Día de la Madre: Ser madre es morir un poco

martes, 19 de octubre de 2010
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Considero sorprendente el abordaje del tema de la maternidad que hace Laura Gutman. Lo que vuelca en sus libros es algo mas que análisis clínicos o reunión de casuística. Creo que es una contemplación casi mística de la maternidad. Para entender a Laura Gutman hay que animarse a correr el velo de la racionalidad y la conciencia y adentrarse en los abismos mas profundos del alma femenina en su relación con un hijo, en los abismos mas profundos de la propia maternidad. Lo que ella desarrolla a través de distintos libros es este canal que se abre no solamente en el cuerpo femenino sino y sobre todo en el alma femenina al momento en que ella es madre. Se abre verdaderamente un túnel hacia las entrañas de su espíritu y de su alma donde entra en contacto con una dimensión de la vida y del alma que no es del todo conciente, y al mismo tiempo no entra en los parámetros científicos y racionales, analíticos, propios de la lógica y del mundo en que nos estamos manejando la mayor parte del tiempo.

            Laura describe la maternidad como un fenómeno absolutamente misterioso. Por eso, tratemos en este momento de prestar oídos nuevos. No de la cabeza sino de las profundidades del alma. Porque la maternidad es un viaje que sobre todo en estos momentos carece de muchas cosas. En el contacto con las madres y con mi propia experiencia he podido comprobar que el hecho de cómo atravesar la maternidad es como largarse por un tobogán de agua que va adquiriendo cada vez mas velocidad y que se va deslizando sin referente, sin lugar fijo donde amarrarnos, sin saber cual es el recorrido ni cuando termina, ni que es exactamente lo que tenemos que hacer en cada momento.

            La maternidad en este momento es como un largarse a un vacío, es una experiencia muy vertiginosa, porque no contamos con las referencias claras y firmes con que se contaba antes. De generación en generación todo el mundo sabía lo que era ser madre, qué había que hacer en cada momento, siempre había una abuela, una tía y toda una multitud de mujeres rodeando a la puérpera para explicarle qué hacer y darles consejos aún cuando la experiencia fuera única, magnífica y misteriosa en cada mujer y en cada madre. Pero había una red que contenía.

            En este momento las mamás sienten que caen hacia la nada sin posibilidad de luchar contra una corriente que le es adversa, porque todavía estamos bajo el imperio de una legislación patriarcal y machista que no comprende la vivencia de la madre, que pretende que a los 45 días esa madre se reintegre al mundo del trabajo con todo lo que tiene revuelto en el alma y en la cabeza a partir de ese bebé que ha salido de su cuerpo, y que chilla y llora, y que no sabe muy bien qué es lo que pasa.

            “…hasta que una noche cualquiera, harta de los cólicos y del bebé que no se calma ni duerme a pesar de nuestras acciones, nuestra mente cree enloquecer. Ya no podemos hacer nada. Nos deslizamos entre las sábanas creyendo que estamos perdidas. Ya no sabemos. Ya no queremos, ya no intentamos, ya no decidimos. Ya no pensamos. Basta! Bajamos los brazos y lloramos. Ese es el momento mágico, el instante sublime en que el bebé sencillamente llora nos conduce por el camino del autodescubrimiento. El bebé recién nacido nos conduce a niveles etéreos donde no hay mucho para pensar ni para hacer, salvo entrar en sintonía con el alma.. Estamos en la situación perfecta para absorber la experiencia, no para analizarla. Creo que es muy difícil comprender lo que nos pasa mientras está pasando. El bebé se permite invitar a nuestra casa a algunas criaturas extrañas de nuestro cielo interno. Nuestros propios infiernos, nuestras propias desesperaciones, nuestras propias impotencias, nuestros propios vacíos, nuestras carencias. Y en medio de ese llanto entramos a llorar con él. Y en ese llanto compartido sentimos un dolor dulce y calentito, profundo e indescriptible. Con cada llanto del bebé, con cada demanda, con cada pedido, con cada momento de soledad, sentimos que morimos un poco. Les puedo asegurar que muere nuestra identidad a la que nos aferramos con uñas y dientes. Esa identidad a la que estábamos acostumbradas a pertenecer, apegada a las personas y a las circunstancias. Pero durante el período puerperal, los símbolos de la seguridad se disuelven en el agua. Por eso solo nos resta reflexionar sobre nuestras verdaderas seguridades y descubrir que ya no podemos exigírselas a nadie más que nosotras mismas. En ese momento se abren puertas que nunca habíamos visto y que nos aterrorizan. Todo lo que tenemos que hacer es tener confianza y entregarnos. La vida se irá acomodando siempre a favor de todos.”   “Crianza” Laura Gutman

