18/03/2020 – Hoy vamos a contemplar a Jesús sandando en un día sábado a la mujer encorvada. “Jesús rompe el orden al salvar la mujer en un día sábado. Jesús en este pasaje bíblico es mal visto ‘¿Qué hace esa mujer en sábado buscando sanidad de un supuesto maestro?’. Jesús tiene una absoluta libertad para dar respuesta al bien aún teniendo que romper el supuesto orden”, dijo el padre Javier y agrego: “El tiempo de ejercicios espirituales rompe también con el orden permitiéndonos buscar con mayor profundidad la voluntad de Dios. Jesus se dedica a patear el tablero para poner un nuevo orden.”
Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.
Petición: interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y mejor servirlo.
Traer la historia: hoy contemplamos, en el evangelio de San Lucas 13,10-17, el encuentro de Jesús con la mujer encorvada. Jesús rompe con el esquema de la sinagoga al curar en sábado. Que en esta contemplación incluyas a la humanidad toda y que sea Jesús, el que cargó sobre si nuestros pecados, el que nos libere de esta opresión para caminar en libertad siguiendo sus mejores propuestas.
Coloquio: dialogar con el Señor sobre esta contemplación. ¿Qué me despierta? ¿A qué me invita?
Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración? ¿Recibí alguna invitación del Señor?
“Un sábado Jesús enseñaba en la Sinagoga. Había allí una mujer poseída de un espíritu que la tenía enferma desde hacía dieciocho años. Estaba completamente encorvada y no podía enderezarse de ninguna manera. Jesús al verla la llamó y le dijo: “Mujer, estás curada de tu enfermedad”, y le impuso las manos. Ella se enderezó enseguida y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: “Los días de trabajo son seis, vengan durante esos días para hacerse curar y no el sábado”. El Señor le respondió: “Hipócritas, cualquiera de ustedes aunque sea sábado ¿No desata del pesebre a su buey para llevarlo a beber?, y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser liberada de sus cadenas en día sábado?” Al oír estas palabras todos sus adversarios se llenaron de confusión, pero la multitud se alegraba de las maravillas que el hacía. Lc 13,10-17
Es lindo ver la casa desordenada cuando los chicos están contentos. Es lindo ver el taller que tenemos en casa con las herramientas dadas vuelta cuando hemos compartido una tarea de arreglo junto a nuestros hijos, cuando hemos aprovechado el tiempo de descanso para arreglar las cosas que en casa necesitaban de nuestra colaboración. Es bueno ver el jardín un poco dado vuelta cuando hemos removido la tierra para mejorar sus posibilidades de recepción de las plantas nuevas que estamos por plantar. Es lindo ver el desorden en una reunión cuando todos intentan participar de ellas y aportar lo mejor que tienen, cuando se rompen los modos formales de los vínculos. Es bueno ver en un equipo de fútbol ver que todos intentan tomar la pelota y jugar el mejor juego aunque la táctica no esté del todo bien definida.
Hay ciertos desórdenes que son saludables cuando lo que marca el ritmo de ese desorden es la puesta de lo mejor de nosotros mismos para que las cosas vayan mejor. A veces tenemos la concepción del orden un tanto estática, por no decir formalmente planteada, por no decir enfermamente establecida. Es decir bajo el signo de alguna tendencia, por parte de nosotros, rigurosa respecto del orden, con un trastorno ciertamente compulsivo por dejar las cosas en su lugar, que nadie nos saque de orden lo que pusimos y con una cierta actitud insalubre para nosotros buscamos mantener que las cosas estén como estaban, como si el orden de las cosas lo tuviera que definir donde están ubicadas ellas y no el lugar que tienen que ocupar las cosas a favor de lo mejor para todos.
Esto es lo que pasa en el evangelio que estamos compartiendo. Y hay un desorden que establece Jesús sobre lo ya establecido que viene a favor de alguien que merece ser tratado de una manera distinta. Esta mujer está encorvada desde hace dieciocho años, es decir, hace dieciocho años que no ve el cielo ni el horizonte, su mirada sólo está clavada hacia abajo como cuando uno está enfermo por un dolor de ciático y está encorvadito. Claro, en sábado no se podía curar, así lo había establecido el orden, las reglas y normas rigurosas que se aplicaban en Israel en el tiempo de Jesús, definían. Sin embargo, Jesús rompe con esto establecido para poner las cosas en su lugar sea vivir de la caridad y devolverle a esta mujer la salud.
¿Hay momentos en donde has disfrutado del grato desorden? Es desorden grato cuando lo que se comparte nos pone en situación de ir más allá de lo que teníamos preestablecido. Sí, estamos detrás de descubrir como hay ciertos desórdenes que son saludables.
