Dar y darse de corazón

martes, 15 de octubre de 2019
image_pdfimage_print

 

Catequesis en un minuto

15/10/2019 – Dentro del contexto de una comida de Jesús en casa de un fariseo, coloca Lucas sorprendentemente una serie de seis invectivas de Jesús contra los fariseos primero y los escribas después. El motivo es la hipocresía, que constituye la levadura de los fariseos, de la que los discípulos deben guardarse.

El evangelio de hoy es una introducción a esos seis inquietantes ¡ay de ustedes!, en que mezcla el dolor y la indignación, la maldición y la condena del juicio mesiánico de Jesús. La ocasión se presenta cuando al sentarse Jesús a la mesa del fariseo que lo invitó a comer en su casa, no se atuvo a las abluciones rituales, es decir, no se lavó las manos. Algo que sorprendió al anfitrión. Entonces el señor le dijo: “Ustedes los fariseos limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosan de robos y maldades.

Frente a su hipocresía Jesús hizo notar que no mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale del corazón (7,21 s). Es el corazón del hombre y de la mujer, es decir, el núcleo más íntimo de la persona, sus intereses y criterios, actitudes e intenciones, lo que hay que convertir en primer lugar. Y luego, de un corazón convertido brotarán el bien y las buenas acciones.

Eso es lo que quiere decir la expresión de Jesús con que concluye el evangelio de hoy: “¡Necios! Den limosna de lo de dentro y lo tendrán limpio todo”. La limosna los dejará más puros que sus repetidas e inútiles purificaciones. Porque lo que el hombre retiene egoístamente para sí mismo, lo hace impuro ante Dios; en cambio, lo que comparte con los hermanos necesitados, incluida su propia vida, es lo que lo hace puro y limpio ante el Señor.

Dar y darse de corazón

Los ritos, como mediaciones visibles entre lo sagrado y el hombre, han sido y son comunes a toda religión, porque en esos gestos simboliza, ve el hombre contacto con la divinidad. El peligro es absolutizar la mediación de los ritos, que vienen así a ocupar el primer puesto en la esfera religiosa, relegando al olvido las actitudes personales del creyente.

Eso hicieron los guías del pueblo judío en tiempo de Jesús. De tal modo primaron la mediación de los ritos exteriores, como purificaciones y ayunos, ley y tradiciones, sábado y diezmos, votos y ofrendas, que anulaban las disposiciones interiores del corazón como determinante primero de la comunión del hombre con Dios.

El constitutivo esencial de la religión, según Jesús, no son las mediaciones de lo sagrado, ni sus símbolos más o menos opacos, sino la adoración a Dios en espíritu y en verdad que él inauguró con su ejemplo personal y su mensaje.

La esencia del fariseísmo rabínico y del moralismo legalista es situar a Dios por la ley, reemplazando la adoración por el ritualismo. La seguridad de conciencia que de aquí se sigue no es más que un espejismo miope, porque absolutizando la ley se pierde por completo la perspectiva religiosa y la alegría evangélica.

Para el cristianismo la ley no es un ente autónomo, un tirano prepotente que exige obediencia incondicional siempre y en todo lugar. Esa ley no libera ni salva al hombre. La Ley del creyente, del nuevo adorador del Padre en espíritu y en verdad, es Cristo mismo, Jesús en persona. Él es la nueva y única mediación liberadora entre Dios y el hombre. Su ley se resume en el amor a Dios y al hermano; ley que no tiene límites ni fronteras. Por eso es el amor la plenitud de la ley; y por eso es la fe que actúa por la caridad la fe que nos salva.

 

Catequesis completa