Día 17: Gestos que sanan

jueves, 19 de marzo de 2020

19/03/2020 – Estamos en la segunda semana de los EE, adentrándonos en un texto que mucho tiene para decirnos en este tiempo. Nos detenemos en San Marcos 7, 31-37 en donde llama la atención cómo Jesús aparta, aísla al sordomudo para sanarlo. ¿No será que este tiempo de aislamiento es para ser llevados a parte, también nosotros, y en el mundo de la comunicación, donde tanto nos cuesta entendernos somos desafiados a una comunicación en un mismo espíritu?”

 

Momentos de la oración:

Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.

Petición: interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y mejor servirlo.

Traer la historia: hoy nos detenemos en el evangelio de San Marcos 7,31-37. Contemplamos a Jesús que sana a un sordomudo pero para hacerlo, previamente lo aparta de la multitud, lo aísla. Muy parecido a lo que nos pasa en este tiempo de aislamiento social a causa de la pandemia coronavirus. Ahí, en un lugar aparte, Jesús toca su oído y su lengua diciéndole ‘ábrete’. Imagina al Señor que te pide que te abras y te animes a la confianza, a la necesidad de construir algo nuevo.

Coloquio: dialogar con el Señor sobre esta contemplación. ¿Qué me despierta? ¿A qué me invita?

Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración? ¿Recibí alguna invitación del Señor?

 

Catequesis completa

 

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Abrete”. Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

Mc 7,31-37

Para curar al sordo que habla con dificultad ─ símbolo de Israel, pueblo duro de oídos, y de la humanidad entera, en la que nos incluimos cada uno de nosotros ─, Jesús pone todo su ser. Se lo lleva aparte, nos separa del lugar en donde estamos, crea un ámbito distinto, toca con sus dedos y con su saliva, alza la mirada al Padre, refiriendo a Él, a su Gloria, todo lo que hace sobre esta tierra, y gime suspirando el Espíritu Santo. Todo esto ─ tan simple y tan completo ─ antes de decir la palabra que sana: Effetá ábrete.

Tocar, alzar la mirada, suspirar, son gestos sencillos, como todos los del Señor, pero están llenos de amor y esto es lo que transforma y libera la imposibilidad de conectarnos y expresa su sensiblemente su comunión plena con el Padre y el Espíritu Santo. Este vínculo tan fluido es lo que quiere Jesús para nosotros.

Lo lindo del pasaje es que uno siente cómo en este Jesús de carne y hueso, el Padre y el Espíritu Santo, bajan a la realidad cotidiana, se meten en el mundo nuestro de todos los días y obran conjuntamente, como Trinidad Santa. ¿Tanto Dios para tan poco? Es que abrir los oídos del hombre para nada es poco. Los oídos son el camino de acceso a la libertad del corazón humano. Que escuchemos bien, que podamos recibir la Palabra con toda su fuerza de Vida, con sus tonos y matices, es condición esencial para adherir al proyecto de Dios.

No es un milagro cualquiera cuanto más Jesús les manda que no abran la boca, más proclaman y cantan sus alabanzas a Dios: “En el colmo de la admiración decían: ‘Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. El señor está tocando ahora tu oído y tu corazón allí tantas vece son las turbulencias para encontrarte con las palabras que le dan sentido luminosidad. El Señor viene a liberarnos de nuestra sordera que habitualmente son producto de ruidos que interfieren. El Señor pone la mano y libera y nos da la posibilidad de comunicarnos de otra manera. Hace que nuestro corazón adhiera aun con más fuerza.

Es escuchando con claridad lo que Jesús nos dice que podemos entender lo que Él nos pide.

El pueblo recibe el eco de la curación del sordo mudo y el milagro se amplifica y resuena al unísono en el corazón de todos. La Palabra de Jesús entró en un corazón (la gente misma se lo había presentado) y, al abrirlo y permitirle hablar correctamente, se produjo el contagio a todos los corazones cercanos, que comenzaron a alabar a Dios como es debido. Nos dejamos contagiar la alegría también nosotros y exclamamos: ¡qué lindo escuchar este evangelio! ¡qué lindo poder decir de Jesús ‘todo lo ha hecho bien’!

