05/12/2018 – Esta sencilla historia nos invita a abandonarnos en la Providencia de un Dios que tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros.
“Un organista de una iglesia estaba practicando una pieza de Felix Mendelssohn y no estaba tocando muy bien. Frustrado, recogió su música y se dispuso a irse. No había notado a un extraño que se había sentado en un banco de atrás. Cuando el organista se dio la vuelta para irse, el extraño se le acercó y le preguntó si él podía tocar la pieza. El organista respondió bruscamente: «Nunca dejo que nadie toque este órgano.» Finalmente, después de dos peticiones amables más, el músico le dio permiso con renuencia. El extraño se sentó y llenó el santuario de una hermosa e impecable música. Cuando terminó, el organista preguntó: «¿Quién es usted?» Y el hombre contestó: «Yo soy Felix Mendelssohn» El organista por poco impide al creador de la canción que tocara su propia música. Hay veces en que nosotros también tratamos de tocar los acordes de nuestra vida e impedimos a nuestro Creador que haga una música hermosa. Igual que el obstinado organista, quitamos las manos de las teclas con renuencia. Pero nuestras vidas no producirán una música hermosa a menos que le dejemos obrar a través de nosotros. Dios tiene una sinfonía escrita para nuestras vidas. Dejémosle que haga su voluntad en nosotros.”
“Un organista de una iglesia estaba practicando una pieza de Felix Mendelssohn y no estaba tocando muy bien.
Frustrado, recogió su música y se dispuso a irse.
No había notado a un extraño que se había sentado en un banco de atrás.
Cuando el organista se dio la vuelta para irse, el extraño se le acercó y le preguntó si él podía tocar la pieza. El organista respondió bruscamente: «Nunca
dejo que nadie toque este órgano.» Finalmente, después de dos peticiones amables más, el músico le dio permiso con renuencia.
El extraño se sentó y llenó el santuario de una hermosa e impecable música.
Cuando terminó, el organista preguntó: «¿Quién es usted?» Y el hombre contestó: «Yo soy Felix Mendelssohn»
El organista por poco impide al creador de la canción que tocara su propia música.
Hay veces en que nosotros también tratamos de tocar los acordes de nuestra vida e impedimos a nuestro Creador que haga una música hermosa.
Igual que el obstinado organista, quitamos las manos de las teclas con renuencia. Pero nuestras vidas no producirán una música hermosa a menos que le dejemos obrar a través de nosotros.
Dios tiene una sinfonía escrita para nuestras vidas. Dejémosle que haga su voluntad en nosotros.”
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