 

            En algún momento hemos quizá estado junto a nuestro bebé llorando porque ya no sabíamos qué hacer. Son momentos cumbres. Son experiencias muy parecidas a las que miran la muerte a la cara. Aunque ese bebé esté hablando de pura vida, de pura promesa, de puro futuro, de pura esperanza, créanme que ser madre, es morir un poco.

 

            En este tiempo de relación del bebé con la mamá se producen ciertas ‘heridas’.

La maternidad es un tiempo sin límite, un tiempo sin tiempo, sin reloj. Por eso creo que también cuesta mucho entrar en esa experiencia y sobre todo cuesta mucho que los demás lo entiendan. Tal vez antes del parto habíamos hecho un montón de planes, proyectos. Y cuando se tiene el bebé, todo queda patas para arriba. Es que la maternidad desdibuja los bordes y las acciones, y no solamente ya no hay un tiempo cronológico que se pueda ordenar, no solo hay un cuerpo cada vez mas agobiado por el cansancio. La tensión crece dentro de la pareja, el niño se convierte en algo así como un monstruo que va a devorar todos los proyectos. Todas nuestras expectativas rodando por el piso. Nada entendemos. Solo queremos dormir. Y cada noche puede convertirse en una especie de abismo oscuro, sobre todo si tenemos mucho miedo: miedo de hacer las cosas mal, miedo de equivocarnos, miedo de que el chico esté enfermo, miedo de haber tomado mal las decisiones, miedo de haber sido madre, miedo de que el padre nos abandone, miedo de pelearnos con el otro, miedo de entrar en guerra con el recién nacido… aparece el temor en cada momento, ante cada demanda de ese niño que comienza a llorar sin consuelo y pensamos que las cosas andan mal. No quiero presentar la maternidad como un infierno. Solo decir que a veces es esa la vivencia interior, difícil de definir. Porque si la mamá cuenta esto, dice ‘no puedo dormir’ o ‘me siento una bruja’ etc etc, todos la van a mirar como si hubiera perdido la razón, o como una exagerada: después de todo, por qué tanto lío por no dormir. La humanidad lleva cientos de miles de años así. Y eso no consuela. Porque es la realidad emocional la que se ha trastocado por completo.

En realidad, es haber hecho una inmersión en otro mundo. Un mundo de sombras y no de luces. Un mundo de piel y no de ideas. Un mundo de leche, un mundo de ternura. Un mundo de contacto, un submundo al que no estamos acostumbrados, a menos que seamos seres contemplativos, místicos. El día se convierte en noche, la noche en día, y entonces aparece el miedo incluso a la locura aunque no lo expresemos de esa manera.

