Día 10: La visita de María a Isabel

martes, 14 de marzo de 2017
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Maria e isabel

14/03/2017 – Pedimos gracia del interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo, seguirlo y mejor servirle. El Señor nos hace una llamada, y necesitamos predisponer el corazón para recibirla. Hoy queremos detenernos en la primer acción evangelizadora que  Jesús comparte con su madre, la visita a Isabel. Nos detenemos en el pasaje de Lc 1,39-56.

La “madre de Jesús”

Quizá no hay otro pasaje que exprese con más fuerza esta consideración que la narración de Lucas de la visita de María a Isabel. Allí oímos, por boca de Isabel: “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1, 43). En este versículo hay dos rasgos significativos, que revelan el interés mariológico de la edad apostólica.

De acuerdo con un antiguo protocolo cortesano del cercano Oriente, este título honorífico era concedido a la reina madre, el personaje de más influencia en el reino después del monarca. En una sociedad en la que se practicaba la poligamia, ninguna de las esposas reales podía tener la seguridad de una posición privilegiada hasta no haber conseguido colocar a su hijo en el trono real, como lo hizo, por ejemplo, Betsabé, la madre de Salomón. Por eso, en esa cultura era la reina madre, más que cualquiera de las esposas del rey, la que ocupaba el sitio privilegiado después del soberano.

Isabel al llamar a María, “la madre de mi Señor”, está evidenciando que desde ahora por el vínculo con el Señor de la historia ella cuenta una presencia de influencia en la intercesión que no tiene nadie, por su vínculo y cercanía.

Hay una escena en el primer libro de los Reyes (1 Rey 2, 19-21) que ilustra gráficamente el poder de la reina madre en los días de la monarquía de Israel. Es la ocasión en que Betsabé, madre del rey Salomón, pide, como “la madre de mi Señor”, un favor a su hijo. La reina madre entra en la presencia real “y el rey se levantó a recibirla, se inclinó ante ella y se sentó en su trono. Pusieron un trono para la madre del rey y ella se sentó a su derecha”. Sólo entonces, sentada en su trono junto a Salomón, Betsabé manifestó el tema que venía a tratar con su hijo: “Tengo que hacerte una pequeña petición, no me la niegues. Pide, madre mía, le dijo el rey, pues no te la negaré”.

Cuando nosotros oramos junto a María nos sentamos frente al trono de quien todo lo puede. De ahí que el títlo “madre del Señor” la ubica a María como la gran intercesora. Es como que Isabel nos pone de cara al lugar de privilegio que María tiene en relación al plan de salvación de Dios. Es la madre del Salvador con quien tenemos que hacer nuestras peticiones, sabiendo que si lo hacemos con ella, el pedido nos será concedido.

Arca de la nueva alianza

Lucas testifica así la existencia, antes del año 80 (cuando parece haber redactado su Evangelio), de la devoción de la Iglesia a María, como madre de Jesús, ya entonces reconocida y honrada como la persona más estrechamente asociada a cristo en su obra redentora. Por tanto, la más poderosa en su intercesión antes Dios por el pueblo cristiano. Vemos también aquí la estrecha relación que percibió la Iglesia apostólica entre la divina maternidad de María y su lugar junto a Cristo Rey.

Hay un segundo rasgo que podemos observar en el relato lucano de la visitación de Isabel: “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a mí?”Un eco literario, al parecer intencionado de parte de Lucas, sugiere que nuestra Señora es presentada aquí como la nueva arca de la alianza. Recordemos aquel pasaje del segundo libro de Samuel que describe la entrada del arca en la “ciudad de David”, Jerusalén. En el momento de la entrada del arca, David se llena de temor religioso y grita: “¿Quién soy yo para que el arca de Yahveh venga a mí?” (2 Sam 6,9). 

Casi no cabe duda de que Lucas, al tratar de describir el encuentro entre María y su prima, tenía en mente este pasaje. Esto es confirmado en su narración de la anunciación. Allí María es informada de que la concepción de su hijo se hará por obra del Espíritu Santo, expresado por Lucas con esas palabras: “El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35). El término episkiazein usado aquí es el empleado en la versión griega del Antiguo Testamento para denotar la venida de la presencia de Dios a “la tienda de reunión”, santuario sagrado donde Yahveh moraría con su pueblo:  “Entonces la nube cubrió con su sombra la tienda de reunión y la gloria de Yahveh llenó su morada. Y Moisés no podía entrar en ella, pues la nube la cubría con su sombra y la gloria de Yahveh llenaba la tienda” (Éx 40, 34 ss.).

La divina presencia manifestada a Israel, la “gloria de Yahveh”, estaba entronizada sobre el arca de la alianza. La alusión literaria de Lucas a este pasaje del Antiguo Testamento casi no deja lugar a dudas de su intención de señalar al lector que nuestra Señora, que ahora lleva en su seno al Hijo encarnado, es la nueva arca de la alianza.

Por lo tanto, entrar por el camino mariano a la oración, es como llegar a la arca de la alianza y ponerse junto a la carpa del encuentro. María es portadora de la Gloria de Dios, privilegiada y elegida por Dios para manifestar su grandeza. “Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se estremece de gozo en Dios mi salvador”.

Ponernos en oración junto a María, es tener la certeza de que Dios en su gloria vendrá a nuestro encuentro y nos concederá las gracias que quiere regalarnos.

María que canta el magníficat

Ir al encuentro de María es entrar en contacto con la maravilla de Dios como lo canta María.

El primer fondo esencial lo encontramos en los versículos 46-47. 49b-50, que acumulan formas muy corrientes en lo cánticos litúrgicos judíos: compara, por ejemplo, el v.49b con 1 Sam 2, 2.

Dentro de esas fórmulas litúrgicas, el cántico introduce la acción de gracias personal de María (vv.48-49a), toda ella hecha sobre la base de fórmulas del Antiguo Testamento aplicadas a Israel. Así el v.48ª recuerda a Deum 26, 7; el v. 48b se inspira en mal 3, 12; y el v. 49 reproduce Deum 10, 21. En el corazón de la Virgen habita la Palabra de Dios. Este canto refleja cómo en la boca está lo que abunda el corazón. Es verdad que María “guardaba todas estas cosas en el corazón” y esto no se improvisa. Ella como fiel escucha de la Palabra de Dios, rumiándo la ley y los profetas, es una maestra en saber conservar en su alma la tradición viva. Eso le permite cantar el entretejido de la gracia que se expresa en un canto que brota de lo más profundo de sus entrañas. María canta desde la experiencia de ser portadora de Jesús todas las promesas del Antiguo Testamento que se cumplen en su Hijo. María canta y Dios la mira con bondad.

Es importante detenernos en la alegría con la que María alaba y bendice al Señor, y dejarnos contagiar por ella.

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Momentos de la oración

1- Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.

2- “Traer la historia” (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar: San Lucas 1,39-56.

3-“La composición de lugar” (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.

4-Formular la petición (EE 104) La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.

“Interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y mejor seguirlo”

5-Reflectir para sacar algún provecho significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.

6-Coloquio: a partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.

7-Examen de la oración

Padre Javier Soteras