Deseos no cumplidos, frustraciones y malos entendidos en los vínculos

lunes, 15 de febrero de 2010
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Te invito a que te puedas internar en esta escena que queremos presentarte:
“- ¡Qué trabajo que me está dando esto! La verdad, no pensé que me iba a llegar este tiempo. ¡No doy más! Esta maleza de las frustraciones, ¡cómo me hacen resistencia! Así no voy a llegar a ningún lado. ¡Estas espinas de los malos entendidos con mi esposo! ¡Yo cada vez me enredo más!
A ver…ay, sí…acá estaba. ¡Cierto! Traje la herramienta del diálogo para arrancar todos estos malos entendidos. Pero claro, ¡qué me voy a acordar si estoy todo el día insinuando lo que necesito en vez de comunicar lo que pienso y lo que siento!
Ah, bueno… ¡Lo que me faltaba! Mirá este yuyo de la incomprensión, cuántas veces le habré dicho lo importante que es este evento para mí, pero claro, como nunca quiere ir… es más, siempre le tengo que insistir…y claro, total, la que siempre tiene que ceder soy yo…
Como si esto fuera poco, me parece que me estoy hundiendo en el pantano de los no reconocimientos de mis esfuerzos. En fin…”

¿Te han pasado alguna vez estas cosas? Malos entendidos, deseos no expresados de manera concreta y sencilla, comunicación distorsionada, insinuaciones…cuántas de estas cosas se cruzan diariamente en este caminar que tenemos y nos van entorpeciendo el paso y, por supuesto, nos van complicando la existencia, no solamente a nosotros, sino también a los que nos rodean. ¿Somos conscientes de estas malezas que nos van dificultando el paso? Vamos a descubrir y profundizar estas cosas y otras más para ayudarnos a mejorar nuestra comunicación con los demás. Esto quiere ser un itinerario que nos permita identificar estos arbustos- a veces árboles o malezas- que nos impiden comunicar nuestra riqueza interior y recibir lo que el otro nos entrega, nos impiden comunicar nuestro sentir y, de esta manera, abrir el camino para encontrarnos los unos con los otros.
Es claro que queremos dar pasos cada día y experimentar que no estamos quietos y estáticos, que queremos crecer, sentir que avanzamos con otros, no solos. Para esto se hace imprescindible que tengamos una comunicación madura y libre y que no dé lugar a equívocos, a suposiciones, a imaginaciones que nada tienen que ver con lo real, que nada tiene que ver con lo que verdaderamente pasa en el corazón de los otros.
La comunicación no significa conversación, intercambio de frases, preguntas o respuestas. Ni siquiera significa exactamente diálogo. Podríamos decir que la comunicación es relación y revelación interpersonal. Y es aquí donde nuestro cotidiano caminar se detiene porque fallamos y aparecen los conflictos y la sensación de insatisfacción con nuestros vínculos y no encontramos respuesta al por qué de esto.
La consigna es: en la relación con los demás- por ejemplo, con tu esposo, con tu esposa, con tus hijos con tus amigos o compañeros de trabajo- ¿a qué se deben los malos entendidos? Estos deseos no cumplidos o también frustraciones que solemos experimentar muy cotidianamente.

