23/03/2017 – Jesús mientras crece va tomando progresivamente consciencia de su condición y vocación. Luego de la vuelta de Egipto, las escrituras no nos dan más datos de su infancia. Recién vuelve a aparecer en escena en el episodio que hoy contemplamos, cuando a los 12 años sus padres lo pierden y lo encuentran en el Templo.
San Ignacio considera este episodio de Lucas como un modelo de “perfección evangélica, cuando quedó en el templo, dejando a su padre adoptivo y a su madre, por dedicarse al puro servicio de su Padre eternal” (EE 135). Está, pues, en la línea de una elección de estado, objetivo con el cual han sido escritos los Ejercicios. Pero vale de cualquier elección reforma de vida, en la que siempre se trata de hacer la voluntad de Dios, “no queriendo ni buscando otra cosa alguna sino en todo y por todo la mayor alabanza y gloria de Dios nuestro Señor”, saliendo “de su amor propio, querer e interés” (EE 189).
Los padres de Jesús, como piadosos judíos, hacen cada año la peregrinación a Jerusalén, con ocasión de la fiesta de la Pascua. En realidad, la Ley prescribía esta peregrinación para las tres grandes fiestas del año: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos (Éx 23, 14-17; 34, 23; Deum 16, 16). Pero para los palestinenses que habitaban lejos de Jerusalén bastaba un viaje anual y se lo hacía con preferencia para la celebración de Pascua.
A este propósito, se puede evocar la peregrinación anual de los padres de Samuel al santuario de Silo (1 Sam 1, 3. 7. 21. 249) y que, un día, “el niño se quedó para servir a Yahveh a las órdenes del sacerdote Elí” (1 Sam 2, 11). Pero en este caso los padres de Samuel lo dejan; mientras que en el caso de Jesús la iniciativa de quedarse es de este (1 Sam 2, 11, según los LXX, dice que los padres de Samuel “lo dejaron allí en presencia del Señor, y tornaron a Ramá”).
En toda la primera parte del episodio (Lc 2, 41-44) resalta la ternura del amor de María y José para con Jesús: no advirtieron enseguida la desaparición del Niño, pero no era culpa de ellos; se ponen a buscarlo y esta búsqueda se prolonga (repetición del verbo, empleo del participio presente); en el momento en que lo descubren, quedan sorprendidos; luego viene la queja –más que un reproche- (“¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo…”).
¡Cuán verdadero, sencillo y profundamente humano es todo esto! ¡Qué sensibilidad en el narrador, que sobresale en analizar y hacernos compartir los sentimientos de sus personajes! Se lo reconoce a Lucas, cuyo arte delicado vuelve a encontrarse en la historia de los discípulos de Emaús.
En contraste con la ternura amorosa y llena de solicitud de los padres, ninguna señal de afecto humano en el hijo; ¡ellos son tan humanos y él parece tan distante! Pero este contraste tiene sentido.
Un detalle curioso: Lucas dice que “lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros” (v. 46). Es bastante sorprendente: a pesar de su inteligencia extraordinaria, Jesús no tiene sino doce años y su puesto no es en medio, sino a lo más “a sus pies” (Hech 22, 3). Hay, con todo, un precedente: en la historia de Susana, Daniel, que todavía no es más que un “jovencito” (Dn 13, 45), se decide a probar la inocencia de la acusada; enseguida, el relato añade que “los ancianos dijeron a Daniel: “Ven a sentarte en medio de nosotros, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad” (Dn 13, 50). La analogía merece ser destacada entre ambos episodios, tanto más que aquí una antigua tradición cuida de precisar que Daniel tenía doce años.