            En realidad, el niño nos está buscando para llevarnos a otro mundo, con el fin de que nosotras mismas nos encontremos en ese mundo pre-racional, pre-lógico, pre-verbal. Ese mundo de corporeidades, de instintos, de olores. Es mundo donde el tiempo no rige de la manera en que rige en el mundo de afuera. Y no todos nos pueden entender. Y vivimos experiencias de dolor y de soledad. Y mientras las vamos tolerando, nuestra percepción a ese contacto aumenta. Y si vivimos apegados a la piel, corazón a corazón día y noche sin que nos importe el mundo externo al menos por un tiempo, entramos en lo que se llama una “fusión” con ese niño. Y entramos en el reino atemporal de la maternidad, de donde nunca jamás salimos las mismas. Pero para eso debemos entregarnos, para poder disfrutar de la riqueza espiritual que implica ese momento: cuando el teléfono no suena, cuando no hay distracción posible, cuando no podemos estar del todo lúcidas porque los horarios de sueño se alteran, cuando soñamos, cuando deliramos, cuando dejamos entreabierta la puerta para que entre ese otro misterio de la vida y se mezcle con olores y con ideas extrañas y con música celestial y con palabras que no alcanzan a descifrarse ni a decirse… si la mamá está acompañada, si no vive en soledad todo ese período, la madre es la metáfora del ingreso al Reino, tal como la tomó Jesús. De sus sufrimiento y sus dolores de parto y de sus alegrías posteriores. Porque no solo ha traído un hijo al mundo. Ella misma ha vuelto a nacer.

 

            Otro conflicto: los celos del papá. Pero el varón grandote tiene mucha resistencia a asumir que está celoso del bebé. En realidad no siempre se dan cuenta, y muchas tensiones en la pareja durante este tiempo aparecen por eso. Y además también porque la mamá está absorta por el bebé.

           

            El nacimiento en la vida del bebé no es un acontecimiento que se podría decir ‘termina un momento y empieza otro’. Para la vivencia del bebé es apenas un pasaje, que habilita nuevas condiciones para continuar con el desarrollo evolutivo. Y si leemos desde el momento de la concepción, todo es un permanente pasaje, un fluir de la vida sin prisa y sin pausa, a un ritmo que hasta se puede acompasar, en el que el nacimiento es un pasaje por un canal. El bebé llega al mundo con la placentera experiencia de haber colmado sus expectativas dentro del útero, porque el útero nunca defrauda: allí tiene alimento, temperatura justa, sus pulmones no tienen que respirar. Es un ambiente húmedo y pasa a uno seco. Es un ambiente en penumbra y pasa a uno luminoso. Pasa a experimentar lo que es el hambre, el frío, el calor, la aspereza o suavidad de una sábana.

            Una vez que nace, el bebé se reconforta sencillamente en el cuerpo de su mamá, el cuerpo que le ofrece el ritmo cardíaco al que él estaba acostumbrado y con la música celestial de esas voces que para él eran familiares. Entonces continúa en armonía y no pierde el contacto con su mas allá interior, continúa su propio paraíso que era el útero, mientras va arraigándose en su nuevo cuerpo, en su nueva forma de vida, y va incorporando nuevas sensaciones físicas. Dulce y suavemente, pero sin dolor, el acomodamiento es más sencillo. Todas las sensaciones corporales son nuevas, y por lo tanto pueden ser agobiantes. Y si no se las atienden, son aterrorizantes. Por eso este bebé va encontrando placer en cada momento de contacto, y goza con el perfume de la piel de la mamá, y puede incorporar sensaciones físicas nuevas –las que están fuera del útero- sin que resulten tan traumatizantes, como lamentablemente lo son para la mayoría de los bebés en este tiempo.

            Durante miles y miles de años, los bebés han marchado en el regazo de la mamá largo tiempo. Hace ya unas cuantas décadas, una nueva ciencia ha despertado y ha comenzado a decir no estar de acuerdo. Seguramente también los fines últimos de este conocimiento y de esta ciencia tienen que ver con la incorporación de la mujer como agente productivo o como agente de trabajo. Hasta hace unas décadas atrás, los bebés recibían lo que pedían. Ahora las cosas para el bebé son duras, crueles, y casi diría belicosas. Porque no hay que estar buscando razones y reglas como muchas veces intentan dar algunos pediatras “hay que darle de comer cada 4 horas, y si llora hay que acostumbrarlo si no va a ser un niño malcriado…”. Es como decir que el bebé ya viene con una tendencia al chantaje emocional.