Venimos conversando acerca de las grietas que tiene nuestra comunicación con los demás. Esas malezas que debemos identificar que acechan justo en medio del sendero. Te acerco esta frase, este razonamiento que me vas a decir si te suena familiar. Por ejemplo: Si me ama, si me quiere, si me estima, si me considera su amigo, su compañero, tiene que descubrir y conocer mis deseos y realizarlos, tiene que saber qué espero de él. Si tengo que decírselo es señal de que  es desatento o es señal de que no me ama, no me estima, no me valora. ¿Te suena? Esto de creer que, porque el otro me ama, es amigo, tiene que descubrir y conocer mis deseos. Este ejemplo nos pasa a quienes tenemos unos poquitos años de casados, en los primeros tiempos, en los que la comunicación verbal es muy intensa, gestos, miradas, pero, al pasar el tiempo, esto va cambiando. ¿Y qué ocurre? ¿Por qué ocurre este conflicto y aparece como una insatisfacción? ¿Cuál es el error frecuente en este tipo de escenas?
El error, según la experiencia, parece ser esta suposición, este dar por descontado que el otro ya conoce mis deseos cuando la  realidad muestra que no es así. Ninguna de las dos partes advierte que sus deseos son desconocidos por el otro, ya sea por el cónyuge, por el amigo. Lo que pasa es que ninguno comunicó claramente lo que quería. ¿Cómo te va a vos en estas situaciones? ¿Te ocurrió? ¿Te pasó esto de “yo pensé que el otro me conocía” o “hace cuánto tiempo que nos conocemos, entonces ya tendría que saber qué es lo que me gusta y qué no”? mientras tanto, yo no se lo manifiesto, mientras tanto yo no se lo he compartido a este deseo que ahora veo frustrado porque el otro no puede darle realización.
Es claro percibir cómo, cuando estas primeras expectativas, esperanzas que nosotros las lanzamos en el otro y las lanzamos y son defraudadas, por ejemplo, “yo creía que me iba a acompañar” y no lo hizo, “yo esperaba que sólo me escuchara” y ¿qué hizo? Terminó sermoneándome y diciéndome qué tenía que hacer, en vez de escuchar y contenerme, que es lo que necesitaba. Cuando pasa esto, cuando nuestras esperanzas que hemos lanzado al otro, sin decirle qué esperábamos, son defraudadas, se van instalando una insatisfacción que me va alejando paulatina y misteriosamente del otro. Y se va acrecentando una sensación de frustración. Imagináte si pasan los años y yo me obstino, me empecino en no decir nada porque el otro tiene que reaccionar de acuerdo a lo que yo estoy pensando y, si el otro también actúa de esta forma, imagináte a dónde vamos a ir llegando. ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa? ¿Cuál es el punto clave de este conflicto? Y es cierto: nos está faltando una clara comunicación de las expectativas. “Expectativa” es lo que espero del otro, lo que cada uno espera del otro, es mutuo. Es necesario que esta información sea lo más exacta y concreta, como también ir renovándola continuamente en el curso del tiempo. Con tu marido, con tu esposa, con tus hijos, quizás, también con tu jefe, con tus compañeros de trabajo, ¿comunicás con claridad tus expectativas? ¿O me baso o me quedo o me amotino en que por su cariño hacia mí él tiene que saber lo que yo deseo? Ésta es la invitación que te hago: que pongamos en marcha el corazón,  bajo la luz del Espíritu Santo, para poder mirar sobre nuestros vínculos, sobre nuestras relaciones para que podamos descubrir, por sobre todas las cosas, la verdad y en la verdad vivir y sentirnos libres y, siendo libres, amar y sentirnos amados. Éstos son algunos de los elementos que te vamos dejando en el camino. ¿Cómo vamos sacando del medio de nuestra comunicación, del camino estas malezas que aparecen? Éste es el tema que queremos dejarte para que juntos vayamos amasando este trigo que esperamos se convierta en harina para que podamos alimentarnos del pan que nos pueda ir dando vida cada día de nuestra existencia.

