Día 26: Aparición en el Mar de Tiberíades

miércoles, 1 de abril de 2020

01/04/2020 – Hoy contemplamos a Jesús en la orilla del mar de Tiberíades. Un Jesús que sorprende con sus gestos, es el mismo, pero se ve distinto. Hoy aparece como sentado a la orilla del lago preguntándole a los discípulos algo que resulta hiriente para un pescador que pasa toda la noche intentando pescar sin resultado alguno. Jesús, que sabe de los deseos de ellos y sus anhelos, les da una indicación para que puedan encontrarse con aquello que estaban buscando”, nos dice el padre Javier.

 

 

Momentos de la oración

Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.

Petición: Alegrarme y gozarme de tanto gozo y Gloria del Señor resucitado.

Traer la historia: hoy nos detenemos en el evangelio San Juan 21,1-14. El Señor nos sorprende porque aparece en un lugar muy propio de los discípulos, el mar. Fueron aquella noche y no pescaron nada hasta que un ‘desconocido’ les dice que tiren la red. El discípulo al que Jesús amaba reconoce que es el Señor, lo reconoce por la forma de pescar. Jesús tiene sus modos y lo descubrimos en las formas tan particulares de nombrarnos, de acompañarnos. Ojalá puedas encontrarte con los modos de Jesús, ahí quedarte y gustar de Su presencia.

Coloquio: diálogo con el Señor sobre lo que se me fue moviendo en el corazón durante la contemplación.

Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración?

 

 

Catequesis completa

 

Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”. El les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres”, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.

San Juan 21,1-14

¡Es el Señor!

En los relatos pascuales de los Evangelios hay algo de este juego: el Resucitado aparece repentinamente «bajo otra figura» a dos discípulos, como dice Marcos (16,12), se acerca bajo la apariencia de un peregrino a los de Emaús (Lc 24,15) o de un jardinero a María Magdalena (Jn 20,11-15). El resucitado aparece como quien desaparece. Es el mismo Jesús, pero no es lo mismo.

La nueva presencia abre los ojos de los discípulos; les hace ver y entender de una manera nueva. Les hace pasar del miedo y de la duda a la confianza. Los discípulos creen que es un fantasma, pero la nueva presencia abre los ojos a una nueva dimensión. El nuevo modo de estar de Jesús ubica la relación del discípulo con el maestro. La muerte ha sido vencida por la fuerza de la vida. Él nos hace ver y entender la vida y su sentido de una nueva manera, por eso es el mismo pero distinto, está como en un estadio diferente.

La presencia del Señor abre los ojos a una mirada nueva: la paz y la alegría son las características que lo identifican. Quizás Juan lo reconoció por esa paz y alegría de sacar tantos peces luego de una noche infructuosa. El Señor les trae paz, alegría y les abre la mirada a lo nuevo. ¿Tienen algo para comer? Traigan algo de lo que sacaron. Es en el compartir donde el Señor nos va a abriendo el corazón a lo nuevo, animándonos a dejar atrás lo que quedó. Que eso sea lo que te haga ir de una manera distinta hacia los escenarios nuevo. El Señor es realmente el que se manifieste. ¿Cómo descubrimos que es Él? Por la paz, por la alegría, por el orden, por la dinámica, por el sacudón interior que nos da su presencia.

La paz y la alegría que regala Jesús es el tránsito de no reconocer a reconocer, de confundirlo con un fantasma a pasar a reconocer su carne. En la escena del lago (Jn 21,1-14), la fatiga estéril de los pescadores en la noche es su manera de experimentar la ausencia de un Jesús que se esconde. El «no» con que responden a la pregunta del desconocido que está en la orilla y pregunta: «Muchachos, ¿tienen pescado?», resume una situación cerrada, y casi les arranca una confesión de conciencia desdichada de la que no parece haber salida. El “tiren su red a la derecha” los abre a un escenario diferente y allí se manifiesta: Él está con ellos y también está con nosotros.

La palabra esconde un estado de ánimo en el que ellos se encuentran, que es oscuridad, sin sentido, vacío, es la noche en medio del lago y ellos están buscando al maestro sin saberlo. El primer encuentro que tuvieron tiene que ver con el lago y la pesca, “yo te haré pescador de hombres” le había dicho a Simón. El Señor se hace presente, ahora, con una indicación: “tiren la red a la derecha”. Y “sacaron tantos peces que no podían ni levantar la red”, que representa la sobreabundancia. Inmediatamente el discípulo amado dice “es el Señor”, lo reconoce porque sólo Jesús tiene ese estilo de pesca.

Los lugares nuevos se identifican en un proceso. Es como el paso de la noche oscura a la salida de la aurora que comienza a abrirse paso. Así podemos descubrir esa realidad en nosotros mientras vamos caminando a lo nuevo. A través de la pesca sobreabundante, Jesús pone un sol en los pescadores cansados y desolados. Nuestras noches tienen nombres y situaciones concretas, y allí, aparece una luz con la que el Señor nos invita a lo nuevo. Es Jesús en la carne de los pobres el que nos marca un camino distinto, que es Jesús el mismo de siempre, pero distinto. Es su presencia la que se impone sin violentar ni hacer fuerza, por propio peso. Es la luz de Cristo la que nos lleva a un nuevo territorio. No necesita explicación, sino coherencia, ponernos de rodillas frente a la carne de Cristo. Así, con señales muy sencillas, Él nos muestra que es Él vivo y Resucitado.

Una luz comienza a despuntar

El amanecer acompaña la presencia de Jesús en la orilla y el dato de la luz nos introduce en una situación nueva y abierta: comienza el día, se escucha una palabra y la red desborda de peces.

La luz llega a los ojos de Juan y le hace salir de la oscuridad y entrar en el reconocimiento: «¡Es el Señor! » (Jn 21,7).
Pedro salta al agua porque reconocer en Israel no pertenece sólo al ámbito de la inteligencia, sino que afecta y compromete la vida entera: conocer al Señor es conocer su interpelación, es entrar en una relación de obediencia rendida. El final de la escena refleja la situación transfigurada: el trabajo se ha vuelto fecundo, los discípulos se reúnen en torno a aquél que ha congregado su dispersión y ha vuelto a reunirlos en una comida fraterna.

La conversión a la que convoca la Pascua está insinuada en un verbo ya familiar: «Ninguno se atrevía a preguntarle: ¿quién eres?, porque sabían que era el Señor. «Es gloria de Dios ocultar un proyecto, es gloria de reyes descubrirlo» (Proverbios 25,2).

La novedad de la Pascua va más allá del viejo proverbio: la verdadera gloria está en acoger con asombro agradecido al mismo Dios, que se hace encuentro pero no como fruto del esfuerzo de nuestra búsqueda, sino como un regalo inmerecido.

Vida plena para todos

Es esta experiencia profunda de Jesucristo, que irrumpe en nuestras vidas, lo que convierte la misión en un compromiso con la vida es la gracia de estar en presencia de la Resurrección. Es un compromiso que no nace de una obligación, sino de una experiencia de encuentro. El Señor nos envía desde el lugar donde nos halló y nos regaló luz, nos sirvió la mesa y nos partió el pan. Es el Señor el que nos resucita y nos invita a ir junto a muchos hermanos y decirles “ánimo! El Señor está cerca”. Que esta Resurrección llegue a cada ambiente en donde estamos, que Él nos llene de vida nueva.