Perdamos lo que tengamos que perder, sencillamente por dejarnos amar y amar como Dios quiere que amemos. El amor es capaz de sorprendernos desordenándonos, pero más aún es capaz de traernos el verdadero orden porque el verdadero orden está dado para lo que fuimos hechos. Una cosa está puesta en orden cuando está orientada a la razón de su ser y es así, las cosas son ordenadas cuando están en su lugar, no según lo que hemos pensado como lugar sino según lo que ocupa el lugar que merece ser ocupado. Un televisor, por ejemplo, está en orden no cuando ocupa todo el tiempo de la vida de la familia sino cuando ocupa el tiempo para un momento determinado para la distracción. Un buen vino está en orden no cuando ocupa todo el tiempo en la vida de una persona sino cuando en un determinado una persona se aprovecha de él para alegrar el encuentro con los amigos y la familia. Un buen tiempo de descanso está en orden no cuando todo el tiempo nos estamos rascando el pupo y mirando para arriba sino cuando en un momento determinado de la semana aprovechamos de una mayor cantidad de minutos para reposar y recuperar fuerzas para transformar el mundo desde el trabajo de todos los días.
Las cosas, las realidades, los valores, están en orden cuando ocupan su lugar. Nosotros hemos sido hechos para amar y la verdad sea dicha, nuestra vida está en orden cuando amamos, aunque nos parezca que eso a veces se lleve de patadas con las razones que nos dicen desde algún lugar de orden establecido que las cosas deben ser hechas de tal o cuál forma. Esto es lo que pasó en el relato que hoy estamos compartiendo. El relato que hoy compartimos, hay gente que dice: esto no tiene que hacerse en sábado. Y Jesús se vale de la situación para decir “hipócritas”, no es verdad lo que están diciendo. Y ¿qué es la verdad? La verdad está en que si un hombre necesita de un gesto, de una actitud, de una presencia de servicio por parte de nosotros que dignifique su vida, no importa donde, cómo, cuándo, con quién, cuánto cueste, lo importante es que sea hecho. Y esta es la gran verdad. Dar de lo nuestro no importándonos sino que la necesidad del hermano determine que dar, cómo dar, cuánto dar, aunque nos parezca que todo lo que teníamos pensado en la administración de nuestro tiempo, en la administración de nuestra economía, en el modo de vincularnos con la persona, se venga abajo o sufra aluna crisis. Cuando el amor es el que conduce a buscar lo mejor para nosotros y para los demás, evidentemente los sistemas con los que hemos convivido hasta el momento entran en crisis. Es cuando las cosas son puestas en su lugar. Y las cosas son puestas en su lugar cuando responden a la naturaleza para las cuales fueron creadas, por Dios o recreadas por el hombre. Yo te invito a que te preguntes y reflexiones y te dejes visitar por esta presencia de amor que desordena ordenando, poniendo las cosas en su lugar.
Cuando nosotros nos dejamos llevar por esa fuerza del amor que nos saca de lo ya establecido entramos en una sintonía que nos libera de los pesos graves que llevamos muchas veces sobre nuestras espaldas. El amor nos libera de pesadas cargas. La mujer encorvada del evangelio de hoy nos representa en el peso del trabajo, de las preocupaciones familiares, de las crisis personales, de situaciones de dolor, opresión, enfermedad, de realidades muy tristes por las cuales atraviesan hermanos, a veces la sociedad toda, nos golpea la situación del hombre en la cruz bajo cualquiera de sus formas y sentimos el peso sobre nuestras espaldas.
Detengámonos por un instante y veamos las cargas pesadas que llevamos sobre los hombres y dejemos que el amor de Dios nos guíe en un proceso de liberación que verdaderamente transforme. Liberémonos de la exigencia del deber ser representado en la persona del jefe de la sinagoga que determina el comportamiento de lo que corresponde.
Muchas veces el peso duro que llevamos sobre nosotros tiene estas características de ir por el camino de la ley, del cumplimiento, de lo que corresponde, del deber ser, a rajatabla, sea como sea, para nosotros y para los otros, exigentes con nosotros y con los demás. Es un orden que enferma, es un modo de ordenamiento que oprime. De ese peso queremos liberarnos. No para dejar de hacer lo mejor que tenemos que hacer ni de manera perfecta sino para hacerlo desde un mandato distinto que es el del amor que nos saca del deber ser. Aquí está la diferencia entre el cumplimiento de la ley por la ley en sí misma por la ley del amor que nos pone en sintonía con lo mejor, con lo que tiene que ser, pero con una motivación distinta. Es el amor el que impulsa desde dentro a que hagamos y demos de nosotros lo mejor hasta que sea perfecto nuestro quehacer y no es que lo tengamos que hacer por obligación, por mandato, por cumplimiento, por ley, por deber ser.