            El bebé que no está en contacto con el cuerpo de la mamá experimenta –en contraste con el útero- un universo vacío. El recién nacido no está preparado para un ‘salto a la nada’: una cuna sin movimiento, sin sonido, sin olores, sin sensación de vida. Esa violenta separación le causa sufrimientos muy difíciles de imaginar. Algunos dicen que son tan aterrorizantes como estar al borde mismo de la muerte. Y en realidad, instintivamente, no están muy errados, porque ese bebé sabe que sin esa piel, y sin esa leche, no sobrevive. Entonces, cuando las expectativas naturales que tiene el bebé son traicionadas, aparece el desencanto junto al miedo de ser herido, y ese bebé llora hasta que se duerme, hasta que el sueño lo vuelve a esa especie de ‘paraíso perdido’. Pero nuevamente se despierta y se aferra con vigor a los pechos de su madre –a veces también la lastima-, pero ya no confía. Ya está alerta, está atento, porque en cualquier momento puede de nuevo tragarlo el silencio, la soledad, la ‘no mamá’, la ‘no palabra’, la ‘no leche’, la ‘no piel’. Y entonces otra vez entra en desesperación, y van apareciendo los miedos, que van haciéndose mas grandes a medida que ese cuerpito se retuerce logrando apenas moverse en el almohadón a donde está. Y el silencio comienza a ser aterrador.

            Muchos de nuestros miedos, de nuestros terrores, de nuestros huecos que crecen y toman cuerpo adentro nuestro, en nuestro corazón, y que nos comprimen con su angustia, tienen raíz aquí, en esta vivencia de soledad, de abandono, de ‘no mamá’. Y hemos sido bien amados, seguramente. Nadie ha pretendido crearnos esa herida o esa carencia. Lo que ocurre, es que probablemente esa mamá, nuestra mamá, nosotras como mamás, no hemos sido suficientemente contenidas y sostenidas para sostener a su vez a ese bebé.

UN LUGAR PARA TU AMOR Roxana Carabajal

(Canción para Lauti)

En mi pecho yo he guardado un lugar para tu amor.

Está limpio y consagrado, dueño de mi corazón.

No demores este sueño. No quisiera despertar

Y sentir que en mi costado se durmió la soledad.

No demores este sueño, dueño de mi corazón.

 

Nuestras sangres se juntaron y corrió un río de amor.

Es la vida. Es el camino. Es el sueño de los dos.

Sólo un beso bastaría para abrirme el corazón

Y saber que yo he guardado un lugar para tu amor.

No demores este sueño, dueño de mi corazón.

            Pero el haber sido bien amados por nuestra madre, no implica que hayamos desarrollado el arte de amar, que es un arte ancestral en un tiempo en el que se han cortado las raíces de esta experiencia. En muchos casos no cuentan las mamás con este soporte. Y no se trata de consejos. Muchas veces la ciencia médica ha reemplazado ese acompañamiento instintivo, calmo, sereno, esa presencia de la vieja savia de la mujer grande, de la abuela que ha pasado por esa experiencia y simplemente está a su lado para decir: es cuestión de atravesar este túnel, ya va a pasar. Disfrutá intensamente los momentos de gozo y llorá tranquila en los momentos de angustia. No mucho más que eso, pero brindando soporte afectivo, compañía. Una madre debe ser sostenida emocionalmente.

