05/10/2018 – “Esa Sonrisa, es ese gozo que tiene su lugar en el agradecimiento”, expresó el Padre Ángel Rossi, sacerdote jesuita. Recordó al Padre Alberto Hurtado, y su lema de vida: <Contento, Señor, contento> “y contento en los momentos lindos y en los momentos en que cuesta estarlo”, resaltó.
En este sentido, dijo que “El padre Hurtado habla sobre el valor de una sonrisa”:
¿Sabes el valor de una sonrisa? No cuesta nada pero vale mucho, enriquece al que la recibe sin empobrecer al que la da. Se realiza en un instante y su memoria puede perdurar para siempre. Nadie es tan rico que pueda presidir de una sonrisa, ni tan pobre que no pueda darla. Crea alegría en casa, fomenta buena voluntad, y es la marca de la amistad. Es descanso para el aburrido, aliento para el descorazonado, sol para el triste y recuerdo para el turbado.
Y con todo, la sonrisa no puede ser comprada, no puede ser mendigada, ni robada, porque no existe hasta que se da. Y concluye Hurtado, -expresó el Padre Ángel- ¿Quieres darle tú una sonrisa a quienes no la tienen? Porque nadie necesita tanto de una sonrisa, como los que no tienen una para dar a los demás.
Destacó que “Cuando decimos agradecimiento, no significa solo tener buenos modales, agradecimiento crea una actitud positiva hacia la vida, las personas agradecidas son personas agradables con las que a todos les gusta estar. Son personas que hacen más feliz y más rica la vida suya y de los demás”.
“El agradecimiento siempre se dirige a alguien, es decir, el agradecimiento siempre va dirigido a personas concretas, el egocentrismo, el egoísmo, son los auténticos enemigos de todo tipo de agradecimiento”, indicó el sacerdote jesuita.
El Padre Ángel , terminó su reflexión, con unas palabras de una poesía de María Elena Walsh:
Tengo tanto que agradecer a quien me dio de beber cuando de sed me moría. Agua en jarro, gusto a pozo, pero río caudaloso me parecía. Estos ojos nunca olvidarán al que me dio pan cuando el hambre me afligía. Miga dura, pan casero, que trigal del mundo entero me parecía. Seas siempre bendito por tu buen modo, porque al darme poquito me diste todo. Antes que la muerte me robe la ocasión para corresponderte aquí te mando mi corazón. Hoy me acuerdo de aquel que ayer se supo compadecer cuando lágrimas yo vertía. Era parco su consuelo, pero Dios con un pañuelo me parecía. Nunca pude olvidarme yo del que una vez me albergó, cuando techo no tenía. Rancho pobre, catre chico, pero caserón de rico me parecía.
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