Es evidente que el punto clave es la comunicación. Y nos puede pasar que, por esta falta de comunicación mutua, esto de “lo que espero del otro y lo que el otro espera de mí”, nosotros determinemos muchas veces qué quiere el otro. ¿Por qué? Porque no sé o, por lo menos, creo suponerlo. Iniciamos como un certero proceso de imaginación de los deseos del otro, nos ponemos especialistas en imaginarnos los deseos del otro de acuerdo a lo que creemos, a lo que vemos o a lo que nos parece. Y muchas veces, en realidad, no existen. Entonces desarrollamos una serie de acciones, todas dispuestas a satisfacer los deseos que el otro no tiene.
Por ejemplo, se da lo que al otro no le interesa recibir. Y nosotros, por otro lado, deseamos ardientemente lo que el otro no nos da. Cada uno se va empecinando en este pensar que lo que intuye es lo que el otro quiere o debe querer. Es como que nosotros autodeterminamos qué necesita el otro, en cambio de abrir el corazón y animarnos a preguntar qué está pasando en este lugar de conflicto. ¿Tenemos miedo de preguntar qué desea el otro por miedo a no llegar a sus expectativas? Yo te confieso que sí, en muchos casos me ha pasado. No pregunto por qué me imagino que el otro va a desear algo que yo no estoy dispuesto a dar o aquello que me cuesta demasiado y que en realidad no voy a llegar y me voy a sentir frustrado porque no voy a poder satisfacerlo, entonces trato de determinar qué es lo que el otro quiere. ¿Qué está pasando aquí? ¿No le pregunto porque estoy tan seguro de mí mismo y de mis conocimientos que todo lo sé? Entonces, ¿para qué le voy a preguntar si ya lo sé? Paso por arriba del otro. Es como que lo atropello, ni siquiera me interesa lo que el otro me va a decir. Y a veces estamos parados en ese lugar. No consulto porque yo quiero decidir imponiéndoselo implícitamente. Cloro, lo que él me va a pedir no es algo que yo quisiera que él quiera, entonces yo voy a determinar lo que él quiere. Parece un juego de palabras, pero a veces nuestro corazón actúa de esa forma. Y en último caso, puede pasar que en realidad no me preocupa saber qué le gusta y yo decido por él. Estas preguntas son para que las mastiquemos nosotros y las guardemos en el corazón y pensemos un poquito acerca de nuestras relaciones y nuestros vínculos. Esto de suponer, por un lado, lo que el otro desea y lo que yo también espero, pero no consigo y, por el otro, determinarlo.
Pasa también que las distintas tradiciones familiares, los modos de ser de cada uno, las distintas costumbres de los ambientes en los que hemos vividos van creando diferencias entre las necesidades que tenés vos y que tengo yo y las formas de expresarlas. Eso es claro. Por ejemplo, una mujer que proviene de una familia donde los deseos se expresan sólo como preguntas indirectas: “¿Irías al cine esta noche?”, tipo condicional, ¿no? Y el marido que viene de otro ambiente totalmente distinto y con un carácter muy diferente le responde: “No”. La mujer como apenada, con cara triste después de diez minutos le reprocha: “Tú nunca quieres salir conmigo”. Y el marido le responde asombrado: “Es que tú nunca me lo has pedido”. Y ella respondiendo ante semejante frase: “Querido, hace diez minutos que te lo pido y tú no me escuchas. ¿Qué pasa? ¿Soy indiferente para vos?”. Y el marido: “Tú no me lo has pedido, me preguntaste si lo deseaba, pero podemos prepararnos para ir al cine, tu deseo lo escucho y quiero satisfacerlo”.
Resulta claro que los códigos no son comunes. Uno con una pregunta expresa un deseo y el otro no percibe en la pregunta el deseo. Por eso, qué tal si nos animamos a decodificar el mensaje y decimos: “Para mí una pregunta no es un deseo, no la reconozco como deseo”. Y también decir “Un deseo tuyo quiero escucharlo y satisfacerlo”. Hay que tener en cuenta cuando que pueden haber códigos distintos, le demos la chance a que el código a veces es distinto y, por eso, falla la comunicación y no podemos entablar este encuentro de corazones, porque cada uno apunta a un lugar distinto y así no podemos encontrarnos en un lugar común.
Y así como no se comprenden los mismos códigos pasa algo parecido con las insinuaciones, que como “tiros por elevación”, tiro arriba a ver si pasa cerca como lo que llamamos “indirectas”, esto de dar a entender una cosa sin más que indicarla muy ligeramente. El otro decodifica, entiende la insinuación como una simple ocurrencia, sin tomarla al pie de la letra y para nosotros resulta una frustración, porque la insinuación no llega. Por ejemplo, “¡Qué cansancio esto de limpiar toda la casa sola cada sábado! Es realmente agotador”. Es un grito en el fondo al marido: ¡Ayudáme, por favor!”. Pero ella lo está insinuando, está tratando de que él se dé cuenta, pero lo dice de manera totalmente indirecta. ¿Qué tal si decimos las cosas por el nombre? ¿Qué tal si nos acercamos y expresamos lo que siente nuestro corazón y lo que vemos en la realidad? Esto nos aliviaría mucho más y podría quitarle presión, hacer más sencillo y haber menos fricción entre los dos, si pudiéramos encontrar este punto. Aparte, a veces las insinuaciones son duras, agresivas, fuertes y, sin darnos cuenta, a veces tiramos a pegar por abajo, duro y nosotros estamos, más que queriendo construir, queriendo descargarnos de esa bronca y ese dolor que tenemos adentro. Es importante que podamos hacer esta mirada, distinta, de un lugar nuevo desde donde decir lo que tenemos que decir y poder encontrarnos de una vez entre los dos, entre vos y tu amigo, entre vos y tu esposo, entre vos y tu esposa, entre vos y tus hijos.