            Las madres, en nuestros propios vacíos emocionales, cuando sentimos que lo que tenemos ya no alcanza, o al mismo tiempo las demandas de un bebé o de un hijo pone en jaque nuestros propios recursos, nuestro propio campo emocional porque a su vez nosotras no hemos recibido la suficiente carga emocional como para dar y nos sentimos tironeadas, más exigidas de lo que podemos respaldar, en esos momentos solemos pedir ayudas tales como ‘cambiame el bebé’ ‘dale la mamadera’, y en realidad lo que estamos necesitando no es tanto que atiendan al bebé, sino mas bien soporte afectivo: un abrazo para llorar, compartir emociones. A veces somos nosotras mismas las que no nos damos cuenta de lo que estamos necesitando. En la mayoría de los casos los seres humanos traemos una carencia materna porque se pierde esa posibilidad de enaltecer y realzar lo suficiente la necesidad de contacto y de fusión entre la mamá y su bebé. Una herida materna profunda surge cuando la mamá no puede cumplir con la tarea de brindar protección porque está demasiado ocupada consigo misma o sobreexigida en esta tarea –tal es el caso de aquellas que tienen demasiada tarea en su casa, demasiadas cosas a las que responder y no pueden postergarlas para atender al bebé, entonces entran en tensión y esa tensión se nota: están apuradas por que el bebé se duerma y que duerma la mayor cantidad de tiempo posible. Y en realidad, lo único necesario y prioritario es el bebé. Así también muchas mamás establecen relaciones conflictivas con su esposo o con su madre y vive o transmite que su corazón tiene un cartel de ‘ocupado’. Y los niños viven esta madeja de relaciones conflictivas.

            Otras veces, muchas mujeres quedan embarazadas sin que hayan hecho espacio interior en su corazón para la llegada de un bebé, y necesitan también de un acompañamiento.

            Estas cosas ocurren generalmente a mujeres sobreexigidas, o demasiado inquietas, o que están bajo una situación de stress, o que no pueden soportar la intranquilidad de sus hijos y se tornan agresivas y le pegan aunque en realidad no quisiera hacerlo, pero están nerviosas, no puede hacer otra cosa. Y después intenta compensar el ataque de ira mediante un amor desmedido, a un exceso de besos, caricias y consentimientos, pero esto confunde al niño.

            Otras veces la sobreexigencia les viene por el lado de sus maridos o de sus madres. Esas madres que en lugar de ayudar y acompañar a sus hijas les hacen ver todo el tiempo sus carencias y limitaciones.

            En definitiva: cuando una mamá está sobrecargada de preocupaciones, las necesidades de muchos niños quedan insatisfechas. Y cuando crecemos en estas condiciones siempre tenemos la sensación de que todo lo que hacemos está mal, o es insuficiente. Nada nos puede calmar, nada puede hacer que estemos contentas.

 

            Otra herida que tiene que ver con la madre, es cuando la madre usa a su hija como confidente. Cuando no se entiende con su esposo y le cuenta todos sus problemas conyugales al hijo. Y entonces pinta una imagen muy negativa de algún miembro de la familia –del esposo o de los abuelos- y esto confunde a los hijos, porque no están en condiciones para entender esos problemas, porque por un lado un hijo siempre va a defender a su madre porque es el vínculo que lo ha unido a la vida, pero al mismo tiempo otra parte se da cuenta de que su madre está equivocada, o que generaliza demasiado, o que tiene una imagen destructiva de los hombres, o que es egoísta, o que no sabe dominarse…

            La consecuencia es que esto lastima fuertemente a los hijos en su relación con la madre. Les produce una profunda herida.

            A veces esto hace que las mujeres hijas, tengan una imagen muy negativa de los hombres, porque su mamá no ha hecho más que alimentar esa imagen –sin darse cuenta, sin intención-. De manera que después nos asombramos cuando esa niña crece y no puede aceptarse como mujer, o no puede formar pareja, o no puede formar su sexualidad, o sencillamente hace una orientación homosexual.

            ESTAS EXPERIENCIAS, QUE TAMBIÉN SON ABUSIVAS, ESTAS EXPERIENCIAS EN QUE LA MADRE NO ESTÁ EN CONDICIONES DE MATERNAR O NO TIENE LA AYUDA NECESARIA O ESTÁ SOBREEXIGIDA, SON EXPERIENCIAS QUE TAMBIÉN EL SEÑOR PUEDE SANAR.

