Día 23: La cena del Señor

viernes, 31 de marzo de 2017

Ultima cena1
31/03/2017 – Al comienzo de la Tercera semana san Ignacio presenta –como contemplación prototípica- la cena, cuyo tema distribuye en tres puntos en la serie de los “misterios de la vida de Cristo” (EE 289): el primero, sobre la cena del cordero pascual con los doce apóstoles (renovación de la antigua Alianza, con el anuncio de la traición de Judas, tomado de Mt 26, 20-25); el segundo, sobre el lavatorio de los pies (tomado de Jn 13, 1-11); el tercero, con la institución de la eucaristía o sacrificio de la nueva Alianza (tomado de Mt 26, 26-30). Pedimos gracia de poder seguir a Jesús en su camino a la cruz, en su entrega y muerte. 

Queremos acompañar en el drama de esta escena de la última cena, donde se muestra la belleza de Jesús en todo esplendor con su entrega de amor y en el medio se entrecruzan traiciones y negaciones, y se respira en el ambiente la despedida. Hay un profundo silencio en el ambiente pero los gestos hablan por sí mismos. 

Este primer punto abarca dos: el de la comida del cordero pascual y el del anuncio de la traición de “uno de ustedes” que parece que sólo para Judas es explícito (“tú lo has dicho”).

La víspera de la fiesta se come el cordero pascual, de modo que las últimas horas de la tarde se transforman en el recuerdo de la noche en que Dios liberó a su pueblo de la servidumbre de Egipto (Éx 12, 1 ss., con nota de BJ). Entonces se fundó Israel como pueblo y este fundamental acto de salvación debe perdurar en el recuerdo imperecedero. Es una cena conmemorativa, que cada año actualiza de nuevo la acción salvífica de Dios en su pueblo (Éx 13, 3 ss.). Ahora la cena ya no será un cordero, sino el mismo hijo de Dios hecho carne que se entrega por amor a las manos del Padre y su voluntad de redimirlos. Será por la sangre vertida del mismo hijo de Dios hecho carne.

El contexto es celebrativo y a la vez dramático. Se entrecruzan la amistad y el servicio, con las sombras de la traición y de la muerte. “Siento en mí una angustia de muerte” va a decir Jesús. Todo esto en medio de la certeza de que Dios estuvo, Dios está y Dios seguirá estando. Dios atravesando el drama de la realidad humana, clamando por la liberación del pecado.

El Hijo del hombre va decididamente a entregar su vida, y nosotros queremos acompañarlo. Todo ocurre mientras el pan se parte, Jesús cuenta el relato de la liberación, el lavatorio de los pies, Pedro que no se deja querer, Judas que cuenta las monedas. Jesús no deja de lado su mirada confiada en los discípulos y a la vez es elocuente en sus palabras llamando a las cosas por su nombre. “Este es mi cuerpo, esta es mi sangre”; “si yo no te lavo no podrás correr mi suerte”; “entre ustedes el que quiera ser el más grande que se haga servidor de todos”; “uno de ustedes me entregará”; “antes de que cante el gallo me habrás negado tres veces”.

Jesús va hacia los infiernos para que nada quede en lo oculto y para llegar hasta el último. Hasta la noche es clara como el día ante el misterio de Dios que le pone nombre a lo que no sabemos cómo llamar.

Toda la escena está atravesada por una única realidad que permite ver con claridad: el amor. Es el Amor de Dios el que pone luz en tanta oscuridad, que supera la traición, que es capaz de atravesar el corazón acobardado de los apóstoles y ver que serán sus testigos, que compartirán su suerte. El amor ve más. El amor entiende todo, y es capaz de soportalo todo. Es el amor que lo lleva a Jesús a agacharse, a lavar los pies de los discípulos con delicadeza. Ya una mujer hizo lo mismo con Él. El amor es el único capaz de traerle sentido a lo que aparentemente está perdido.

