11/03/2020 – Hoy contemplamos a José, María y el Niño Jesús huyendo hacia Egipto. La familia huye a Egipto porque Herodes, el poder, anda buscando la manera de terminar con la vida que nace y atenta contra su poder.
“Es el poder que no sabe que hacer con la vida y por lo tanto, va a querer ejecutarla. Herodes ve que su reinado es puesto en jaque por un Niño que ha nacido. Va a llegar a matar a su propio hijo en la locura del ejercicio del poder, y, a miles de inocentes a causa del nacimiento del Hijo de Dios.”
Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.
Petición: interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y mejor servirlo
Traer la historia: La huida a Egipto (Mt. 2, 13-23). En sueño, José, recibe la indicación de huir a Egipto porque Herodes anda buscando al Niño para matarlo. La familia de Nazaret tuvo que recorrer otros caminos para esquivar los peligros de la muerte, las asechanzas del mal que quería destruir al Hijo de Dios. Pensemos en la necesidad de escapar, huir de los discursos de muerte, para hacernos a la cultura de la vida. Que la vida sea cuidada, protegida, honrada y venerada.
Coloquio: dialogar con el Señor sobre este acontecimiento. ¿Qué me despierta? ¿A qué me invita?
Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración? ¿Recibí alguna invitación del Señor?
Si querés profundizar en el ejercicio de hoy, a continuación te dejamos el material utilizado por el padre Javier para la catequesis de hoy:
(EE 269-270; Mt 2, 13-23)
Es difícil separar el relato de la huida a Egipto del de la vuelta de allí, si se trata de la presentación del “fundamento verdadero de la historia” (EE 2) o sentido literal del texto evangélico. Pero en la contemplación, se pueden separar, como lo hace san Ignacio en EE 269 y 270.
1. La huida a Egipto (Mt 2, 13-15).
Este corto relato –como el de la vuelta de Egipto- está estructurado de la siguiente manera:
a. El ángel del Señor se aparece en sueños a José y le encarga una misión.
b. José ejecuta la orden del ángel, porque ve en ella el cumplimiento de una voluntad del verdadero Padre del Niño. c. El relato se termina con una cita profética.
Si prescindimos por el momento del texto intermedio (vv. 18: la matanza de los inocentes), constatamos que la transición de un relato a otro se hace con facilidad: el texto de Os 11, 1 (“de Egipto llamé a mi hijo”) vale tanto de la huida a Egipto como de la vuelta del mismo.
Egipto fue considerado tradicionalmente como lugar de refugio por los palestinos, desde Jerobán, en tiempo de Salomón (1 Rey 11, 40) hasta Urías (Jer 26, 21) y, más tarde, el sacerdote Onías IV.
La comunidad judeo-cristiana, a la que se dirigía el evangelista Mateo, ve en la huida de Jesús a Egipto la apropiación de reactualización, por el hijo de María, de la historia de Israel.
De manera particular, el texto parece tener en cuenta la historia de Moisés. El tema de Cristo, nuevo Moisés, es uno de los más significativos de este pasaje.
Para Mateo, Jesús es ante todo el legislador de la nueva alianza: el primer Evangelio está dividido en cinco partes que constituyen evidentemente una correspondencia con el Pentateuco de Moisés. Jesús es presentado en el sermón de la montaña como el que da cumplimiento a la ley mosaica, hasta superarla (Mt 5-8).
Las fuentes rabínicas y la literatura judaica habían descrito hasta la saciedad el anuncio del nacimiento de Moisés al Faraón y a sus magos.
Ofrece cierta similitud con la forma en que se hace a Herodes, rodeado de Magos y de escribas, el anuncio del nacimiento de Jesús (Mt 2, 4). Al saber la noticia, el faraón da la orden de matar a todos los primogénitos de Belén (v. 16) Moisés se salva de la matanza de los niños (Éx 2, 1-10) y se salvará por segunda vez, refugiándose en el extranjero (Éx 2, 11-15).
Jesús se salvará de la matanza de los inocentes refugiándose en el extranjero (vv. 13-15).
Moisés es llamado a Egipto por el ángel (Éx 4, 19) en términos que serán repetidos casi textualmente por el ángel que invita a José, María y al Niño a volver a Palestina (v. 20): ¡tan literalmente que el ángel continúa empleando el plural (“ellos”), siendo así que el perseguidor es aquí uno solo, Herodes!
El paralelismo montado por Mateo no se limita, sin embargo, a Moisés. Hay un detalle que nos hace sospechar en otras asociaciones: mientras que Moisés huye de Egipto para refugiarse en Madián, Jesús, por el contrario, penetra en Egipto huyendo de Palestina.
Este detalle no relaciona a Jesús con Moisés, sino más bien con Jacob-Israel.
La huida a Egipto, en efecto, recuerda Gn 46, 3-4: “No temas bajar a Egipto, porque allí te haré una gran nación. Y bajaré contigo a Egipto y yo mismo te bajaré también”.
Lo mismo que Jacob-Israel vuelve a Egipto acrecentado hasta las proporciones de un pueblo, así Jesús pasa, a su vez, por Egipto para convertirse en un gran pueblo. Y la cita de Os 11, 1, en el v. 15, es una importante confirmación de esta interpretación.
Por lo demás, toda la vida del patriarca Jacob aparece finalmente dibujada en el relato de la infancia según Mateo: en la literatura judía, en efecto, Jacob es presentado como víctima de persecución de Labán, su suegro (Gn 31).
Jacob, siempre en conformidad con las tradiciones judías, se habría refugiado en Egipto para huir de la persecución de Labán y allí, convertido ya en todo un pueblo, esperaba la aparición de la estrella de la liberación.