Effetá

Jesús utiliza una palabra para referirse a lo que quiere hacer: Effetá. No se trata de una palabra cualquiera, es la que abre el camino a todas las demás. Abrí tu corazón, tu mente, valoralo, acogelo, abrite, el Señor viene a habitar dentro tuyo. Es a través de la escucha interior que Él se va a comunicar, Él es palabra que viene a habitar dentro tuyo.
Cuando en el camino de la vida nos vamos enredando en el vicioso clima en donde nos decimos ”No hay salida, no hay forma de que esto cambie”, necesitamos encontrar un nuevo rumbo, una salida. Ésta es la que el Señor nos propone. Quiere tocar tu oído y tu manera de ubicarte frente a situaciones que aparentemente no tienen salida: “ábrete a una nueva posibilidad de enfrentar lo de todos los días.” te dice.
Queremos preguntarnos ¿A qué tengo que abrirme? Esos lugares en donde te decís “Esto no tiene solución”. ¿En qué realidad me siento encerrado y no dejo que el aire nuevo entre? ¿Dónde estoy entre encierros y el Señor hoy me dice “abrete” me toca y viene a mi encuentro regalándome la posibilidad de encontrar un mundo nuevo? De la mano de María vamos hasta donde el Señor me quiera conducir.

El Señor se abre camino hacia donde estamos

Effetá es la Palabra que nos regala el don de escuchar. Es el don más precioso. Porque puede acoger a Jesús en plenitud: Él es Palabra.

La vista no alcanza. El Señor tiene que velar su Gloria para no cegarnos con su luz. Y al verlo en su apariencia sencilla, nuestro ojo tiende a pasar de largo. Son cambalacheros nuestros ojos y se dejan deslumbrar con facilidad. El oído en cambio es distinto. En su ámbito se juega nuestra intimidad. Somos más selectivos con el oído. Nos gusta mirarlo todo, porque mirar es como pasear y salir de nosotros mismos. En cambio el oído trae sentimientos a nuestro corazón. Por eso filtramos tanto lo que escuchamos; no fácilmente dejamos que lo que dicen los otros entre más allá de ciertas barreras que ponemos al discurso ajeno. Por eso hay poca gente que escuche en silencio, que escuche bien, antes de hablar. Cada uno habla su palabra, hace que resuene la propia voz, aunque más no sea para contrarrestar el efecto de la voz ajena. Nuestro mundo vive a los gritos, está agitado por voces destempladas, todos hablamos al mismo tiempo temiendo ser invadidos por las palabras de los demás.

El oído tiende a cerrarse por la capacidad selectiva. Hay que crear ámbitos de silencio para poder percibir lo que el Señor y la realidad nos están comunicando. Este vivir a los gritos hace que tendamos a clausurarnos en nosotros mismos.

Por eso Jesús se toma tanto trabajo para abrir los oídos del sordo. El Señor quiere hacernos caer en la cuenta de la importancia que tiene este milagro de apertura. Effetá es la apertura a la Palabra, la que abre todo lo demás.
El Señor se da tiempo para ir sobre nosotros. Nos toca nos bendice, mira al cielo, clama al Padre, intercede por nosotros y nos invita a abrirnos.

El Señor quiere diferenciarnos para invitarnos a abrirnos. Nos dice Effetá. Que el Señor pueda abrirse un camino hacia donde estás incomunicado, clausurado y ponete ante la posibilidad de encontrarte con una nueva apertura inteligente, sensible, vincular. El Señor que se abre hacia donde estás y te dice “Abrete, escuchame”

Cuando escuchamos a Jesús se abre el Cielo

El padre Dios es el que nos invita a escucharlo. Habla el Padre diciendo: Este es mi Hijo el Predilecto. ¡Escúchenlo! Pero para escucharlo, el mismo Jesús tiene que abrirnos el oído diciendo “Effetá”. Y nos lo dice también a nosotros. Tiene que decirnos Effetá, para esto es necesario que reconozcamos el lugar en donde el ruido nos tiene arrinconados, allíe Él nos dice “Salí de ese lugar en el que estás. Ponete de pie y comenzá a recibir esa palabra que te da vida.”