 

            La peor experiencia para un hijo es la de ser abandonado. Es la más dolorosa, la más constante. Es como ese hueco que necesita ser llenado y que a veces se llena con otro tipo de cosas. O se desplaza esta violencia que genera esta carencia en el vínculo con la madre, hacia otros objetivos (adicciones –al alcohol, las drogas, a algún trabajo, a sí mismo: tornándose autodestructivo o enfermándose con mucha asiduidad). Como al hijo no le queda otra opción que adaptarse para sobrevivir, algo tiene que hacer con ese miedo al abandono , porque la psiquis no resiste a vivir con ese terror. Y es en esas acomodaciones que suelen aparecer ciertos desórdenes emocionales y afectivos, para poner ese miedo en algún lugar menos amenazante que en la conciencia en forma permanente.

           

            A veces la experiencia de un hijo no es de abandono sino de traición, como puede ser la experiencia de haber sido abusado por algún familiar y ver que su madre no decía nada, o no le creía. Esta es una experiencia sumamente traumática: la de una madre que se retira y no sale en defensa del hijo. Tanto que muchas veces a los mismos hijos les cuesta tomar contacto con esta experiencia y justifican a la madre. Por supuesto que justificaciones hay, y seguramente eso es comprensible dentro de la dinámica del miedo a que se desmorone toda una familia. Es en la misma madre donde aparecen también sus propios terrores y quizá también las propias traiciones de las que ha sido víctima y que la paralizan y no le permiten salir en defensa de su hijo. Pero las justificaciones y las comprensiones de nuevo pasan por el plano intelectual, mientras en el alma hay un sentimiento muy duro que se reprime. Justamente es una herida materna que muchas veces después permanece. Lo mismo cuando hay un varón violento y la madre se aterra porque ve que el padre golpea o ataca o agrede a los hijos, pero sabe que si interviene todo puede llegar a ser peor, y el miedo la paraliza. Pero tiene que saber que los hijos quedan con esta herida: por qué mamá no hizo algo para evitar que yo sufriera esto, por qué mamá me abandonó en esta situación de violencia.

            La madre puede ser la madre real o esa madre simbólica que necesitamos todos experimentar dentro nuestro, es decir, la que nos protege, la que nos defiende, o la fuerza que es capaz de levantarse en contra de las amenazas que se apoderan de nuestra mente.

            La malcrianza también es una herida materna que ocurre con mucha frecuencia, especialmente en el vínculo con los varones. Una madre que malcría a sus hijos lo hace precisamente porque quiere ver concretados en ellos lo que ella como mamá nunca pudo, nunca se permitió o nunca la dejaron. Y entonces proyecta en sus hijos todos esos deseos postergados y anhela tanto que esos hijos concreten esos sueños que ella no ha podido concretar, que da demás, exige poco. Y en el fondo a veces esto también habla de un remordimiento por no haber podido dar a ese hijo lo que ella creía que ese hijo necesitaba.

            A veces emplea , sin darse cuenta, al hijo con fines propios: el hecho de mostrar al hijo que se recibe o que se casa, o que es buen alumno, es de alguna manera una necesidad propia más que la alegría por el bien del otro; es la que va a lavar mi imagen frente a la familia, frente a los demás. Por eso muchas veces el narcicismo se filtra en la malcrianza o en el exceso que a veces ahoga incluso, porque el hijo se siente parte, como una especie de anexo de la vida de la madre, y no una persona autónoma con sus propios deseos.

            Muchas veces la bulimia y la gula tienen que ver con esto: con una mamá que ha taponado con comida la falta de protección para no hacer que el hijo se sienta solo, porque ha experimentado una soledad en su interior. Y la anorexia también tiene que ver con esta experiencia de abandono, con esta carencia de nutrición emocional y afectiva. Una de las tantas formas en las que a veces adoptan nuestros miedos, por no haber sido suficiente amados, cobijados, tenidos en cuenta.