Yo creo que la mujer encorvada está encorvada porque está en la sinagoga bajo el deber ser, bajo este mandato riguroso de la sinagoga que le lleva al cumplimiento del deber de lo que corresponde a rajatablas sin sentido. Es en el sentido del quehacer que solamente descubrimos en el amor que libera donde nosotros podemos ponernos de pie, salir de la manera de estar encorvados frente a las cosas que nos hacen sufrir y poder levantar la mirada para tener horizontes . Dios nos quiere con horizontes. Para caminar en este sentido liberándonos de las cargas que nos oprimen nada mejor que dejarnos llevar por la motivación propia que genera el amor a Dios y a los hermanos. Por eso es tan saludable comenzar el día diciéndonos a nosotros mismos “por Dios y por nuestros hermanos”. “Lo que hago hoy es por El y por los que amo y también por los que me cuesta amar y por todas las situaciones por las que no encuentro respuestas. Allí entrego, consagro y ofrezco mi vida. Que sea el amor de Dios el que me lleve por ese camino”.
Decítelo una y otra vez en el comenzar de la jornada y seguramente tu mirada, que puede tener la perspectiva del suelo como la de la mujer encorvada del evangelio, comience a levantarse y encuentre en el horizonte ese lugar donde Dios ha venido a quedarse con nosotros, en Cristo Jesús, allí el cielo y la tierra se juntan.
Todo resulta muy pesado, difícil, imposible, mucho, todo aparece como inalcanzable, cuesta arriba, nos parece que no podemos más, bajamos los brazos, respiramos hondo y decimos basta cuando no es el amor lo que motiva.
Cuando el amor motiva, los dolores más grandes nos resultan posibles de sobrellevar con alegría y la bienaventuranza termina siendo una verdad en nuestra propia vida. Aunque suframos de muchas maneras situaciones indecibles, el amor nos habita por dentro y nos permite ser felices en medio del dolor, del padecer, del sufrimiento, y por ahí va aquello que la Palabra de Dios nos invita a vivir como ofrenda verdadera, no desde un holocausto y sacrificio sin sentido sino desde un corazón agradable a Dios porque entra en sintonía de la presencia de su amor que es el único que todo lo hace nuevo. Esta es la situación por la que Jesús nos conduce en el camino animándonos a más de lo que hasta aquí hemos hecho si es verdaderamente en la motivación del amor desde donde somos conducidos y para esto hay que decirse a cada ratito y cada instante: es por vos Señor y por mis hermanos, es por vos Jesús y por todos los que me has regalado, es en vos Jesús y en los que has puesto en mi camino por lo que ofrezco, entrego, dono, y hago del camino de la vida un camino que en vos se abre, se multiplica, se llena de bendiciones.
Es en el amor de Dios donde podemos encontrar esa fuerza que nos lleva a ir en medio de todos los líos que nos toca vivir con un orden nuevo. Hasta que los otros digan: ¿de dónde sacas fuerza? ¿Cómo es que se multiplican tus tiempos? ¿Cómo es que tanto podés hacer? ¿Viste que hay gente que hace de todo y a al mismo tiempo decís de dónde sacó fuerza, energía para ir por un poquito más? Es cuando hay un amor grande que motiva por dentro, y nada hay más grande que el amor de Dios, el que queremos compartir en este día. Es como dice la Palabra de Dios ¿de qué le sirve haber ganado al hombre el mundo si se pierde a sí mismo? ¿De qué sirve tenerlo todo? ¿De qué sirve gustarlo todo? ¿De qué sirve asegurarse en todo si te falta Todo? Y cuando decimos Todo hablamos del único que puede darle sentido totalizante a la vida, es la presencia de Dios.
De esto decía el gran Francisco de Asís: Dios, mi Dios y mi todo. Para ir sobre ese lugar hay que despojarse de todo, hay que liberarse de todo, para que sea la totalizante presencia del Dios amor el que guíe, sorprenda, reestructure, rearme, ordene. Desde un desorden el orden nuevo de Dios viene a constituirnos en criaturas nuevas. Por eso, de alguna forma, hay que dejar lo sabido para ir por lo no conocido y animarse a caminar sencilla, humilde, pero confiadamente en donde Dios nos conduce, a vivir según ese nuevo mandamiento, ese nuevo ordenamiento que el trae, el del amor.
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