Día 27: Contemplación para alcanzar amor

jueves, 2 de abril de 2020

02/04/2020 – Estamos en una ejercitación típicamente ignaciana, como lo ha sido, por ejemplo, “Principio y Fundamento”. En la “Contemplación para alcanzar amor” hay dos consideraciones a tener en cuenta “el amor se ha de poner más en las obras que las palabras” por eso elegimos el texto del evangelio de Mt. 7, 21-27. Las obras hay que hacerlas en la acción, tanto del amor que Dios nos tiene como el que nosotros les tenemos a Él; el segundo punto en toda experiencia de amor tiene que haber un compromiso mutuo, es decir, corresponsabilidad.  Considerar como Él me mira y pedir que todas mis acciones sean en servicio y alabanza a Su majestad. Este ejercicio es muy importante, hay que darle tiempo para hacer un recorrido de memoria agradecida por nuestra vida, revisando que Dios que ha sido y es fiel.”

 

 

Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.

Petición: pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad.

Composición de lugar: ver cómo estoy delante de Dios el Señor, de los santos y de los angeles que interceden por mí.

Traer la historia: vamos a empezar por la primera parte de la “Contemplación para alcanzar amor”. Para esto nos detendremos en el texto de Mt. 7, 21-27: “No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.”

Primero conviene advertir en dos cosas:
La primera es que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras.

La 2a, el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro.

1o punto. Traer a la memoria los beneficios recibidos de creación, redención y dones particulares, ponderando con mucho afecto cuanto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y cuánto me ha dado de lo que tiene y consecuente el mismo Señor desea dárseme en cuanto puede según su ordenación divina.

2º punto: Hacemos un recorrido de toda nuestra historia: la creación del mundo, mirar cómo Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales, en las cosas. Luego cómo me llamó Dios a la existencia, pasar por todos los acontencimiebtos de nuestra vida. Recorrer la infancia, la niñez, la vida adulta, nuestro estado de vida, reconocer cuantos dones Dios me dio y, desde ese lugar, agradecer. Ahí quedarnos, rumiar, gustar, escribir mucho. Reconocer cuanto amor que Dios nos ha dado y nos invita a dar.

Coloquio: diálogo con el Señor sobre lo que se me fue moviendo en el corazón durante la contemplación.

Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración?

 

 

 

 

Catequesis completa

 

 

La contemplación para alcanzar amor (EE 230-237) es una recapitulación de la experiencia de los Ejercicios, que ha sido un encuentro personal con Cristo nuestro Señor, en el que él nos ha manifestado su voluntad y nos ha llamado a un servicio y a un seguimiento más de cerca. Podríamos decir que el fin de esta contemplación es el de todos los Ejercicios, según un texto primitivo de las Constituciones de la Compañía de Jesús, redactadas por San Ignacio: “aclararse más la inteligencia y calentarse en el amor de Cristo nuestro Señor y hacerse más ferviente en las operaciones exteriores e interiores” (Const. Parte 3, capítulo 3, n. 6 del texto a). Por eso su título es “para alcanzar amor”: se entiende, a Cristo nuestro Señor.

  1. La contemplación comienza con dos advertencias.

“La primera es que el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”: no es que no se de también en las palabras y en las otras manifestaciones más afectivas; pero se da “más en las obras” y a las obras hay que prestar sobre todo atención, tanto cuando se quiere juzgar del amor de Dios que nos tiene, como del amor que nosotros tenemos a Dios; y en las obras no hay posibilidad de engaño.

Es un principio evangélico:

Mateo 7, 21-27: “No todo el que me diga… sino el que haga”.

1 Juan 3, 18: “No amemos de palabra… sino con obras”.

Santiago 1, 22-25”: “Poned por obra la Palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos”.

Romanos 2, 13: “No son justos… sino los que la cumplen”.

Como dice San Ignacio: “el amor se ha de poner más en las obras” (EE 230). De aquí la importancia que tiene, en orden a demostrar nuestro amor a Dios, lo que él, durante estos Ejercicios, me ha pedido… y espera que yo haga en su servicio, al salir de los Ejercicios.

La segunda advertencia es que el amor mutuo consiste en comunicación de las dos partes; es, a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede; y así por el contrario, el amado al amante; de manera que, si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, y así el otro al otro” (EE 231).

La contemplación para alcanzar –o sea, aumentar- el amor de Dios consiste, pues, en considerar lo que él me ha dado (“lo que tiene o de lo que tiene o puede…”), para moverme a mí a darle, a mi vez, lo que tengo o de lo que tengo o puedo.

Y debo, por así decirlo, tanto agudizar mi vista –con la gracia de Dios- para ver lo que él me ha dado, como para darme cuenta de lo que yo le puedo dar a él: por ejemplo, mi elección, mi reforma o enmienda de vida…

EE 75: “Considerar cómo Dios nuestro Señor me mira, etc.”.

EE 46: Pedir gracia para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente en servicio y alabanza de su divina Majestad”.

EE 232: Composición de lugar “que aquí es ver cómo estoy delante de Dios nuestro Señor, de los ángeles, de los santos intercediendo por mí”.

Sobre la intercesión constante del Señor, cf. Heb 7, 25, con nota de BJ; Rom 8, 24, con nota de BJ; 1 Juan 2, 1.

