24/02/2016 – En el ejercicio de hoy la invitación de San Ignacio es a que sintamos que el hijo pródigo somos cada uno de nosotros, que volvemos a la casa del Padre. Allí nos espera el Padre con su amor para devolvernos la dignidad y ponernos de pie.
Para este tiempo de la primer semana de los ejercicios pedimos gracia de “interno conocimiento de nuestro pecado”. Todo se concentra en esta semana en el reordenamiento de nuestra naturaleza. Lo hacemos con la conciencia de que el pecado se nos esconde y se nos escapa. Por eso pedimos gracia para poder captar dónde está en nosotros instalada la malicia, el camino desviado,dónde la necesidad de reencontrar el rumbo. En cada uno de nosotros el pecado tiene una realidad, y dice San Juan, que quien no lo tiene es un mentiroso. Que al reconocerlo paulatinamente aparezca la intención de volver. Si no nos alcanzan las fuerzas, como en la parábola, el Padre nos saldrá al encuentro con su abrazo para retomar el camino.
El capítulo 15 de Lucas es el que mejor declara la noción de pecado como aparece relatado en los Evangelios sinópticos. No es casual que sea el pasaje que más ternura nos regala del amor de Dios. La enseñanza principal de las tres parábolas (de la oveja perdida, de la dracma perdida y de la vuelta a la casa del padre del hijo que había malgastado sus bienes) recae sobre un lugar común: la insistencia de la invitación del Padre a celebrar la fiesta de la misericordia donde todos estamos invitados a participar.
La misericordia de Dios es grande. El mensajero y el instrumento es Cristo nuestro Señor. Él, a todo lo que no está bien en nosotros, le ve el mejor costado. Quiere justificar su actitud frente a los pecadores. Esa actitud que, precisamente, es mostrarnos al padre, que celebra una fiesta por la vuelta del hijo que ha perdido el rumbo.
El hijo pródigo ha ofendido a su Padre rehusando a ser su Hijo (“Padre, dame la parte de herencia que me corresponde”). Está parado en un lugar de querer anticipadamente lo que no le pertenece. Y este lugar es de profunda ofensa al sentimiento del padre. Sin embargo, con todo la libertad paterna, y sabiendo que es desde ese lugar donde él, todavía, puede ejercer paternidad sobre su hijo, sigue la corriente del deseo de su hijo y le da lo que le pide.
En la parábola todo esta centrado en la figura del padre, por eso más que parábola del Hijo pródigo debiera llamarse del Amor del Padre. Es misericordioso con el hijo que se va, como con el hermano mayor que rehúsa a participar de la fiesta.
El Padre es mencionado en su alegría y en su amor. Hay un movimiento inentendible, de ternura frente al minusválido, dejado, abandonado de toda presencia de dignidad, eso es lo que lo mueve a salir al encuentro. A la mirada no la debemos poner tanto en nuestro errores y pifiadas, en lo mal que podemos haber transitado lo que se nos confió, sino poner la mirada en el Padre y descubrir que allí no sólo hay una oportunidad de retomar el camino sino que están las razones de nuestra existencia. Es en la actitud de adoración, de alabanza, en la actitud humilde del Dios que como Padre nos recibe con su ternura y nos abraza donde todas las preguntas existenciales encuentran su respuesta. Que bueno poder estar en los brazos de este Padre, como el hijo pródigo que recibe, o dejándonos buscar por Él si estamos en caso del hijo mayor. Como sea, no dejemos pasar esta oportunidad de dejarnos abrazar por el Padre y reposar en él.
Pedimos en esta semana gracia de interno conocimiento y de vergüenza y confusión de mí mismo porque por mis pecados Cristo va a la cruz. Al mismo tiempo pedimos la gracia de interno conocimiento de mi pecado, que nace del contacto con el amor de Dios.
Además, de esta parábola se puede deducir una doctrina muy precisa sobre el pecado y su naturaleza. La parábola opone dos nociones de pecado y dos nociones de justicia.
Sólo la gracia de Dios nos habilita a ser justificados. Qué bueno saber que es así porque uno deja de sentirse en deuda porque nada le alcanza, porque nada puede frente a tanto amor. La gracia de Dios está en el comienzo, en el desarrollo y en el final de toda obra de redención con la que Dios nos bendice.
