06/04/2017 – En la 4º semana de Ejercicios Ignacianos contemplamos al Señor resucitado. Pedimos gracia “ para alegrarme y gozarme de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor”.
La aparición de Jesús resucitado a los discípulos de Emaús, largamente relatada en el capítulo 24, 13 -35 de Lucas, es una de las páginas más bellas de su Evangelio.
Cleofás y su compañero (o compañera, quien dice la tradición que podría ser María, su esposa), volviéndose con la experiencia de una profunda crisis de desilusión frente a lo que ellos esperaban. Jesús ha muerto como un delincuente, como alguien que no merece ser tenido ni en cuenta. Este Cristo que muere deja un vacío, dolor y sensación de fracaso. Se ha ido un sueño de restauración y de reparación. Van masticando con bronca y desazón. Así está el corazón de los de Emaús. Un alma entristecida y apesadumbrada.
Aparece un peregrino que se suma a la marcha y les saca conversación sobre lo que vienen hablando. Comienzan a poner en palabras, con tono de tristeza lo que ha ocurrido. ¿Qué, no te has dado cuenta de lo que pasó? El que traía la transformación ha muerto, nuestra esperanza.
Y el peregrino comienza a ponerle palabras a lo que ellos no entienden, que “así tenía que suceder”. Va entremezclando lo profetizado en las escrituras con lo que pasó. La conversación llena de reclamos y desilusiones comienza a cambiar la sintonía. Es el diálogo entre ellos, el poder expresar y ser escuchados, lo que daría luminosidad. Se comienza a respirar otro clima, la distancia que había entre Emaús y Jerusalén, y la de ellos con este desconocido se va acortando. El amor da sentido, el amor que entiende lo que no se comprende. Ese peregrino escondido comienza a revelarles en su modo y estilo una nueva manera de ver. No hay nada distinto y a la vez todo ha cambiado. La herida que había en sus corazones comienzan a iluminarse, como las llagas de Cristo resplandecientes. El perfume de la presencia de Jesús cambia el ambiente de sentido.
Por eso cuando amaga con irse piden que se quede. “Quédate con nosotros, quédate porque tu compañía nos ha traído una nueva esperanza, porque si te vas pueden volvernos las sombras”. Queremos encontrar en este día los modos del Resucitado, para decirle en lugares puntuales de nuestras vidas “quédate con nosotros”, no pases de largo.
Si hay algo que es elocuente en Jesús son sus formas. De hecho, sus discípulos se dan cuenta más por sus formas que por lo que pueden ver. En varias oportunidades les tiene que decir “soy yo, toquen mis llagas”. Jesús tiene un modo de hablar con un tono que solamente es suyo por eso cuando dice “María”, ella se da cuenta que es Jesús y no el jardinero.
Jesús tiene una forma de pescar, por eso en esa noche cuando los discípulos no pescan nada y uno de la orilla les dice “tiren a la derecha” algo se les despierta en el corazón. No se ve entre la noche que termina y el día que comienza, pero saben que ese modo es sólo de Jesús.
También en este andar de los de Emaús hay una forma que ellos tienen para explicar que es suya. “¿Acaso no ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino?” Lo mismo que dice, que “lo reconocieron al partir el pan”.
El que habla así es Jesús, el que explica así es Jesús, el que camina así es Jesús. Hay formas de Jesús a las que tenemos que estar atentos, para reconocerlo al Señor. En estas horas mientras le vamos diciendo al Señor “quédate con nosotros” porque hay noches que nos rodean, podamos reconocerlo presente. Y que podamos decir “es verdad, el Señor ha resucitado, y podemos descubrirlo por cómo está en medio nuestro dando alegría en medio del dolor, gozo, esperanza”.
Vivimos horas muy difíciles en la humanidad. En las noches, ojalá vos también puedas recibir ese modo y esa presencia de Jesús que te dice “acá estoy, soy yo Resucitado”.
Padre Javier Soteras
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