La imagen de Raquel –la esposa de Jacob- llorando a sus hijos hasta que vuelvan del extranjero confirma esta interpretación: Raquel, que ha quedado en Palestina en su tumba, mientras que Jacob y sus hijos partían para el exilio, era representada llorando hasta el regreso de los suyos y la restauración del reino (Jer 31, 15).
Así, pues, la huida de Cristo, nuevo Jacob, a Egipto y su regreso a Palestina, convertido en pueblo nuevo e inmenso, lo mismo que Jacob lo había sido en tiempos del Éxodo, constituye un tema pascual: efectivamente, Cristo entrará solo en la muerte y en los infiernos, pero para volver como Hijo de Dios y pueblo inmenso. El presentimiento de la Pascua anima estas páginas de Mateo sobre la huida a Egipto y la vuelta de allí.
2. El exterminio de los niños de Belén (Mt 2, 16-18).
Herodes, como faraón, es ridiculizado por el relato: lleno de ira al verse burlado, hace que maten a los niños de Belén (comparar con Mt 22, 7: “Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad”). En la idea de Mateo, el que debe soportar finalmente las consecuencias del odio de sus dirigentes es el pueblo (Mateo 27, 25: “caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”).
No perdamos tiempo, una vez más, tratando de reconstruir con nuestra imaginación este acontecimiento: Mateo no hace sino utilizar y adaptar la historia midráshica de la persecución del faraón y la comunidad judeo-cristiana estaba tanto más dispuesta a aceptar esta presentación en imágenes cuanto que correspondía perfectamente a los hechos y a la fama de crueldad, tan extendidos por aquel entonces en lo que se refería a Herodes, quien ordenó que ahogasen a su yerno, que matasen sus propios hijos Alejandro y Aristóbulo, que estrangulasen a su propia mujer Mariamme; cinco días antes de su muerte, hizo matar a su hijo Antípater; finalmente, ordenó que inmediatamente después de su muerte se asesinase a todos los personajes judíos importantes de Jericó, “para que la gente tuviese que llorar en sus funerales”.
Mateo termina su relato citando libremente Jer 31, 15: “Una voz se oye en Ramá: es Raquel que llora a sus hijos”. Raquel representa en este texto al pueblo de Dios, que lloraba a sus hijos asesinados por el invasor o reunidos en Ramá (al norte de Jerusalén) para ser exiliados a Babilonia. La aplicación de este texto poético a los niños de Belén es bastante débil. El motivo fue quizá que, tradicionalmente, se situaba la tumba de Raquel en Belén (Gn 35, 19).
3. La vuelta de Egipto (Mt 2, 19-23).
Herodes muere y así como la muerte del faraón hace posible la liberación del pueblo elegido, Mt 2, 20 hace conscientemente esta transposición, hasta tal punto que el relato es plural (“han muerto los que buscaban la vida del Niño”), tal como se lee en Éx 4, 19-20: “El Señor dijo a Moisés en Madián: Anda, vuelve a Egipto, pues han muerto todos los que buscaban tu muerte”.
La muerte del faraón permitió a Moisés volver a Egipto y la muerte de Herodes permitió a Jesús salir de allí.
Moisés ejecuta la orden divina (“Tomó, pues, Moisés, a su mujer y a su hijo y, montándolos sobre un asno, volvió a la tierra de Egipto”, Éx 4, 20). José ejecuta la orden del ángel (y la tradición popular le atribuirá rápidamente el asno de Moisés).
¿Recibirá, por fin, Judea a su salvador? La puerta está abierta y José podrá entrar en la tierra de Israel.
Así, pues, según Mateo, Jesús revive la historia de su pueblo: no sólo la persecución del “faraón” (Herodes) sino también la liberación del éxodo, signo de todas las liberaciones, incluida la que siguió al exilio de Babilonia.
4. Pero la vuelta a Judea no fue posible: en su testamento, Herodes había dejado a Arquelao la Judea y este adquirió rápidamente la fama de tirano (en el comienzo de su reinado, al sofocar una guerra civil, tres mil judíos fueron exterminados). Así, pues, José se retiró (como antes se había retirado a Egipto, Mt 2, 14) a la “Galilea de los gentiles” (Mt 4, 15, según Is 8, 23); ya en Mt 2, 1-12, los magos habían podido llegar al Señor, ahora es el mismo Jesús el que se instala en tierra “pagana” y este gesto, para la comunidad judeo-cristiana de Mateo, suponía legitimar la apertura radical de la Iglesia a las naciones.
El versículo final 23 plantea un problema: no hay manera de encontrar, en la Escritura, que “será llamado Nazareno”. Mateo presenta esta frase como un “oráculo de los profetas” (en plural), lo cual querría decir que se trata del rollo de los profetas menores (Hech 7, 42) o de los profetas anteriores (Josué, Jueces, Samuel y Reyes).
Su punto de partida pudo ser una noble tradición: 1) Jesús es de la ciudad de Nazaret, es decir, nazareno; 2) se situaba en el ámbito del grupo bautista de Juan y de los movimientos bautistas, a los que se llamaba nazoreanos (“observantes”). Como en Jc 13, 5. 7 se dice que el pequeño Sansón había sido consagrado a Dios (en hebreo, “nazir” y, en muchos manuscritos griegos, “naziraios”), Mateo pudo haber hecho una doble reducción, para llegar a “nazareno” o habitante de Nazaret y justificar “proféticamente” la instalación de Jesús en esa ciudad. Esta forma de trabajar los textos nos extraña, pero no podemos olvidar que era una exégesis corriente de aquella época.
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