Y lo importante es que esa Palabra mágica la tiene que pronunciar Jesús mismo. No otro. Otros pueden presentarme a Jesús y ayudarme a discernir, pero de última, sólo Jesús en persona es el protagonista de este encuentro.
¿Y cómo nos damos cuenta de que es Él el que habla? Por los frutos: su Palabra siempre nos abrirá a más Palabra, a más Jesús. Nos dan paz, alegría, traen paz, no nos hace tener miedo. La palabra de Dios es liberadora. Cura. Viene a regalarnos vida nueva.

En el Evangelio de hoy es Jesús mismo quien le dice a quien quiera oír “abrite”. Se trata de un Effetá pronunciado con los ojos mirando al cielo; como indicando la dirección de la apertura. Abrete al Padre. Abrite a la influencia benéfica con al que el del Padre que te acerca a vos y te lleva de vuelta hacia Mí.

Se trata también de un Effetá suspirado y gemido; como indicando que lo que abre es el Espíritu de la Palabra, su soplo de Dios viviente, no la materialidad de lo dicho. No es Palabra escrita ni dicha de manera neutra: es Palabra suspirada con un gemido de amor que brota de lo íntimo del corazón de Jesús que nos comunica el Espíritu. Es la Trinidad toda que viene a instalarse en nosotros, así como viven ellos: en sintonía eterna de comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

María, modelo de escucha

María es el modelo de la escucha. Apertura de corazón, apertura de alma al estilo de María. Aprendamos a escuchar al Señor de la mano de María, ella nos dice “Hace lo que te dice mi Hijo y tu camino será un milagro cotidiano.”
María es la maestra en la escucha interior del Espíritu. Necesitamos aprender de la delicadeza de su corazón para escuchar la fuerza del susurro de Dios que puede abrir las piedras.

El Señor con su palabra y el don del espíritu en María nos conducen lejos. La escucha del don de la Palabra por el don del Espíritu Santo y guiado por la Madre, hacen que la palabra sea potente en el anuncio y tenga poder convertir los corazones.

La apertura de los oídos del sordo es un anticipo de la apertura grande que traerá el Espíritu en Pentecostés. Allí se abrirán los corazones de los discípulos, reunidos en torno a nuestra Señora, la Primera entre todos los que abrieron su corazón a la Palabra, y los corazones abiertos de los apóstoles abrirán los oídos de todos los pueblos. La Palabra resonará directamente en el corazón de la gente, superando esa especie de sordera que es cada cultura si no puede abrirse a las demás y a la Cultura del Reino. Sordera, digo, porque cada uno escucha lo que se dice en su lengua y las otras le suenan raro. Cuando uno solo escucha palabras dichas entre los que son iguales, corre el riesgo de ir cerrando el corazón a palabras nuevas, a la Buena Nueva de Jesús.

A Jesús le podemos abrir el oído entero y todo el corazón. Podemos quedarnos escuchándolo hablar todo el tiempo que sea, sin peligro de que nos canse o no nos deje ser nosotros mismos. Hemos sido creados por esa Palabra y cuando Ella habla, hace resonar lo más íntimo de nuestro Ser. Cuando Jesús habla, hablamos nosotros mismos, encontramos la palabra justa para expresar lo que somos y necesitamos y lo que queremos ser. Effetá. Abrite. Abrí tus oídos y dejá que hable Jesús en tu interior.

 

Oración al Espíritu Santo

Ven Espíritu Santo, envía tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus Siete Dones según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
Amén.