A veces uno cree que ha comunicado claramente sus deseos y, sin embargo, podemos tener estos mismos deseos insatisfechos, no cumplidos por mucho tiempo, sin que el otro cambie su conducta. “Intenté todo, pero él- o ella- no cambió, no me escucha”. La pregunta que nos deberíamos hacer nosotros, porque el que tiene que cambiar más que el otro es uno, soy yo el que tiene que cambiar, el que puede cambiar porque puede hacer el paso. El otro tiene su tiempo, su libertad, tiene su fuerza de voluntad, entonces, el que puede dar el paso de cambio soy yo. Por eso, sería bueno preguntarnos: ¿cómo afirmo mis deseos? ¿Los afirmo de manera exigente, el otro está obligado? ¿Cómo una crítica, en una manera de agresión, de amenaza, de extorsión? Porque de alguna forma quiero castigarlo por lo que no ha hecho. A veces se nos escapa y no hay que tener miedo y descubrir que eso sale del corazón. Y, para que lo podamos identificar y sacar de la raíz, hay que ponerle un nombre: es “bronca” lo que me sale y pedir disculpas cuando sale. Te aseguro que te vas a ir sintiendo cada vez más libre con esto. ¿He utilizado alguna vez alguna forma de poder, de compulsión, de desafiarlo al otro? ¿Cómo me expresé? ¿Me dejé llevar por la impotencia de querer cambiar al otro? ¿Usé alguna forma negativa para impulsarlo a cambiar? Estas formas negativas de expresión van produciendo, en última instancia, un mecanismo de defensa que va impulsando al otro a cerrarse cada vez más y a negar lo que nosotros les estamos pidiendo.
Estas frases no sé si te suenan: “Eso nunca lo hacés”, “Eso deberías hacerlo siempre”, “Tenemos que salir más”, “Nunca visitamos a nuestros parientes”, “Nunca vamos al cine”, “Nunca salimos a cenar”, “Tendríamos que conversar con más frecuencia”. Es como que le damos un toque de aspecto cuantitativo. Alguien me decía que las palabras nunca, todo y nada hay que utilizarlas como mucho cuidado. Sería bueno que nos preguntemos con qué frecuencia e ir descubriendo cuántas veces a la semana o por mes, porque estas preguntas van a permitir conocer lo que cada uno espera y así vamos a poder llegar y elaborar un acuerdo, un criterio, una norma en la cual hemos participado y acordado.

Podría haber una simetría porque con el tiempo uno se acostumbra a recibir y el otro se acostumbra a dar. Entonces se produce una asimetría, hay más de un lado que del otro. Y es un peligro porque el que da y no recibe no puede estar satisfecho por mucho tiempo. Y, cuando el que da y no recibe se despierte de este lugar, se le despierte a él también esta insatisfacción, porque entrega, entrega y no sabe o no puede recibir, el otro no va a estar preparado para entregarle aquello que él va a reclamar. Por eso, en el encuentro de la comunicación es muy importante que podamos tener en cuenta que, para que podamos hacer una comunicación de ida y vuelta, aprendamos también a recibir, más que a dar. Yo tenía una amiga en la adolescencia que era muy buena, era compañera, era consejera y siempre nos escuchaba. Pero nosotros necesitábamos que ella pudiera compartir de su vida interior, porque siempre nos encontrábamos en esta asimetría: nosotros recibíamos y ella daba. Nosotros queríamos recibir de su corazón escuchar qué sentía, qué vivía, porque a nosotros nos hacía mucho bien también poder decirles algunas palabras que la pudieran contener, ayudar, queríamos también sentirnos útiles para su vida. Este puede llegar a ser un ejemplo de asimetría en cualquiera de las relaciones en las que nos posicionamos, por ejemplo, en el de dar y no recibimos. Creo que es importante también aprender a ser receptor. Para eso te voy a compartir algunos elementos que nos pueden servir.
El primer punto que me parece interesante compartirte es que recuerdes el texto del encuentro de Jesús con Marta y María. ¿Te acordás? Marta que estaba haciendo todas las cosas de la casa, mientras María estaba sentada a los pies del Señor escuchando su palabra. Y Marta estaba ocupada con los quehaceres de la casa y hace el reclamo a Jesús: “¿No te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude”. Pero el Señor aclara la importancia de la escucha de Su Palabra, de “la escucha” podríamos decir. Veo dos cosas: primero, esto de la escucha. Jesús es claro con Marta, podría haber esperado que ella se sentara a sus pies; sin embargo, terminó diciéndoselo. Él no supuso lo que Marta iba a hacer- amén de que quizás lo sabía-, Él se lo quiso decir también. Ése es un punto para tener en cuenta en la escucha, quizás a veces más importante que el entregar todo el tiempo. El otro es hacer silencio la fuerza, pero sin dar verdadera importancia a la persona del otro. Es lo que a veces solemos hacer y no nos ayuda a ser receptivo. “Hacer silencio a la fuerza”, esto es “me tengo que callar y te tengo que escuchar”, no es una verdadera escucha, distraerme y hacer creer que escuché y entendí todo, escuchar emitiendo juicios o pensando, mientras habla el otro, qué consejos le voy a dar, escuchar sólo lo que me pueda ser útil o interesante o cambiar de tema cuando algo no me interesa o me angustia, ser demasiado cargoso absorbiendo al otro, demasiado duro cuando le doy opiniones o le respondo sobre cosas que me molestan, no tener nunca un gesto de afecto o de generosidad que le permita al otro sentir que es importante para mí, creer que ya conozco bien al otro y lo que el otro puede decir y, por lo tanto, el asombro no va a existir respecto a lo nuevo que me pueda compartir aquella persona que quiere entregarme parte de su corazón.

