23/03/2018 – ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!
Que lo digan los redimidos por el Señor, los que él rescató del poder del enemigo y congregó de todas las regiones: del norte y del sur, del oriente y el occidente; los que iban errantes por el desierto solitario, sin hallar el camino hacia un lugar habitable.
Estaban hambrientos, tenían sed y ya les faltaba el aliento; pero en la angustia invocaron al Señor, y él los libró de sus tribulaciones: los llevó por el camino recto, y así llegaron a un lugar habitable.
Den gracias al Señor por su misericordia y por sus maravillas en favor de los hombres, porque él sació a los que sufrían sed y colmó de bienes a los hambrientos.
Estaban en tinieblas, entre sombras de muerte, encadenados y en la miseria, 11 por haber desafiado las órdenes de Dios y despreciado el designio del Altísimo.
Él los había agobiado con sufrimientos, sucumbían, y nadie los ayudaba; pero en la angustia invocaron al Señor, y él los libró de sus tribulaciones: los sacó de las tinieblas y las sombras, e hizo pedazos sus cadenas.
Salmo 107
En este ejercicio de la consumación es más bie una orientación, lo confirmado durante la tercera semana donde hemos sido fieles ahora es consumado. ¿De qué consumación se trata?
Pero ¿de qué consumación se trata? Nosotros diríamos que se trata de consumar –o sea, de perfeccionar- la elección con la experiencia de la alegría y gozo “de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor, resucitado y glorioso” (EE 221), a la vez que le damos gracias porque nos ha dado la gracia de conocer su voluntad divina “en la disposición de nuestra vida para la salud o santidad de nuestra ánima” (EE 1).
Damos por supuestos la alegría y gozo, indicados como objetivos de la Cuarta semana en la petición de las contemplaciones de esta Cuarta semana y vamos a considerar ahora la acción de gracias.
Porque es evidente que la participación en la gloria y gozo de Cristo nuestro Señor resucitado y glorioso es una anticipación, aquí en la tierra, del gozo y gloria de los que participaremos en el cielo, último término de nuestra marcha y de nuestro camino, pero mientras vamos en camino hay un cielo que se nos abre delante de nosotros. ¿Dónde en tu vida Dios te regala un pedacito de cielo mientras vamos en marcha hacia nuestro destino?
Bienvenidos a Hoy puede ser.Hoy te invitamos a seguir el camino de los Ejercicios Ignacianos y hacemos memoria agradecida.¿Qué tenés para agradecer en este día? Posted by Radio María Argentina on martes, 29 de marzo de 2016
Bienvenidos a Hoy puede ser.Hoy te invitamos a seguir el camino de los Ejercicios Ignacianos y hacemos memoria agradecida.¿Qué tenés para agradecer en este día?
Posted by Radio María Argentina on martes, 29 de marzo de 2016
El gozo de nuestro Señor Jesucristo resucitado y gloriosos es una anticipación de la participación en el cielo. Cuando se nos abre el cielo por delante y descubrimos que de verdad podemos entrar en sintonía con las gracias de plenitud con las que Dios nos bendice cada día nace en nosotros la acción de gracias.
Ciertamente no nos cansamos, cuando andamos en amor, es su amor el que nos atraviesa en lo más profundo de nuestro ser y entonces la marcha no se hace fatigosa. No es que no haya cansancios, dolores pero no nos cansamos porque no nos agobiamos. Para el que está en consolación los más granes trabajos les resultan dulces al alma porque el alma anda en el amor de Dios.
Dar gracias es un acto de estricta justicia que todas las religiones han reconocido ser una actitud que el hombre debe a Dios. Pero la Biblia tiene su originalidad: al reconocimiento de los favores recibidos por una persona individual, se añade el reconocimiento de los favores recibidos por todo el pueblo.
En la Biblia se reconoce que el individuo ha recibido favores –como ejercitante en Ejercicios-; pero a la vez se reconoce que los ha recibido como miembro de un cuerpo socia –y en su beneficio- y esto también se agradece a Dios.
Se trata, sí, de una deuda contraída por el individuo y con Dios. Pero también con una comunidad que ha capitalizado, a lo largo de su historia, los beneficios de Dios y los de la comunidad en un momento determinado a cada uno de sus miembros individuales. Entonces, la mejor acción de gracias a Dios es confesar la pertenencia al pueblo de la Alianza, al cual mira, sobre todo y en primer término, la misericordia de Dios y en cuyo seno el individuo ha recibido los beneficios del mismo.
Cuando Dios nos va bendiciendo lo hace mirándonos en colectivo, en comunidad, con otros. Nosotros vivimos en un mundo demasiado individualista. En cambio Dios nos contempla en carácter de pueblo, de allí que a la hora de elevar mi corazón contemplando las gracias que Dios en ha regalado siempre los he de mirar como han acontecido en una textura de vínculos a los que pertenezco y a la que Dios ha puesto su mirada. Ninguno nació de un repollo, todos hemos nacido en un ambiente más o menos favorable. Sin embargo la desfavorabilidad del ambiente no depende de lo que Dios quiere. Dios si puede transformar ese ambiente.
A veces se comienza por agradecer las obras de Señor a favor de su pueblo antes de dar gracias por los beneficios recibidos por el individuo. A veces, por el contrario –como la Virgen en su Magnificat-, se agradecen los beneficios recibidos por “su esclava” (Lc 1, 46-49), como todos “los que lo temen” (vv. 50-53), para luego recordar que todo ha sido prometido a “Israel, en favor de Abraham y su linaje” (vv. 54-55). Es una sintesís del gozo que Israel tiene de pertenecerle al Señor. La virgen es la sintesís del ser pueblo y por eso este encuentra en ella un espejo.
Queremos hoy, meternos en el corazón de María y desde su Magnificat, con Dios, desde el decir mariano, poder nosotros también dar gracias a Dios.
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios,
mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso
ha hecho obras grandes por mí:su nombre es santo, y su misericordia
llega a sus fieles de generación en generación.
El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –
como lo había prometido a nuestros padres- en favor de
Abrahán y su descendencia por siempre. Gloria al Padre.
Lc 1, 46-55
Que el Señor de verdad nos haga relatar nuestro propio magnificat, nuestra propia acción de gracia, también desde el pueblo al que pertenecemos, sencillo, humilde que está atravesado por el amor de Dios. En clave de pertenecer a un pueblo con María, así rezamos, así damos gracias.
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