EE 233: Pedir lo que quiero: “será aquí pedir conocimiento interno (como el que pedíamos, durante la Segunda semana, de Cristo) de tanto bien recibido, para que enteramente reconociéndolo, pueda en todo amar y servir a su divina Majestad”.

EE 234: “Traer a la memoria los beneficios recibidos de creación (recordar el Principio y fundamento), de redención (recordar la Primera semana y los demás dones particulares (de la Segunda a la Cuarta semana); y entre estos, la elección y reforma de vida, ponderando (con mi entendimiento) con mucho afecto (o sea, con el corazón) cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí (y, a través de mí, por quienes me rodean, viven y trabajan conmigo y por los demás), y cuánto me ha dado de lo que tiene (y puede) y consiguientemente el mismo Señor desea dárseme en cuanto puede según su ordenación (plan o designio)”.

En su carta a los estudiantes de Coimbra (llamada de la perfección) dice san Ignacio:

“Sobre todo quería os excitarse el amor puro de Jesucristo, y deseo de su honra y de la salud de las ánimas que redimió, pues sois soldados suyos con especial título y sueldo. Sueldo suyo es todo lo natural que sois y tenéis, pues os dio y conserva el ser y la vida, y todas las partes y perfecciones de ánima y de cuerpo y bienes externos.

Sueldo son los dones espirituales de su gracia, con que liberal y benignamente os ha prevenido y os continúa (dándolos), siéndole contrarios y rebeldes.

Sueldos son los inestimables bienes de su gloria, la cual sin poder él aprovecharse de nada, os tiene aparejada y prometida, comunicándoos todos los tesoros de su felicidad para que seáis, por participación eminente de su divina perfección, lo que él es por esencia y naturaleza.

Sueldo es, finalmente, todo el universo y lo que en él es contenido corporal y espiritual(mente), pues no solamente ha puesto en nuestro ministerio (o servicio) todo cuanto debajo del cielo se contiene, pero toda aquella sublimísima corte suya, sin perdonar ninguna de las jerarquías celestes, que “todos son espíritus servidores, destinados a servir en  bien de aquellos que han de recibir la herencia de la salvación” (Heb 1, 14, con nota de BJ).

Y si por todos estos sueldos no bastasen, sueldo se hizo a sí mismo, dándosenos por hermano en nuestra carne, por precio de nuestra salud en la cruz, por mantenimiento y compañía de nuestra peregrinación en la eucaristía (Santo Tomás, laudes del oficio del Santísimo Sacramento).

¡Oh, cuánto es mal soldado a quien no bastan tales sueldos para hacerle trabajar por la honra de tal príncipe!

Pues cierto es que por obligarnos a desearla y procurarla con más prontitud, quiso su Majestad prevenirnos con estos tan inestimables y costosos beneficios, deshaciéndose en cierto modo de la felicidad perfectísima de sus bienes para hacernos exentos de ellas; queriendo ser vendido para rescatarnos, infamado para glorificarnos, pobre por enriquecernos, tomando muerte de tanta ignominia y tormentos para darnos vida inmortal y bienaventurada (cf. Flp 2, 6-8).

¡Oh cuán demasiado es ingrato y duro quien no se reconoce con todo esto muy obligado a servir diligentemente y a procurar la honra de Jesucristo!

Por resumirme en pocas palabras, que si bien miráis cuánta sea la obligación de tornar por la honra de Jesucristo y por la salud de los prójimos, veríais cuán debida cosa es que os dispongáis a todo trabajo y diligencia por hacernos instrumentos idóneos de la divina gracia para tal efecto; especialmente habiendo tan pocos operarios que “no busquen su interés, sino el de Jesucristo” (Flp 2, 21), (pienso) que tanto más debéis esforzaros por suplir en lo que otros faltan, pues Dios os hace gracia” (ibid., n. 4).

“Y con esto reflectir en mí mismo

considerando

con mucha razón y justicia

lo que yo debo de mi parte ofrecer y dar a su divina Majestad,

es a saber, todas mis cosas y a mí mismo con ellas,

así como quien ofrece afectándose mucho:

Tomad, Señor y recibid

toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad,

todo mi haber y mi poseer.

Vos me lo disteis,

a vos, Señor, lo torno:

todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad;

dadme vuestro amor y gracia,

que esta me basta.”

  1. La ingratitud es, para san Ignacio, el peor vicio.

Como dice en una carta a Rodrigues (carta 15), considero, salvo juicio mejor:

“En su divina bondad, la ingratitud ser cosa de las más dignas de ser abominada delante de nuestro Creador y Señor, y delante de las criaturas capaces de su divina y eterna gloria, entre todos los males y pecados imaginables, por ser ella desconocimiento de los bienes, gracias y dones recibidos, causa, principio y origen de todos los males y pecados; y por el contrario, el conocimiento y gratitud de los dones y bienes recibidos, cuánto sea amado y estimado así en el cielo como en la tierra.”

Incluso los males que el Señor, en su providencia, permite que padezcamos son señales del amor de Dios por nosotros.

Dios escribe derecho en líneas torcidas, pues “mi fuerza se muestra en la flaqueza” (2 Cor 12, 9). “Por tanto, me seguiré gloriando en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo.”