Dar por amor nos llena de vida y da vida

lunes, 17 de junio de 2019
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Catequesis en un minuto


17/06/2019 –  Lunes de la undécima semana del tiempo ordinario

Jesús, dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.
Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra.
Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto;
y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él.
Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.

San Mateo 5,38-42.

En estos días venimos escuchando en el evangelio de Mateo : a ustedes se les dijo pero yo les digo. Es ahora la quinta de las antítesis del discurso del monte de los Olivos: A ustedes se les dijo ojo por ojo, diente por diente. Yo les digo: “no hagan frente al que los agravia”. La ley del talión se encontraba en las leyes asirías, en el código de Hamurabi quien fue rey de Babilonia hacia el 1750 ac. Aparece también en algunos libros del Pentateuco o ley de Moisés. En síntesis vida por vida, ojo por ojo, diente por diente. Es decir podes vengarte en la medida que hayas sido ofendido, cobrando o pagando con la misma moneda.

A nosotros nos resulta connatural responder: el que me la hace me la paga. Jesús dice que esto debe ser superado, que no hay posibilidad de romper el círculo de violencia en escala ascendente si no se rompe ese circuito vicioso a partir de una superadora actitud que sea capaz de superar pacificando las ofensas recibidas. Esto es posible gracias a una ley de amor misericordioso dispuesto a dar la espalda a la ofensa, perdonar y mirar hacia delante. Esto no quiere decir que no debemos resistir al mal, sino que no nos debemos dejar enredar por el.

En los escritos de los padres encontramos la siguiente parábola sobre la humildad: “los cedros dijeron a las rosas silvestres; son pequeñas y débiles sin embargo las tempestades no las destrozan, mientras que nosotros somos grandes y las tempestades nos desenraízan” Los arbustos de rosas respondieron: “nosotros cuando llegan las tempestades y el viento fuerte, nos balanceamos de una parte a otra, en cambio, ustedes se oponen al viento. El anciano que contó esta parábola añadió “es necesario ceder a las ofensas, dejar que el iracundo se enfade, y no resistir de ninguna manera. Así evitaremos las malas palabras en la boca y no nos dejaremos provocar para cometer malas acciones a partir de la ofensa recibida”.

Eso solo es posible por la fuerza del amor. Hay escenarios de la vida que nos ponen en este dar un paso más allá de lo que nuestra propia naturaleza nos da. Es cuando nos sentimos sacudidos por vientos fuertes de injurias, calumnias y mal entendidos. Allí donde la vida se hace tensa, para poder dar un paso superador a la acción primera, necesitamos que el Espíritu Santo sople sobre una particular gracia. Es la de poder resistir y superar la reacción primera por una superadora en el amor.

No se trata de ser superior sobre el resto. Sino que sólo es posible a partir de reconocer la propia realidad y en medio de la dificultad, de lo que nos brota del corazón, pedir la gracia de que el Señor sea quien obre para poder superar nuestras reacciones más bajas. ¿Dónde creés que necesitás del amor de Dios para ir más allá de lo que podríamos con la propia fuerza?

En realidad el mejor bálsamo para vencer nuestras debilidades y fortalecernos es el amor. El amor del que hablamos es un don y lo da el Espíritu Santo. Sobre todo el único amor que puede penetrarnos por completo: el amor del Señor. Es bueno permanecer en los brazos del Señor y hacer una oración que sea simplemente dejarse tomar por su amor.

Ante ese amor, puedo sentirme sostenido. Puedo sentirme apoyado. Puedo sentirme inmensamente respetado. Puedo sentirme verdaderamente comprendido. Puedo sentirme profundamente valorado.

Ese amor me hace verdaderamente fuerte, capaz de soportar y enfrentar lo que sea: Bendito sea el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea. Sal 144,1 . El Dios fuerte, el vencedor, el que se hace refugio y fortaleza en el camino. Es la fuerza del amor, el que supera perdonando, el amor que supera misericordiando y dejándose misericordiar, resistiendo a no reaccionar en la embestida, y ese amor que se hace grande al estilo del Padre Dios que como dice Jesús “hace salir el sol sobre buenos y malos”.

Si no vamos por este camino “ni a cristianos llegamos” y eso que estamos llamados al camino de la santidad, que se hace fuerte desde el amor que puede más y muestra caminos. El amor es gracia que hay que pedir a Dios para que actuando en nosotros seamos capaces de instalar el evangelio desde lo atractivo de ese amor suyo.

 

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