También cuando el joven Samuel queda en el santuario de Silo debía bien pronto oír allí el llamamiento de Dios que iba a hacer de él un profeta (1 Sam 3). La Biblia no precisa a qué edad se produjo el hecho, pero una tradición judía extrabíblica dice que (testimonio del historiador Josefo): “Samuel tuvo doce años cumplidos, cuando comenzó a profetizar” (Antigüedades judías, v. 348). Jesús también a los doce años comienza a vislumbrar lo que hay por delante de su vida, hacer la voluntad del Padre. Dios obra sorprendentemente en la vida de Jesús. Ya lo ha hecho en la vida de María y de Jesús, pero ahora mientras va tomando consciencia mesiánica Dios también sigue apareciendo sorprendiendo.
Para comprender los caminos que se abren por delante, diseñados y pensados en Dios, tal vez de lo que haya que desprenderse es de la racionalidad y entrar en la lógica del corazón. Allí es donde Dios habla y se manifiesta. El filósofo Pascal decía que “el corazón tiene razones que la razón no comprende”. Pascal prefigura al existencialista angustiado de mediados del siglo XX. Pascal escribió: ” Me encuentro sumido en la inmensidad infinita de espacios de los que no se nada y que no saben nada de mi, estoy aterrado”..
Segun Pascal, lo verdaderamente esencial en el hombre no es la razón natural sino la voluntad y capacidad de fe, es decir, el corazón.
Pascal deja claro en su libro “Pensamientos” : El hombre sabe que es miserable. Es pues, miserable por lo que es; pero es grande por lo que sabe..el hombre es solo una caña, lo mas débil de la naturaleza; pero es una caña pensante”. Pascal dudaba de la capacidad de la persona para entender la naturaleza o para entenderse a si misma. Pero la conciencia que tiene de si mismo es un rasgo exclusivo que lo eleva mas allá de la naturaleza animal y le permite alcanzar la salvación por la fe en el dios cristiano.
Pascal, fue el primero en intuir que la mente humana podía concebirse como un procesador de información capaz de ser imitado por una maquina. Declaro entonces que es el libre albedrio y no la razón lo que diferencia al ser humano de los animales. Es el corazón y no el cerebro, lo que humaniza al ser humano y el que nos permite encontrar caminos de la medida humana.
María y José frente a esta reacción de Jesús de hacer la voluntad del Padre, quedan en silencio. Allí en el silencio se abren a lo incomprensible.
” ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! 34.En efecto, ¿quién conoció el pensamiento de Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa? 35.Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén.”
Romanos 11, 33-35
Caminar en la fe es decidirse a andar por donde Dios nos conduce sabiendo que en Él vamos más lejos que si lo hiciéramos guiados por nuestra propia razón.
El camino de la fe supone ir por caminos muchas veces diferentes a lo racional y a los sentimientos. “La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven. 2.Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación. 3.Por la fe, comprendemos que la Palabra de Dios formó el mundo, de manera que lo visible proviene de lo invisible. 4.Por la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio superior al de Caín, y por eso fue reconocido como justo, y así lo atestiguó el mismo Dios al aceptar sus dones. (…) Ahora bien, sin la fe es imposible agradar a Dios, porque aquel que se acerca a Dios debe creer que él existe y es el justo remunerador de los que lo buscan” (Hebreos 11, 1-6)
Entrar en el camino de la ofrenda de la vida en manos de Dios, yendo por caminos desconocidos para nosotros pero siempre bien sabidos por Dios. Charles de Foucauld rezaba:
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí, y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz, porque te amo.
Y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque Tú eres mi Padre.
Hoy la Palabra de Dios con Jesús nos invitan a hacer la voluntad del Padre por encima de todo, más allá de nuestros sentires. El Señor nos invita a decir sí, al estilo de María, amén. Seguramente encontrarás caminos nuevos donde aparentemente no los hay.
1- Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.
2- “Traer la historia” (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar: Lc 2, 41-50
3-“La composición de lugar” (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.
4- Formular la petición (EE 104). La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.
“Interno conocimiento de nuestro Señor Jesús”
5- Reflectir para sacar algún provecho. Significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.
6- Coloquio: A partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.
7-Examen de la oración
Padre Javier Soteras
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