 

LO SIENTO Laura Pausini

Mamá, he soñado que llamabas a mi puerta un poco tensa y con la gafas empañadas,
querías verme bien y fue la vez primera, sentía que sabías como te añoraba.
Y me abrazaste mientras te maravillabas de que aguantara triste y casi sin aliento,
hace ya tanto que no estamos abrazadas y en el silencio me dijiste…¡lo siento!.
Pero ha bastado un ruido para despertarme, para llorar y para hacer que regresara
a aquellos días que de niña me cuidabas donde en verano cielo y playa se juntaban.
Mientras con mi muñeca vieja te escuchaba los cuentos que tú cada noche me contabas
y cuando más pequeña tú me acurrucabas y adormecida en tu regazo yo soñaba.
Pero a los dieciséis sentí como cambiaba, y como soy realmente ahora me veía,
y me sentí tan sola y tan desesperada porque yo no era ya la hija que quería.
Y fue el final así de nuestra confianza de las pequeñas charlas que ayudaban tanto,
yo me escondí tras una gélida impaciencia, y tú deseaste el hijo que se te ha negado.
Y me pasaba el día sin volver a casa, no soportaba tus sermones para nada,
y comencé a volverme yo también celosa, porque eras casi inalcanzable, tan hermosa.
Y abandoné mi sueño a falta de equipaje, mi corazón al mar tiré en una vasija,
perdí hasta la memoria por falta de coraje, porque me avergonzaba tanto ser tu hija.
No, no, no, no, no.
Mas no llamaste tú a mi puerta, inútilmente tuve un sueño que no puede realizarse,
mi pensamiento está tan lleno del presente que mi orgullo no me deja perdonarme.
Mas si llamases a mi puerta en otro sueño, no lograría pronunciar una palabra,
me mirarías con tu gesto tan severo y yo me sentiría cada vez mas sola.
Por eso estoy en esta carta tan confusa, para contar algo de paz en lo que pienso,
no para reclamarte ni pedirte excusas, es solo para decirte, mamá…¡lo siento!.
Y no es verdad que yo me sienta avergonzada, son nuestra almas tan igual, tan parecidas
esperaré pacientemente aquí sentada, te quiero tanto mamá…escríbeme…tu hija.

 

Un oyente: “Ante tanta teoría veo los coyas que cargan durante todo el tiempo sus hijos, y ¿dónde está el Edipo y todo lo demás? No me digan que no son niños felices”

Esto ha sido motivo de investigación, porque en un momento dado, los médicos se dieron cuenta que los bebés de las coyas no tenían cólicos. Y entre las explicaciones que se han arrojado –que son fenómenos humanos y no matemáticos- es que el ser permanentemente cargado en su cuerpo produce al bebé una experiencia de placer, de bienestar, de serenidad, que contrarresta el efecto del aparato digestivo. Y también se han hecho estudios sobre bebés prematuros que estando permanentemente ataditos a la mamá crecen más rápidamente y sortean más rápidamente que los bebés que están en una incubadora o en una cuna los obstáculos de esa situación. Las vueltas de la vida, también las vueltas de la ciencia. Hay que ver: en esas vueltas también nos nutrimos.

 

            Hay un texto de la Biblia que nos puede ayudar en este día de la madre a revisar un poquito cómo está nuestro corazón con nuestras madres y con nuestros hijos. Yo sé que al volver hacia la infancia a veces tomamos contacto con experiencias negativas o dolorosas, o que no entendemos muy bien pero que duelen igual. Y es muy importante no reprimir nada, y observar los sentimientos que afloran en uno, y no culpar ni culparnos ni disculpar. Callar un poco esa dimensión de la cabeza que está todo el tiempo como un tribunal, tratando de analizar si es inocente o culpable, si pudo haber sido de otra manera, etc etc, Todas esas cosas que no le sirven al alma. Porque donde hay hambre hace falta nutrición, no hace falta una explicación de por qué hay hambre o quién debió haberte dado pan. Entonces, también tenemos que cuidarnos de este error muy frecuente en el que cae mucha gente, sobre todo los que hacen caminos retrospectivos ya sea terapéuticos o espirituales que empiezan a circular por ejemplo por los retiros de sanidad, y están continuamente con una mirada muy negativa hacia el atrás, hacia la infancia. Y se van tiñendo de una observación de su pasado desde lo actual pero corriendo el riesgo de ver la infancia como una gran herida, con un gran enojo. Y en realidad hay que pensar que si hemos llegado hasta acá, hasta donde estamos, es porque algo hemos recibido aunque algo también nos pudo haber faltado. Y que ha predominado lo que hemos recibido –de mamá, papá o quien fuera-. De lo contrario, no estaríamos vivos. Algo ha dejado en movimiento nuestras células con la esperanza de que la vida tenía algo para darnos.