El hijo mayor, aunque no representa propiamente a los fariseos, tiene una idea de la justicia muy semejante a la de ellos: se funda en la noción de la retribución por el mérito. Esta justificación consiste esencialmente en salvaguardar el orden por fuera, mucho más que las relaciones personales entre el hombre y Dios. El hijo mayor comparte exteriormente la vida familiar, pero su alma es de mercenario, no de hijo ni de hermano. El hecho de que Dios nos invite a vivir como hermanos es la mejor manera de vivir la filiación. La libertad es compromiso de amor con los hermanos y con quienes más sufren. Por eso en San Francisco la hermandad es amplia, todo lo resulta hermanado, porque se sabe hijo. Es el Padre eterno el que le da esta condición fraterna.
El hijo mayor no entiende esta lógica porque no sabe cómo es el corazón del padre. El amor paterno hacia su hermano constituye para él un enigma indescifrable, casi un escándalo. En su pensamiento, el pecado es la violación a un orden externo, una desobediencia a un precepto. No concibe que pueda haber pecado si no existe una transgresión formal, exterior a él. No entiende la interioridad del vínculo.
A esta concepción, típicamente marcada por la Ley, la parábola opone otra. No es que el pecado deje de ser una ofensa a Dios; por el contrario, el hijo menor lo repite en dos ocasiones, he pecado contra el cielo y contra ti; pero todo está en saber dónde está la ofensa: ¿está en haber despilfarrado la herencia familiar? Esto es lo que piensa el hijo mayor (“ha despilfarrado tu herencia” cfr Lc. 15,30). De acuerdo con la idea que se había formado de la justicia, el hijo mayor, éste es el pecado, haber perdido los bienes.
Por su parte, el hijo menor algo comienza a entender “ya no merezco ser llamado hijo tuyo”. Lo que sí no entiende es la fiesta que el Padre armó. Se siente desubicado, jamás podría comprender que su pecado suponga una fiesta. En el fondo está recién puesto en ejercicio para ellos la dimensión de esta paternidad. Jamás el Padre había tenido un gesto de semejante desmesura.
La desmesura del Padre es la que deja al hijo mayor desubicado, y lo mismo con el hijo que siente que aunque el traje y el anillo estén a su medida, no termina de entender cómo después de todo lo que pasó su padre le hace esa fiesta. Los invitados tampoco entienden nada. Lo único que explica el amor del Padre, es el Padre, por ende comprenderlo es entrar sólo en su dimensión.
El retorno del hijo es lo que alegra al Padre. “Este hijo mío estaba perdido y lo he encontrado” eso es lo que el Padre celebra. El detalle de las resbaladas y patinadas que tuvo no están en su mirada. Sólo tiene ojos de Padre para su hijo.
“Vos sos mi hijo muy querido”. Que hoy puedas sentir que el Señor te lo dice particularmente a vos: “Vos sos mi hijo muy amado”. Lo dice el día del bautismo. Todo bautizado que es transfigurado en el bautismo recibe este donde del cielo, la palabra del Padre que dice “éste es el hijo al que yo amo”.
Como dicen muchos escritores espirituales, seguramente el Padre se asomó muchas veces a ese camino por el cual se fue el hijo a ver si volvía. Uno de esos días vio algo que no sabía si era sueño o realidad, por eso salió corriendo a su encuentro. Al hijo le podría haber pasado algo parecido: no sabía si el padre corría para correrlo o para abrazarlo. Hasta que no se produjo el abrazo no lo supo. Así y todo, viendo venir a su padre, se entregó en sus brazos. Y allí empezó otra historia. Ojalá sea también sea tu historia, y que el Padre te abrace y te devuelva la dignidad perdida.
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1- Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.
2- “Traer la historia” (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar: San Lucas 15,11-32 .
3-“La composición de lugar” (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.
4- Formular la petición (EE 104). La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.
Pedimos en esta semana gracia de ” vergüenza y confusión de mí mismo porque por mis pecados Cristo va a la cruz”. Al mismo tiempo pedimos la “gracia de interno conocimiento de mi pecado”, que nace del contacto con el amor de Dios.
5- Reflectir para sacar algún provecho significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.
6- Coloquio con el Padre a partir de lo que he vivido en la contemplación. No me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.
7- Examen de la oración
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