El sueño de estos 3 años acompañando al Maestro, viéndose sorprendido por cada milagro, todo el poder de Dios puesto en su persona capaz de enfrentar al poder, todo ahora está ensombrecido. El Amor no va a ser vencido, es más fuerte que la muerte. El amor atraviesa toda la escena. El amor que es paciente, es servicial, no es envidioso, que es magnánimo…. Desde ese lugar se entiende lo que está pasando. En nuestras vidas lo mismo, si nos dejamos amar por Dios y su iniciativa siempre sorprendente, seguramente entenderemos.

 

-Me amó y se entregó por mí-

 

La institución de la eucaristía como sacramento de la nueva Alianza

En el marco de esta última cena, Jesús además de dejar que el amor atraviese toda la escena con su gesto sencillo de servicio, tiene un gesto aún más elocuente donde se entrega Él mismo: “tomen este es mi cuerpo, tomen esta es mi sangre”.

El evangelista Mateo, que no ha reseñado el transcurso de la cena del cordero pascual, sólo habla de los sucesos especiales durante dicha cena y aun estos los narra con suma concisión.

Durante la cena judía, al principio, se distribuye el pan y cada uno toma algo para sí. Ahora, en cambio, Jesús toma pan, recita la bendición sobre él, lo parte en pedazos y lo da a los discípulos invitándolos a comerlo: es un pan especial, su propio cuerpo. Palabra extraña ante la cual fracasa la inteligencia de los sabios pero es revelada a los pequeños (Lc 10, 21) por el Padre, “pues tal ha sido tu beneplácito”, que entienden que aquí se ofrece un don que es superior a todos los demás manjares y por el que Jesús les ofrece participar de sí mismo de manera muy profunda. No puede concebirse una participación más íntima.

“Hagan esto en memoria mía” va a decir Jesús. Todo ese delicado compartir, desde la intimidad, se hace expansivo: lo que se dice en lo oculto que se anuncie desde las terrazas.

En el duelo con Satanás en el desierto había dicho Jesús que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4). La palabra de Dios era el manjar espiritual del pueblo de la antigua Alianza. Pero los padres del pueblo de Dios no sólo fueron sacados de Egipto, no sólo fueron obsequiados con el manjar de la Palabra, sino también con dones prodigiosos: las codornices y el maná y el agua que brotaba de la roca. Así ellos fueron alimentados doblemente por Dios. Ahora el Redentor del nuevo pueblo de la nueva Alianza también ofrece un segundo manjar: el de su propio cuerpo y el de su propia sangre. Dos mesas estarán siempre preparadas para este pueblo, que son la de la Palabra y la del sagrado pan. 

Encontrar sentido en la Palabra

La presencia de amor de Jesús en el marco dramático de la cena, atraviesa todas las sombras de esas horas de traición, de vacío donde Jesús siente que la muerte se le avecina. Todo termina en el Getsemaní donde Jesús logra pedirle al Padre que se haga su voluntad. 

En el camino de la búsqueda de encontrar sentido a las cosas de nuestras vidas, también atravesamos por estas sombras y por la luz que viene a ponerle palabras a lo que no tiene sentido. La Palabra viene a encarnarse y ofrecerse en la cruz como misterio de vida. Este sentido de la vida es único y específico y en cada uno de nosotros toma forma distinta. Nosotros no inventamos el sentido de nuestras vidas sino que lo descubrimos. En ese alumbramiento el valor de la Palabra ocupa un lugar determinante y clave. 

En esta última cena, esta Palabra que se hace elocuencia en los gestos (lava los pies, se hace don en la eucaristía, confía en medio de las resistencias) es Jesús. De alguna manera, en Jesús, la Palabra con mayúscula, encontraremos el gran sentido.

Recomendación:

Durante el fin de semana se puede repetir algún ejercicio de la semana. Ignacio da dos indicaciones: repetimos uno en donde encontramos mucha gracia, porque ahí se esconde más o repetimos uno que no pudimos hacer tan bien.

Padre Javier Soteras