            Entonces, yo les propongo en este día de la madre, en nuestro corazón, volver a esta madre interna, que tal vez fue distinta de la madre externa. Tal vez vivenciamos una madre muy abandónica, y no lo fue tanto. No importa. A esa madre interna, que está dentro nuestro, escribirle una carta, para dársela no a tu mamá biológica sino a esa madre interna que tal vez te abandonó o te falló, o que no estuvo todo lo que necesitaste que estuviera, o que sentiste que había defraudado tus expectativas, o esa madre que te asfixió… o esa madre que te amó, que te nutrió, que te sostuvo…

            Escribile una carta. Preguntale por qué actuó de tal o cual manera. Expresale tus sentimientos sin ningún tipo de autocensura.

            Y después, te propongo: escribí una carta desde la óptica de tu mamá. Escribí vos mismo la carta que tu mamá respondería a esa carta que vos le escribís. Tratá de ponerte en su lugar y responder a tus inquietudes, a tus necesidades, a tus acusaciones, de responder a tus ruegos y a tus dolores.

            Y finalmente, andá a Mc 7, 24-30. Allí hay un hermoso pasaje: se trata de la sirofenicia que aborda a Jesús para pedirle que libere a su propia hija que ha sido atacada por un demonio. Y Jesús se resiste porque dice que no es tiempo para El de atender a los paganos. Que El ha venido para darle pan a los hijos, y que una vez que los hijos estén satisfechos, El puede arrojar pan a los perros –refiriéndose con esto a los paganos-. Ella no pertenecía al pueblo de la promesa. Pero ella insiste: ‘también para los perros cae de la mesa algo del pan que comen los niños’. Jesús queda impactado por esta respuesta, por este ruego, por esta insistencia. Y tuerce su estrategia, doblega su plan, e incorpora al mundo de los paganos al anuncio del reino haciendo el milagro que esta madre pedía.

           

            Ahora entonces, imaginemos que nuestra madre intercede, insiste, ruega, suplica, dondequiera que esté, a Jesús, para que los malos espíritus que habitan en nuestro corazón, sean despojados de nuestra vida, expulsados por la mano poderosa del Señor y por la fe de nuestra madre

 

Intercede Madre, por todas las madres. Llega donde como madre no llegamos. Cura lo que como madres hemos roto. Nutrí lo que ha quedado sin nutrir en el alma, en la vida, en la historia. Te entregamos a nuestros hijos, a nuestras madres. Te entregamos ese vínculo entrañable que nos habla del amor de Dios por nosotros. Pedile a Jesús que sane, repare, restaure, rellene, reponga, reordene. Madre santa: te lo pedimos con todo el corazón.

Que todas las madres, en este día, intercedan también ante Jesús por sus hijos, y que todos los hijos podamos imaginar y visualizar que, de poder hacerlo, nuestras madres, también suplicarían por nosotros

 

Ya le traje a tu Hijo todo mi equipaje: mis heridas, también mi dolor para que me sane.

Dile que me adelante el favor.

Le dijiste “no hay vino” en aquella boda. “¿Qué quieres de mi, Mujer, si no ha llegado mi hora?”

“Hagan lo que les diga el Señor”.

 

Intercede por mí, Madre santa. Intercede por mí, Madre buena.

Dile que yo soy nada, y que el vino se acaba.

Dile que necesito su gracia.