, espera, padece injustamente…

La gracia de la misericordia además de darnos vitalidad fraterna nueva, nos hace ser señores de lo creado, sacándonos de la esclavitud rastrera con la que desde el materialismo y el consumismo, buscamos fortalecer ese ser individual aislado de los demás y nos hacemos pendientes de las cosas olvidándonos de nosotros mismos y de los demás. El perdón, el no juzgar y la generosidad, nos ayuda a recuperar la semejanza con Dios y ser más nosotros mismos.

¿Dónde sentís que Dios te invita a la misericordia, quiénes son el objeto de tu misericordia en este tiempo? Dónde sentís el llamado a “deponer las armas, a no querer devolver mál por mal, a superar la ley del talión por la misericordia? Cuál es el territorio en el que se espera de vos una medida grande y desbordante como la que se presenta en el evangelio de hoy? ¿cuál es la carne de Cristo en el hermano que sufre que espera un gesto grande de entrega y ofrenda?

La gracia de la misericordia nos recupera en el trato de hijos con Dios, como el hijo pródigo en el retorno a la casa del padre, sentimos el abrazo fraterno lleno de calor, de amor, de ternura y de paternidad con la que Dios nos recibe. La misericordia de Dios es reparadora, restauradora. De ahí que en su llamada a la conversión. Dios dice en este tiempo cuaresmal, una y otra vez, "misericordia quiero y no sacrificios".

Ayer, contemplando el texto de la Transfiguración del evangelio, dice que una nube cubrió el monte. Esa nube luminosa, en la Palabra de Dios siempre aparece como manifestación de Dios, y a la vez como toda nube algo oculta. Dios habla y a la vez en lo que oculta nos invita a caminar en confianza. Dios cuando se manifiesta dice algo de sí mismo que le revela al hombre el camino a recorrer, y a la vez lo invita a la confianza en lo que no dice. Pero ahora la nube se corre y la voz del Padre indica que ahora la manifestación del misterio viene por la carne del Hijo: “Éste es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. El Papa Francisco nos dice que la carne de Cristo se ve en la austeridad de la propia vida y cuando amamos con ternura a los hermanos que más sufren. Por ende el territorio de la misericordia no es sólo un territorio de empatía, sino la invitación a un gesto concreto con los hermanos que más sufren. Ése es el territorio donde Dios nos invita a ir.

El sufrimiento tiene muchos matices en nosotros y en los demás. Soledades profundas, situaciones de pecado que nos han dejado derribados que por ahí son ocultos a la vista pero que están llagados, como los dolores de los enfermos y de los excluídos. También está el dolor de quienes se preguntan para qué y por qué cuando la vida se vacía de sentido, con una angustia grande que gana el corazón. Está la compasión hacia los hermanos que en ese sinsentido se sumergen en la droga y en el alcohol. A vos el Señor te llama a algún territorio concreto para que vayas como Buen Samaritano.

 

Las llagas de Jesús, Amor de Dios

El perdón nos hace semejantes a Dios. Nos hace parecer a Dios. La misericordia nace de las entrañas de Dios, que por fidelidad y amor a sí mismo actúa a favor nuestro para devolvernos lo que perdimos. Ser como Él. En el amor a nosotros mismos desenfocado de la mirada de Dios aparece la vanagloria, ocupando el lugar de Dios. El amor a nosotros más genuino viene de la misericordia de Dios de donde sale nuestro lugar de criaturas. Es en la presencia del amor de la misericordia dónde somos reconstituidos en la profundidad de nuestro yo dañado, afectado, golpeado, abollado, por la fuerza de iniquidad que se esconde en el pecado.

De ahí la insistencia hoy de la palabra de perdonar, de ser compasivos, especialmente nosotros lo entendemos con los más débiles, ¿porque?, porque ese es el trato de Dios para con toda la humanidad, la compasión. La compasión es la capacidad empática en este caso de Dios de sentir con el dolor humano en su desvarío por el pecado, para librarlo de él, dando su propia vida. ¿Cómo hacer para que tanto dolor no nos destruya? Poner en el centro de la escena las llagas del Cristo doloroso, descubriendo que en Él el dolor tiene un sentido de transformación y vida. No hay dolor humano que no esté llamado a ser transformado. Las llagas de Cristo evidencia el tremendo amor de Dios por nosotros. Solamente pueden encontrar sentido en la medida de que el amor grande de Dios habita nuestra experiencia crucificante, entonces todo padecer empieza a tener luminosidad y sentido. La pregunta del dolor que rebela se transforma en un para qué. Que la misericordia de Dios se derrame en abundancia y que todos podamos hacer constantes de cuántos rostros dolorosos pueblan nuestro corazón y cuánto amor de Dios se derrama desbordante, gracias a las llagas glorificadas de Cristo.

El amor nos hace parecido a Dios, cuando actuamos ese amor en clave de misericordia y compasión.

 

Conversión al amor y al perdón

En el camino del seguimiento discipular de Jesús, o crecemos en estatura espiritual mediante el amor que perdona y acepta a los demás con sus limitaciones humanas, o disminuimos hasta enquistarnos en lo que podríamos llamar, el enanismo de una actitud egoísta que se encierra en sí mismo y que no encuentra en el otro un lugar de referencia. La misericordia nos abre a lo otro, aún cuando lo otro no nos resulte cercano y amigable, y siempre es el otro y lo otro también en su condición frágil lo que termina por construir nuestra identidad si vivimos la relación con esa realidad desde el amor de misericordia. En cambio el juicio despiadado, condenatorio, de medida estrecha, nos ahoga en nosotros mismos. “Misericordia quiero y no sacrificios”, por acá pasa el camino de la conversión, por un amor de perdón.

Por el amor de misericordia superamos los obstáculos, las limitaciones y el rechazo que nos generan algunos vínculos con los demás. Nos capacitamos para ser testigos de lo que Dios quiere de nosotros, como testigos de su amor.

La mirada compasiva no es lástima de los demás ni sentimiento de superioridad frente a los más pobres. Compasión es sentir con el otro, es animarnos a ponernos de pie juntos. Cuando la Madre Teresa decía que “hay que amar hasta que duela” no se refería al amor que agota porque hace muchas cosas, sino al amor que sufre con el sufrimiento del otro con la certeza de estar atravesados por la Gloria de las llagas de Cristo que dan sentido, paz y gozo, aún en el dolor. Sólo el amor permite hacerme uno con el dolor del otro, y es una gracia. Nadie puede permanecer junto a la cruz del hermano sin una gracia grande de amor que nos sostiene, porque no brota de una decisión. Es una gracia que nos hace ir mucho más allá de lo que naturalmente podríamos. Sólo se puede permanecer frente al misterio de cruz de mi hermano con mucha gracia y conciencia de Dios. Es un compadecerse desde Cristo compasivo y desde su misericordia. El amor grande de Cristo que nos convierte es un regalo y hay que pedirlo.

Ese amor suyo que no tiene frontera llamado a llegar a todos, llamado a llegar hasta los confines del mundo. Si con humildad ante el Señor, entendemos que nosotros mismos necesitamos ese perdón gratuito de Dios, más todavía, que efectivamente somos objeto de ese amor, las cosas cambian, porque podemos perdonar con el amor que hemos sido perdonados.

Cuando nos sintamos profundamente exigidos por un vínculo que requiere de nosotros una entrega mayor en la misericordia, en el perdón, en la compasión, volvamos a la fuente de la misericordia, pongámonos con sinceridad de cara a Él, y descubramos cuanto amor de compasión y de perdón a tenido Dios para con nosotros.

 

Padre Javier Soteras