Pensaba también en la oración, ¿le decís a Jesús qué sentís, qué esperás? Más allá de que Él lo sabe, quiere que se lo digas, se lo preguntes, se lo compartas, se lo acerques en la oración. Él es real y está al lado tuyo. Cada mañana cuando oramos está la presencia del Señor. A veces queda solamente en la relación con Jesús nuestros malos entendidos. Nosotros esperamos algo de Jesús, Él no nos ha garantizado que todo esté ok. Si nos ha dicho que junto a Él vamos a llegar a un lugar distinto y más allá de lo soñado por nosotros, pero nos dice claramente: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”. No ha prometido acompañarnos, ser providente: “Yo estaré hasta el fin de los tiempos con ustedes”. Son las promesas de los que nos podemos tomar y desde allí, en relación al Señor, poder armar todas nuestras expectativas en torno a sus promesas.

Los malos entendidos se producen por errores comunes, que es importante que los podamos identificar. Para que exista una buena comunicación hay que dar un paso indispensable: tratar de interpretar bien al otro, comprenderlo, entender lo que pasa por su intimidad, lo que quiere decir cuando habla, pero no desde mis criterios, sino abriéndome, escuchando, recibiendo, porque si no voy a estar parado siempre desde ese lugar. Es un paso grande, al que, quizás, no estamos acostumbrados: darle el beneficio al otro de que puede ser distinto de lo que yo pienso, de que puede estar fuera de mis propios esquemas y, desde allí, a voy a poder establecer esto que se llama empatía, ponerme en el lugar del otro y poder alcanzar una comprensión profunda y verdadera.
En realidad, uno se siente comunicado con el otro cuando comprende bien lo que el otro vive y cuando se siente comprendido por el otro. Lo hemos compartido infinidad de veces en el programa, esta sensación de cuando “nos sacamos las caretas de manera sencilla, humilde frente al otro y ponemos el corazón en la mesa, te aseguro que los beneficios son mucho mayores y aprendemos a reconocer lo que tenemos nosotros, lo que podemos dar, a aceptarnos a nosotros mismos en cosas que no podemos darle al otro y proponerle lo que sí podemos darle. Tener la conciencia de que el otro también tiene sus límites y no puede más de lo que yo le estoy exigiendo. Pero para eso hay que conocerlo y tenemos que abrirnos a descubrir lo que hay adentro de él.

Confirmamos que es inútil pensar que, si el otro me ama de verdad, tendría que saber lo que necesito, quedarnos parados en ese lugar, porque por ahí es muy fácil ubicarnos. ¿Por qué? Porque la responsabilidad total le tiene el otro, que el otro venga a mí, que me dé lo que yo estoy esperando. ¿Y si no sabe? ¿Cómo se puede acercar? ¿Cómo puede darme aquello que no sabe o no conoce? ¿Y por qué tengo que suponer? Quizás es útil declarar nuestros deseos de manera abierta y clara, porque quien nos ama verdaderamente también tiene derecho a saber lo que nos pasa. Para él no es una molestia escuchar lo que me pasa, si realmente me ama. Pensá eso: si la otra persona te ama de verdad, lo que vos le vayas a contar, a acercar no lo va a despreciar, lo va a tener en su corazón y con esa confianza acercarse, poder procurar el encuentro.
Estamos llamados a amar en la verdad y desde la verdad.